Manifestantes del paro nacional 2021 lideran proyectos contra la estigmatización

Jóvenes de Bogotá, Cali, Medellín y Buenaventura desarrollan procesos populares de pedagogía, arte, medio ambiente, y comunicación alternativa para mostrar que, tras el estallido social, sus luchas continúan vigentes y para romper con el estigma de que son violentos.

Natalia Romero Peñuela
16 de mayo de 2022 - 01:00 p. m.
Los jóvenes unieron esfuerzos en huertas, escuelas populares y emprendimientos locales. / Pastoral Afro Cali
Los jóvenes unieron esfuerzos en huertas, escuelas populares y emprendimientos locales. / Pastoral Afro Cali
Foto: Cortesía
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El cabello afro cuidadosamente peinado de Brayan Aldana se desacomoda al ritmo de sus palabras nerviosas pero certeras. “El Paro Nacional ahora está detenido a la espera de lo que suceda en el escenario electoral, pero nosotros no hemos dejado nunca de organizarnos ni de actuar desde los barrios, desde los espacios locales de resistencia”, dice sentado en la tarima de la plaza fundacional de Bosa, en Bogotá.

Con “nosotros” se refiere a los y las jóvenes que han construido pequeños procesos de resistencia enfocados en la educación, la defensa del medio ambiente, el arte, y la comunicación alternativa.

Todos han hecho ese trabajo desde colectivos creados antes del Paro Nacional de 2021, pero que se afianzaron tras las manifestaciones. Por ejemplo Aldana, de 26 años, está a punto de graduarse como profesor de Ciencias Sociales en la Universidad Distrital y el camino de la lucha social que lo ha inspirado desde la adolescencia, lo ha llevado a ser ahora el líder del Colectivo Nicolás Neira.

Hace poco más de un año, el 28 de abril de 2021, y tras la presentación de un proyecto de reforma tributaria que gravaba más productos de la canasta familiar el estallido social volvió a hacerse sentir. La declaración de pandemia puso al sentir de la calle en pausa en esa primera gran manifestación que inició el 21 de noviembre de 2019 y se extendió hasta febrero de 2020. Pero con las protestas regresó la respuesta violenta por parte de la Fuerza Pública, que la misma Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) denominó en su informe de julio pasado como “un uso excesivo y desproporcionado de la fuerza” por parte del Estado durante las protestas.

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Las cifras así lo mostraron. Según un informe conjunto entre la ONG Temblores y el Instituto de Estudios para el Desarrollo y la Paz (Indepaz), solo entre el 28 de abril y el 28 de junio de 2021 se registraron 75 asesinatos, de los cuales 44 tienen presunta autoría de la Fuerza Pública. Además, reportaron 83 personas con lesiones oculares, 28 víctimas de violencia sexual, 1.832 detenciones arbitrarias y 1.468 casos de violencia física por uniformados.

Estas dos últimas contaron con relatos y videos de capturas realizadas por personas de civil, casos de tortura para confesar delitos no cometidos, amenazas de imputarles el delito de terrorismo a los manifestantes o denuncias del uso de infraestructura no oficial para la retención, como el caso del Portal de las Américas -denominado por los manifestante como Portal Resistencia- en Bogotá.

Valentina Ocampo, de tez blanca, media cabeza rapada y rastas que le llegan a la mitad de la espalda, y quien también lidera el Colectivo Nicolás Neira con Brayan, tiene muy presente esos episodios. Ambos recuerdan cómo se congregaron miembros de las primeras líneas de Bosa que resultaron enfrentados al Esmad y retenidos ilegalmente en ese Portal de TransMilenio, cercano a Bosa, pero también rememoran lo que vivieron en escenarios pacíficos organizados por ellos mismos. “Hubo bloqueos de vías cubiertos por un pie de fuerza enorme. Hacíamos eventos culturales en la Glorieta de la 86 o de la Resistencia Popular (un punto de conexión con otros barrios del sur de Bogotá) y cuando no habíamos ni empezado a montar la olla para el canelazo ya había dos buses y una tanqueta del Esmad señalándonos. La estigmatización y la represión estaban siempre ahí”, cuentan.

