Los tesoros de una madre que la violencia no le logró arrebatar
Hace 17 años, a Isaura Quiceno le desaparecieron a su hija Bebsabet. Se la llevaron hombres armados sin decirle por qué. En su casa, en Samaná (Caldas), tiene una galería de la memoria con los objetos que mantienen vivo el recuerdo de su hija desaparecida, entre ellos su vestido de novia.
Valerie Cortés Villalba
“¿Mamita qué está pasando, a dónde se la llevan?” le alcanzó a preguntar Isaura Quiceno a su hija Bebsabet Cardona Quiceno, el 29 de noviembre de 2003, horas antes de que un grupo de hombres armados, según cree, paramilitares, la desaparecieran. Desde aquel día han pasado casi 17 años y la familia Cardona Quiceno aún desconoce el paradero de Bebsabet, quien para entonces tenía 26 años.
Aquel día doña Isaura y su esposo, Reinaldo Cardona, iban de camino para su finca, ubicada a las afueras de Samaná (Caldas). Para la época, el municipio estaba rodeado por la guerrilla, principalmente de los frentes 9 y 47 de las Farc y por las Autodefensas Unidas de Colombia (Auc), quienes se disputaban el control del territorio y principalmente el dominio de los cultivos de uso ilícito.
De camino, según relata Reinaldo, unos hombres armados pararon el vehículo en el que él y su esposa Isuara se transportaban. Luego los requisaron. En ese momento no sabían qué estaba pasando, hasta que vieron bajar a Bebsabet de un camión, escoltada. “La dejaron bajar para que se despidiera de nosotros, pero no pudimos hablar con ella, ella estaba llena de lágrimas. A mí me empezó a palpitar el corazón, ella se abrazó a mí y esa fue la última vez que la vi”, recuerda su madre.
(Lea también: Las tumbas que guardan la verdad de los desaparecidos en Samaná, Caldas)
Por la estigmatización que sufrieron tras la desaparición de Bebsabet, Isaura y Reinaldo tuvieron que desplazarse y olvidarse del campo. Ahora viven en una casa pequeña y modesta en la cabecera municipal de Samaná, a la que solo se llega a pie, porque está en una colina cuya única calle de acceso no supera el metro y medio de ancho. Tienen un patio que da a la calle, donde reciben a sus invitados ocasionales, una cocina amplia y una habitación principal atestada de recuerdos: su propia galería de la memoria.
Hay fotografías por doquier, en portarretratos, pegadas a la pared y encima de la nevera. Son fotos de sus nueve hijos, nietos y bisnietos. Están los recuerdos de los grados de primaria de los más pequeños, la estampa de la Virgen María y del Divino Niño Jesús, está un calendario de otros tiempos y una imagen que le saca lágrimas a don Reinaldo: su hija Bebsabet en el día de su matrimonio.
De aquel recuerdo no solo conservan la foto, sino también el vestido de novia que usó Bebsabet en la ceremonia. Pese a que han pasado 22 años desde aquel día, el vestido permanece intacto, porque Isaura lo ha conservado con una dedicación consagrada, casi religiosa. Lo voltea al revés, le hace tres dobleces y lo guarda en un plástico negro, le saca el aire y siempre mantiene bolsas de naftalina dentro. Una vez está empacado, lo guarda en otra bolsa, le saca el aire de nuevo y lo abraza.
La hija de Bebsabet una vez le preguntó a doña Isaura si se podía medir el vestido de su mamá, y su abuela lo sacó, de una manera sacramental, como quien guarda un tesoro. “Cuando usted ya sea mayor, mamita, yo le entrego este vestido. Ese fue el compromiso con su mamá”, le dijo. Al pasar de los años, cuando su nieta cumplió la mayoría de edad y estaba en vísperas de su compromiso, su abuela le recordó la promesa. Pero ella le dijo “no abuelita, yo no lo voy a usar. Haga lo que quiera con el vestido”.
Doña Isaura todavía lo guarda y lo seguirá haciendo. “El día que me muera, que me entierren con él”, asegura.
Los objetos de las personas que fueron desaparecidas, mientras que no se encuentre su cuerpo o no se conozca su paradero, habitan los espacios desolados y evocan intensamente a quienes ya no están. Las familias buscadoras, así como los Cardona Quiceno, se aferran a ellos porque ahí habita la memoria de sus seres queridos.
