Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
—¿Quién me puede hablar de Alberto Alzate Patiño, profesor Serafín?
—Pregúntale a su esposa, Bertha Brunal, aunque ella se ha mantenido al margen de todo después de lo que pasó...
Lo que pasó. Lo que queda del horror. Lo que permanece inaudible y está vivo en el silencio. Bertha no quiso hablar.
—Si mi hija quiere, que ella te cuente —fue lo único que me escribió y me dio el número celular de Ana Carolina Alzate.
Brunal es coautora, con su esposo Alzate, de la investigación Tenencia y concentración de la tierra en Córdoba, publicada en 1982 por la Fundación del Caribe. Otro trabajo que no cayó bien porque en él se menciona a los terratenientes de Córdoba, inmigrantes sirios señalados de estar en conflicto permanente con los campesinos por el acaparamiento de tierras. Apartes de esa investigación están recogidos en la Historia doble de la costa del sociólogo Orlando Fals Borda.
Lea: “La voz de los lápices”: el libro sobre la toma paramilitar de la Universidad de Córdoba
Del texto original de Tenencia y concentración de la tierra en Córdoba no existe un ejemplar ni en la biblioteca de la Universidad de Córdoba ni en la biblioteca departamental David Martínez. Con Alex Galván, el investigador que me apoyó documentando muchos de los hechos que aquí narro, buscamos por todos lados el libro y no lo hallamos.
—¿Pero por qué quieres específicamente ese libro? —me dijo un académico cordobés con tono inquietante.
Ese ocultamiento de lo que podría ser la información primaria del acaparamiento de la tierra en Córdoba me lleva a considerar que el texto es uno prohibido, borrado para la historia.
Pienso en Bertha Brunal, a quien parece que, como el texto, tampoco veré. ¿Cómo será Bertha? ¿Cómo se escuchará su voz? ¿Cómo conviven en ella hechos y silencio? ¿De qué forma íntima habrá exhumado la memoria? Memoria como exhumación de un pasado oculto, silenciado.
—¿Quién era Alzate? —le pregunto vía Zoom a Ana Caro- lina, su hija.
—Un hombre comprometido. Un tipo muy parco, muy de poco mostrar emociones. Muy reservado, a tal punto que yo me daba cuenta que era un tipo que de entrada no caía bien porque era silencioso, no sonreía mucho.
Ana Carolina veía entrar y salir del estudio de su casa a un papá barbado y callado. Cuando ella cumplió trece años la invitó a sentarse a su lado para que le ayudara a revisar que no se repitieran frases en sus textos.
—El día que entré a su biblioteca, a su espacio sagrado, a sus libros, comencé a entender su ser de maestro y de investigador.
Le propuse a Ana Carolina que nos encontráramos personalmente, pero me pidió que hablara antes con todos aquellos que conocieron a su papá o trabajaron con él, para que me formara una opinión desprovista del profundo amor que ella le profesa. Seguí su consejo y comencé con quienes fueron sus compañeros en la Fundación del Caribe y en sus causas educativas ambientales.
***
El economista Guillermo Gulfo observa cómo las aspas del ventilador de la habitación se mueven lentamente. Las mira en medio del sopor que se levanta desde la ribera del río, en Montería, hasta el segundo piso de su casa ubicada en el centro. En el primer piso funciona un almacén de repuestos de motocicletas que atiende con su esposa. Allí decidió conceder la entrevista en enero de 2021. Él conoció a Alberto Alzate Patiño.
Le puede interesar: De Montes de María a Japón: la “profe” que se formará en educación para la paz
Gulfo deja caer su cuerpo albino sobre la gran mecedora de madera ubicada en el centro de su sala. Cuando toqué a su puerta unas semanas atrás, se sorprendió de que alguien lo buscara para hablar de un profesor a quien ya casi ni se menciona y de un libro que fue ninguneado en Córdoba. Se refiere al texto: Impactos del proyecto hidroeléctrico de Urrá que escribieron los profesores Alberto Alzate, Bertha Brunal, Misael Díaz Urzola, Ángel Massiris y Roberto Yances.
—Urrá estaba planteado como un proyecto multipropósito. Nos decían que iba a controlar las inundaciones producidas por el río, pero otra cosa fue la que encontraron los investigadores. Ellos hicieron visible cómo se ponía en peligro la seguridad alimentaria ante la amenaza de la desaparición de las especies ícticas del río Sinú, que eran la base alimenticia de la población indígena y campesina del departamento de Córdoba. La pérdida del bocachico, que era el emblema del río. Y también denunciaron los procesos erosivos en la cuenca. Que lo dijeran no gustó —es la explicación de Gulfo.