“El Nico”, como le dicen al colectivo que lleva el nombre de un joven de 15 años asesinado por un agente del Esmad en 2005, estuvo centrado en el impacto gráfico, “en invadir paredes de conciencia a través de la imagen, que también contribuye a generar pedagogía y memoria de los procesos que afectan a la localidad”, explica Brayan. Durante el paro lo hicieron a través de fanzines y papelones pedagógicos creados con técnicas de xilografía, serigrafía y esténciles en los que se apoyaban para hacer pedagogía sobre la reforma tributaria, el desmonte del Esmad y otras motivaciones que los llevaban a marchar. También registraban consignas populares que resignificaban el prejuicio que hay sobre esas zonas: “Somos las neas de los barrios luchando por la vida y el pedazo”, se lee en uno de ellos escrito sobre la silueta negra del escudo de un joven de primera línea en cuya espalda, hay llamas pintadas de rojo.

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La estigmatización fue un patrón común para las organizaciones juveniles. “Más hacia estos barrios que han sido definidos desde la vulnerabilidad, la pobreza y la violencia”, dice Julieth Corredor, vocera del Colectivo Tejiendo la Montaña. La joven comunicadora, de cabello lacio y abundante, habla desde el otro lado de la Autopista Sur, en La Estancia (Ciudad Bolívar), otro de los puntos álgidos de la protesta en el sur de Bogotá. “Es claro que esas son características de estos barrios, pero al resaltar solo eso se desconocen las apuestas que se han construido desde quienes vivimos aquí para hacerle frente a esas problemáticas, para defender y soñar el territorio”, añade.

Por eso, durante el paro nacional aprovecharon los espacios de escuela que habían desarrollado antes sobre la democratización de la comunicación y usaron las redes sociales para contrarrestar el relato institucional y contar el paro desde su propia mirada.

“Los ‘en vivo’ fueron fundamentales porque mostrábamos en tiempo real lo que pasaba. Mientras el noticiero hablaba de vandalismo, nosotros veíamos los abusos de la Policía, que en este sector dejaron 72 detenciones arbitrarias y 5 lesiones oculares”, afirma Corredor.

El paro, sin duda, fue un escenario de visibilización y exigencia de las reivindicaciones con las que empezó a consolidar el relevo generacional del movimiento social. Con su desescalamiento, las propuestas de los colectivos, al contrario de desaparecer, se fortalecieron.

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Las apuestas locales

”Somos tierra, semillas y resistencia”, se lee sobre la pintura de una mujer campesina que levanta su ruana para mostrar la fuerza del bíceps izquierdo, como en la pose famosa de reivindicación del trabajo femenino. A su espalda, sobre la ruana, que parece más bien una capa, nacen maíces, papas, lechugas y frutos. Y frente al muro en el que está pintada, la huerta “Siempre viva” se levanta. Allí, en un espacio de no más 9 m2 el colectivo Tejiendo la Montaña creó la Escuela de Comunicación Popular Semillas de Resistencia en la que trabajaban varios ejes a la vez: “se recuperaban saberes ancestrales de soberanía alimentaria y disputas ambientales a través de la huerta y reflexionábamos sobre cómo contar y visibilizar el barrio desde la fotografía”, dice Marcela Serrato, otra de las voceras del colectivo.

Como el Nicolás Neira, incentivaron el uso de herramientas como el fanzine y la fotografía para contar sus propias historias, lo que era al tiempo un ejercicio de memoria. “Fue también un espacio de encuentro intergeneracional: entre las casi 40 personas había adultas mayores, niños y jóvenes que hablaban sobre la siembra, sobre el alimento y sobre sus orígenes diversos, pero necesidades y sueños comunes”, añade Julieth.

