Las mujeres que llevan la batuta del cuidado de la naturaleza en Rovira, Tolima
Alcira y Natalia son las guardianas del medioambiente en esta parte del Tolima. Su lucha más constante ha sido por mantener su municipio libre de minería. Ambas conforman el Colectivo Ambiental.
Valentina Parada Lugo
Lexa Yhomar Tavera*
Una de las grandes luchas que ha ganado Alcira Tavera Luna, de 55 años, fue hacer parte del proceso en el que se logró la declaratoria del Parque Natural Amaime Chilí (en Cajamarca, Rovira, Ibagué y Roncesvalles, Tolima) delimitando esta zona como área protegida por Parques Naturales Nacionales. No la libró sola. Lo hizo junto a un grupo de lideres y lideresas de los municipios en mención e impulsados por la corporación semillas de agua quienes convergen en zona de alta montaña, zona de páramo que un día fue el corredor estratégico de grupos al margen de la ley.
La declaratoria la expidió Cortolima el 27 de diciembre de 2017, un año decisivo para la minería en el Tolima luego de que las comunidades de Cajamarca se opusieran a que la empresa Ango Gold Ashanti siguiera explotando su territorio tras haber ganado la consulta popular. Ese año, según el Ministerio de Minas, había 44 municipios en ese departamento con la intención de convocar a consultas populares con la misma finalidad.
Vea: El conflicto por el oro entre una multinacional y mineros tradicionales de Antioquia.
Uno de esos fue Rovira, que buscaba detener a toda costa la idea de que esa compañía canadiense comenzara labores de exploración en una zona que tiene cerca de 13.000 hectáreas de páramo y que conecta con 25 nacimientos de ríos del Tolima. Una de las mujeres de lucha silenciosa que participó del proceso de incidencia fue Alcira Tavera, que recita la historia de memoria: “Logramos delimitar la zona de páramo para formar el Parque Natural, pero el reto estaba en qué hacer para no desplazar a las 21 familias que vivían adentro del páramo”.
La estrategia fue exitosa: propusieron implementar un pago por servicios ambientales que buscaba que las personas que vivieran dentro del área protegida recibieran una remuneración permanente a cambio de conservar y proteger el ecosistema. La iniciativa planteaba que un equipo de organizaciones de la sociedad civil y Cortolima pudieran verificar que los compromisos con la comunidad se cumplieran: tenían que retener carbono y agua en suelos, eliminar el uso de insecticidas en los cultivos, reforestar, entre otras obligaciones. La remuneración la calcularían según la evaluación del estado del ecosistema. Lograron involucrar a las comunidades como guardaparques o guardabosques, con tal de no ser desarraigados de su territorio.
El desarraigo es una palabra que doña Alcira siente fuerte en el cuerpo cuando alguien la pronuncia. Los ojos se le apagan y sonríe tímida. Recuerda que fue a mediados de la década de los 2000 que tuvo que abandonar su casa y su vida en la vereda Las Mangas sector de Los Andes por amenazas de la guerrilla contra su liderazgo social. En esa época en la zona delinquían los frentes 21 y 50 del Comando Conjunto Central Adán Izquierdo, al igual que los paramilitares del Bloque Tolima de las Auc. Ella era la presidenta de la Junta de Acción Comunal.
“Era una mujer que hablaba fuerte y sin miedo”, así se autodefine, aunque su tono de voz es pausado y dulce. Varias veces fue retenida por los grupos armados que buscaron acallarla hasta que lograron su desplazamiento. Aunque su más importante bandera siempre ha sido el medio ambiente, por esa época ella era la que reclamaba por las injusticias de la guerra que se ensañó con su pueblo, que había sido víctima de una masacre el 19 de julio de 1999, cuando las exFarc asesinaron a cuatro personas en Rovira.
Le puede interesar: El café de exFarc y víctimas del Tolima que quiere conquistar el mercado mundial.
Por esa época, dejó todo en la vereda y se quedó en el casco urbano para comenzar con el proyecto del Colectivo Ambiental de Rovira en 2005, que empezó como un hobbie pero que terminó siendo su razón de vida. Esta organización sin ánimo de lucro hoy día alberga a ocho personas más que, comprometidas por el cuidado de los ecosistemas, han mantenido al municipio libre de concesiones mineras.
