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No podía ser otra la región elegida para el momento final de la dejación de armas de las Farc después de más de medio siglo de confrontación con el Estado. En 1956, luego de la guerra de Villarrica (Tolima), en el Sumapaz, las columnas de marcha de guerrilleros que eludieron el cerco militar, llegaron a colonizar tierras entre los ríos Ariari, Duda y Guayabero en el Meta y constituyeron la base del principal centro de despliegue estratégico de las Farc. En el corazón de este enclave geográfico está Mesetas, donde ahora declinan las armas.
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Durante más de seis décadas, la región poco vio la mano del Estado, pero en cambio para las Farc fue escenario de momentos determinantes de su historia. Por allá pasaron los hombres de Dumar Aljure en tiempos de la ley del llano y las guerrillas liberales. Los viejos de la región dicen que un hermano de Juan de la Cruz Varela fue uno de los fundadores de Mesetas. Tres de las conferencias de las Farc se realizaron en la zona. Casa Verde, en el alto Duda, no está muy lejos. Desde sus entrañas se forjó el núcleo del bloque Oriental.
El jefe guerrillero Pablo Catatumbo así lo resume: “Es la región donde se produjeron los combates más intensos tras el ataque del gobierno Gaviria a Casa Verde. Allá murió Jacobo Arenas de un infarto fulminante durante de una reunión del Secretariado. En Uribe, Mesetas o Vistahermosa fue donde el Mono Jojoy enfrentó la etapa más dura de la guerra. Comandé los frentes 26, 27 y 40, caminé sus trochas y selvas, y por eso la conozco”. Le faltó decir que en tiempos de Pastrana, Mesetas hizo parte de los municipios de la zona de distensión.
La historia explica por qué en Mesetas está la zona veredal con mayor número de combatientes: 520 guerrilleros. Paradójicamente, por tierra está a 239 kilómetros de Bogotá, es decir, un poco más de ocho horas. Sin embargo, sigue siendo una región de campesinos y colonos donde el siglo XXI todavía no llega. Este martes 27 de junio volverá a hacer historia cuando los invitados internacionales, el presidente Santos o el jefe de las Farc, Timochenko, se reúnan para anunciar le al mundo que ha llegado la hora de velar las armas.
Hace un año, por estas mismas fechas, ante el entonces secretario de las Naciones Unidas, Ban Ki-moon, el Gobierno y las Farc anunciaron el cese bilateral y definitivo del fuego. En ese mismo momento se ratificó que no habrían fotografías o imágenes de guerrilleros entregando sus armas al Estado que enfrentaron. Por eso, este martes no se verá lo que hicieron el M-19 y el EPL en los años 90 con su entrega de armas. En el fondo, pesa la convicción de las Farc de que llegaron a las armas para defenderse y ahora las dejan sin rendirse.
En el ADN de los guerrilleros se siente el inamovible de que si fueron victimarios, también fueron víctimas, y eso los llevó a alzarse en armas. En tal sentido, no las entregan, las dejan ante garantes internacionales como el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Las cambian por las ideas, con el compromiso de que el Estado, que también fue víctima y victimario, otorgue garantías para que no sea necesario recobrarlas. Confían en que no se repita su lema de los últimos tiempos: “Nunca olvidaremos la UP ni entregaremos las armas”.
No cabe duda que, más allá de las pugnas políticas, el momento es histórico. Esta semana, el vicepresidente Óscar Naranjo manifestó que ha llegado la hora de asegurar el monopolio de las armas en favor del Estado, y que debe empezar la misión de usarlas para la seguridad territorial y urbana, porque tan sólo en lo que va corrido del año, en las ciudades se han incautado 16 mil armas. Las Farc lo aceptan, pero, recordando la última proclama del Libertador, confían en que los militares “empleen sus espadas para defender las garantías sociales”.
Desde París (Francia) el presidente Santos calificó el momento como el fin de las Farc como organización armada. Desde una región cargada de historia, las Farc corresponden a esa definición con su compromiso de que honrarán la paz. Ahora vendrá el momento de la verdad y la justicia, pero de los armarios de Colombia, se espera que ya no salgan fusiles o explosivos sino acuerdos de reconstrucción de una nación que quiere pasar la página de la guerra. Las nuevas generaciones reciben una tea trascendental para los tiempos que vienen, y su tarea es impedir que las armas vuelvan a ser el estandarte.