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La historia es conmovedora y triste, pero también es motivo de esperanzas para Matthias Breuer, un cooperante alemán que trabaja hace poco más de un año junto a la Pastoral Social de la diócesis de Apartadó, Antioquia.
Breuer resume su relato explicando que se trata de una mujer de mediana edad que a sus quince años se enamoró de su novio, otro muchacho campesino de la pequeña vereda del Urabá donde ambos vivían. Esperaba casarse con él y, según su narración, ambos eran felices. Pero un día un jefe de un grupo armado ilegal decidió que la muchacha “era suya” y la obligó a acostarse con él. Ella quedó embarazada de su primera hija y tuvo que vivir con aquel hombre obligada, hasta que aquel murió tiempo después en medio de la guerra.
“Ese día, dice ella, regresó su sonrisa, su libertad”, puntualiza Breuer, anotando que hoy aquella mujer ha logrado ser profesional y conformar una familia con la que tiene una vida feliz. “Encontró para sí misma mecanismos de reconciliación con su pasado”, asegura.
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Este es sólo uno de los relatos que llegan a diario al Centro Integral de Escucha, un proyecto de la iglesia católica en el Urabá, impulsado por la Pastoral Social de la Diócesis de Apartadó, en Antioquia, con el apoyo de la organización de cooperación alemana Agiamondo, a través del Servicio Civil para la Paz de ese país.
El Centro Integral de Escucha surgió como una estrategia de la Pastoral para generar un “acompañamiento psicosocial de manera integral, a nivel individual y familiar”, de acuerdo con María Lourdes Álvarez, la psicóloga encargada de hacer acompañamiento familiar y social a quienes llegan hasta el centro, que cuenta también con trabajadores sociales y practicantes para esta labor. No es una atención psicológica como la que ocurriría en una clínica o centro especializado, advierte, sino un acompañamiento integral que busca sobre todo abrirse a los relatos de las víctimas.
“¿Qué hacemos en ese acompañamiento? Pues atendemos todo tipo de casos que llegan a la oficina, lo hace el psicólogo o el trabajador social, no lo hacemos con un enfoque terapéutico o de intervenciones clínicas, sino desde el acompañamiento, desde la escucha. A partir de ahí tratamos de suplir algunas necesidades, mitigar o resarcir algún trauma que haya tenido la persona”, puntualiza Álvarez.
Una región atravesada por los relatos de la guerra
La idea surgió en cabeza del sacerdote Leonidas Moreno y de monseñor Hugo Alberto Torres, quien fuera obispo en la diócesis de Apartadó entre 2015 y 2022, después de múltiples ejercicios de memoria que la diócesis acompañaba en la región del Urabá y el Bajo Atrato chocoano, a raíz de los cuales el sacerdote Moreno pensó que la gente necesitaba un espacio para que se oyeran sus historias.
Según el cooperante Breuer, esta es una idea que “viene de la experiencia colectiva de toda una región abandonada que ha sufrido décadas de conflicto armado en Colombia y como muchos rincones de este país, ha sido olvidada, su único acompañante ha sido la Pastoral Social”.
Además, añade que “el análisis que se ha hecho es que la ayuda humanitaria resuelve una necesidad puntual en un momento, es absolutamente necesaria y ayuda mucho, pero a largo plazo las personas que se acercan no nos cuentan de sus dolores de los últimos meses, sino de experiencias de hace veinte o veinticinco años, dicen que hasta ahora no han encontrado un espacio en dónde narrar eso, donde conseguir un apoyo emocional”.
Con esa convicción la diócesis se propuso conformar un lugar específico donde cualquiera pudiese llegar a contar su historia y sus dolores: un sitio que terminó curando los estragos de la guerra, con oficinas en el centro de Apartadó, junto a un lado de la catedral y la sede de la Pastoral Social.
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“La principal intervención que uno puede hacer es escuchar al otro”, insiste María Lourdes Álvares: “Al hablarlo, al decirlo, están sanando, resarciendo ese dolor causado”.
Todo esto en el Darién y el Urabá, una región en donde, según los datos recopilados por la Comisión de la Verdad, hubo 1′103.385 víctimas tan solo entre 1991 y 2002, durante la época de la confrontación de los paramilitares con las guerrillas. Cualquiera en el Urabá tiene detrás alguna experiencia de violencia que lo involucra de forma directa, y aunque ha habido iniciativas de memoria y reconciliación, faltaba pensar en la salud mental de quienes han soportado la guerra sobreponiéndose a ella.
