Las organizaciones en Buenaventura construyen paz entre el conflicto y los vacíos estatales
El Centro de Formación y Empoderamiento para la Mujer Ambulua y la Asociación de Mujeres Campesinas de Guaimía son organizaciones que forman y acompañan el proceso de los nuevos liderazgos de mujeres, jóvenes y niños desde el área urbana hasta la zona rural del municipio.
Natalia Romero Peñuela
Las ideas de Gisella Díaz van más rápido que sus palabras. La sobrepasan. Es una lideresa lesbiana negra, de ojos grandes, oscuros y mirada nublada. Está sentada junto a la sabedora afro Aura Dalia Caicedo en un lugar seguro para hablar.
Gisella vino a contar que su historia de liderazgo nació luego del abuso sexual que sufrió, hace 16 años, a manos de hombres de las FARC. “Me dieron botazos en la cara. Dijeron: ‘A esta lesbiana hijueputa hay que hacerla mujer’ y metieron sus armas en mi vagina, mientras golpeaban a mi hijo”, recuerda mirando un punto fijo como si las imágenes se reprodujeran en el suelo. Vino a decir también que fruto de esa violación contrajo VIH, pero que con la fuerza de mujeres como Aura Dalia y organizaciones como Ambulua se capacitó, aprendió sobre violencia de género, ley de víctimas, atención al virus y ahora apoya a otras en el proceso.
Pero antes de contarlo todo se quiebra en llanto: “Mi papá se está muriendo”, dice. Y explica que él padece un cáncer terminal, el sistema de salud no le ha respondido y en el hospital lo dejaron caer; que por ir y venir de Cali perdió su empleo y ya no sabe más qué hacer. Todas en la mesa quedamos sin aliento.
“Eso es Buenaventura”, sentencia la profesora Aura Dalia después de un largo silencio. Saca de su bolso unos frascos pequeñitos, pone en las manos de Gisella gotas de un aceite con aroma a hierbas y le pide que inhale y exhale.
Eso es Buenaventura: uno de los puertos más importantes del país, pero con más del 80 % de la población en condiciones de pobreza multidimensional —sin acceso completo a servicios básicos— y con una tasa de homicidios que supera por más del doble a la nacional. Y lo dice Aura Dalia, una sabedora que ha dedicado su vida a la pastoral social, la etnoeducación, la reivindicación afro y los procesos colectivos de mujeres.
En contexto: Las mujeres de Quibdó que combaten la violencia formando líderes y lideresas
Aura Dalia es, además, la fundadora del Centro de Formación y Empoderamiento para la Mujer Ambulua, una de las organizaciones que, ante la violencia y la inoperancia estatal, capacita a mujeres como Gisella, pero también a jóvenes y niños en derechos, liderazgo, autocuidado y saberes ancestrales; es resistencia incansable. Eso también es Buenaventura.
El fruto de un camino andado
Cuando Aura Dalia Caicedo mira a los ojos, uno siente que ella ve más allá de uno. Tiene un misticismo que puede ser tan intimidante como abrazador. Su vida ha estado marcada por la fuerza de las mujeres mayores: por la de su madre, que la tuvo entre el arrullo del mar en Tumaco (Nariño); por la de la tía Empera, una vecina que en la niñez predijo que su futuro estaba fuera de su departamento, y por la de un grupo de mujeres de la iglesia del Carmen, que no sabían leer ni escribir pero la acogieron cuando llegó de 15 años a Buenaventura (Valle del Cauca) y le enseñaron a organizar a la gente y ayudar.
Ese encuentro fue el inicio de un camino que definiría lo que es hoy. “Alcancé mi reivindicación como negra, como mujer y la de mi vida pastoral”, dice. Gracias al trabajo en red, llegó a Pastoral Social Afro, desde donde hacían un llamado a la Iglesia a que partiera de la cosmovisión de los pueblos negros para enseñar el evangelio. También, por esos enlaces, llegó a estudiar Teología y ser nombrada maestra nacional. Y por su fuerza, que se podría definir feminista, llegó a conformar el colectivo Mujeres en Acción Comunitaria, luego a encabezar la Red Nacional de Mujeres Afrocolombianas y ser miembro de la Red de Mujeres Afrolatinoamericanas, Afrocaribeñas y de la Diáspora.
Por eso hoy dice que Ambulua, su fundación, es el fruto de un camino andado. “Este ya no es el Buenaventura de la confianza, el de las puertas abiertas. Pero uno tiene que llegar a tiempo con su experiencia y donarla. En mí donaron las mayores. Ahora hay que formar nuevos liderazgos”, dice. Y con ese fin en mente ha desarrollado iniciativas como “Cuando las mayoras hablan”, un puente entre sabias y jóvenes, o “Parece normal, pero es violencia”, entre otros talleres que incluyen capacitaciones en derechos, autocuidado y la promoción de saberes ancestrales como la música y la medicina.
