La historia de Caracas, el ex-FARC que será alcalde del pueblo más grande del país

Armel Caracas perteneció a la guerrilla durante 20 años. Tras la firma del Acuerdo de Paz, regresó a Cumaribo, Vichada, uno de sus principales municipios de influencia. Asegura que en este pueblo, 40 veces más extenso que Bogotá, todo está por hacer: “No hay ni un kilómetro de carretera pavimentado y el acceso a servicios es precario”. Perfil.

Julián Ríos Monroy
20 de noviembre de 2023 - 12:35 p. m.
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Cuando se supo que el proceso de paz con el Gobierno por fin había llegado a un punto definitivo y la antigua guerrilla de las FARC abandonaría las armas, Armel decidió iniciar su tránsito a la vida civil en Guaviare, pero sus compañeros sabían que no duraría mucho allí. Todos los días, en algún momento, lo escuchaban hablar del Vichada, un departamento vecino en el que pasó buena parte de los 20 años que perteneció a la insurgencia.

Era una añoranza: lo oían planeando su nueva vida allá como si fuera una tierra prometida que le reclamaba regresar. Y apenas pudo, lo hizo. En 2017, pocos meses después de la firma del Acuerdo de Paz, fue nombrado delegado del Programa Nacional Integral de Sustitución de Cultivos de uso Ilícito (PNIS) en Cumaribo, el municipio más grande de Colombia: “Tiene 65.193 kilómetros cuadrados y supera en extensión a 125 países del mundo”, dice Armel Caracas.

Volvió a trabajar con las comunidades que lo conocieron como organizador de masas del Bloque Oriental de las FARC —una labor política, la más cercana a la población, de relacionamiento y mediación de conflictos— y en 2019 decidió lanzarse a la Alcaldía.

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En esa ocasión no le alcanzaron los votos, pero en los cuatro años siguientes mantuvo su trabajo hasta duplicarlos (pasó de 1.228 a 2.642). En las elecciones regionales del 29 de octubre, fue elegido alcalde de Cumaribo, un pueblo de 80.000 habitantes en el que, asegura, “está todo por hacer”.

Así logró Caracas la victoria en la alcaldía de Cumaribo

Allá, en ese territorio que se pierde entre sabanas y selvas, algunos aún lo conocen como Arley, el nombre que tuvo en la guerrilla, pero desde hace tiempos se presenta con su identidad real. “Mucho gusto, Armel Caracas Viveros”, dice pausadamente con su voz grave y una sonrisa tímida. Nuestro encuentro se da un viernes de noviembre en la sede del Partido Comunes en Bogotá.

El alcalde electo es un hombre menudo, de 165 centímetros de estatura. Ese día vestía blazer gris, camisa blanca y zapatos negros de cuero; un atuendo opuesto al que frecuentó hasta hace pocas semanas en sus correrías de campaña, con cachucha, jean y camiseta (así, y sosteniendo un racimo de plátanos, quedó retratado en una de las fotografías que más se compartieron cuando ganó la alcaldía).

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Armel Caracas tiene 46 años. Perteneció a las FARC durante dos décadas.
Armel Caracas tiene 46 años. Perteneció a las FARC durante dos décadas.
Foto: Archivo particular

Viajó a Bogotá tras su triunfo en las votaciones para sostener algunas reuniones y recibir la felicitación de los dirigentes de Comunes, los antiguos máximos jefes de la extinta guerrilla de las FARC, que hace siete años lideran la transición de las armas a la política. Un proceso difícil, que ha estado atravesado por la estigmatización, el señalamiento y la violencia contra los exguerrilleros (más de 400 han sido asesinados desde 2016).

En parte por eso, la victoria de Caracas en las urnas implica una hazaña. No se lanzó por Comunes, sino por el Pacto Histórico, y fue el único firmante de paz en ganar una alcaldía en las recientes elecciones (los otros tres candidatos a esos cargos no solo se quemaron, sino que estuvieron en los últimos lugares).

