Monólogos de vaginas guerrilleras
Esta semana, en la zona veredal de Icononzo, el Teatro Nacional presentó su montaje sobre “Los monólogos de la vagina”. Un encuentro de paz y de reflexión sobre las violencias que vivieron las mujeres combatientes que libraron una guerra de “machos”.
Natalia Herrera Durán - @Natal1aH
La llena de gracia, la pioja, la visagra, la panelita, la cucarachita, la cajita, la arepa, la chocha, el pan, la panocha, la cuca. En una tarima improvisada, vestidas con jean, botas de caucho y camisetas blancas, las actrices Diana Ángel, Carolina Cuervo e Indhira Serrano hablaron de la vagina y su monólogo fue seguido con atención, seriedad y picardía, por cerca de 200 hombres y mujeres guerrilleros, sentados en bancas hechizas, de un auditorio de piso de tierra y techo de plástico negro.
En la vereda La Fila, del municipio de Icononzo, al oriente de Tolima, a tan sólo 135 kilómetros de Bogotá, están reunidos alrededor de 320 guerrilleros de los frentes 7, 17, 27 y 40 de las Farc. Allí, en los próximos días, atendiendo el calendario estipulado, dejarán las armas y empezarán su proceso de reintegración a la vida civil y política, como señala el Acuerdo de Paz al que llegaron con el Gobierno, después de más de 50 años de confrontación. (Vea nuestro especial sobre las zonas veredales)
Esta semana, por primera vez en su vida, estos guerrilleros vieron una obra de teatro de un grupo artístico distinto al suyo y con un contenido que no versa sobre “historia fariana” y propaganda: Los monólogos de la vagina, la obra escrita hace 21 años por la feminista y dramaturga estadounidense Eve Ensler, producto de las entrevistas que les hizo a 200 mujeres sobrevivientes de la guerra de Kosovo.
Una obra que hoy sigue teniendo una vigencia y fuerza brutales para hablar de violencias contra la mujer y reivindicaciones de sus derechos reproductivos y sexuales. En Colombia, la obra ha ruborizado y escandalizado a más de uno desde cuando el Teatro Nacional estrenó su montaje en 2001, bajo la dirección de su fundadora, la argentina Fanny Mikey.
Hasta esa loma empantanada de la vereda La Fila llegaron a presentar Los monólogos de la vagina tres de las cinco actrices de este montaje, acompañadas por el director del Teatro Nacional, Nicolás Montero, y la directora del Festival Iberoamericano de Teatro, Ana Marta de Pizarro.
Aceptaron la invitación de Yo aporto a la paz, una organización no gubernamental, sin afiliación partidaria ni ánimo de lucro, que busca respaldar y visibilizar la importancia del Acuerdo de Paz firmado y cuenta con el apoyo de las universidades de los Andes y la Pedagógica Nacional. La aceptaron venciendo el miedo y los prejuicios propios de una sociedad que sólo hasta ahora tiene el chance de humanizar a “los enemigos” de una guerra de tantos años y tantos muertos.
“El arte debe ser consecuente con lo que profesa. Tenemos que reconocernos en el otro, hay que empezar a acercarnos porque ellos también son colombianos, porque han tomado una decisión importante, porque debemos acercar este proceso de paz a las ciudades donde todavía no lo entienden o lo sienten muy lejano”. Esa fue la convicción de Diana Ángel, un poco antes de subirse a la tarima. La expresó desde el lugar de quien ha vivido de cerca la violencia del país. Su familia tiene una finca en el Llano y fue víctima de secuestro y asesinato por parte de los paramilitares en los años noventa.
Monólogos
“Yo no me toco. Nunca más. Ya no. El hedor de ese animal muerto no me lo puedo sacar del cuerpo. Desde que unos soldados metieron un rifle largo y grueso dentro de mí. Tan frío. Ya no. Nunca más. Desde que un pedazo de mi vagina se desprendió en mis manos. Seis de ellos empujaron botellas, estacas, hasta un palo de escoba. Mi vagina, mi pueblo natal”. El personaje que representaba Indhira se acurruca con dolor vivo. En el auditorio, la risa de los espectadores se transforma en sollozos soterrados. En recuerdos y memorias de guerra.
“Me acordé de ella. Fueron los timancos, en Guasca. La emboscaron. Iba con dos guerrilleros. Era mando de escuadra de la columna móvil Vladimir Esteven. A ellos los detuvieron, pero a ella sí la violaron, le sacaron sus intestinos, cortaron su cabeza, la colocaron en un palo y dejaron un letrero que decía: así deben morir las guerrilleras. Ella era Sirley Steven. Tenía 22 años. Era paisa, de ojos verdes. La célula política que creamos en Icononzo entre las mujeres cuidadoras tiene su nombre”. El relato es de Valentina Beltrán, pero no es exclusivo de ella.