Ambulua inició con 25 mujeres en el 2015 y ya tiene más de 120 entre jóvenes, niños y niñas, que tienen incidencia, además de Buenaventura, en Guachené, Puerto Tejada, Cartago y Santander de Quilichao.
Lea también: Así fue la caravana humanitaria por el Pacífico
La semilla que se siembra y florece
Junto a Gisella y Aura Dalia, en la mesa también está Alejandro Alomía, un muchacho alto, tierno y de mirada serena. No tiene más de 20 años, pero habla como si tuviera la experiencia de un mayor. Alejandro nació, literalmente, en medio de las balas, en San Francisco, uno de los barrios cuyo control ha pasado de disputa en disputa: primero entre las bandas La Empresa y La Local y más recientemente entre dos divisiones de esta última: Los Shotas y Espartanos, famosos por estos días por un acuerdo de cese a la violencia para llegar al sometimiento con el Gobierno de Gustavo Petro.
Alejandro creó su primera organización cuando tenía 13 años. “La violencia busca sacarnos a los jóvenes de nuestro territorio. Nosotros vimos amigos que, si no entraban a grupos armados, se perdían en sustancias psicoactivas. Entonces creamos nuestra propia organización en la que la mayor de todos era mi hermana, con 28 años, y el resto estábamos entre los 10 y los 16”, cuenta. Allí pedían donaciones a los tenderos de la ciudad, compraban mercados para entregarlos a familias vulnerables y preparaban comida para los habitantes de calle del centro. Al tiempo hacían actividades lúdicas entre jóvenes y practicaban música.
En 2019 conoció a Aura Dalia y se empezó a enfocar en resolución de conflictos y construcción de paz. En Ambulua, además de formarse, Alejandro canta, baila y compone. Ahora tiene su propia fundación: Ashé Massai, en la que a través del arte le apuesta a desestigmatizar a los jóvenes de Buenaventura.
Al finalizar la charla llega una joven con una sonrisa inmensa y cabeza rapada. Se llama Marlyn Garcés. Llega tarde porque la lluvia no la había dejado moverse, pero llega a mantener la esperanza viva.
A Marlyn, de 19, también se le nota en la palabra la influencia de la profe Aura. Habla fuerte y rápido. Ha participado en cuanto diplomado y escuela sobre participación política, gobernanza, liderazgo y diversidad ha podido desde los 15 años. Suficientes para definirse como “una mujer negra empobrecida, feminista y antirracista del Pacífico”.
Vea: El desarrollo, el conflicto y el racismo amenazan las vidas de las mujeres negras
Marlyn está convencida de que hay que resistir a la violencia desde aquí. “El territorio para nosotros es la vida. Lo que se da aquí no se puede dar en otro lado. Hay estrategias creadas para sacarnos, necesidades básicas insatisfechas y un racismo estructural. Pero no es de suerte que la gente sobreviva aquí, las prácticas ancestrales y el saber de los mayores nos han sostenido”, sentencia.
Con esa tarea, está estudiando Administración Pública Territorial. Y de la mano de Ambulua, ha escrito poesía, conocido procesos en otras ciudades y continúa aprendiendo a diario de las mujeres que le han “alimentado el corazón”. “Esto no se construye desde los jóvenes únicamente. Nosotros tenemos toda la fuerza, pero los adultos tienen toda la sabiduría. Hay un dicho de mi papá: el pie no le puede decir a la mano ‘quitate que vos no caminás’, porque la mano le pone las botas. Todos nos necesitamos para construir el futuro”, sentencia.
En ese proceso colectivo también ha sido fundamental el apoyo que les presta Oxfam, una unión internacional de oenegés que apoya a organizaciones locales en más de 90 países. Oxfam Colombia apoya a Ambulua y a cinco organizaciones más en Buenaventura en el aspecto financiero y el fortalecimiento técnico y legal.
“La paz y la justicia social, económica y ambiental no son posibles sin la garantía de los derechos de las mujeres”, sostienen desde Oxfam Colombia. Y por eso, las seis organizaciones que apoyan en Buenaventura tienen un marcado enfoque de género. Como organización feminista, dicen, quieren contribuir “a la construcción de la paz desde los territorios, con el liderazgo de las mujeres y de organizaciones de la sociedad civil para superar las desigualdades y garantizar la justicia social, de género y climática en el país”.