Sin embargo, todo ese esfuerzo por lograr el reconocimiento económico para garantizar la conservación se frenó el pasado 29 de junio de 2022 cuando la nueva directora de Cortolima Olga Lucía Alfonso revocó el decreto con el que había logrado que las compensaciones fueran permanentes y periódicas y, por el contrario, dictó que estas serían: “equivalentes al total liquidado por la sumatoria de cuatro trimestres (un año)”.
Esa decisión para Natalia Giraldo, de 25 años, integrante del Colectivo, es una advertencia de las consecuencias que esto puede tener en el proceso que ya llevaban con la comunidad. “Lo que hizo Cortolima desincentiva a la gente que está en la zona porque ya les habían prometido que el pago iba ser constante y de repente esas condiciones van a cambiar. Es probable que la calidad del agua que viene del páramo vaya a desmejorar y eso es un retroceso social”.
La heredera de la lucha ambiental en Rovira
Natalia lo dice con conocimiento de causa. Es egresada de sociología, pero ha enfocado toda su carrera a las implicaciones sociales en el medio ambiente. Ella es quien ha heredado la lucha de doña Alcira, que a su edad también trabajaba por estas causas en Rovira. Ambas son ambientalistas empíricas y víctimas del conflicto armado. De hecho, se conocieron en medio de unas manifestaciones ciudadanas en las que participó Natalia estando en el colegio en 2009, justo después de que en la vereda de Riomanso, donde vivía en ese momento, se adelantaran actividades de exploración minera después de varias jornadas de desminado humanitario.
“Nos conectó un profesor porque en el colegio comenzamos a hacer marchas y movilizaciones para oponernos a que alguna empresa llegara al territorio a explorar si era viable para minería. Fueron varios días de protestas en la vereda Riomanso y allí nos topamos con el Colectivo que nos apoyó en el proceso”, cuenta. Desde entonces, siguió trabajando voluntariamente con doña Alcira en otros procesos de educación ambiental como el de reciclaje en el municipio.
Lea también: Onda Pacífica: El perdón de una víctima de secuestro a sus captores en el Tolima.
Alcira también es ambientalista empírica. La historia de Natalia, de hecho, se parece a la suya. Desde sus 20 años, cuando vivía en Los Andes, empezó siendo una pedagoga para intentar que los habitantes de la población tuvieran consciencia sobre la importancia de reducir los desechos. Funcionó por varios años, pero su ausencia en el territorio después del desplazamiento se siente en el ambiente. “Ya no hay nadie que se preocupe por esto o que intente decirle a la gente cómo deben manejar el problema de basuras que hay aquí”, lo repite mientras caminamos hacia la orilla del río, que parece más bien la orilla de un botadero de basuras si no es porque al fondo se escucha el paso del agua que se lleva todo el plástico que produce la vereda.
Paradójicamente, el lugar donde comenzó su liderazgo es uno de los menos conscientes con el reciclaje. Lexa Yhomar Tavera, su hija y también integrante del Colectivo, asegura que es porque nunca se ha podido concertar con las administraciones de turno que se habilite una ruta recolectora de residuos, por tanto, la población no se acostumbró a buscar otras alternativas para reducir sus basuras. “La gran lucha ha sido para que la alcaldía y la empresa de servicios públicos manden el camión de basuras, por lo menos, una vez al mes. Pero no lo hacen y la gente o entierra la basura o la echa al río”.
Para conocer el origen de la vocación de doña Alcira y de Natalia fuimos hasta las veredas de donde son oriundas para recordar su génesis. El río Riomanso y el río Los Andes que atraviesan los poblados de Riomanso y Los Andes respectivamente son el cordón umbilical de estas zonas del Tolima ricas en manantiales y acuíferos. Cuando llegamos hasta allí, pocas cosas estaban intactas. El ecosistema, según ellas, había cambiado y el río que antes movilizaba vida ahora se lleva toneladas de basura de esas y otras veredas más altas.
