Carta de monseñor Héctor Henao para que la paz sea lo que una a los colombianos

El sacerdote, que acompaña la mesa de diálogos con el ELN, escribe en este especial del 20 de julio y dice que hay una sociedad llena de posibilidades y capacidades de diálogo, pero que debe reconocerse la dignidad de cada poblador en medio del conflicto.

Monseñor Héctor Fabio Henao
20 de julio de 2024 - 12:00 a. m.
Monseñor Héctor Fabio Henao acompaña la mesa de diálogos con el ELN. Desde su labor ha impulsado varios procesos de paz en Colombia.
Monseñor Héctor Fabio Henao acompaña la mesa de diálogos con el ELN. Desde su labor ha impulsado varios procesos de paz en Colombia.
Foto: El Espectador

Están en marcha numerosos ejercicios de diálogo y concertación en regiones y comunidades muy afectadas por las conflictividades de distinto orden. En los encuentros que he tenido la oportunidad de sostener este año en la región Pacífico, en el suroccidente, en el Magdalena Medio, Antioquia, Santander, entre otras, he podido evidenciar una dinámica de construcción colectiva que busca superar en la práctica, con ejercicios concretos, las divisiones y polarizaciones del país. Son ejercicios convocados en gran parte por iniciativa de los mismos pobladores. Al lado de ellos hay otros institucionales, como los Consejos Territoriales de Paz, Reconciliación y Convivencia, que cuentan con planes de acción y que actúan como organismos asesores y consultores de las autoridades.

Recientemente, he tenido la oportunidad de analizar junto a Unicef y a la Diócesis las propuestas de numerosos colectivos juveniles de Buenaventura con una enorme vitalidad y capacidad de enfocar la construcción de paz desde horizontes muy diversos, como el cultural, deportivo, productivo, etc.

Todo ello anima a salir al encuentro y reconocer una sociedad llena de posibilidades y capacidades de diálogo y de reconocimiento de la dignidad de cada poblador en medio de confrontaciones, tensiones y hechos dolorosos que golpean a estas mismas comunidades en la vida cotidiana.

Anima saber que en Barrancabermeja se ha creado la Mesa Intersectorial por la Vida, que fomenta una cultura del respeto, solidaridad y cuidado de los seres humanos en armonía con el medio ambiente. Las graves cifras de asesinatos en esta región petrolera lanzan una grave alarma sobre el país, pero al mismo tiempo existe una sociedad en diálogo dentro de su diversidad para proteger la vida.

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De otro lado, he constatado que las mesas de negociación en marcha tienen un eje común: la apuesta por el diálogo social para lo que se han llamado las transformaciones territoriales. Sin duda este es un desafío, porque deben ser diálogos que garanticen la inclusión de la diversidad y heterogeneidad de la sociedad colombiana. Con esperanza, las comunidades y organizaciones sociales de los territorios afectados se han expresado frente a estos ejercicios y frente a los logros de las negociaciones de paz, tal como lo constata un estudio reciente de Naciones Unidas que evalúa la percepción de los colombianos frente a los ejercicios que se adelantan con grupos al margen de la ley.

Uno de los espacios que más expectativa ha generado es el Comité Nacional de Participación creado en la mesa de diálogo con el ELN, que ha llevado a que se firme el primer punto de la agenda de negociación con este grupo rebelde. Las comunidades y los sectores que han participado lo hacen con la confianza en que las negociaciones no se interrumpan, avancen ágilmente luego de este logro histórico y se enruten hacia la paz tan anhelada.

Quisiera reiterar el llamado reciente de la Conferencia Episcopal, en el cual se trazan los principios para construir un proceso de unidad nacional con enfoque en la amistad social, el cuidado del medio ambiente, una política y economía al servicio del bien común, la familia y la vida; “Que la paz justa sea entonces el punto de encuentro y unidad entre todos los colombianos”.

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Por Monseñor Héctor Fabio Henao

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Bernardo(31155)20 de julio de 2024 - 06:04 p. m.
Sólo leeré la carta de algún ciudadano como este, cuando sea capaz de aceptar la corresponsabilidad de la Iglesia Católica por sus múltiples acciones en promover (educando) y usufructuar (enriqueciéndose) nuestra historia violenta.
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