Resistencia femenina en el campo
En mayo del 2000, cuando paramilitares del bloque Pacífico y Calima de las AUC masacraron a 13 personas del corregimiento de Zabaletas, más de 3.200 personas de los corregimientos y veredas cercanas se desplazaron. Las únicas que se quedaron fueron las mujeres adultas mayores. La historia se repitió en 2003, cuando paramilitares entraron a matar a seis habitantes más.
Por eso, caracterizarlas, conocer su salud mental y recopilar los saberes que llevan consigo fue el primer objetivo que se trazó la Asociación de Mujeres Campesinas de Guaimía, la primera organización femenina de esa zona del municipio. Gracias a ellas se sostuvo este territorio”, asegura Flor Araújo, morena de ojos rasgados y cabello rizado.
Y justo en ese momento de dolor surgió la necesidad de unirse. “Las mujeres decidimos ser nuestras psicólogas, médicas y apoyo. Algunas perdieron a sus hijos, otras a sus esposos, yo viví violencia sexual por parte de las Farc y en medio de ese caos decidimos organizarnos”, añade Claudia Angulo, representante legal de la asociación. Hoy son 28 mujeres de las 89 familias de la vereda y trabajan juntas, también con el apoyo de Oxfam Colombia, para reivindicar sus derechos y los de niños y jóvenes en el área rural del sur del municipio.
Además del conflicto urbano, en la zona rural de Buenaventura hay dos guerras más. En el norte, hacia el corregimiento del Bajo Calima (que limita con el sur del Chocó) están las Agc y el Eln. Y hacia el sur se encuentra la columna móvil Jaime Martínez, miembro del Comando Coordinador de Occidente (disidente de Farc) contra el Eln y la Segunda Marquetalia, que en esta zona trabajan en alianza.
En medio de esa zozobra, sumada a la renuencia machista ante el liderazgo femenino, hoy son ellas quienes organizan intercambios generacionales entre sabedores, niñas y niños del colegio, rescatan prácticas ancestrales y se capacitan para fortalecerse organizativamente.
Ante la inmensidad de las problemáticas que afrontan sus territorios, las mujeres de Guaimía y Ambulua saben que su trabajo es limitado. “Una gota en el océano Pacífico”, diría Aura, frente a la violencia que “acecha como una bestia”. Pero por apoyos como el de Oxfam, dice Aura, “esa gota toca vidas y las transforma” y esperan que se fortaleza para continuar resistiendo y que la bestia no devore lo que queda.
Las ideas de Gisella Díaz van más rápido que sus palabras. La sobrepasan. Es una lideresa lesbiana negra, de ojos grandes, oscuros y mirada nublada. Está sentada junto a la sabedora afro Aura Dalia Caicedo en un lugar seguro para hablar.
Gisella vino a contar que su historia de liderazgo nació luego del abuso sexual que sufrió, hace 16 años, a manos de hombres de las FARC. “Me dieron botazos en la cara. Dijeron: ‘A esta lesbiana hijueputa hay que hacerla mujer’ y metieron sus armas en mi vagina, mientras golpeaban a mi hijo”, recuerda mirando un punto fijo como si las imágenes se reprodujeran en el suelo. Vino a decir también que fruto de esa violación contrajo VIH, pero que con la fuerza de mujeres como Aura Dalia y organizaciones como Ambulua se capacitó, aprendió sobre violencia de género, ley de víctimas, atención al virus y ahora apoya a otras en el proceso.
Pero antes de contarlo todo se quiebra en llanto: “Mi papá se está muriendo”, dice. Y explica que él padece un cáncer terminal, el sistema de salud no le ha respondido y en el hospital lo dejaron caer; que por ir y venir de Cali perdió su empleo y ya no sabe más qué hacer. Todas en la mesa quedamos sin aliento.
“Eso es Buenaventura”, sentencia la profesora Aura Dalia después de un largo silencio. Saca de su bolso unos frascos pequeñitos, pone en las manos de Gisella gotas de un aceite con aroma a hierbas y le pide que inhale y exhale.
Eso es Buenaventura: uno de los puertos más importantes del país, pero con más del 80 % de la población en condiciones de pobreza multidimensional —sin acceso completo a servicios básicos— y con una tasa de homicidios que supera por más del doble a la nacional. Y lo dice Aura Dalia, una sabedora que ha dedicado su vida a la pastoral social, la etnoeducación, la reivindicación afro y los procesos colectivos de mujeres.