En Los Andes, por ejemplo, a doña Alcira la reciben con calidez. Fue la presidenta de la Junta de Acción Comunal por más de una década en los años más crudos de la violencia, cuando el conflicto armado se había ensañado con esa zona. Llegamos hasta su casa materna, a unos cinco minutos en carro desde el pueblo, pero su rostro se apagó al ver que en la vereda donde hizo liderazgo e incidencia desde pequeña, los habitantes todavía no consiguen cuidar las aguas que los rodean.
No pasó lo mismo en la vereda Riomanso con Natalia. Allí, la población ha tenido más consciencia ambiental y las estrategias de reducción de residuos y reciclaje se siguen aplicando. “La diferencia también es que acá sí pasa el camión de basuras una vez al mes, algo que no pasa en las otras veredas, eso hace que no haya mucho espacio para que la gente las bote por fuera”, explica Giraldo.
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Aunque el proceso de educación ambiental es lento y rocoso y puede ser más demorado en zonas tan apartadas como esas, ambas dicen con certeza que varios de sus procesos han trascendido y la resistencia ahora, es con los más grandes: las empresas. En 2008, la única compañía con títulos mineros en Rovira era Anglo Gold Ashanti, la misma multinacional que pretendía explotar oro en el municipio vecino de Cajamarca. “Pero logramos que la alcaldía tomara la iniciativa para realizar una consulta popular, que en esa época era vinculante, pero con la decisión de la corte suprema de solicitar al congreso que legisle sobre el asunto quedamos en parada “. Lo que freno este proceso fue la delimitación del parque regional Anime Chili.
Son las mujeres verdes de Rovira. Llevan la batuta de la defensa del territorio y sus voces tratan de hacerse escuchar y estar presentes en las más altas instancias políticas del departamento. Lexa Tavera, otra lideresa más silenciosa que está a la sombra de su madre, las define como las guardianas del medio ambiente en Rovira. “Por el ambiente convergen las mujeres”, concluye para terminar este artículo.
*Lexa Yhomar Tavera integra el Colectivo Ambiental de Rovira
**Este texto hace parte de varios productos periodísticos construidos con lideresas sociales del Tolima, Cartagena, Bogotá y otros municipios en el marco del proyecto de International Media Support (IMS) “Implementando la Resolución 1325 a través de los medios”, en asocio con la Alianza Iniciativa de Mujeres Colombianas por la Paz y el apoyo de la Agencia Noruega para la Cooperación al Desarrollo.
Una de las grandes luchas que ha ganado Alcira Tavera Luna, de 55 años, fue hacer parte del proceso en el que se logró la declaratoria del Parque Natural Amaime Chilí (en Cajamarca, Rovira, Ibagué y Roncesvalles, Tolima) delimitando esta zona como área protegida por Parques Naturales Nacionales. No la libró sola. Lo hizo junto a un grupo de lideres y lideresas de los municipios en mención e impulsados por la corporación semillas de agua quienes convergen en zona de alta montaña, zona de páramo que un día fue el corredor estratégico de grupos al margen de la ley.
La declaratoria la expidió Cortolima el 27 de diciembre de 2017, un año decisivo para la minería en el Tolima luego de que las comunidades de Cajamarca se opusieran a que la empresa Ango Gold Ashanti siguiera explotando su territorio tras haber ganado la consulta popular. Ese año, según el Ministerio de Minas, había 44 municipios en ese departamento con la intención de convocar a consultas populares con la misma finalidad.
Vea: El conflicto por el oro entre una multinacional y mineros tradicionales de Antioquia.
Uno de esos fue Rovira, que buscaba detener a toda costa la idea de que esa compañía canadiense comenzara labores de exploración en una zona que tiene cerca de 13.000 hectáreas de páramo y que conecta con 25 nacimientos de ríos del Tolima. Una de las mujeres de lucha silenciosa que participó del proceso de incidencia fue Alcira Tavera, que recita la historia de memoria: “Logramos delimitar la zona de páramo para formar el Parque Natural, pero el reto estaba en qué hacer para no desplazar a las 21 familias que vivían adentro del páramo”.
