Mujeres, con eco en la montaña

En la zona veredal de Mesetas (Meta), donde todo parece ser dominado por hombres, las mujeres han tomado la palabra para liderar sus comunidades. Allí se alojarán guerrilleros de las Farc antes de dejar las armas.

Jhon Alfonso Moreno
13 de febrero de 2017 - 01:45 a. m.
Marleny Orjuela y sus estudiantes han vivido al menos cinco combates en esta escuela rural de La Guajira.  / Jhon Moreno
Marleny Orjuela y sus estudiantes han vivido al menos cinco combates en esta escuela rural de La Guajira. / Jhon Moreno

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Alba Nelly Huila no sabe exactamente hace cuánto el pueblo nasa llegó a las montañas del Meta. Sus abuelos le contaban que salieron del norte del Cauca y caminaron por meses enteros: subieron a la cordillera Occidental, bajaron al gran valle del Magdalena por el Huila (de donde, dice, tal vez tomaron su apellido) y subieron luego a la cordillera Oriental para buscar “la Montaña”, como ellos llaman su resguardo. (Vea nuestro especial sobre las zonas veredales)

“Caminando las huellas de los grandes caciques, gracias a los espíritus que nos han permitido recorrer las huellas de nuestros U’ma y Tay...”, dice la tradición indígena, haciendo referencia a los ancestros creadores de la cultura nasa. U’ma y Tay son la mujer y el hombre, quienes tuvieron muchos hijos, entre ellos la estrella y el agua, los padres directos de la humanidad.

El historiador llanero Óscar Pabón afirma que fue hacia 1972 cuando empezaron a llegar los primeros miembros de la comunidad paez al Meta. Algunos de los que arribaron se devolvieron al Cauca en bus, para dar aviso de que habían visto nuevas tierras para hacer más grande la nación nasa.

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Era la misma época en que la política de adjudicación de baldíos aumentaba de forma exponencial. Sin embargo, debieron esperar hasta 1999, cuando les fue otorgado legalmente el terreno sobre el cual hoy se levanta el resguardo Ondas del Cafre, una ladera empinada de unas 4.000 hectáreas y más de 1.000 metros sobre el nivel del mar.

A finales del siglo XX, mientras el mundo se preocupaba por el Y2K, a los 140 indígenas nasas de esta comunidad les inquietaban los combates que se daban junto a sus casas entre el Ejército y las Farc. A varios de sus hermanos del resguardo Villa Lucía, también en Mesetas, les tocó desplazarse por el fragor de la guerra.

El resguardo indígena Ondas del Cafre está junto a La Guajira, vereda donde se levantó el campamento del Mecanismo de Monitoreo y Verificación (MMV), por lo que ahora los únicos helicópteros que ven salir y entrar son los de las personalidades que visitan la zona, muy cerca también de donde se concentran los guerrilleros que entregarán sus armas.

“Esperamos que esta no sea otra zona de despeje. Hace 18 años sufrimos la guerra y cuando se acabaron los diálogos todos echamos a perder, porque unos decían que éramos guerrilleros y los otros que ayudábamos al Ejército”, dice Alba Nelly, quien acaba de ser nombrada en la junta directiva del resguardo.

La voz de las mujeres

La voz femenina está ganando poder en estos apartados territorios, donde ahora se habla de paz. Mientras Alba Nelly no teme ahora decir las cosas que piensa y, al ser vocera del resguardo, se proyecta como una de las líderes de Ondas del Cafre, en Villa Lucía, el resguardo vecino, que está a cuatro horas, Livia Omaira Epe Flor tomó posesión como gobernadora a comienzos del año.

Ambas representan el espacio que se le ha dado a la población femenina en una región tradicionalmente machista. Sin embargo, en el caso de Alba Nelly, le gustaría que, por estar cerca de un escenario donde se construye paz, también su comunidad se viera beneficiada de alguna forma.

Pero muy cerca del resguardo, otra mujer también simboliza la tenacidad femenina en esta tierra agreste marcada por la reciedumbre masculina. Marleny Orjuela Baquero se echó al hombro, hace cinco años, la educación de los niños de la región.

En el 2011, cuando llegó a ser maestra de La Guajira, ningún otro docente quería venir a esta zona de orden público, caracterizada por los combates que sostenían las tropas del Ejército y las Farc para controlar el corredor del Sumapaz.

“Eran los mismos niños los que me decían qué hacer cuando empezaban los combates en la montaña. Ellos ya tenían un escondite y un protocolo de lo que uno debía hacer para evitar ser víctima de una bala perdida”, recuerda la profe Marleny, quien asegura que vivió el susto de por lo menos cinco combates junto a sus alumnos.

Hoy, justo al frente del patio de su escuela, se levanta el campamento donde Gobierno, guerrilla y Naciones Unidas verifican que el proceso de desarme transcurra según lo acordado.

“A veces me gustaría que alguien de los que están en ese campamento, ahí al frente, se pasara por aquí e hiciera algo de pedagogía para la paz. Los niños ven llegar al presidente Santos, a ministros, a muchos extranjeros, pero no entienden lo que ocurre. Es histórico, pero quienes vivimos aquí no lo sabemos”, asegura la profe Marleny.

Llama la atención sobre las necesidades que tiene su pequeña escuela, donde estudian 29 niños, pero que carece de restaurante escolar, laboratorios, internet y necesita una mejor estructura física. Hace poco lideró con los papás de los niños la construcción de anaqueles en madera y de ese modo improvisó una biblioteca.

Por su parte, Alba Nelly pide obras de mayor magnitud, pero necesarias para toda la comunidad. “Llevamos años pidiendo la interconexión eléctrica y nunca oyeron la petición, porque supuestamente es reserva forestal, pero ahora vemos que los postes y la red pasan a lo lejos, rumbo al campamento que los va a alojar a ellos (los desmovilizados de las Farc)”, afirma Alba Nelly, y agrega que “por la paz hay que hacer sacrificios”.

Solamente el número de personal de verificación y subversivos que llegará a esta zona veredal supera a la población que tradicionalmente han tenido Ondas del Cafre y La Guajira. Al área de concentración de Buenavista (Mesetas) se tiene previsto que arribarán 720 guerrilleros, mientras que la comunidad nasa tiene 280 indígenas dispersados por la montaña y en La Guajira no hay más de 400 personas.

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Alba Nelly, quien tomó la vocería de los paeces del Meta, reclamó también la terminación del proyecto de vivienda que beneficiará a 38 familias indígenas. Según ella, el proyecto de la Gobernación del Meta está paralizado desde hace meses, pero sí ve la voluntad para finalizar otras obras coyunturales, como la construcción de la carretera que los lleva hasta Mesetas.

El secretario de Vivienda del Meta, Luis Alberto Rodríguez, le respondió a Alba Nelly Huila explicándole que el retraso en la construcción del proyecto de vivienda se debió a un prolongado invierno que volvió intransitable la vía para transportar los materiales.

“Debido a estas circunstancias evidentes, se le hizo una prórroga al contratista hasta abril y en ese mes deben estar listas las viviendas para esta comunidad indígena. Si no hay avances, iniciaremos un proceso por incumplimiento”, explicó el secretario de Vivienda.

Con todo, tanto Alba Nelly como Marleny y la gobernadora Livia son reflejo de la tenacidad que deben tener las mujeres en estas montañas para que su voz sea tenida en cuenta. Ahora más que nunca, cuando los fusiles dejaron su estruendo.

Por Jhon Alfonso Moreno

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