La violencia en Caldas no solo les arrebató a Bebsabet. A los Cardona Quiceno les asesinaron sus dos hijos varones, Raúl y Jorge Eliécer, y también vieron morir a su hija Rosa. Ella dio a luz en casa, sufrió una fuerte hemorragia, pero no fue posible llevarla al hospital porque de puertas para afuera escuchaban los enfrentamientos entre grupos armados. El conflicto armado le negó la posibilidad a doña Isaura de salvar la vida de su hija.
(Le recomendamos: En Colombia no alcanza la vida para encontrar a los desaparecidos)
A su hijo Raúl Cardona Quiceno, quien nació el 15 de noviembre de 1972, lo asesinaron el 1° de junio de 2009. A Raúl lo mataron en Aguabonita (Manzanares, Caldas) cuando salía en su camión con un carga de café. Se cree que el crimen fue perpetrado por la guerrilla de las Farc. Raúl dejó tres hijos, y ahora, 11 años después, ya sería abuelo. Isaura lo recuerda así: “El mono era muy charro, cuando uno estaba triste, él le echaba a uno un cuento para hacerlo reír”.
Jorge Eliécer Cardona Quiceno nació el 8 de mayo de 1964 y fue asesinado el 3 de octubre de 2003. Trabajaba todos los domingos, recuerda su padre. El día que llegó a Samaná para disfrutar de las ferias del pueblo lo asesinaron. Tres tiros en la cabeza, recuerda doña Isaura. “Él era más tímido, pero muy noble. Ni él ni Raulito tenían enemigos ni eran viciosos. Eran trabajadores y nos ayudaban económicamente siempre”.
“Es un dolor muy grande cuando uno pierde los hijos y más de esa manera, sin saber el porqué”, relata Isaura. Ella y su esposo enterraron a sus tres hijos en el cementerio de San Agustín en Samaná (Caldas). “La única a la que nos falta darle cristiana sepultura es a la niña”, dice. Su niña, Bebsabet, nació el 6 de marzo de 1979 y tendría hoy 41 años.
Sobrellevar el dolor
Recién ocurrió la desaparición de Bebsabet, Isaura se sumió en una tristeza profunda. “La depresión casi me mata, fui al hospital y puse de mí para no dejarme morir”, relata. Luego llegó a la Fundación para el Desarrollo Comunitario de Samaná (Fundecos). Allí conoció a otras familias buscadoras y empezó a participar en los talleres. “Tengo tanto que agradecerles a ellos. Ellos fueron los que me dieron mucha ayuda psicológica. No tengo con qué pagarles todo lo que han hecho conmigo. Así fui saliendo de la depresión, porque es muy duro para uno perder cuatro hijos seguidos”.
Rafael Rodríguez trabaja con Fundecos. Es un artista plástico y su arte lo ha dedicado a preservar la memoria de las víctimas en Caldas. A su padre lo asesinó la exguerrilla de las Farc y cuando llegó a la Fundación a hacer sus prácticas empezó un acompañamiento artístico que lo ayudó a él y a todas las personas que asistían a Fundecos. Cuenta que doña Isaura al principio no contaba la historia de su hija, pero que luego de casi ocho años asistiendo a Fundecos ha sido más fácil para ella y para don Reinaldo, quien acompaña sagradamente a su esposa a todas las reuniones.
Esto dice Isaura con lágrimas en sus ojos, con una entereza admirable y sosteniendo un ramo de flores artificiales que le regaló Bebsabet: “Donde hay amor todo pasa. Hemos sabido vivir como toca y tener paciencia con todo lo que nos ha pasado. A mí me decían mis amigos ‘si a mí me hubiera tocado vivir eso, yo me hubiera muerto’, pero cuando uno tiene fe todo pasa. Es duro sí, es un trago muy amargo, pero si uno lo sabe llevar todo pasa, a mí me tocó esto y gracias a Dios estoy con vida”.
“Lloro cuando amanezco triste pensando en mis hijos, pero le digo a Dios dame fuerza y fortaleza, porque todavía no me quiero ir. Dame otros años. La vida es muy bella, es para uno quererla y valorarla”, afirma.