En contexto: Las mujeres de Quibdó que combaten la violencia formando líderes y lideresas
Aura Dalia es, además, la fundadora del Centro de Formación y Empoderamiento para la Mujer Ambulua, una de las organizaciones que, ante la violencia y la inoperancia estatal, capacita a mujeres como Gisella, pero también a jóvenes y niños en derechos, liderazgo, autocuidado y saberes ancestrales; es resistencia incansable. Eso también es Buenaventura.
El fruto de un camino andado
Cuando Aura Dalia Caicedo mira a los ojos, uno siente que ella ve más allá de uno. Tiene un misticismo que puede ser tan intimidante como abrazador. Su vida ha estado marcada por la fuerza de las mujeres mayores: por la de su madre, que la tuvo entre el arrullo del mar en Tumaco (Nariño); por la de la tía Empera, una vecina que en la niñez predijo que su futuro estaba fuera de su departamento, y por la de un grupo de mujeres de la iglesia del Carmen, que no sabían leer ni escribir pero la acogieron cuando llegó de 15 años a Buenaventura (Valle del Cauca) y le enseñaron a organizar a la gente y ayudar.
Ese encuentro fue el inicio de un camino que definiría lo que es hoy. “Alcancé mi reivindicación como negra, como mujer y la de mi vida pastoral”, dice. Gracias al trabajo en red, llegó a Pastoral Social Afro, desde donde hacían un llamado a la Iglesia a que partiera de la cosmovisión de los pueblos negros para enseñar el evangelio. También, por esos enlaces, llegó a estudiar Teología y ser nombrada maestra nacional. Y por su fuerza, que se podría definir feminista, llegó a conformar el colectivo Mujeres en Acción Comunitaria, luego a encabezar la Red Nacional de Mujeres Afrocolombianas y ser miembro de la Red de Mujeres Afrolatinoamericanas, Afrocaribeñas y de la Diáspora.
Por eso hoy dice que Ambulua, su fundación, es el fruto de un camino andado. “Este ya no es el Buenaventura de la confianza, el de las puertas abiertas. Pero uno tiene que llegar a tiempo con su experiencia y donarla. En mí donaron las mayores. Ahora hay que formar nuevos liderazgos”, dice. Y con ese fin en mente ha desarrollado iniciativas como “Cuando las mayoras hablan”, un puente entre sabias y jóvenes, o “Parece normal, pero es violencia”, entre otros talleres que incluyen capacitaciones en derechos, autocuidado y la promoción de saberes ancestrales como la música y la medicina.
Ambulua inició con 25 mujeres en el 2015 y ya tiene más de 120 entre jóvenes, niños y niñas, que tienen incidencia, además de Buenaventura, en Guachené, Puerto Tejada, Cartago y Santander de Quilichao.
Lea también: Así fue la caravana humanitaria por el Pacífico
La semilla que se siembra y florece
Junto a Gisella y Aura Dalia, en la mesa también está Alejandro Alomía, un muchacho alto, tierno y de mirada serena. No tiene más de 20 años, pero habla como si tuviera la experiencia de un mayor. Alejandro nació, literalmente, en medio de las balas, en San Francisco, uno de los barrios cuyo control ha pasado de disputa en disputa: primero entre las bandas La Empresa y La Local y más recientemente entre dos divisiones de esta última: Los Shotas y Espartanos, famosos por estos días por un acuerdo de cese a la violencia para llegar al sometimiento con el Gobierno de Gustavo Petro.
Alejandro creó su primera organización cuando tenía 13 años. “La violencia busca sacarnos a los jóvenes de nuestro territorio. Nosotros vimos amigos que, si no entraban a grupos armados, se perdían en sustancias psicoactivas. Entonces creamos nuestra propia organización en la que la mayor de todos era mi hermana, con 28 años, y el resto estábamos entre los 10 y los 16”, cuenta. Allí pedían donaciones a los tenderos de la ciudad, compraban mercados para entregarlos a familias vulnerables y preparaban comida para los habitantes de calle del centro. Al tiempo hacían actividades lúdicas entre jóvenes y practicaban música.
En 2019 conoció a Aura Dalia y se empezó a enfocar en resolución de conflictos y construcción de paz. En Ambulua, además de formarse, Alejandro canta, baila y compone. Ahora tiene su propia fundación: Ashé Massai, en la que a través del arte le apuesta a desestigmatizar a los jóvenes de Buenaventura.
Al finalizar la charla llega una joven con una sonrisa inmensa y cabeza rapada. Se llama Marlyn Garcés. Llega tarde porque la lluvia no la había dejado moverse, pero llega a mantener la esperanza viva.