La estrategia fue exitosa: propusieron implementar un pago por servicios ambientales que buscaba que las personas que vivieran dentro del área protegida recibieran una remuneración permanente a cambio de conservar y proteger el ecosistema. La iniciativa planteaba que un equipo de organizaciones de la sociedad civil y Cortolima pudieran verificar que los compromisos con la comunidad se cumplieran: tenían que retener carbono y agua en suelos, eliminar el uso de insecticidas en los cultivos, reforestar, entre otras obligaciones. La remuneración la calcularían según la evaluación del estado del ecosistema. Lograron involucrar a las comunidades como guardaparques o guardabosques, con tal de no ser desarraigados de su territorio.
El desarraigo es una palabra que doña Alcira siente fuerte en el cuerpo cuando alguien la pronuncia. Los ojos se le apagan y sonríe tímida. Recuerda que fue a mediados de la década de los 2000 que tuvo que abandonar su casa y su vida en la vereda Las Mangas sector de Los Andes por amenazas de la guerrilla contra su liderazgo social. En esa época en la zona delinquían los frentes 21 y 50 del Comando Conjunto Central Adán Izquierdo, al igual que los paramilitares del Bloque Tolima de las Auc. Ella era la presidenta de la Junta de Acción Comunal.
“Era una mujer que hablaba fuerte y sin miedo”, así se autodefine, aunque su tono de voz es pausado y dulce. Varias veces fue retenida por los grupos armados que buscaron acallarla hasta que lograron su desplazamiento. Aunque su más importante bandera siempre ha sido el medio ambiente, por esa época ella era la que reclamaba por las injusticias de la guerra que se ensañó con su pueblo, que había sido víctima de una masacre el 19 de julio de 1999, cuando las exFarc asesinaron a cuatro personas en Rovira.
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Por esa época, dejó todo en la vereda y se quedó en el casco urbano para comenzar con el proyecto del Colectivo Ambiental de Rovira en 2005, que empezó como un hobbie pero que terminó siendo su razón de vida. Esta organización sin ánimo de lucro hoy día alberga a ocho personas más que, comprometidas por el cuidado de los ecosistemas, han mantenido al municipio libre de concesiones mineras.
Sin embargo, todo ese esfuerzo por lograr el reconocimiento económico para garantizar la conservación se frenó el pasado 29 de junio de 2022 cuando la nueva directora de Cortolima Olga Lucía Alfonso revocó el decreto con el que había logrado que las compensaciones fueran permanentes y periódicas y, por el contrario, dictó que estas serían: “equivalentes al total liquidado por la sumatoria de cuatro trimestres (un año)”.
Esa decisión para Natalia Giraldo, de 25 años, integrante del Colectivo, es una advertencia de las consecuencias que esto puede tener en el proceso que ya llevaban con la comunidad. “Lo que hizo Cortolima desincentiva a la gente que está en la zona porque ya les habían prometido que el pago iba ser constante y de repente esas condiciones van a cambiar. Es probable que la calidad del agua que viene del páramo vaya a desmejorar y eso es un retroceso social”.
La heredera de la lucha ambiental en Rovira
Natalia lo dice con conocimiento de causa. Es egresada de sociología, pero ha enfocado toda su carrera a las implicaciones sociales en el medio ambiente. Ella es quien ha heredado la lucha de doña Alcira, que a su edad también trabajaba por estas causas en Rovira. Ambas son ambientalistas empíricas y víctimas del conflicto armado. De hecho, se conocieron en medio de unas manifestaciones ciudadanas en las que participó Natalia estando en el colegio en 2009, justo después de que en la vereda de Riomanso, donde vivía en ese momento, se adelantaran actividades de exploración minera después de varias jornadas de desminado humanitario.
“Nos conectó un profesor porque en el colegio comenzamos a hacer marchas y movilizaciones para oponernos a que alguna empresa llegara al territorio a explorar si era viable para minería. Fueron varios días de protestas en la vereda Riomanso y allí nos topamos con el Colectivo que nos apoyó en el proceso”, cuenta. Desde entonces, siguió trabajando voluntariamente con doña Alcira en otros procesos de educación ambiental como el de reciclaje en el municipio.
