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El 23 de junio de 2016, la prensa del mundo acudió expectante al Palacio de Convenciones de La Habana, Cuba, sede de los diálogos entre el Gobierno y las FARC, para presenciar el anuncio del acuerdo de cese al fuego y dejación de armas. Era el paso más importante hasta ese momento, en una negociación difícil, que había empezado cuatro años antes en ese mismo lugar. Al acto asistieron el presidente Juan Manuel Santos y el jefe de esa guerrilla, Rodrigo Londoño. Era la primera vez que los dos aparecían en público y se estrechaban las manos. Estuvieron acompañados por el secretario general de Naciones Unidas, Ban Ki-moon, y el presidente de Cuba, Raúl Castro.
Ese documento de 108 páginas, casi una tercera parte del Acuerdo Final que se firmó cinco meses después en el Teatro Colón de Bogotá, contenía el producto de un trabajo silencioso que llevó a cabo un grupo de integrantes activos de la Policía, la Armada, el Ejército y la Fuerza Aérea que durante 257 días, equivalentes a 27 ciclos de negociación, se reunieron con los más avezados comandantes guerrilleros hasta lograr acuerdos, protocolos y detalles técnicos que permitieron el fin del conflicto con las FARC.
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Ese trabajo ha sido señalado dentro y fuera del país como uno de los éxitos del proceso de paz con la extinta guerrilla. La llegada a la mesa de ese grupo de oficiales se concretó con la creación de la Subcomisión Técnica sobre Fin del Conflicto (STFC), que se instaló el 22 de agosto de 2014, pero que empezó a sesionar con regularidad a partir del 5 de marzo del año siguiente, cuando se incorporaron al equipo de gobierno varios generales, encabezados por el segundo oficial de mayor graduación en las Fuerzas Militares, el general Javier Flórez. A partir de ese momento la guerrilla decidió poner en esa instancia a varios jefes de bloque y a los hombres que condujeron sus principales estructuras durante la guerra y encargó a Carlos Antonio Lozada, miembro del secretariado de entonces, el liderazgo de ese tema.
Uno de los participantes en esa Subcomisión Técnica fue el coronel de la Fuerza Aérea Rodrigo Mezú Mena, el único oficial de ese grupo que sigue activo en las Fuerzas Militares y que hoy asiste al tercer ciclo de negociaciones entre el gobierno de Gustavo Petro y la guerrilla del ELN en calidad de observador.
Oriundo de Santander de Quilichao, Cauca, Mezú es doctor en ciencia política de la Universidad de los Andes, exbecario de la Fundación Fullbright y ha recibido formación en resolución de conflictos, cese al fuego y procesos de desarme, desmovilización y reintegración, conocidos como DDR.
Hace pocas semanas el coronel Mezú lanzó su libro Sables sin vainas, militares colombianos en el proceso de paz de La Habana, (Editorial Planeta) producto de la investigación para obtener su doctorado, en la que determina, tras una revisión teórica e histórica, cómo se dio esa participación.
El libro, más allá de las anécdotas, detalla los antecedentes de esa participación. Narra cómo desde la década de los 80, cuando los gobiernos empezaron a buscar cómo pactar la paz con las guerrillas, se habló de los “enemigos agazapados de la paz”, en alusión a la famosa frase acuñada por el entonces comisionado de Paz, Otto Morales Benítez, para referirse, entre otros, a los integrantes de las Fuerzas Militares que se oponían a las negociaciones y torpedeaban los acuerdos.
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Para entender ese papel de spoilers o saboteadores atribuido al estamento militar, la investigación se remonta a un famoso discurso pronunciado por el presidente electo Alberto Lleras Camargo en el Teatro Patria, el 9 de mayo de 1958, ante un auditorio colmado de militares con los ánimos crispados tras un intento de golpe de Estado, en el que argumentó por qué la deliberación de los militares era una amenaza a la democracia.
“Ese discurso impactó en el relacionamiento entre uniformados y civiles. Los temas afines al conflicto, por su conocimiento, les correspondería únicamente a ellos, mientras sus jefes civiles dirigirían los destinos del país desde la política”, dice Mezú en su libro para explicar cómo los militares fueron apartados de las cuestiones políticas, entre ellas la búsqueda de la paz. Una desconexión que duró varias décadas y se hizo evidente por las tensiones que se vivieron de allí en adelante.
Después de hacer un repaso por esas tensiones, conocidas en el argot periodístico como “ruido de sables”, como los vividos durante el gobierno de Ernesto Samper con el general Hárold Bedoya Pizarro o en el gobierno de Andrés Pastrana con el general Jorge Mora Rangel, llega al gobierno de Juan Manuel Santos.
Los militares empiezan a hablar de paz
Aunque en su investigación no logra determinar con exactitud quién tomó la decisión final de integrar a los militares activos en la negociación de La Habana, da cuenta de varios hechos que confluyeron para que se diera ese resultado que quedó plasmado en el Acuerdo Final.
