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Cuando Juan Manuel Echavarría le preguntó a Luzmila Palacio qué había pasado en Juradó (Chocó), cómo fueron esas tomas guerrilleras, ella le confesó que no podía hablar de eso. No podía nombrarlo. Solo podía cantarlo. Y lo cantó. La canción de Palacio es la segunda de la obra Bocas de Ceniza (2003), una videoinstalación que, con cámara fija, captura los rostros de los cantores y cantoras, sobrevivientes de la tragedia que ha sido la guerra en Colombia. Y es ese testimonio cantado el que permite, a quienes lo oyen y lo ven, comprender la dimensión del dolor sufrido. Lo que Echavarría llama “la mirada oblicua”, que permite mirar sin horrorizarse, incluso con el horror.
La comisionada de la Verdad Lucía González, quien durante muchos años ha trabajado sobre el arte en los problemas sociales, dice que es la mirada poética la única capaz de nombrar y narrar lo que de otra manera no podría hacerse. Como no lo podía hacer Luzmila Palacio. Por eso nació Nombrar lo innombrable, un espacio de la Comisión de la Verdad para hablar sobre el arte y la verdad del conflicto. La primera de estas conversaciones fue con Ignacio Piedrahíta, escritor de La verdad de los ríos. Y el segundo invitado fue Echavarría. “Es cómo entender que el arte ha sido testimonio, prueba, resistencia, y nosotros lo podemos leer en lo que han hecho los artistas y en las prácticas culturales, porque hay que hablar de los alabaos, los rituales comunitarios, las expresiones artísticas y culturales para resistir”, dice.
Sin embargo, la pregunta sobre el arte es una de las que planteó a la Comisión y que han venido trabajando. “¿Qué hay en la cultura que permitió que el conflicto armado se enquistara y se haya venido desarrollado en esa crueldad y haya sido tan difícil terminarlo? Pero también hay que preguntarse ¿qué hay en la cultura que ha hecho que comunidades o territorios hayan sido capaces de oponerse y hacerle frente a la guerra? Y creo que ahí hay una pista positiva”, anota González.
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Y para la primera pregunta se han propuesto identificar patrones culturales, de modo que puedan, al menos, interpelarse. Aparece entonces el racismo, el patriarcado y el colonialismo. “Por ejemplo, el proyecto paramilitar es un proyecto colonial y patriarcal, y luego nos damos cuenta de que también es racista”. Y esto causó afectaciones en la cultura de diferentes territorios. Sin embargo, la práctica artística continúa.
Nombrar lo innombrable parte también de que hablar sobre estos temas, por ejemplo, desde la política o desde el discurso académico, convierte a quien lo hace en un sospechoso, en un blanco de amenazas. Pero cuando se hace desde la mirada artística es otra cosa “Por ejemplo, esos cuadros que tiene Juan Manuel hechos por los combatientes. Cuando uno los narra, es una cosa impresionante. Y nadie podría decir que eso que hizo ese chico es mentira. Tiene que ser muy vil para negarlo. O los testimonios de Bocas de Ceniza. ¿Alguien podría decir que eso que cantan es falso? No, yo no creo que haya una insensibilidad de ese tamaño”, explica la comisionada.
Precisamente esa sensibilidad que sale del artista y conmueve al espectador no parte de lo racional, sino que despierta la empatía, la consciencia de la magnitud de la tragedia. "Yo creo que el arte, sea cine, teatro, literatura, música, poesía, fotografía, nos puede conmover y revelar el lado luminoso o la cara oscura de la luna", escribió Echavarría en uno de sus diarios de viaje. Y se refiere a que “el arte sirve para visibilizar lo invisible, sobre todo en una población urbana. Mi arte habla desde lo rural, desde el campesino, y su objetivo es ser un medio para la labor del campesino”.
Echavarría, que trabaja con víctimas, dice que esa idea se hace cierta cuando, al salir de sus exposiciones, la gente escribe cómo los afectó la obra, y esto queda plasmado en los libros que él dispone para conocer las opiniones del público. Es entonces una manera para romper el blindaje que se crea ante la reiteración de los hechos violentos, porque “si tuviéramos consciencia de los muertos que tiene este país, una verdadera compasión, no podríamos existir”, anota González.
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Y más allá de lo individual, el arte debe aportar a construir la dignidad de las personas que han sido excluidas del relato de país. “Y es cierto que la violencia se ha ensañado en los sectores más pobres y excluidos del país, entonces no cuentan. Como que se ve que están matando unos campesinos ahí y unos sindicalistas, y no duelen porque no hacen parte de nuestro relato de nación, y esa es una construcción que hay que terminar de hacer en este país. O cuando aprendimos historia, ¿dónde estaban los negros y dónde estaban los indígenas? Cuando yo llegué al Museo de Antioquia (como directora) había una sala de culturas prehispánicas, es decir, los indígenas estaban en la prehistoria. Y en el Museo Nacional fue así hasta hace poco”.
Son precisamente esas reflexiones profundas las que intenta proponer Nombrar lo innombrable. Para eso habrá otros artistas invitados como el escritor Pablo Montoya, ganador del premio Rómulo Gallegos; o Doris Salcedo, artista de la obra Fragmentos, el contramonumento hecho con las armas fundidas de la antigua guerrilla de las Farc; o José Alejandro Restrepo, quien ha estudiado la relación de la iglesia con la violencia. En todo caso, será el arte como prueba de lo vivido en la guerra.