Por eso Matthías Breuer asegura que cuando “narramos compartimos juntos las alegrías y los dolores. La construcción de memoria colectiva empieza cuando la gente escucha”. Breuer, que es ciudadano alemán, sabe por su vivencia íntima, la de su país y su familia, que los traumas del conflicto deben tramitarse, como hizo Alemania después de la segunda guerra mundial: “Por la propia experiencia tenemos una conciencia muy elaborada con el tema de memoria, no es casualidad que apoyemos estos procesos”, asegura, indicando que reconocer los hechos victimizantes se constituye en un primer paso para que no vuelvan a ocurrir: “Eso no se puede repetir, por eso hay que hacer memoria”.
El Centro Integral de Escucha empezó a funcionar poco antes de la pandemia y ha atendido a centenares de personas en la región, aunque no todas han sido víctimas del conflicto. También han recibido casos de población migrante que cruza por Apartadó buscando la ruta del Tapón del Darién, o de personas en situación de consumo de sustancias psicoactivas. Además, trabajan en llave con otras instituciones oficiales para activar rutas de atención cuando detectan casos de violencia sexual y hechos puntuales que necesitan una atención más especializada.
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Álvarez, por ejemplo, recuerda que uno de los casos que más la impactaron era con una mujer migrante muy joven, madre de dos niños pequeños, que terminó viviendo en un burdel de un municipio del Urabá. “Por cosas de la vida empezó a conocer gente y llegó a donde nosotros”, asegura, “es una mujer sola, sin un horizonte claro, en los encuentros de formación decía que se sentía valorada, reconocida, vio un panorama para ella y sus hijos”.
El Centro Integral de Escucha además ha venido desarrollando una estrategia que busca formar en las comunidades lo que ellos llaman “agentes voluntarios de escucha”, es decir, personas de las mismas veredas o zonas rurales que puedan prestar este acompañamiento social y familiar a las víctimas, para quienes no tienen la posibilidad de desplazarse hasta Apartadó, en donde están las oficinas del centro.
En este proceso de formación han trabajado con 25 personas en localidades como Carepa, Currulao y Apartadó, “sobre todo mujeres víctimas del conflicto o víctimas de violencia sexual”, puntualiza Álvarez, “Somos muy soñadores, queremos abordar otros municipios, ya hicimos una entrada a Riosucio, en el Chocó, queremos ir a Necoclí, Acandí, Unguía, a las zonas rurales de San José de Apartadó, que han sido muy marcadas por la violencia, y también queremos atender a la población indígena. La población privilegiada son las víctimas del conflicto armado, pero eso no quiere decir que no vayamos a atender otra población”.
En esa misma estrategia buscan incidir en colectivos de jóvenes y adolescentes, también en grupos de víctimas organizadas, como los sobrevivientes de la célebre masacre de La Chinita.
“Como esas mujeres llevan tantos años conociendo las problemáticas de sus comunidades, las fortalecemos en trabajo psicosocial, están aprendiendo, es un proceso que dura ocho meses”, añade Lourdes Álvarez.
La consecución de recursos ha sido una odisea y según Breuer, las parroquias no disponen de mucho presupesto para lograr la adecuación de los Centros Integrales de Escucha que esperan montar en varias localidades del Urabá.
Su meta es crear lugares en “donde yo pueda ir a que me escuchen, donde pueda ir a contar mi caso, o simplemente ir a tomarme un café y relajarme, que sea un lugar agradable para las personas”, indica Álvarez: “este es un tema de salud pública, ahora después de la pandemia la gente ve la importancia de la salud mental. La gente en un momento de desesperación no sabe ni a donde acudir”.
En el último mes el Centro Integral de Escucha de Apartadó ha recibido a más de 60 personas que llegan buscando algún apoyo emocional. “No se ha podido atender más porque nuestra capacidad humana no nos da”, insiste Álvarez.
“Los fondos de las parroquias son muy limitados. Insistimos que un espacio para la escucha no puede ser un espacio cualquiera, tiene que se acogedor, donde uno sienta que es diferente, un ambiente diferente a la cotidianidad, que invite a compartir tiempo de otra manera, que sea agradable”, agrega Matthias Breuer: “imagínate qué podrían hacer ellas si, además del apoyo con el Centro de Escucha, tienen un espacio acogedor”, insiste, por eso dice que con su organización Agiamondo quieren “hacer visible lo que hacemos, para que lleguen nuevos aliados”.
“Ya hay líderes que están acompañando a la comunidad y nosotros somos como un catalizador, dándole un apoyo a ese acompañamiento psicosocial”, finaliza Breuer.