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Todo empezó mal ese lunes festivo 16 de agosto. Desde el día anterior, el expresidente Álvaro Uribe Vélez había tergiversado la naturaleza del encuentro para seguir negándole la legitimidad a la Comisión de la Verdad, había cambiado las reglas de juego en cuanto a la publicidad que tendría el diálogo y montó una puesta en escena en su finca de Rionegro (Antioquia), para quedar en nivel de superioridad ante el presidente de la Comisión, Francisco de Roux. Pero lo que detonó la tensión fue la pregunta airada del exsenador: “¿Y es que ustedes también van a hablar?”. Lo hizo cuando la comisionada Lucía González intentó hacerle una pregunta. En el mismo tono ella le contestó: “Sí, somos comisionados en igualdad de condiciones al padre Francisco de Roux”. Ese fue el comienzo de varias agresiones que el expresidente y sus hijos le hicieron a esta arquitecta dedicada al mundo del arte, durante las cinco horas que duró el encuentro.
“A un hombre no le hace lo que me hizo a mí”, dijo días después en entrevista a este diario. Ahí narró varias agresiones más de los hijos de Uribe que no se vieron en cámara. Estaba indignada porque consideraba que esa era apenas una expresión de la violencia patriarcal tan afianzada en las bases del conflicto armado interno. Sus respuestas, lejos de ser altisonantes, reflejaron el espíritu de dignidad del que iba investida la Comisión de la Verdad y que pretendieron desconocer “los hombres de la casa” que ella visitaba y en la que habitaba una de sus amigas cercanas, Lina Moreno, esposa y madre de sus agresores.
Las agresiones y las respuestas de Lucía González no fueron una anécdota más del accidentado encuentro. Fueron, en cambio, la expresión de lo que el uribismo y el mismo Uribe han pretendido hacer contra la Comisión de la Verdad y las otras entidades del Sistema Integral para la Paz, creadas por el Acuerdo Final: desconocer, negar, atacar, aniquilar. Cuatro meses después, la comisionada está convencida de que con este episodio ganaron ella y la Comisión.
Ella ganó un reconocimiento de cientos y cientos de mujeres que aún la siguen abordando para felicitarla y agradecerle por haber enfrentado de esa manera a uno de los hombres más poderosos del país. Muchas se sienten representadas en ella y la abrazan por haber puesto la cara y no callar. “Tengo mi conciencia tranquila y me siento fuerte para responder a amenazas e insultos”, repite en su apartamento en Bogotá, repleto de plantas y con unos inmensos ventanales que exponen de manera excepcional la ciudad.
(Vea: “No soy fariana y Uribe lo sabe porque me conoce”: Lucía González)
La Comisión ganó también en reconocimiento, porque pese a las críticas de un sector de las víctimas, demostró que estaba cumpliendo con su deber y que haber ido hasta la finca del expresidente y aceptar el cambio de reglas y hasta algo de juego sucio no implicaba ceder ni perder ni su independencia ni su legitimidad. Al fin y al cabo, al cumplirse su tercer año de mandato, la entidad ha escuchado a los cinco expresidentes vivos del país. Ha ido a las cárceles para escuchar a los responsables, ha visitado los lugares más remotos y peligrosos del país para recibir testimonios y los ha recogido también entre los colombianos exiliados (ya son algo más de 14.000 entrevistas). “Si ese era el escenario donde el señor Uribe se sentía cómodo, nosotros no perdíamos nada yendo a su finca”, recalca la comisionada.
Y también ganaron porque, así Uribe hubiera roto el acuerdo del día anterior, la entrevista se transmitió en vivo para que la ciudadanía pudiera observar lo que pasó y sacara sus propias conclusiones sobre lo ocurrido. No hay versiones de una u otra parte. Todo se hizo visible y quedó en evidencia qué tanto compromiso hay con la verdad y puede evaluar este testimonio, así como tuvo la posibilidad de evaluar el de Juan Manuel Santos o el de Salvatore Mancuso. “No tendría sentido decir que no al testimonio de una persona que marca el destino de este país. Gústennos o no, no tendrá sentido”, dice González.
Ahí viene la otra gran crítica a ese y otros encuentros de la Comisión: no hay contribuciones reales a la verdad por parte de los responsables, bien sean expresidentes o los exintegrantes de los grupos armados. González insiste en que su trabajo es justamente contrastar esas contribuciones -ya llevan 13- para entregar una versión más completa sobre lo sucedido durante el conflicto armado en el informe final.
Y con esa misma filosofía se aprestan a recibir otros testimonios polémicos: los de los hermanos Miguel y Gilberto Rodríguez Orejuela. Los jefes del cartel de Cali mandaron una carta personal al padre De Roux a través de un emisario, después de que el expresidente Andrés Pastrana hablara nuevamente del episodio de la narcofinanciación de la campaña presidencial de Ernesto Samper.
¿Por qué escuchar a unos narcotraficantes?, le pregunto.
“Ellos, al parecer, tienen la necesidad de hacer algún acto que los reconcilie con ellos mismos. Están viejos, quieren ser escuchados. Sobre esos personajes hay muchos mitos, muchas mentiras, quieren contar su versión y tienen derecho. Su testimonio es valioso, ya que el cartel de Cali fue el más poderoso de los carteles por la capacidad de infiltración que tuvieron”.
Esta tal vez sea una de las últimas contribuciones que reciban este año. El trabajo de los comisionados estará concentrado ahora en la elaboración del informe final y sus recomendaciones al país que deben entregar en junio de 2022.
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Y culmina así el que puede llegar a ser el más importante año de la Comisión, no solo porque escucharon a 27.000 personas y realizaron 66 espacios de escucha, sino porque se hizo pública una labor que venía realizándose de manera silenciosa. A través de los 14 encuentros por la verdad y los 16 diálogos por la no repetición del conflicto armado, el país pudo ver encuentros improbables entre víctimas y responsables, pedidos de perdón y reconocimientos de responsabilidades impensables antes de la firma del Acuerdo de Paz.
La comisionada no se atreve a decir cuáles fueron los más difíciles porque cada diálogo público significó por lo menos seis meses de trabajo previo. El de secuestro fue muy doloroso, reconoce, tanto para las víctimas como para los exintegrantes de las Farc. El reconocimiento de la masacre de La Gabarra fue muy desgarrador porque había sobrevivientes de los dos lados y nadie lo sabía. Otro difícil fue el del secuestro y asesinato de Gilberto Echeverri y Guillermo Gaviria.
González se lamenta porque los responsables no son más precisos al responder las preguntas que hacen los comisionados o porque aún hay salidas en falso y discursos justificatorios por parte de otros. “Esto demuestra que la reconciliación es posible, que nombrar las cosas por su nombre sana, que los responsables tienen derecho a una segunda oportunidad sobre la tierra y me quedo con las lecciones de dignidad de las víctimas que nos demuestran una altura moral inalcanzable”.