“Yo me rompí en ese momento de la obra. Esa realidad fue común en la guerra. Camaradas, madres y hermanas de guerrilleros que fueron violadas y sometidas a vejámenes sexuales por los enemigos Esa verdad, de la que hemos ido hablando poco a poco, tenemos que sistematizarla porque corresponde a ese dolor colectivo que debemos superar entre todas y todos”, expresa Isabela Sanroque, guerrillera del bloque Jorge Briceño e integrante de la delegación de Paz de las Farc.
“Me conmovió mucho la parte de la mujer que fue violada. Me recordó a una compañera cuando cayó en una emboscada del Ejército en Meta. La violaron y le metieron un palo en la vagina. Ella murió allí. Uno sabía que eso podía pasar, ese era el miedo más grande”, las palabras son, esta vez, de Denys Aguilera, guerrillera del Séptimo frente de las Farc.
Son testimonios que comparten de manera reservada, como si estuvieran todavía digiriendo el dolor. Lo que sí repiten con insistencia, ante los micrófonos de los pocos medios de comunicación presentes, es que en la guerrilla no se sintieron vulneradas ni maltratadas como mujeres de ninguna manera. Lo dicen con firmeza y es entendible que quieran mostrar hasta en eso una cohesión colectiva en estos momentos en donde todo puede depender de ello y todo puede ser tergiversado y manipulado por los opositores al proceso.
Pero también es difícil de creer en esa verdad absoluta y sin tacha, cuando se conocen otros testimonios de desmovilizadas que han contado, por ejemplo, que en la guerra no pudieron tener a sus hijos a diferencia de las compañeras de algunos comandantes. Ahora, lo que sí resulta innegable es el liderazgo y la renovación política en el interior de las Farc que muchas de ellas representan en este tránsito a la vida civil.
“¿A qué huele tu vagina? -a tierra húmeda, a miel, a maternidad, a pescado cocido, al comienzo de todo”. La obra terminó y el aplauso fue aturdidor. Luego vinieron las fotos, los abrazos, los agradecimientos, las reflexiones.
“Cuando uno ve la reacción de la obra, los aplausos que no terminan, empieza a considerar la importancia de estos eventos y la realidad de que todo es posible, que ese con el que hace unos años era imposible hablar y comunicarse ahora está en frente”, dice Nicolás Montero. Él pertenece a una generación que no ha vivido un minuto de paz y que incluso llegó a creer que los colombianos tenían un gen violento donde esa palabra no tenía asidero.
“Yo no sé si un ser humano común y corriente pueda saber cuándo se están escribiendo los momentos importantes de la historia, pero seguramente sea muy parecido a esto que estamos viviendo, porque a partir de estos pequeños encuentros podemos hacer laboratorios de una paz posible”, dice Montero. Su hijo, quien lo acompañó ese 19 de abril, que en otros años fue sinónimo de corrupción electoral o de violencia insurgente, lo respaldó con una sonrisa.
La llena de gracia, la pioja, la visagra, la panelita, la cucarachita, la cajita, la arepa, la chocha, el pan, la panocha, la cuca. En una tarima improvisada, vestidas con jean, botas de caucho y camisetas blancas, las actrices Diana Ángel, Carolina Cuervo e Indhira Serrano hablaron de la vagina y su monólogo fue seguido con atención, seriedad y picardía, por cerca de 200 hombres y mujeres guerrilleros, sentados en bancas hechizas, de un auditorio de piso de tierra y techo de plástico negro.
En la vereda La Fila, del municipio de Icononzo, al oriente de Tolima, a tan sólo 135 kilómetros de Bogotá, están reunidos alrededor de 320 guerrilleros de los frentes 7, 17, 27 y 40 de las Farc. Allí, en los próximos días, atendiendo el calendario estipulado, dejarán las armas y empezarán su proceso de reintegración a la vida civil y política, como señala el Acuerdo de Paz al que llegaron con el Gobierno, después de más de 50 años de confrontación. (Vea nuestro especial sobre las zonas veredales)
Esta semana, por primera vez en su vida, estos guerrilleros vieron una obra de teatro de un grupo artístico distinto al suyo y con un contenido que no versa sobre “historia fariana” y propaganda: Los monólogos de la vagina, la obra escrita hace 21 años por la feminista y dramaturga estadounidense Eve Ensler, producto de las entrevistas que les hizo a 200 mujeres sobrevivientes de la guerra de Kosovo.
Una obra que hoy sigue teniendo una vigencia y fuerza brutales para hablar de violencias contra la mujer y reivindicaciones de sus derechos reproductivos y sexuales. En Colombia, la obra ha ruborizado y escandalizado a más de uno desde cuando el Teatro Nacional estrenó su montaje en 2001, bajo la dirección de su fundadora, la argentina Fanny Mikey.
Hasta esa loma empantanada de la vereda La Fila llegaron a presentar Los monólogos de la vagina tres de las cinco actrices de este montaje, acompañadas por el director del Teatro Nacional, Nicolás Montero, y la directora del Festival Iberoamericano de Teatro, Ana Marta de Pizarro.