Entre tantas luchas, también tuvieron que suplir las necesidades agudizadas por la pandemia. “Varios colectivos hicimos colectas para ayudarles a las familias más vulnerables, hicimos fanzines de pedagogía sobre cuidados de prevención del Covid-19 e hicimos pedagogía en varios puntos estratégicos de las localidades. Pero nos desbordaron las necesidades”, dice Brayan desde Bosa.

Ahora, él y Valentina continúan su labor de impacto gráfico, pero tras el paro, la combinaron con la labor por la que nació el colectivo: hacer que el servicio social de los colegios sea eso, social. “Ahora coordinamos la Biblioteca Popular Lucio Lara del Barrio Nuevo Chile, en la que tenemos un bibliotaller con 12 chicos entre los 15 y los 18 años que han empezado a pensarse como talleristas de danza, de dibujo, de cine foros, de fotografía, de lectura y han explorado también la construcción de memoria sobre su barrio, que además es uno de los que nacieron gracias al movimiento social”, explica Valentina.

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Tejiendo la Montaña y el Colectivo Nicolás Neira son dos de las ocho organizaciones aliadas a las ONG Mensen met een Missie y War Child en Bogotá y Soacha, que recibieron apoyo del programa Arte por la Vida, financiado por la Embajada de los Países Bajos en Colombia.

“Cada grupo desarrolló sus propias estrategias para el fortalecimiento de su ejercicio de ciudadanía y creó iniciativas culturales para visibilizar su derecho a la protesta y sus reivindicaciones”, explica AnneMarike Smiers, directora de país de War Child Colombia. Para Smiers, el proyecto contribuyó al fortalecimiento de las capacidades de las organizaciones juveniles en “acompañamiento psicosocial y mecanismos de participación juvenil para la incidencia socio-política, en aras de generar autonomía y sostenibilidad a los procesos organizativos de los y las jóvenes”, dice.

Para los colectivos lo más valioso del proyecto es que fortaleció procesos que ya estaban en marcha. “Más allá de decir monten un proyecto nuevo con estos recursos, llegaron a decir, ¿cómo podemos colaborar en lo que ustedes ya estén haciendo? Nosotros pedimos imprimir una galería fotográfica, materiales para estampar, plastisol para calcas, pendones e insumos para desarrollar una olla comunitaria. Además nos dieron 2.000 cartillas sobre la Protesta Social”, resalta Valentina. “Arte por la vida reconoce el trabajo que las organizaciones del territorio han hecho desde la autogestión y trabajo en red y dignifica lo que hacemos desde algo tan simple como poder darle refrigerio a los chicos y tener implementos para enseñar fotografía y para imprimir las fotos”, añade Julieth.

Para el embajador de Países Bajos en Colombia, Ernst Noorman, es fundamental que se sigan desarrollando este tipo de proyectos basados en iniciativas artísticas y de comunicación. “El arte y la cultura son poderosas herramientas de resiliencia. Yo estoy convencido de que los jóvenes no buscan violencia, buscan un mejor futuro para sí mismos y para sus amigos y familias y a través de este tipo de acciones pueden crear nuevas perspectivas para sus caminos de vida”, señala.

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Más allá de Bogotá

A través de organizaciones en territorio, el proyecto también apoyó a jóvenes de Cali, con la Pastoral Afro; en Medellín, con la Corporación Amiga Joven; y Buenaventura, con la Corporación Memoria y Paz (Cormepaz). Uno de ellos fue Puerto Resistencia, como renombraron los jóvenes al barrio Puerto Rellena en Cali, y que se consolidó como uno de los puntos insignia del paro en la ciudad porque colapsó la Avenida Simón Bolívar, que conecta las salidas norte y sur. Puerto Resistencia, además, cobró un valor simbólico con la construcción del Monumento a la Resistencia: un puño en alto de más de 12 metros que sobre el antebrazo tiene murales alusivos a las reivindicaciones sociales y que sostiene una pancarta con la palabra “Resiste”.