En mis notas veo conformado al grupo de los intelectuales que más se adentraron en ese Paramillo enrevesado e incomprendido: Alzate, sociólogo; Raciny, agrónomo; y Díaz Urzola, topógrafo.
Ellos estudiaron los padecimientos de una etnia acorralada entre distintas fuerzas y argumentaron científicamente los problemas ambientales que se descolgarían de un proyecto como la hidroeléctrica Urrá. Y no solo eso, también los denunciaron.
—Eran críticos duros de la represa y de las desigualdades sociales —confirma Gulfo.
***
Le pregunto al reportero Ramiro Guzmán cómo cubrió periodísticamente esas denuncias sobre el proyecto Urrá para seguir reconstruyendo el territorio habitado por los embera y por los docentes de la Universidad de Córdoba.
—Acudiendo a las fuentes, y Alberto Alzate era una de ellas. El único interés del profesor era investigar y profundizar en la problemática indígena. Me regaló un libro que me sirvió mucho en la documentación del impacto ambiental de Urrá, sobre lo cual escribí cuando trabajaba para El Espectador en 1988. Alzate era un sabio, una gran persona, un ser humano impresionante, colaborador. Un ilustre académico, investigador. Nadie como él en nuestra región y ni siquiera era de aquí, era un hombre de montaña, era del Eje Cafetero.
A 54 kilómetros de Montería, en el municipio de Planeta Rica, hablo con el docente Alcides Muñoz.
—Alberto era mi amigo personal. Estudiamos juntos una maestría y era un sabio, un investigador. Un hombre que se asombraba por cualquier cosa. Su legado es un colegio que lleva su nombre, que pensamos, estructuramos y pusimos a andar juntos. Uno que se ocupó de la educación ambiental de los muchachos. Uno muy parecido a la forma de estudiar ahora, en remoto, pero sin internet. Era algo muy adelantado para la época, pero muy eficiente.
Alcides cuenta la historia bajo un sol fuerte. No le huye a los recuerdos que son dolorosos, a los hechos que le cambiaron la vida. Está parado en el patio central de lo que queda en pie del colegio, rodeado de salones desvencijados, paredes rotas y en medio de la maleza que amenaza con devorarlo todo. Cada vez que señala hacia alguna dirección de la Institución Educativa Alberto Alzate Patiño para decir que allí tenían la huerta comunitaria, el tanque de agua purificadora, las granjas de aprendizaje o los salones de trabajo colectivo, repite el apellido de su amigo seguido de la frase “lo visionó”, como una muletilla enfática y necesaria: “Alzate lo visionó”.
En contexto: ‘Somos Líderes de Vida’: un libro homenaje a los héroes sin pedestal de Colombia
—Nadie nunca antes me había venido a preguntar por Alberto. Es como si lo hubiesen prohibido —lanza la frase al viento.
¿Es el silenciamiento una condena a la memoria?, me pregunto. El sociólogo Michael Pollak dice que “el largo silencio sobre el pasado, lejos de conducir al olvido, es la resistencia que una sociedad civil impotente opone al exceso de discursos oficiales. Al mismo tiempo, esta sociedad transmite cuidadosamente los recuerdos disidentes en las redes familiares y de amistad, esperando la hora de la verdad y de la redistribución de las cartas políticas e ideológicas”.
Alcides hace de sus recuerdos disidentes, resistencia. Resistir para testimoniar, para algún día contar, para sumar a la cadena de relatos que circularon entre silencios y prohibiciones en Córdoba. Él sigue resistiendo en la tierra donde también lo amenazaron. Decidió permanecer y ahora contar.
***
Víctor Negrete, investigador social, colega de Alzate, también permanece en la tierra. La primera vez que hablé con él para que me explicara sobre el origen de la violencia de Córdoba fue a comienzos del nuevo milenio. Lo busqué en su pequeña oficina de la calle 41 con carrera 9 de Montería. Allí operaba la Fundación del Sinú.
Había tantos libros sobre los estantes que no se distinguía de qué color estaban pintadas las paredes. Sobresalía entre ellos la figura canosa de Víctor Negrete Barrera, un hombre que supo cuál era su papel cuando el sociólogo Orlando Fals Borda pisó el territorio del hombre hicotea. El investigador social cordobés se unió al recorrido por el mágico mundo de los seres sentipensantes.