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“Después de perder en las votaciones de 2019, continuamos trabajando con las comunidades, haciendo mucho trabajo social, apostándole al deporte. Para la nueva campaña, nuestro plan de gobierno y nuestro mensaje hacia la comunidad era construir una nueva realidad social en la que todos contaran, en la que nosotros siquiera podamos tomarnos un vaso de agua potable al llegar del trabajo”, dice Armel mientras caminamos por las calles de Teusaquillo.

Muy cerca de él siempre está su esposa, a quien le cede buena parte del crédito de su triunfo. Ella es Fabiola Salgado, una cumaribense de ascendencia indígena sikuani. Se conocieron en el municipio después de que Caracas dejó las armas y, según dice, “ella fue una pieza fundamental durante toda la campaña”.

“Los habitantes del pueblo, y me incluyo, tenemos las esperanzas puestas en él, porque realmente se necesita un cambio, se necesitan muchos proyectos para las comunidades indígenas y campesinas. La gente sabe que es una persona seria y comprometida, como dicen en el campo: que es un hombre de palabra”, afirma Fabiola.

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Armel nació lejos de allí, en Puerto Rico (Caquetá). En 1996 ingresó a las FARC, y tres años después llegó al frente 16 del Bloque Oriental, que operaba en Vaupés, Guainía y Vichada.

Quienes lo conocieron en la guerra lo recuerdan por su capacidad para memorizar datos, su formación política y su disciplina. En una organización que en varias zonas contradijo sus principios fundacionales y cometió cientos de vejámenes contra la población con el poder otorgado por las armas, él actuó fiel a la idea de que las FARC eran el “ejército del pueblo”, y esa imagen le sirvió para ganarse el apoyo de las comunidades que recorrió durante dos décadas.

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“Es un tipo al que nunca le ha gustado el trago ni ningún vicio. En el trabajo que tenía de organizador de masas nunca fue de esos mandos abusivos con la gente. Esa labor era la que posicionaba al movimiento en una zona: si usted la hacía bien, la organización quedaba bien, y en ese sentido el nombre de él (Arley en ese entonces) era muy respetado y reconocido en Vichada”, cuenta un exguerrillero que lidera el antiguo Espacio Territorial de Capacitación y Reincorporación (ETCR) de Charras, Guaviare, donde Armel hizo su dejación de armas.

Desde cuando estaba en ese ETCR, Caracas empezó a pensar en dar un salto a la política. “Era lo que esperábamos después de firmar la paz: poder desarrollar nuestras ideas mediante la democracia”, dice.

Sin estar en el gobierno local, impulsó varios proyectos que le dieron prestigio entre algunos sectores. Su esposa, que habla su lengua indígena, lo acompañó a conversar con las comunidades indígenas, y también se metió por el lado del deporte: coordinó la creación de 10 clubes y una liga de microfútbol, y varios de estos compitieron en otros departamentos.

La gente le fue abriendo espacios, y el mayor gol lo marcó después de organizar un torneo al que llegaron delegaciones de seis departamentos. También asistió María Isabel Urrutia, que en la época era ministra del Deporte. Aquella imagen fue una catapulta en esa tierra donde pocos representantes del Estado han aterrizado.

Hoy, con 46 años encima y tras casi media vida en el monte, el alcalde electo afirma que varias lecciones de su pasado pueden servirle para administrar Cumaribo: “Lo primero que nos enseñaron fue a tener disciplina, cumplimiento y compromiso. Esos valores me permitieron tener un reconocimiento del pueblo, de que Armel cumple. La disciplina es el ingrediente vital que acompaña a toda operación de éxito y que todo lo que aprendimos de la coordinación lo vamos a poner al servicio de la comunidad”.

El municipio más grande y uno de los más abandonados

Cumaribo es un pueblo de paradojas. Es el primer municipio en superficie del país, pero también uno de los más abandonados por el Estado y el segundo más empobrecido (la última medición del DANE indicó que nueve de cada 10 habitantes vivían en la pobreza). Es rico en fuentes hídricas, pero sus pobladores no saben qué es tomarse un vaso de agua potable salida del grifo. Limita con Venezuela y tres departamentos colombianos, pero la ausencia de carreteras dificulta cualquier modelo de comercio y desarrollo.