Por un lado, los militares venían interesándose en los temas de la paz y se venía hablando en los cuarteles y academias de un cambio de concepto en la victoria militar, que ya no estaba circunscrita exclusivamente al aniquilamiento del enemigo, sino a propiciar las condiciones, a través de la estrategia y los golpes en el campo de batalla, para que ese enemigo se sentara en una mesa a negociar.
“La doctrina diseñada por los generales Fernando Tapias y Jorge Mora Rangel estableció que el fin último de la estrategia militar -o estado final deseado- sería enfrentar la amenaza guerrillera hasta llevarla a la mesa de conversaciones, lo cual implicaba una nueva noción en la concepción de victoria militar sembrada por años en la doctrina del Ejército Nacional”, dice uno de los apartes del capítulo 1.
La investigación encontró que con el final de los diálogos del Caguán, adelantados durante el gobierno de Andrés Pastrana, las Fuerzas Militares empezaron a inlcuir dentro de su estrategia la posibilidad de una negociación con las guerrillas.
Esa estragegia tuvo dos componentes importantes, cuenta el coronel Mezú. La primera fue reforzar la formación en Derechos Humanos y Derecho Internacional Humanitario. L a segunda fue la realizacion de una series de “conversatorios casi secretos” entre un grupo de coroneles y capitanes de navío y representantes de la sociedad civil provenientes de la izquierda, financiados por el gobierno de Noruega y promovidos por do extranjeros, Jan Egeland y Jennifer Schirmer, quienes convencieron a los mandos militares de tener estos para empezar a tender puentes entre opuestos.
Los primeros encuentros se realizaron en Estados Unidos y luego algunos se hicieron en Colombia. Una de las anécdotas contadas en el libro revela lo difíciles que fueron esas conversaciones. Al primer conversatorio que se realizó en Cartagena fue invitado León Valencia, en su condición de exguerrillero del ELN, pero los generales no se percataron de su presencia, así que cuando León apareció en el salón el sobresalto fue mayor y algunos de los militares amenazaron con irse del lugar. Los organizadores intermediaron, el encuentro se realizó y culminó con éxito gracias a una insólita conversación que propició uno de los generales cuando le preguntó a Valencia cómo había hecho para evadir un operativo militar que él había comandado para “darlo de baja”. León le contó que se había escondido debajo de un puente y que así se había salvado.
“Al final, León Valencia fue aplaudido por todos. Aun cuando el formato del converstorio no permitió tomar fotos ni memorias ni registro histórico, todas las aprehensiones se habían esfumado al terminar -una vez el exguerrillero y los generales acabaron de intercmbiar experiencias-. El entonces inspector de las Fuerzas Militares, general Ospina, cerró el evento resumiendo cuán parecidos eran unos y otros -refiriéndose a los guerrilleros y militares-.”, dice el texto. Los conversatorios han seguido realizándose de manera ininterrumpida durante más de dos décadas. A la fecha, cuenta Mezú en su libro, cerca de 900 militares han participado en esos diálogos entre opuestos. Todos los generales de las Fuerzas Militares y la Policía han tenido esa experiencia.
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Hacia 2010, el Comando General de las Fuerzas Militares empezó a analizar la posibilidad de que se dieran las condiciones para un proceso de negociación con las FARC. El libro revela una anécdota que muestra las tensiones que causaba en el estamento militar la sola idea de que eso ocurriera. En ese momento, la teniente de navío Juanita Millán, como asesora del comandante de las Fuerzas Militares, organizó seminarios y produjo una serie de cartillas sobre justicia transicional, la ley de víctimas y la proyección de procesos de negociación, entre otros temas, que se desarrollaron sin sobresaltos hasta que su trabajo se filtró a la prensa.
Fue en estas páginas de El Espectador que una publicación titulada “Cartillas militares para la paz”, el 29 de septiembre de 2012 (un mes después de que se conoció que el gobierno de Juan Manuela Santos adelantaba un negociación secreta con las FARC), puso al descubierto ese trabajo de análisis que venían realizando en el Comando General. La filtración hizo que todo el trabajo se detuviera y que recogieran las cartillas.
Por esos días ya se había conocido la designacion de dos generales en retiro como plenipontenciarios en la mesa de diálogo con las FARC: Jorge Mora Rangel, por parte del Ejército, y Óscar Naranjo, por parte de la Policía Nacional. El libro de Mezú cuenta que cuando el presidente Santos hizo estos nombramientos, en el estamento militar estaban ya las condiciones para el trabajo de estos reconocidos oficiales tuvieran el apoyo necesario para su trabajo. “La participación de los militares en este proceso no se debió solo al interés del tomador de decisión -es decir que no fue una orden para ser cumplida marcialmente por los uniformados sino que correspondió a una amalgama de condiciones históricas y contextos sociales y políticos”, menciona el texto.
