El papel de la memoria histórica en los diálogos de paz con las bandas en Medellín
Francesco Peroni, investigador del Museo Casa de la Memoria de Medellín, dice que los diálogos de paz con las bandas criminales son una oportunidad para construir relatos de verdad y memoria por las víctimas de la violencia urbana.
Camilo Pardo Quintero
El Museo Casa de la Memoria de Medellín ha guardado por años los relatos que han surgido del conflicto armado, urbano y rural, que por décadas se ha asentado en Antioquia y en su capital. Mediante el arte, la conmemoración de fechas importantes para dignificar a colectivos de víctimas y el impulso de actividades pedagógicas, han mostrado cómo su ciudad ha sido resiliente y capaz de levantarse de los días más oscuros a causa de la violencia.
Ahora, en un contexto de acercamientos herméticos entre el Gobierno Nacional y las bandas criminales en Medellín, cada día se habla más de cómo una eventual negociación con estos grupos podría significar lo más cercano a una pacificación total de la ciudad. Muchos sueños de miles de medellinenses se aferran a que un desmonte de las oficinas, bandas y combos en su ciudad sean garantía para la construcción de una política social robusta en favor de las personas que han sufrido los rigores de violencia.
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Colombia+20 habló con Francesco Peroni, investigador del Museo Casa de la Memoria, para conocer cuál será el papel de esta institución en estos acercamientos de paz.
Desde el Museo Casa de la Memoria, ¿cuáles son las mayores dificultades que detectan dentro de estos diálogos que el Gobierno quiere entablar con las bandas criminales?
Lo primero, tal vez lo más obvio, es el hecho de que estos grupos no cuentan con un reconocimiento político, como el que en su momento han tenido guerrillas y grupos de autodefensa que se han sentado a negociar la paz. Partiendo de ahí, lo sociojurídico es más complejo, un tema de sometimiento no es del todo tentador y por eso hay que trabajar en más opciones de fondo para convencer a todas las partes que ni esta ni ninguna guerra llevan a ningún lado. Las bandas en Medellín tienen la sensación de que nunca han sido incluidas en los relatos del conflicto; que simplemente se les toma como delincuencia común y que lo hacen porque sí. Entonces, ahora que hay voluntades de hablar, parece ser complejo tratar temas de justicia, verdad y no repetición, porque el Estado colombiano no ha sido exitoso dando resolución de conflictos de este tipo. Si estos grupos han sido marginados hasta el olvido, pues imagínese sus víctimas. Llegar a ellas, a todas, para sanar y asegurar que esto no repetirá, será una tarea ardua.
¿Cómo cambiar entonces el imaginario de que las guerras urbanas no necesitan construcción de memoria histórica?
En cualquier guerra hay cosas que no se pueden negociar y entre ellas está la dignidad y el respeto por los relatos de la gente. En el museo pensamos que todo lo que se haga en beneficio de la sociedad será bien recibido y eso incluye una escucha permanente de todas las voces. Acá no nos interesa si llegan víctimas que sean acreditadas o no. Nos interesa conocer historias, voces y requerimientos de ayuda luego de vivir violencias y hechos dolorosos. El imaginario se cambia recogiendo memorias, adaptándolas a muchos espacios en las que sean visibles y reconocidas. Medellín tiene ese derecho y nuestra tarea es promoverla y hacer respetar la Ley de Víctimas y de Restitución de tierras a cabalidad para eso.
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¿Qué aportes concretos darán desde el museo para construir memoria a partir de los diálogos de paz que se tengan con las bandas y combos de las comunas de Medellín?
Es importante mostrar que todos los temas de memoria no son momentos solo del pasado, situaciones viejas ya guardadas. La memoria es el ahora y está más viva que muchas otras cosas. El aporte nuestro y la ruta que proponemos es el de una respuesta institucional que promueva una paz más allá de la dejación de las armas. Con mucha razón, muchos ciudadanos se han alejado de las instituciones por desconfianza y es momento demostrar que esta paz urbana tiene que llegar acompañada por mejoras sociales, mayores esfuerzos por la educación, insistencia en los motivos para que nada de esto ocurra de nuevo y afianzar la idea de que lo que pasó en los barrios de Medellín, desde las guerras de los carteles hacia adelante, es algo que no puede quedar en el olvido. En el museo invitaremos a ver a la memoria como algo vivo. Seremos un actor clave, depositarios de historias y memorias.