Tras el paro, el colectivo del mismo nombre ha continuado su apropiación del territorio. “Con los chicos de primera línea salió la iniciativa de recuperar el espacio verde que se había perdido como efecto colateral de los enfrentamientos con el Esmad. Entonces decidimos crear un huerta. Pero como no teníamos recursos empezamos a crear artesanías con versiones miniaturas del Monumento y otros símbolos del paro y a vender accesorios”, relata una vocera que prefiere no revelar su nombre. Así recogieron casi dos millones de pesos con los que invitaron a más miembros de la primera línea a sembrar y arreglar el espacio e hicieron talleres de semillas y soberanía alimentaria en la comunidad.

“Luego pensamos que esos mismos emprendimientos podían ser una fuente de empleo para la mayoría de jóvenes aquí”, cuenta. Y así, decidieron convertir el separador de la Avenida Simón Bolívar en “un integrador: allí construyeron casetas donde ubicaron sus artesanías.

Arte por la vida contribuyó con recursos para el desarrollo de algunos de esos espacios pedagógicos, como la Novena de la Resistencia en diciembre. “Allí tuvimos cómo darles refrigerios a más de 250 niños que asistieron a los talleres todos los días y el 24 les pudimos dar regalos”, dice la joven lideresa.

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Pero además, el proyecto posibilitó espacios de interlocución entre los jóvenes. Justamente en Cali desarrollaron un encuentro de colectivos en los que discutieron sus “Culturas diversas, fines comunes”, como dice el eslogan de la campaña y consolidaron una red de trabajo para el futuro. Los jóvenes manifestantes no solo han buscado espacios de diálogo entre ellos, sino establecer vínculos con la institucionalidad. “Nosotros no somos bobos. La institucionalidad está funcionando mal, pero sabemos que es necesario contar con ella”, dice la vocera de Puerto Resistencia. Por eso, han buscado espacios de interlocución para regularizar el uso del espacio público que tomaron para sus emprendimientos. El colectivo Nicolás Neira y Tejiendo la Montaña también lo saben: los primeros tienen enlace con Biblored para el desarrollo de sus talleres en la Biblioteca Popular y el segundo está buscando permisos para convertir un CAI abandonado en la Casa Cultural del Aguante Popular.

Ser, de verdad, escuchados

El último de los espacios de encuentro de jóvenes del proyecto se dio el viernes pasado en su clausura. Allí, el embajador Noorman le preguntó a jóvenes de Cali y Bogotá qué esperaban de un próximo gobierno, a propósito de la coyuntura electoral. “Ser escuchados”, coincidieron todos. “Que cese la respuesta violenta frente a las manifestaciones”, señaló Wilmer Baez, del Colectivo Bastón Blanco. “Que estén de verdad con la gente y que piensen en los más vulnerables, quienes no tienen sustento”, añadió Paula Avirama, de Puerto Resistencia.

“Lo más importante para los jóvenes es que el próximo gobierno los escuche verdaderamente. No es escuchar y seguir con la política tradicional, sino buscar la posibilidad de involucrar sus peticiones y exigencias en la política. Eso es buscar soluciones ante la desigualdad en educación, salud y presencia efectiva del Estado en los territorios, en donde también habitan muchos de estos jóvenes”, concluyó Noorman.

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jose(96528)16 de mayo de 2022 - 03:35 p. m.
Que quieren estos sinverguenzas Autoproclamdos Lideres, Nadie los ha Nomnbrado ni delegado, por lo menos a mi no me representan ni me representaran...o que quieren que los Condecoren por acabar con el pais, la economia, solo por apoyar a otro sinverguenza que solo le importa el poder y acabar con la democracia...Bandidos son y Seran siempre....Sinverguenzas.
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