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Fue así que el paso siguiente fue la creación espacios institucionales para seguir ese trabajo como la Mesa Asesora del Sector Defensa, en el Ministerio de Defensa o el Comando Conjunto Estratégico de Transición, para juntar los esfuerzos de los militares y los civiles con miras a una participación efectiva y cualificada de los militares en la negociación que ya se adelantaba con las FARC en La Habana.
El autor cuenta cómo los primeros encuentros de los militares con los jefes de las FARC en La Habana fueron muy tensos, cómo los militares evitaban al máximo encuentros casuales con los guerrilleros en los baños o en la estación de café, pero tal como el episodio de León Valencia con los generales en Cartagena, unos y otros terminaron hablando sobre anécdotas de la guerra, de operativos y escapes, hasta tejer una relación de confianza que les permitió cumplir con el objetivo: pactar las reglas para el cese al fuego y la dejación de armas .
Hubo momentos muy tensos durante los 16 meses que duraron estas negociaciones, pero tal vez el más crítico fue la muerte de 11 militares en Buenos Aires, Cauca, tras un ataque de las FARC en abril de 2015. “El primer día de reuniones después de la emboscada, siguieron las conversaciones, la comitiva de las FARC extendió las condolencias correspondientes a los generales de la Subcomisión. Los bombardeos, que habían sido suspendidos por el gobierno Santos, se reiniciaron. Mes y medio después, la Fuerza Aérea Colombiana lanzó un ataque contra una zona campamentaria de las FARC que dejó un saldo de 26 guerrilleros muertos. La sumatoria de estos dos eventos generó convulsión en Colombia, pero en Cuba, se seguía trabajando en la construcción del acuerdo de cese al fuego”, señala el libro.
La relación entre los militares que participaban en la negociación, los altos mandos y los tomadores de decisiones en el nivel político tuvo también momentos difíciles. De hecho, el presidente Santos cambió tres veces la cúpula militar mientras duró la negociación. En al menos, uno de esos cambios, cuenta Mezú, tuvo que ver la posición de los oficiales frente a la negociación. Y relata las discusiones en torno a temas neurálgicos como la suspensión de los bombardeos a los campamentos guerrilleros o el establecimiento de las zonas veredales donde se concentrarían los hombres y mujeres de las FARC para hacer la dejación de armas.
Al final, la conclusión de la investigación es que el trabajo de los militares y sus contrapartes de la guerrilla dinamizó el trabajo de los plenipotenciarios en la mesa. “Irónicamente, la participación de los uniformados trajo tal tranqulidad a la guerrilla, al equipo de gobierno y a la comunidad nacional e internacional, que esto se interpretó como el primer acto de reconciliación jamas visto en el país”, dice el epílogo del libro. Hubo respeto y subordinación de los militares hacia el presidente de la República y estos nunca fueron una amenaza contra el proceso de paz.
Los militares en la mesa de diálogo del ELN
El tercer ciclo de negociaciones entre el Gobierno y el ELN que empieza este martes 2 de mayo, contará con la participación del grupo de observadores de la fuerza pública, que están liderados por el almirante (r) Orlando Romero, quien participó en la negociación del punto de fin del conflicto con las FARC y dirigió el Mecanismo de Monitoreo y Verificación de la dejación de armas y del cese al fuego con esa exguerrilla.
También estará el mayor general Hugo López; el capitán de navío Roberto Bonilla, quien participó en ese proceso como miembro de la Oficina del Alto Comisionado para la Paz; la mayor del Ejército Isabel Ozuna, quien hizo parte de la subcomisión técnica en el proceso con el ELN durante el gobierno de Juan Manuel Santos, Rodrigo Mezú, el coronel de la Fuerza Aérea, el único de los militares que participó del proceso con las extintas FARC que aún sigue activo.
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Este grupo de militares, con amplia experiencia en negociaciones, liderará la discusión técnica del cese bilateral al fuego y de hostilidades, una de las prioridades para el equipo del Gobierno.
La Subcomisión Técnica de Fin del Conflicto
La Subcomisión Técnica del Fin del Conflicto (foto) estuvo integrada por el general del Ejército Javier Flórez Aristizábal, jefe del Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Militares; el almirante Orlando Romero, el coronel del Ejército Vicente Sarmiento, coronel del Ejército Saúl Rojas Huertas, coronel del Ejército Carlos González, capitán de fragata Ómar Cortés Reyes, coronel de la Policía Edwin Chavarro Rojas, mayor de la Fuerza Aérea Rodrigo Mezú y la teniente de navío Juanita Millán.
Por las FARC estuvieron, entre otros: Joaquín Gómez y Carlos Antonio Lozada, Isaías Trujillo, Francisco González, Rubín Morro, Wálter Mendoza, Fabián Ramírez, Édison Romaña, Matías Aldecoa, Érika Montero, Maryerli Ortiz y Mireya Andrade.