Pero unificar relatos no será fácil. Estamos hablando de una manifestación de violencia que tiene a más de 12.000 personas armadas y con mandos difíciles de identificar…
En efecto. En la ciudad hay más de 400 combos, que salen de bandas u oficinas de estructuras más grandes o independientes. Coordinar con todos ellos será complicado, porque dependen de rentas amplias con mucha gente al servicio de la criminalidad. Hay escepticismo, por supuesto, pero podrá haber cambios. Me duele lo que voy a decir porque soy de acá de Medellín, pero esta violencia urbana con lógicas de autodefensa y alejada de diálogos de paz como el plebiscito de 2016, nos ha dejado un sector de “sociedad paraca”. El deber nuestro es cambiar la idea de no creer en los procesos de paz por más complejos que parezcan.
¿Por qué creer que esta intención de paz tendrá buen rumbo? ¿Quién debería ceder más para cumplir con eso?
A pesar de que el sometimiento no es algo llamativo para ellos, mucho menos tentador, el dialogar sobre una forma de justicia ordinaria que no sea tan severa como si fueran capturados en un contexto sin diálogos de paz puede parecer algo alentador. En el mundo ideal, y puede ser algo ahorita traído de los cabellos, lo mejor sería aplicar una justicia transicional, pero no es la naturaleza del proceso. Confiemos en la transparencia de las intenciones que todos tengan el día que inicien unas negociaciones y que tengan la cabeza despejada para ceder todos. Pienso que el gobierno debe ser más persuasivo; estamos frente a grupos no políticos que desde siempre han tenido altas aspiraciones económicas y que deberán dejar esos cobros extorsivos, asesinatos, tráfico de coca, por soluciones alternas. No es un tema fácil. ¿Cómo convencerlos para que salgan de allí? Ya lo veremos.
En contexto: Paz total: la propuesta de la sociedad civil para la ley de acogimiento de bandas
¿Qué lecciones cree que aprendió la sociedad en Medellín para tramitar ahora este tipo de diálogos sin que se siga estigmatizando la paz?
Aprendimos, creo yo, a valorar las luces de esperanza. Ya no estamos en los días de guerras sin cuartel en los que no había respeto por nadie, es herencia que quiso dejar Pablo Escobar. Hemos aprendido de nuestros dolores y entendido que es necesario un diálogo que ponga fin a muchos momentos de desplazamientos forzados, a homicidios a líderes sociales y civiles en general, a maltratos injustificados contra población LGBTIQ+ como el que han hecho las pandillas por años, a ventas ilegales de lotes para crecer los negocios de microtráfico y muchas más cosas. Aprendimos a respetar más al otro y créame que si estos diálogos son serios los veremos siempre con beneplácito.
El Museo Casa de la Memoria de Medellín ha guardado por años los relatos que han surgido del conflicto armado, urbano y rural, que por décadas se ha asentado en Antioquia y en su capital. Mediante el arte, la conmemoración de fechas importantes para dignificar a colectivos de víctimas y el impulso de actividades pedagógicas, han mostrado cómo su ciudad ha sido resiliente y capaz de levantarse de los días más oscuros a causa de la violencia.
Ahora, en un contexto de acercamientos herméticos entre el Gobierno Nacional y las bandas criminales en Medellín, cada día se habla más de cómo una eventual negociación con estos grupos podría significar lo más cercano a una pacificación total de la ciudad. Muchos sueños de miles de medellinenses se aferran a que un desmonte de las oficinas, bandas y combos en su ciudad sean garantía para la construcción de una política social robusta en favor de las personas que han sufrido los rigores de violencia.
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Colombia+20 habló con Francesco Peroni, investigador del Museo Casa de la Memoria, para conocer cuál será el papel de esta institución en estos acercamientos de paz.
Desde el Museo Casa de la Memoria, ¿cuáles son las mayores dificultades que detectan dentro de estos diálogos que el Gobierno quiere entablar con las bandas criminales?
Lo primero, tal vez lo más obvio, es el hecho de que estos grupos no cuentan con un reconocimiento político, como el que en su momento han tenido guerrillas y grupos de autodefensa que se han sentado a negociar la paz. Partiendo de ahí, lo sociojurídico es más complejo, un tema de sometimiento no es del todo tentador y por eso hay que trabajar en más opciones de fondo para convencer a todas las partes que ni esta ni ninguna guerra llevan a ningún lado. Las bandas en Medellín tienen la sensación de que nunca han sido incluidas en los relatos del conflicto; que simplemente se les toma como delincuencia común y que lo hacen porque sí. Entonces, ahora que hay voluntades de hablar, parece ser complejo tratar temas de justicia, verdad y no repetición, porque el Estado colombiano no ha sido exitoso dando resolución de conflictos de este tipo. Si estos grupos han sido marginados hasta el olvido, pues imagínese sus víctimas. Llegar a ellas, a todas, para sanar y asegurar que esto no repetirá, será una tarea ardua.