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“Hoy en día Cumaribo no tiene el primer kilómetro de carretera pavimentado. La salud es bastante precaria, igual la educación, y no ha habido procesos que muevan la economía, porque la economía se mueve en rueda, y si no hay un kilómetro pavimentado, pues imagínense todo lo demás”, dice Armel.

Su victoria en las urnas se sumó a los escaños conseguidos por el Pacto Histórico, movimiento político del presidente Gustavo Petro, y su meta es que se pueda aprovechar “la coyuntura de tener un gobierno que le apuesta a estas regiones marginadas” para empezar a construir esa nueva realidad que prometió en campaña.

Desde la óptica de Caracas, “el presidente tiene una mirada bastante ambiciosa y un camino para lograr las oportunidades de cambio: el proyecto de paz total, que es muy eficaz y espero que se pueda alcanzar, por el bien del pueblo colombiano, que es quien paga y sufre las consecuencias del conflicto”.

Él, que conoció la guerra y ahora trabaja para que no se repita, tiene claro que el único camino para que el país salga del bucle de violencia del último siglo es apostarle al fin de los conflictos y a la reconciliación.

De hecho, su historia con el pueblo de Cumaribo muestra que ese es un camino viable. Ese fue el último municipio del país donde las FARC cometieron una masacre antes de empezar formalmente los diálogos de paz en La Habana (Cuba), en 2012, pero ese pueblo se convirtió en el segundo del país en elegir a un exguerrillero como alcalde (el primero fue Turbaco, Bolívar, donde Julián Conrado ganó en 2019).

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Como en otras regiones, Caracas tuvo que luchar contra la estigmatización, las campañas de desprestigio y los señalamientos. Descubrió incluso que “la política puede ser más sucia que la guerra”, pero fue consciente, tras la derrota en su primera candidatura, de que había que seguir trabajando para cerrar la desconfianza y las heridas que abrió el conflicto.

“Acá hemos trabajado mucho en la reconciliación. No podemos envolvernos en un discurso anacrónico, porque eso nos deja en el pasado. En estas zonas olvidadas han recordado mucho al Estado por su presencia militar y nada por programas sociales que verdaderamente le generen unas mejores condiciones de vida a las familias de estas regiones. Y esos son motivos por los cuales encuentran en nosotros una nueva alternativa y nos dan la opción de demostrarlo”, asegura Armel Caracas.

Nuestra conversación termina hablando de sus antiguos compañeros en armas, los exguerrilleros que no han logrado llegar a la política, los que siguen transitando a la vida civil en medio de dificultades y los más de 400 que han sido asesinados en medio de su proceso de reincorporación.

La primera apuesta que menciona para ellos es unidad. Dice que en eso deben concentrarse los esfuerzos: “Si cada uno jala para su lado, seremos débiles, pero si seguimos unidos, estaremos fuertes. Fue así como nos mantuvimos cuando estábamos en la organización, y eso mismo debe hacernos fuertes ahora”.

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Caracas se despide y se dirige a una camioneta para retornar a Cumaribo. Le quedan más de 18 horas de camino, la mayoría, a través de una trocha imposible que solo pueden atravesar los vehículos 4x4, que será uno de los primeros problemas que debe ver cómo resuelve desde el próximo 1.° de enero, cuando empezará su gestión.

Julián Ríos Monroy

Por Julián Ríos Monroy

Periodista y fotógrafo. Es subeditor de Colombia+20 y profesor de cátedra en la Universidad del Rosario.@julianrios_mjrios@elespectador.com

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Hernando(58851)26 de enero de 2024 - 12:21 a. m.
Muchísimo progreso, bienestar y concreción de los planes del señor alcalde Elmer Caracas Viveros para orgullo y satisfacción de las y los Cumaribeños.
Iliana(21165)20 de noviembre de 2023 - 03:46 p. m.
Impresionante la extensión de este municipio. Lo que esperaría es que la intención de paz, el conocimiento político y social y lo que se ha avanzado en proceso de paz podamos tener ejemplos en Colombia de lo que estamos avanzando a pequeña velocidad.
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