Negrete creó en diciembre de 1972, junto a Alberto Gómez, Luis Rendón, Carlos Morón Díaz y Franklin Sibaja, la Fundación del Caribe. En ello también ayudaron el sociólogo Orlando Fals Borda y el célebre escritor David Sánchez Juliao (ambos fallecidos). La crearon con el objetivo de investigar la realidad sociocultural y económica de los departamentos de Córdoba, Sucre y Bolívar, la región anfibia. Desde entonces el profesor Víctor no ha parado de escribir y sistematizar todos los procesos sociales de la región; y de atender a todo aquel que quiere saber algo de la historia de Córdoba.
Paramilitares en el noroccidente colombiano: Los ganaderos despojadores en el Urabá que le volverán a dar la cara a la justicia transicional
Escribí en mis notas lo que recordé de ese encuentro con Víctor Negrete y ahora lo desempolvo aquí cuando Ana Carolina me dice que busque a la gente que conoció a su padre.
—Quisiera que me contara la historia de la violencia en esta región, profe Víctor —le dije en ese tiempo.
—Escoger por dónde comenzar es tan difícil, pero vamos a comenzar aguas abajo del Sinú para terminar río arriba.
—¿De qué tengo que preocuparme en Córdoba, profesor Víctor? —le lancé la pregunta con la mirada puesta en sus ojos cansados.
Ese mismo planteamiento se lo había hecho a mi abuelo años antes de fallecer. El abuelo Esteban murió el 22 de septiembre de 1993. Yo era entonces una muchacha que tenía pesadillas con los relatos sobre la persecución a los liberales de la que también fue víctima mi abuelo cuando era un muchacho. Tuvo que esconderse un par de veces y, cuando las cosas se calmaban, volvía a su tierra. En ella se quedó hasta sus últimos días para hacer lo que había aprendido: construir canoas y cultivar. El abuelo Esteban no quiso sembrarme los miedos en el cuerpo, sin embargo solía decirme que temer era un acto de sobrevivencia.
—Preocúpate de los que mandan —me dijo el abuelo.
Víctor Negrete no me respondió tan rápido ni de forma escueta la pregunta. Se tomó su tiempo, se levantó y fue por dos cafés, uno para él y otro para mí. Se incorporó en su escritorio atiborrado de textos y dejó salir sus reflexiones.
—Si te vas a quedar a vivir mucho tiempo en la región, tienes que aprender a convivir con el miedo y las ganas de gritar que empiezan a ahogarte.
Se refería a lo que tuvo que testimoniar antes de la creación de la Fundación, cuando arrasaron con los movimientos campesinos en el Caribe colombiano. Una época de terror. En los años ochenta, el profesor Víctor escribió en el semanario Poder Costeño sus reflexiones sobre la violencia en Córdoba. El artículo titulado “Entre la violencia y la paz” fue publicado el 22 de enero de 1982, compartiendo doble página con la escabrosa foto de seis cabezas tiradas en la carretera. Los decapitados del municipio de Canalete, en Córdoba. los Mochacabezas fue el grupo que aterrorizó a la región. Después se cambiaron el nombre por autodefensas o paramilitares.
En esa misma década, en 1986, fue publicado el libro Impactos sociales del proyecto hidroeléctrico de Urrá, respaldado por la Fundación del Caribe que Víctor Negrete presidía. El profe Víctor se refiere al mismo libro ninguneado, en palabras de Gulfo, como un documento de importancia para la región, que suscitó acalorados debates.
La conclusión que aparece en la introducción del texto, coautoría de Alberto Alzate, en la página 18, dice: “La construcción de la Central Hidroeléctrica de Urrá para explotar el recurso natural agua en la cabecera donde el río Sinú recauda el 92 % de su tributación hídrica no es un polo de desarrollo en sí, sino por el contrario un problema total en la cuenca del río Sinú”.
Siga leyendo: Credhos, el costo de defender los derechos humanos en la guerra del Magdalena Medio
Para los investigadores Alzate, Díaz Urzola, Brunal, Massiris y Yances, todos de la Fundación del Caribe, la hidroeléctrica Urrá fue el argumento para impulsar la creación político-administrativa del Departamento de Córdoba.
Es octubre de 2020. El relato que me hizo Víctor veinte años atrás sobre la violencia por la tenencia de la tierra fue diáfano y largo, y prosigue porque en Córdoba es mucho lo que falta por decir.