¿Cómo cambiar entonces el imaginario de que las guerras urbanas no necesitan construcción de memoria histórica?
En cualquier guerra hay cosas que no se pueden negociar y entre ellas está la dignidad y el respeto por los relatos de la gente. En el museo pensamos que todo lo que se haga en beneficio de la sociedad será bien recibido y eso incluye una escucha permanente de todas las voces. Acá no nos interesa si llegan víctimas que sean acreditadas o no. Nos interesa conocer historias, voces y requerimientos de ayuda luego de vivir violencias y hechos dolorosos. El imaginario se cambia recogiendo memorias, adaptándolas a muchos espacios en las que sean visibles y reconocidas. Medellín tiene ese derecho y nuestra tarea es promoverla y hacer respetar la Ley de Víctimas y de Restitución de tierras a cabalidad para eso.
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¿Qué aportes concretos darán desde el museo para construir memoria a partir de los diálogos de paz que se tengan con las bandas y combos de las comunas de Medellín?
Es importante mostrar que todos los temas de memoria no son momentos solo del pasado, situaciones viejas ya guardadas. La memoria es el ahora y está más viva que muchas otras cosas. El aporte nuestro y la ruta que proponemos es el de una respuesta institucional que promueva una paz más allá de la dejación de las armas. Con mucha razón, muchos ciudadanos se han alejado de las instituciones por desconfianza y es momento demostrar que esta paz urbana tiene que llegar acompañada por mejoras sociales, mayores esfuerzos por la educación, insistencia en los motivos para que nada de esto ocurra de nuevo y afianzar la idea de que lo que pasó en los barrios de Medellín, desde las guerras de los carteles hacia adelante, es algo que no puede quedar en el olvido. En el museo invitaremos a ver a la memoria como algo vivo. Seremos un actor clave, depositarios de historias y memorias.
Pero unificar relatos no será fácil. Estamos hablando de una manifestación de violencia que tiene a más de 12.000 personas armadas y con mandos difíciles de identificar…
En efecto. En la ciudad hay más de 400 combos, que salen de bandas u oficinas de estructuras más grandes o independientes. Coordinar con todos ellos será complicado, porque dependen de rentas amplias con mucha gente al servicio de la criminalidad. Hay escepticismo, por supuesto, pero podrá haber cambios. Me duele lo que voy a decir porque soy de acá de Medellín, pero esta violencia urbana con lógicas de autodefensa y alejada de diálogos de paz como el plebiscito de 2016, nos ha dejado un sector de “sociedad paraca”. El deber nuestro es cambiar la idea de no creer en los procesos de paz por más complejos que parezcan.
¿Por qué creer que esta intención de paz tendrá buen rumbo? ¿Quién debería ceder más para cumplir con eso?
A pesar de que el sometimiento no es algo llamativo para ellos, mucho menos tentador, el dialogar sobre una forma de justicia ordinaria que no sea tan severa como si fueran capturados en un contexto sin diálogos de paz puede parecer algo alentador. En el mundo ideal, y puede ser algo ahorita traído de los cabellos, lo mejor sería aplicar una justicia transicional, pero no es la naturaleza del proceso. Confiemos en la transparencia de las intenciones que todos tengan el día que inicien unas negociaciones y que tengan la cabeza despejada para ceder todos. Pienso que el gobierno debe ser más persuasivo; estamos frente a grupos no políticos que desde siempre han tenido altas aspiraciones económicas y que deberán dejar esos cobros extorsivos, asesinatos, tráfico de coca, por soluciones alternas. No es un tema fácil. ¿Cómo convencerlos para que salgan de allí? Ya lo veremos.
En contexto: Paz total: la propuesta de la sociedad civil para la ley de acogimiento de bandas
¿Qué lecciones cree que aprendió la sociedad en Medellín para tramitar ahora este tipo de diálogos sin que se siga estigmatizando la paz?
Aprendimos, creo yo, a valorar las luces de esperanza. Ya no estamos en los días de guerras sin cuartel en los que no había respeto por nadie, es herencia que quiso dejar Pablo Escobar. Hemos aprendido de nuestros dolores y entendido que es necesario un diálogo que ponga fin a muchos momentos de desplazamientos forzados, a homicidios a líderes sociales y civiles en general, a maltratos injustificados contra población LGBTIQ+ como el que han hecho las pandillas por años, a ventas ilegales de lotes para crecer los negocios de microtráfico y muchas más cosas. Aprendimos a respetar más al otro y créame que si estos diálogos son serios los veremos siempre con beneplácito.