A Marlyn, de 19, también se le nota en la palabra la influencia de la profe Aura. Habla fuerte y rápido. Ha participado en cuanto diplomado y escuela sobre participación política, gobernanza, liderazgo y diversidad ha podido desde los 15 años. Suficientes para definirse como “una mujer negra empobrecida, feminista y antirracista del Pacífico”.
Vea: El desarrollo, el conflicto y el racismo amenazan las vidas de las mujeres negras
Marlyn está convencida de que hay que resistir a la violencia desde aquí. “El territorio para nosotros es la vida. Lo que se da aquí no se puede dar en otro lado. Hay estrategias creadas para sacarnos, necesidades básicas insatisfechas y un racismo estructural. Pero no es de suerte que la gente sobreviva aquí, las prácticas ancestrales y el saber de los mayores nos han sostenido”, sentencia.
Con esa tarea, está estudiando Administración Pública Territorial. Y de la mano de Ambulua, ha escrito poesía, conocido procesos en otras ciudades y continúa aprendiendo a diario de las mujeres que le han “alimentado el corazón”. “Esto no se construye desde los jóvenes únicamente. Nosotros tenemos toda la fuerza, pero los adultos tienen toda la sabiduría. Hay un dicho de mi papá: el pie no le puede decir a la mano ‘quitate que vos no caminás’, porque la mano le pone las botas. Todos nos necesitamos para construir el futuro”, sentencia.
En ese proceso colectivo también ha sido fundamental el apoyo que les presta Oxfam, una unión internacional de oenegés que apoya a organizaciones locales en más de 90 países. Oxfam Colombia apoya a Ambulua y a cinco organizaciones más en Buenaventura en el aspecto financiero y el fortalecimiento técnico y legal.
“La paz y la justicia social, económica y ambiental no son posibles sin la garantía de los derechos de las mujeres”, sostienen desde Oxfam Colombia. Y por eso, las seis organizaciones que apoyan en Buenaventura tienen un marcado enfoque de género. Como organización feminista, dicen, quieren contribuir “a la construcción de la paz desde los territorios, con el liderazgo de las mujeres y de organizaciones de la sociedad civil para superar las desigualdades y garantizar la justicia social, de género y climática en el país”.
Resistencia femenina en el campo
En mayo del 2000, cuando paramilitares del bloque Pacífico y Calima de las AUC masacraron a 13 personas del corregimiento de Zabaletas, más de 3.200 personas de los corregimientos y veredas cercanas se desplazaron. Las únicas que se quedaron fueron las mujeres adultas mayores. La historia se repitió en 2003, cuando paramilitares entraron a matar a seis habitantes más.
Por eso, caracterizarlas, conocer su salud mental y recopilar los saberes que llevan consigo fue el primer objetivo que se trazó la Asociación de Mujeres Campesinas de Guaimía, la primera organización femenina de esa zona del municipio. Gracias a ellas se sostuvo este territorio”, asegura Flor Araújo, morena de ojos rasgados y cabello rizado.
Y justo en ese momento de dolor surgió la necesidad de unirse. “Las mujeres decidimos ser nuestras psicólogas, médicas y apoyo. Algunas perdieron a sus hijos, otras a sus esposos, yo viví violencia sexual por parte de las Farc y en medio de ese caos decidimos organizarnos”, añade Claudia Angulo, representante legal de la asociación. Hoy son 28 mujeres de las 89 familias de la vereda y trabajan juntas, también con el apoyo de Oxfam Colombia, para reivindicar sus derechos y los de niños y jóvenes en el área rural del sur del municipio.
Además del conflicto urbano, en la zona rural de Buenaventura hay dos guerras más. En el norte, hacia el corregimiento del Bajo Calima (que limita con el sur del Chocó) están las Agc y el Eln. Y hacia el sur se encuentra la columna móvil Jaime Martínez, miembro del Comando Coordinador de Occidente (disidente de Farc) contra el Eln y la Segunda Marquetalia, que en esta zona trabajan en alianza.
En medio de esa zozobra, sumada a la renuencia machista ante el liderazgo femenino, hoy son ellas quienes organizan intercambios generacionales entre sabedores, niñas y niños del colegio, rescatan prácticas ancestrales y se capacitan para fortalecerse organizativamente.
Ante la inmensidad de las problemáticas que afrontan sus territorios, las mujeres de Guaimía y Ambulua saben que su trabajo es limitado. “Una gota en el océano Pacífico”, diría Aura, frente a la violencia que “acecha como una bestia”. Pero por apoyos como el de Oxfam, dice Aura, “esa gota toca vidas y las transforma” y esperan que se fortaleza para continuar resistiendo y que la bestia no devore lo que queda.