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El Catatumbo siempre será clave para hablar de paz. Hoy más que nunca cobra sentido decirlo, cuando la guerrilla del Eln, con la que el Gobierno Nacional está a punto de reiniciar negociaciones, tiene en esta región uno de sus bastiones y la población civil que la habita mira con expectativa lo que sucederá en la mesa de conversaciones. Pero también porque en la zona se halla una de las disidencias de las extintas Farc, la del frente 33, que regula y patrulla las calles a plena luz del día.
Esta zona fronteriza con Venezuela por fin se benefició con la normalización del comercio y el tránsito de sus habitantes pero, por otro lado, es la segunda región del país con más coca sembrada, cuyos registros superan las 42.000 hectáreas y más del 20 % del total nacional. Un territorio que será clave para el cambio en la política de drogas que plantea el gobierno de Gustavo Petro, que acompañó la primera gran asamblea cocalera. Pues bien, aquí confluyen todos los problemas que se pretende resolver a través de la política de paz total, como lo cuenta Wilfredo Cañizares, director de la Fundación Progresar.
¿Qué está pasando hoy en el Catatumbo? Para resolver esta pregunta un equipo periodístico de Colombia+20 llegó a esta región del país para recorrerla de la mano de los periodistas y reporteros que mejor la conocen, y juntos, en un trabajo colaborativo, narrar las historias no contadas. No habría sido lo mismo hacerlo sin Anderson Salinas, Karen Rodríguez, Shelymar Riquett, Ángel David de León, Duván Jaimes y Giovanny Mejía. Ellos fueron nuestros guías.
(Lea también: El poder transformador del periodismo en acción)
Esta es la cuarta entrega de las separatas de Voces desde el Territorio, con las que recorrimos las selvas, montañas y llanuras de Chocó, Cauca y Meta, que hemos realizado con al apoyo de la Embajada de Alemania.
Gracias a ese trabajo conjunto, llegamos en estas páginas a una historia impensable: en El Tarra, pleno corazón del Catatumbo, con todo en contra y cercados por los grupos armados, un puñado de campesinos que sembraban coca decidieron dar un paso fundamental y abandonar esos cultivos, para empezar de cero con un proyecto piscícola. Con los años, el puñado de campesinos se convirtió en decenas de labriegos y hoy hay más de un centenar de campesinos produciendo mojarra, bocachico y cachama, con más de 60 toneladas al mes, que venden ya incluso fuera de la región.
En contraste, visitamos a otros campesinos que aún siguen viviendo de la coca, que creyeron en la promesa de la sustitución y a los que el Estado les falló. En Caño Indio, una recóndita vereda de Tibú en donde empezó el programa de sustitución que iba a ser ejemplo para el país, recogimos las voces de quienes creyeron en la promesa y terminaron aguantando hambre, desplazados de sus municipios o volviendo a sembrar coca para sobrevivir. Ellos reafirmaron que siguen dispuestos a dejar los cultivos de coca si hay un compromiso del Estado.
(Vea: Periodismo colaborativo para visibilizar los esfuerzos de paz en el Meta)
También contamos con la voz del padre Ramón Torrado, de la Diócesis de Ocaña, quien habló del rol de la Iglesia católica en los acercamientos con grupos armados ilegales y denunció que en los últimos tres meses han sido secuestrados tres campesinos del Catatumbo. Le pide al Gobierno Nacional que no deje de lado a los otros grupos armados que están en el territorio.
Y esa fe en un futuro distinto también la palpamos en el barrio Brisas del Polaco, en Ocaña, que fue levantado por los desplazados que trajo la guerra del Catatumbo hasta esta ciudad, quienes empezaron a juntarse para hacer ejercicios de memoria sobre lo que ocurrió, para que nunca vuelva a repetirse.
No podíamos dejar el Catatumbo sin contar uno de los fenómenos que se viene presentando con mayor intensidad en los últimos años: el auge de los corridos prohibidos que se escuchan en emisoras de radio y se hacen virales en las redes sociales. Corridos hechos por artistas de origen campesino, que se criaron en estas montañas y hoy le cantan a esa vida del campo, que en el Catatumbo ineludiblemente pasa por el cultivo de coca. “La coca significa una manera de darle de comer a su familia”, resumió Eider Ortiz, “el patrón del norte”, cuyas canciones hoy atraviesan la región.
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