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Alcira también es ambientalista empírica. La historia de Natalia, de hecho, se parece a la suya. Desde sus 20 años, cuando vivía en Los Andes, empezó siendo una pedagoga para intentar que los habitantes de la población tuvieran consciencia sobre la importancia de reducir los desechos. Funcionó por varios años, pero su ausencia en el territorio después del desplazamiento se siente en el ambiente. “Ya no hay nadie que se preocupe por esto o que intente decirle a la gente cómo deben manejar el problema de basuras que hay aquí”, lo repite mientras caminamos hacia la orilla del río, que parece más bien la orilla de un botadero de basuras si no es porque al fondo se escucha el paso del agua que se lleva todo el plástico que produce la vereda.
Paradójicamente, el lugar donde comenzó su liderazgo es uno de los menos conscientes con el reciclaje. Lexa Yhomar Tavera, su hija y también integrante del Colectivo, asegura que es porque nunca se ha podido concertar con las administraciones de turno que se habilite una ruta recolectora de residuos, por tanto, la población no se acostumbró a buscar otras alternativas para reducir sus basuras. “La gran lucha ha sido para que la alcaldía y la empresa de servicios públicos manden el camión de basuras, por lo menos, una vez al mes. Pero no lo hacen y la gente o entierra la basura o la echa al río”.
Para conocer el origen de la vocación de doña Alcira y de Natalia fuimos hasta las veredas de donde son oriundas para recordar su génesis. El río Riomanso y el río Los Andes que atraviesan los poblados de Riomanso y Los Andes respectivamente son el cordón umbilical de estas zonas del Tolima ricas en manantiales y acuíferos. Cuando llegamos hasta allí, pocas cosas estaban intactas. El ecosistema, según ellas, había cambiado y el río que antes movilizaba vida ahora se lleva toneladas de basura de esas y otras veredas más altas.
En Los Andes, por ejemplo, a doña Alcira la reciben con calidez. Fue la presidenta de la Junta de Acción Comunal por más de una década en los años más crudos de la violencia, cuando el conflicto armado se había ensañado con esa zona. Llegamos hasta su casa materna, a unos cinco minutos en carro desde el pueblo, pero su rostro se apagó al ver que en la vereda donde hizo liderazgo e incidencia desde pequeña, los habitantes todavía no consiguen cuidar las aguas que los rodean.
No pasó lo mismo en la vereda Riomanso con Natalia. Allí, la población ha tenido más consciencia ambiental y las estrategias de reducción de residuos y reciclaje se siguen aplicando. “La diferencia también es que acá sí pasa el camión de basuras una vez al mes, algo que no pasa en las otras veredas, eso hace que no haya mucho espacio para que la gente las bote por fuera”, explica Giraldo.
Le puede interesar: Las cinco alertas por afectaciones a la naturaleza tras firma del Acuerdo de Paz.
Aunque el proceso de educación ambiental es lento y rocoso y puede ser más demorado en zonas tan apartadas como esas, ambas dicen con certeza que varios de sus procesos han trascendido y la resistencia ahora, es con los más grandes: las empresas. En 2008, la única compañía con títulos mineros en Rovira era Anglo Gold Ashanti, la misma multinacional que pretendía explotar oro en el municipio vecino de Cajamarca. “Pero logramos que la alcaldía tomara la iniciativa para realizar una consulta popular, que en esa época era vinculante, pero con la decisión de la corte suprema de solicitar al congreso que legisle sobre el asunto quedamos en parada “. Lo que freno este proceso fue la delimitación del parque regional Anime Chili.
Son las mujeres verdes de Rovira. Llevan la batuta de la defensa del territorio y sus voces tratan de hacerse escuchar y estar presentes en las más altas instancias políticas del departamento. Lexa Tavera, otra lideresa más silenciosa que está a la sombra de su madre, las define como las guardianas del medio ambiente en Rovira. “Por el ambiente convergen las mujeres”, concluye para terminar este artículo.
*Lexa Yhomar Tavera integra el Colectivo Ambiental de Rovira
**Este texto hace parte de varios productos periodísticos construidos con lideresas sociales del Tolima, Cartagena, Bogotá y otros municipios en el marco del proyecto de International Media Support (IMS) “Implementando la Resolución 1325 a través de los medios”, en asocio con la Alianza Iniciativa de Mujeres Colombianas por la Paz y el apoyo de la Agencia Noruega para la Cooperación al Desarrollo.