Ahora, en la tranquilidad de su departamento, Víctor trajo al presente los recuerdos de un trabajo de campo que hizo con otras personas desde Tinajones, donde desemboca el Sinú, hasta más arriba de Puerto Frasquillo, donde se construyó la represa Urrá y vivió el líder embera Kimy Pernía. Él y su equipo fueron por los testimonios de pescadores e indígenas de la región sobre la construcción de Urrá.
—Dos hilos entretejían las banderas del descontento: el fin del bocachico, con la construcción de Urrá, y la desecación de los humedales para el aprovechamiento ganadero y construcción de terraplenes que comunican las fincas —refiere.
La expedición se llamó “El reencuentro con el río Sinú” y tuvo lugar entre el 16 y el 20 de diciembre de 1992, seis años después de publicado el libro sobre los impactos del proyecto hidroeléctrico. Pretendían revisar qué tanto comenzaba a ocurrir en la zona de lo que fue advertido por Alzate Patiño y su equipo.
—Fue un viaje al deterioro. Todavía la represa no estaba construida pero ya se observaba la erosión en las riberas del Sinú por obras paralelas que comenzaron a ejecutarse.
Víctor había ido por primera vez a Tinajones en 1973 con Fals Borda y el dibujante Chalarka, famoso en Montería por las historietas que daban cuenta de la violencia contra los campesinos y por su casa con las estatuas en piedra que semejaban diablos, ubicada en el populoso barrio La Granja, al sur de la ciudad. De ese viaje, el Centro Popular de Estudios, posteriormente Fundación del Sinú, publicó un libro titulado Tinajones, un pueblo en lucha por la tierra.
Los viajes de ida y vuelta entre el Alto Sinú, la tierra de los embera, y la desembocadura del río, que hace la memoria del investigador social, también llegan a la misma conclusión visionada por Alzate y así lo escribió Víctor en sus investigaciones.
¿No escuchamos? ¿No quisimos escuchar? ¿No nos dejaron escuchar? En la voz de Víctor Negrete siempre hay una urgencia por contar, algunos de sus relatos no se quisieron escuchar en la región. Otras voces, las de las víctimas silenciadas, circularon por una especie de redes secretas y el acto valiente de hacer memoria se vuelve importante en lo social. Todas las narraciones sobre esta violencia no narrada en su completitud buscan reconquistar la libertad de la palabra. Martha Domicó, la hija de Kimy Pernía, y Ana Carolina, la hija de Alberto Alzate, buscan esa reconquista.
***
Hace calor. Son las seis de la mañana y Martha Domicó no se ha tomado ni un café. Unos cien emberas marchan lentamente por las calles de Montería hacia las oficinas de Urrá, para protestar por todo lo que han perdido. La encontré dos meses después del viaje a Beguidó en la indefensión que cubre el territorio. Es diciembre de 2020.
Hace frío. A la mesa nos llevan café caliente y pan recién salido del horno. Por fin veo a Ana Carolina Alzate sin la intermediación de una cámara. Por fin nos conocemos personalmente en Bogotá. Nos encontramos en Chapinero, nos confesamos sobre Córdoba y nos entendimos. Es enero de 2021.
En nombre de la confianza, Martha y Ana Carolina me hablaron. Sus memorias subterráneas fueron confinadas a espacios mudos desgarrados por el dolor. Me pregunté una y otra vez si esas puertas debían abrirse, porque a Martha la habita la desazón y Ana Carolina todavía tiene miedo. Ellas, como la sociedad cordobesa, fueron silenciadas por la violencia de las armas en la guerra por la tierra y el supuesto desarrollo. Esa violencia no se ha ido completamente.
De la fragilidad humana de Martha y Ana Carolina brota el miedo. Esa condición anidada también en el silencio. Ana Carolina vive el miedo cuando está en Montería, porque siente que quiere hablar de su ciudad con tranquilidad, pero no puede, entonces se impone el silencio.
—Tantas inquietudes, quiero que salgan para discutirlas, para comunicarlas en libertad, pero cuesta. Allá no hablo —dice con voz temblorosa.
A Martha la recorre la zozobra al ver que el destino de su pueblo repite las acciones del pasado.
—Los embera pedimos que nos escuchen, nadie lo hace. Lo que éramos fue roto, nos dividieron y seguimos luchando, pero duele mucho —dice.
