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Este lunes el expresidente Álvaro Uribe Vélez comparece ante la Fiscalía para entregar versión libre por la masacre de El Aro, ocurrida entre el 22 y el 26 de octubre de 1997. Es la primera vez que un jefe de Estado es llamado por la justicia por una masacre en Colombia.
No es un asunto menor, por ese mismo operativo, cometido por las Autodefensas Unidas de Colombia, el exparamilitar Salvatore Mancuso vinculó directamente al expresidente cuando era gobernador de Antioquia. El expediente, —y la herida— sigue abierta 26 años después.
El periodista y escritor Pablo Navarrete lanzó el libro “Plegarias del pueblo muerto: El Aro”, una obra que reconstruye la masacre y le da voz a los sobrevivientes pero, sobre todo, que cuenta detalles inéditos sobre la relación con el cartel del Valle y los paramilitares. Por esta masacre, la Corte Interamericana de Derechos Humanos condenó a Colombia y hasta el 30 de noviembre del 2022, el presidente Gustavo Petro pidió perdón a las víctimas y a los sobrevivientes, en nombre del Estado.
En la reconstrucción del libro de Navarrete sobre la masacre de El Aro también hay un Aureliano Buendía. Este no es coronel ni prócer y tampoco se llama así por lo macondiano que pueda llegar a ser el horror de una incursión paramilitar del Bloque Mineros de las Autodefensas. Es un Aureliano que, como en su papel novelesco, encarnó a un personaje —o quizá a muchos—, que se niegan a abandonar el poder. Vive en una prolongada lucha por mantener la impunidad que, para este caso, está lejos de ser ficción.
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Un hombre que se identificó como González se le presentó a Pablo Navarrete —periodista y escritor caleño, autor del libro Plegarias del pueblo muerto: El Aro—, para decirle que un exguerrillero antioqueño, que en el monte llevaba ese nombre de guerra macondiano, le mandaba un paquete con información relevante para su investigación sobre el operativo de El Aro. Fijaron una cita para el 19 de noviembre del 2019 en Cali, justo dos días antes de que comenzara el Paro Nacional que revolucionó la capital del Valle por poco más de dos años.
“Él me dijo que tenía una información muy importante para mi trabajo, que me iba a dar los nombres de los paramilitares y los militares que participaron en el operativo, y que tenía pruebas que vinculaban directamente al entonces gobernador de Antioquia, Álvaro Uribe; pero que si no la recibía ese día, se la iba a dar a otro periodista”, explica.
En su relato sobre los hechos, Pablo Navarrete es consciente de que no dudó ni sospechó. Quizá le faltó malicia. Lo citó ese día sobre las 11 p.m. en su casa. “Cuando abro la puerta estaba un muchacho joven con un señor en una moto. Tenía un cuchillo y me acercó la punta del cuchillo a la cabeza diciéndome que no fuera a gritar. ‘No vaya a decir nada por qué lo mato, guerrillero hijo de puta’”, recuerda.
Su caso lo documentó muy bien la Fundación para la Libertad de Prensa (FLIP) en ese año. Navarrete estuvo retenido en su propia casa por poco más de dos horas, mientras el hombre que lo atacaba con arma blanca entraba a su computador a robar la información documental y testimonial sobre el libro; además de dinero y pertenencias. “Me dijo ‘muéstreme dónde están los papeles, usted sabe de qué le estoy hablando’. Y abrí la carpeta donde tenía toda la investigación, que por suerte igual tenía copiadas en otras dos USB y que le había pasado a otros amigos por si se me llegaba a perder”, mencionó.
El ataque armado del que fue víctima para intentar callarlo fue una alerta máxima contra la libertad de prensa en Colombia en 2019. La FLIP, que además le ayudó a gestionar la denuncia con las autoridades, sacó a Navarrete de Cali por varias semanas para proteger su integridad. De lo que nunca se pudo recomponer fue del daño psicológico y de la sensación de persecución. Confiesa que, desde entonces, duerme con la luz prendida. Y en su libro narra más detalles: “Me encerré. Me deprimí. Me refugié en la investigación misma, en el alcohol y la rumba. A veces vuelvo a llorar y escupo al aire”.
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Para ese momento, el periodista llevaba dos años investigando los hechos que ocurrieron en 1997 y que terminaron con la vida de 15 campesinos. Está documentado y probado que los paramilitares comenzaron, desde Puerto Valdivia hasta El Aro, una serie de asesinatos selectivos con lista en mano. Llevaban los nombres escritos en papeles y los mataban, supuestamente, por ser colaboradores de la guerrilla. Es quizá uno de los capítulos más dolorosos del conflicto armado en Colombia, “y sobre los que más falta verdad”, como dice el autor.
El libro Plegarias del pueblo muerto: El Aro, de editorial Planeta, fue presentado en octubre y es una obra producto de una investigación de seis años de Pablo Navarrete. No es solo una reseña histórica sobre la guerra en ese corregimiento del municipio de Ituango, sino también una reconstrucción geográfica del pueblo, a partir de un croquis que las mismas víctimas recogieron a partir de sus memorias. “Es una geografía de una zona del país que sigue todavía detenida en el tiempo”, dijo el escritor.
Su libro, además, llegó a las librerías del país pocas semanas antes de que la Fiscalía llamara a versión libre al expresidente Uribe Vélez para que entregue su versión sobre la masacre de El Aro. Y eso, con ocasión de que Salvatore Mancuso, el exjefe paramilitar de las Autodefensas que está extraditado en Estados Unidos y que ahora comparecerá formalmente en la justicia transicional, mencionó a Uribe en una audiencia reservada de la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP) y lo vinculó directamente con ese operativo.
El capítulo de El Aro no ha cerrado. Está más vigente que siempre, lo dice con certeza el autor, quien además cuenta que en su obra muestran una visión del pueblo que vivió la violencia de todos los actores armados: desde los paramilitares, las FARC y la guerra misma de Ituango e incluso del narcotráfico, y esa es una de las revelaciones del libro.
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En ese repertorio de hechos horribles que cometieron los paras está el intento de liberación de un secuestrado que pertenecía a una familia del cartel del norte del Valle. “Hasta allá, hasta El Aro, llegó la influencia de ese cartel del narcotráfico que se unió con los paramilitares para lograr la liberación de una persona que estaba bajo el poder del Frente 18 de las FARC”.
Es, además, una reconstrucción minuciosa sobre la incursión paramilitar. Un minuto a minuto, como lo denominó en el libro, que narra el momento desde que las Autodefensas ingresaron al territorio, hasta que se van. Los nombres de todas las víctimas, de sus familias, la ubicación de sus casas y, sobre todo, su lucha por reivindicar su memoria. En la página 203 de la obra comienza un listado de más de 200 nombres de personas que, producto del operativo, salieron desplazadas del corregimiento. Muchas no volvieron jamás.
Navarrete cuenta que el ejercicio de memoria lo hizo a través de una galería fotográfica de los rostros y nombres de las víctimas; así como de imágenes de sus pertenencias. El libro termina con un recuento del pedido de perdón del presidente Petro a nombre del Estado. “El Estado colombiano reconoce que los muertos no eran enemigos de nadie, era gente humilde y trabajadora, que los mataron porque sí. Por designio del poder. Y que en sus muertes en La Granja y en El Aro estuvo el Estado presente, pues fue cómplice del asesinato”.