(Lea también: Los daños físicos y emocionales de buscar a los desaparecidos de los Llanos)
Un municipio y cientos de desaparecidos
Las cifras de desaparecidos en el Magdalena caldense varían según la fuente que sea consultada, pero así como lo advirtió Diana Arango, directora ejecutiva del Equipo Colombiano Interdisciplinario de Trabajo Forense y Asistencia Psicosocial (Equitas), hay un subregistro institucional que ha dificultado aún más la búsqueda de los desaparecidos, la reparación y el acompañamiento psicosocial a los familiares de las víctimas.
De acuerdo con el Registro Único de Víctimas, de la Unidad de Víctimas, en Samaná, tienen registradas 166 personas dadas por desaparecidas y 420 víctimas indirectas, es decir, familiares que aún buscan a sus seres queridos.
En el caso del Sistema de Información Red de Desaparecidos y Cadáveres (Sirdec), del Instituto de Medicina Legal y Ciencias Forenses, al 10 de noviembre de 2020, registra en este municipio 267 personas desaparecidas, de las cuales solo han aparecido ocho con vida (es decir, menos del 3 % de las víctimas), 32 muertas (lo que equivale al 12 %) y de 227 (el 85 % del total) aún se desconoce su paradero.
Este subregistro también lo advirtió el informe “Construcción de memoria y verdad desde las voces de las víctimas del Magdalena Medio”, realizado por Fundecos, el Centro de Estudios sobre Conflicto, Violencia y Convivencia Social (Cedat), de la Universidad de Caldas, y Equitas, para los municipios de Samaná, Norcasia, Victoria y La Dorada. En el documento, entregado a la Unidad de Búsqueda de Personas Dadas por Desaparecidas (UBPD), especifican que el 45,8 % de los 187 casos que registraron de víctimas de desaparición forzada en estos cuatro municipios no estaban en la base de datos del Sirdec.
En Samaná, según el Sirdec, el 88 % de las víctimas de desaparición (236) son hombres y el 12 % (31) mujeres. Asimismo, en cuanto al tipo de desaparición se estima que al menos 97 son víctimas de desaparición forzada, 17 de posible reclutamiento ilícito por parte de grupos armados y los 153 casos restantes están aún sin clasificar.
Un panorama similar lo registran Fundecos, el Cedat y Equitas, quienes lograron identificar que “la mayoría de víctimas de desaparición en la región de Samaná son hombres. Respecto a la edad, la mayoría de las víctimas documentadas se encontraban entre los 18 y 25 años al momento de su desaparición”. Otra característica que se logró identificar es que de los familiares buscadores de los desaparecidos, el 52 % son madres, así como Isaura.
“¿Mamita qué está pasando, a dónde se la llevan?” le alcanzó a preguntar Isaura Quiceno a su hija Bebsabet Cardona Quiceno, el 29 de noviembre de 2003, horas antes de que un grupo de hombres armados, según cree, paramilitares, la desaparecieran. Desde aquel día han pasado casi 17 años y la familia Cardona Quiceno aún desconoce el paradero de Bebsabet, quien para entonces tenía 26 años.
Aquel día doña Isaura y su esposo, Reinaldo Cardona, iban de camino para su finca, ubicada a las afueras de Samaná (Caldas). Para la época, el municipio estaba rodeado por la guerrilla, principalmente de los frentes 9 y 47 de las Farc y por las Autodefensas Unidas de Colombia (Auc), quienes se disputaban el control del territorio y principalmente el dominio de los cultivos de uso ilícito.
De camino, según relata Reinaldo, unos hombres armados pararon el vehículo en el que él y su esposa Isuara se transportaban. Luego los requisaron. En ese momento no sabían qué estaba pasando, hasta que vieron bajar a Bebsabet de un camión, escoltada. “La dejaron bajar para que se despidiera de nosotros, pero no pudimos hablar con ella, ella estaba llena de lágrimas. A mí me empezó a palpitar el corazón, ella se abrazó a mí y esa fue la última vez que la vi”, recuerda su madre.
(Lea también: Las tumbas que guardan la verdad de los desaparecidos en Samaná, Caldas)
Por la estigmatización que sufrieron tras la desaparición de Bebsabet, Isaura y Reinaldo tuvieron que desplazarse y olvidarse del campo. Ahora viven en una casa pequeña y modesta en la cabecera municipal de Samaná, a la que solo se llega a pie, porque está en una colina cuya única calle de acceso no supera el metro y medio de ancho. Tienen un patio que da a la calle, donde reciben a sus invitados ocasionales, una cocina amplia y una habitación principal atestada de recuerdos: su propia galería de la memoria.