El papá de Ana Carolina, Alberto Alzate, escribió de los emberas, el pueblo de Martha, lo siguiente: Matar el pensamiento crítico
‘Paras’ en Córdoba y el Darién: Madereras ayudaron a paramilitares a despojar tierras en el Urabá y el Darién
Los indígenas sufrirán rompimiento violento de su hábitat natural y desplazamiento de las mejores tierras. Esta situación posiblemente incida en su total descomposición cultural como etnia y tienda a ubicarlos como usufructuarios marginales del desarrollo tecnológico que violentamente irrumpe en la zona. Así se los relocalice y ellos acepten la relocalización, los traumatismos causados en el interior de su etnia, siempre serán irreversibles.
Kimy escribió en su diario:
“Cuando las comunidades indígenas comenzamos a organizarnos y a tomar conciencia del valor de nuestras tradiciones costumbres y lenguas, empezamos también a cuestionar”.
Desde la ciencia y la cosmogonía, unos y otros, indígenas y académicos, hablaron y se entendieron, acordaron, defendieron lo que consideraron correcto. Las estigmatizaciones no faltaron.
—Mi mamá decide hacer una cena familiar e invitarlos a todos. Entonces ya eran como las siete de la noche y estábamos cenando y aquí estaban la abuela, las tías, los esposos de las tías, mi hermano, mi mamá, mi papá y yo. Ya casi terminando la cena suena el timbre, mi papá es el que se para a atender por la ventana. Eran unas ventanas grandes corredizas. Entonces él se va hasta la sala, corre la ventana y escuchamos que dicen: “El profesor Alzate, por favor. ¿Usted es el profesor Alzate?”, “Sí soy yo”. Y le disparan desde afuera.
Ese es el recuento de los hechos que hace Ana Carolina sobre el asesinato de Alberto Alzate Patiño, su padre, ocurrido el 11 de julio de 1996.
—Yo iba a comer apenas, cuando la noticia llega. “No se asusten, no se apresuren, yo vengo a decirles algo para la familia de Kimy. Voy a dar una mala noticia para la familia de Kimy, pero resistan como puedan. Desaparecieron ayer a su papá”. Yo dije: “¡Cómo! ¿Mi papá? ¡No lo puedo creer!”, porque yo consideraba que mi papá estaba haciendo un viaje... Él había hecho un viaje con un señor y lo llevaron a Montería. Antes de eso me dijo: “Hija, no salga a la calle, no salga a la calle, solo te digo eso, no salgas a la calle. Cuídate mucho”. “Papá, tú también cuídate, cuídate mucho también”. Se fue al otro día. Y el 1.o de junio, que fue un viernes, él se fue.
Ese es el relato de Martha Domicó sobre el crimen de Kimy ocurrido el 2 de junio de 2001.
Ana Carolina nunca sintió que sus padres vivieran preocupados. Jamás escuchó sobre amenaza alguna. Martha, en cambio, recuerda que dos años después del Dowabura, la despedida al río, comenzó la división entre el pueblo embera katío por la construcción de Urrá. Y no pasó mucho tiempo hasta que las amenazas le llegaron a su padre.
Ser hijos de la guerra es algo con lo que se carga para toda la vida, me dijo alguna vez una víctima. Exiges la verdad, como no se ha cansado de hacerlo Martha, o un buen día dejas de acudir a la justicia, como hizo la familia de Ana Carolina, sumergiéndose en la soledad del dolor. Los victimarios someten al silencio de distintas formas, concluyo tras escucharlas a ambas. Esas formas como se configura el silencio las explica el investigador Hermes Tovar Pinzón: “Aunque la guerra cambia y se vuelven más cercanos el miedo, la voz baja y la espera, el silencio siempre crecerá detrás de la madera que se cierra tras el aire que atraviesa la ventana”.
El profesor Alzate y el líder Kimy vivieron en una región rica y diversa, históricamente mancillada por el horror. Intentaron defenderla desde el territorio, desde los pizarrones de la universidad y desde los libros que fueron ninguneados o prohibidos.
En medio de la tragedia de ser huérfanas, Martha Domicó y Ana Carolina Alzate me hacen volver al poema de Rilke cuando pienso y escribo sobre ellas: “Deja que todo te suceda: la belleza y el terror”. A ellas las arrebataron la belleza y les quedó el duelo eterno. Yo quiero creer que ningún sentimiento es definitivo cuando se rompe el silencio.
•• •
*Periodista y autora del libro “La voz de los lápices”