Aceptaron la invitación de Yo aporto a la paz, una organización no gubernamental, sin afiliación partidaria ni ánimo de lucro, que busca respaldar y visibilizar la importancia del Acuerdo de Paz firmado y cuenta con el apoyo de las universidades de los Andes y la Pedagógica Nacional. La aceptaron venciendo el miedo y los prejuicios propios de una sociedad que sólo hasta ahora tiene el chance de humanizar a “los enemigos” de una guerra de tantos años y tantos muertos.
“El arte debe ser consecuente con lo que profesa. Tenemos que reconocernos en el otro, hay que empezar a acercarnos porque ellos también son colombianos, porque han tomado una decisión importante, porque debemos acercar este proceso de paz a las ciudades donde todavía no lo entienden o lo sienten muy lejano”. Esa fue la convicción de Diana Ángel, un poco antes de subirse a la tarima. La expresó desde el lugar de quien ha vivido de cerca la violencia del país. Su familia tiene una finca en el Llano y fue víctima de secuestro y asesinato por parte de los paramilitares en los años noventa.
Monólogos
“Yo no me toco. Nunca más. Ya no. El hedor de ese animal muerto no me lo puedo sacar del cuerpo. Desde que unos soldados metieron un rifle largo y grueso dentro de mí. Tan frío. Ya no. Nunca más. Desde que un pedazo de mi vagina se desprendió en mis manos. Seis de ellos empujaron botellas, estacas, hasta un palo de escoba. Mi vagina, mi pueblo natal”. El personaje que representaba Indhira se acurruca con dolor vivo. En el auditorio, la risa de los espectadores se transforma en sollozos soterrados. En recuerdos y memorias de guerra.
“Me acordé de ella. Fueron los timancos, en Guasca. La emboscaron. Iba con dos guerrilleros. Era mando de escuadra de la columna móvil Vladimir Esteven. A ellos los detuvieron, pero a ella sí la violaron, le sacaron sus intestinos, cortaron su cabeza, la colocaron en un palo y dejaron un letrero que decía: así deben morir las guerrilleras. Ella era Sirley Steven. Tenía 22 años. Era paisa, de ojos verdes. La célula política que creamos en Icononzo entre las mujeres cuidadoras tiene su nombre”. El relato es de Valentina Beltrán, pero no es exclusivo de ella.
“Yo me rompí en ese momento de la obra. Esa realidad fue común en la guerra. Camaradas, madres y hermanas de guerrilleros que fueron violadas y sometidas a vejámenes sexuales por los enemigos Esa verdad, de la que hemos ido hablando poco a poco, tenemos que sistematizarla porque corresponde a ese dolor colectivo que debemos superar entre todas y todos”, expresa Isabela Sanroque, guerrillera del bloque Jorge Briceño e integrante de la delegación de Paz de las Farc.
“Me conmovió mucho la parte de la mujer que fue violada. Me recordó a una compañera cuando cayó en una emboscada del Ejército en Meta. La violaron y le metieron un palo en la vagina. Ella murió allí. Uno sabía que eso podía pasar, ese era el miedo más grande”, las palabras son, esta vez, de Denys Aguilera, guerrillera del Séptimo frente de las Farc.
Son testimonios que comparten de manera reservada, como si estuvieran todavía digiriendo el dolor. Lo que sí repiten con insistencia, ante los micrófonos de los pocos medios de comunicación presentes, es que en la guerrilla no se sintieron vulneradas ni maltratadas como mujeres de ninguna manera. Lo dicen con firmeza y es entendible que quieran mostrar hasta en eso una cohesión colectiva en estos momentos en donde todo puede depender de ello y todo puede ser tergiversado y manipulado por los opositores al proceso.
Pero también es difícil de creer en esa verdad absoluta y sin tacha, cuando se conocen otros testimonios de desmovilizadas que han contado, por ejemplo, que en la guerra no pudieron tener a sus hijos a diferencia de las compañeras de algunos comandantes. Ahora, lo que sí resulta innegable es el liderazgo y la renovación política en el interior de las Farc que muchas de ellas representan en este tránsito a la vida civil.
“¿A qué huele tu vagina? -a tierra húmeda, a miel, a maternidad, a pescado cocido, al comienzo de todo”. La obra terminó y el aplauso fue aturdidor. Luego vinieron las fotos, los abrazos, los agradecimientos, las reflexiones.
“Cuando uno ve la reacción de la obra, los aplausos que no terminan, empieza a considerar la importancia de estos eventos y la realidad de que todo es posible, que ese con el que hace unos años era imposible hablar y comunicarse ahora está en frente”, dice Nicolás Montero. Él pertenece a una generación que no ha vivido un minuto de paz y que incluso llegó a creer que los colombianos tenían un gen violento donde esa palabra no tenía asidero.
“Yo no sé si un ser humano común y corriente pueda saber cuándo se están escribiendo los momentos importantes de la historia, pero seguramente sea muy parecido a esto que estamos viviendo, porque a partir de estos pequeños encuentros podemos hacer laboratorios de una paz posible”, dice Montero. Su hijo, quien lo acompañó ese 19 de abril, que en otros años fue sinónimo de corrupción electoral o de violencia insurgente, lo respaldó con una sonrisa.