Hay fotografías por doquier, en portarretratos, pegadas a la pared y encima de la nevera. Son fotos de sus nueve hijos, nietos y bisnietos. Están los recuerdos de los grados de primaria de los más pequeños, la estampa de la Virgen María y del Divino Niño Jesús, está un calendario de otros tiempos y una imagen que le saca lágrimas a don Reinaldo: su hija Bebsabet en el día de su matrimonio.
De aquel recuerdo no solo conservan la foto, sino también el vestido de novia que usó Bebsabet en la ceremonia. Pese a que han pasado 22 años desde aquel día, el vestido permanece intacto, porque Isaura lo ha conservado con una dedicación consagrada, casi religiosa. Lo voltea al revés, le hace tres dobleces y lo guarda en un plástico negro, le saca el aire y siempre mantiene bolsas de naftalina dentro. Una vez está empacado, lo guarda en otra bolsa, le saca el aire de nuevo y lo abraza.
La hija de Bebsabet una vez le preguntó a doña Isaura si se podía medir el vestido de su mamá, y su abuela lo sacó, de una manera sacramental, como quien guarda un tesoro. “Cuando usted ya sea mayor, mamita, yo le entrego este vestido. Ese fue el compromiso con su mamá”, le dijo. Al pasar de los años, cuando su nieta cumplió la mayoría de edad y estaba en vísperas de su compromiso, su abuela le recordó la promesa. Pero ella le dijo “no abuelita, yo no lo voy a usar. Haga lo que quiera con el vestido”.
Doña Isaura todavía lo guarda y lo seguirá haciendo. “El día que me muera, que me entierren con él”, asegura.
Los objetos de las personas que fueron desaparecidas, mientras que no se encuentre su cuerpo o no se conozca su paradero, habitan los espacios desolados y evocan intensamente a quienes ya no están. Las familias buscadoras, así como los Cardona Quiceno, se aferran a ellos porque ahí habita la memoria de sus seres queridos.
La violencia en Caldas no solo les arrebató a Bebsabet. A los Cardona Quiceno les asesinaron sus dos hijos varones, Raúl y Jorge Eliécer, y también vieron morir a su hija Rosa. Ella dio a luz en casa, sufrió una fuerte hemorragia, pero no fue posible llevarla al hospital porque de puertas para afuera escuchaban los enfrentamientos entre grupos armados. El conflicto armado le negó la posibilidad a doña Isaura de salvar la vida de su hija.
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A su hijo Raúl Cardona Quiceno, quien nació el 15 de noviembre de 1972, lo asesinaron el 1° de junio de 2009. A Raúl lo mataron en Aguabonita (Manzanares, Caldas) cuando salía en su camión con un carga de café. Se cree que el crimen fue perpetrado por la guerrilla de las Farc. Raúl dejó tres hijos, y ahora, 11 años después, ya sería abuelo. Isaura lo recuerda así: “El mono era muy charro, cuando uno estaba triste, él le echaba a uno un cuento para hacerlo reír”.
Jorge Eliécer Cardona Quiceno nació el 8 de mayo de 1964 y fue asesinado el 3 de octubre de 2003. Trabajaba todos los domingos, recuerda su padre. El día que llegó a Samaná para disfrutar de las ferias del pueblo lo asesinaron. Tres tiros en la cabeza, recuerda doña Isaura. “Él era más tímido, pero muy noble. Ni él ni Raulito tenían enemigos ni eran viciosos. Eran trabajadores y nos ayudaban económicamente siempre”.
“Es un dolor muy grande cuando uno pierde los hijos y más de esa manera, sin saber el porqué”, relata Isaura. Ella y su esposo enterraron a sus tres hijos en el cementerio de San Agustín en Samaná (Caldas). “La única a la que nos falta darle cristiana sepultura es a la niña”, dice. Su niña, Bebsabet, nació el 6 de marzo de 1979 y tendría hoy 41 años.
Sobrellevar el dolor
Recién ocurrió la desaparición de Bebsabet, Isaura se sumió en una tristeza profunda. “La depresión casi me mata, fui al hospital y puse de mí para no dejarme morir”, relata. Luego llegó a la Fundación para el Desarrollo Comunitario de Samaná (Fundecos). Allí conoció a otras familias buscadoras y empezó a participar en los talleres. “Tengo tanto que agradecerles a ellos. Ellos fueron los que me dieron mucha ayuda psicológica. No tengo con qué pagarles todo lo que han hecho conmigo. Así fui saliendo de la depresión, porque es muy duro para uno perder cuatro hijos seguidos”.
Rafael Rodríguez trabaja con Fundecos. Es un artista plástico y su arte lo ha dedicado a preservar la memoria de las víctimas en Caldas. A su padre lo asesinó la exguerrilla de las Farc y cuando llegó a la Fundación a hacer sus prácticas empezó un acompañamiento artístico que lo ayudó a él y a todas las personas que asistían a Fundecos. Cuenta que doña Isaura al principio no contaba la historia de su hija, pero que luego de casi ocho años asistiendo a Fundecos ha sido más fácil para ella y para don Reinaldo, quien acompaña sagradamente a su esposa a todas las reuniones.
Esto dice Isaura con lágrimas en sus ojos, con una entereza admirable y sosteniendo un ramo de flores artificiales que le regaló Bebsabet: “Donde hay amor todo pasa. Hemos sabido vivir como toca y tener paciencia con todo lo que nos ha pasado. A mí me decían mis amigos ‘si a mí me hubiera tocado vivir eso, yo me hubiera muerto’, pero cuando uno tiene fe todo pasa. Es duro sí, es un trago muy amargo, pero si uno lo sabe llevar todo pasa, a mí me tocó esto y gracias a Dios estoy con vida”.
“Lloro cuando amanezco triste pensando en mis hijos, pero le digo a Dios dame fuerza y fortaleza, porque todavía no me quiero ir. Dame otros años. La vida es muy bella, es para uno quererla y valorarla”, afirma.
(Lea también: Los daños físicos y emocionales de buscar a los desaparecidos de los Llanos)
Un municipio y cientos de desaparecidos
Las cifras de desaparecidos en el Magdalena caldense varían según la fuente que sea consultada, pero así como lo advirtió Diana Arango, directora ejecutiva del Equipo Colombiano Interdisciplinario de Trabajo Forense y Asistencia Psicosocial (Equitas), hay un subregistro institucional que ha dificultado aún más la búsqueda de los desaparecidos, la reparación y el acompañamiento psicosocial a los familiares de las víctimas.
De acuerdo con el Registro Único de Víctimas, de la Unidad de Víctimas, en Samaná, tienen registradas 166 personas dadas por desaparecidas y 420 víctimas indirectas, es decir, familiares que aún buscan a sus seres queridos.
En el caso del Sistema de Información Red de Desaparecidos y Cadáveres (Sirdec), del Instituto de Medicina Legal y Ciencias Forenses, al 10 de noviembre de 2020, registra en este municipio 267 personas desaparecidas, de las cuales solo han aparecido ocho con vida (es decir, menos del 3 % de las víctimas), 32 muertas (lo que equivale al 12 %) y de 227 (el 85 % del total) aún se desconoce su paradero.
Este subregistro también lo advirtió el informe “Construcción de memoria y verdad desde las voces de las víctimas del Magdalena Medio”, realizado por Fundecos, el Centro de Estudios sobre Conflicto, Violencia y Convivencia Social (Cedat), de la Universidad de Caldas, y Equitas, para los municipios de Samaná, Norcasia, Victoria y La Dorada. En el documento, entregado a la Unidad de Búsqueda de Personas Dadas por Desaparecidas (UBPD), especifican que el 45,8 % de los 187 casos que registraron de víctimas de desaparición forzada en estos cuatro municipios no estaban en la base de datos del Sirdec.
En Samaná, según el Sirdec, el 88 % de las víctimas de desaparición (236) son hombres y el 12 % (31) mujeres. Asimismo, en cuanto al tipo de desaparición se estima que al menos 97 son víctimas de desaparición forzada, 17 de posible reclutamiento ilícito por parte de grupos armados y los 153 casos restantes están aún sin clasificar.
Un panorama similar lo registran Fundecos, el Cedat y Equitas, quienes lograron identificar que “la mayoría de víctimas de desaparición en la región de Samaná son hombres. Respecto a la edad, la mayoría de las víctimas documentadas se encontraban entre los 18 y 25 años al momento de su desaparición”. Otra característica que se logró identificar es que de los familiares buscadores de los desaparecidos, el 52 % son madres, así como Isaura.