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Apenas se apaguen las luces, los micrófonos y las cámaras en La Habana, luego de la ceremonia que protagonicen el presidente Juan Manuel Santos y Timoleón Jiménez, con invitados internacionales como testigos, se pondrá en marcha un complejo engranaje para que se cumpla la premisa consignada en el papel: silenciar los fusiles y dejar las armas.
La mesa de negociaciones seguirá discutiendo los temas pendientes; la subcomisión de fin del conflicto ajustará los protocolos técnicos para el monitoreo y la verificación del cese y la dejación de armas, mientras en Colombia y otras partes del mundo se moverán muchas fichas para que empiece a operar el fin de la guerra.
Naciones Unidas deberá conformar la misión con observadores no armados, cuyo mandato inicial es de 12 meses; los miembros de las Farc y la Fuerza Pública se deben preparar para el monitoreo y la verificación. El día D, o sea, el día en que se firme el acuerdo final, se activarán otros procedimientos, la concentración de las tropas y la dejación de armas. Todo esto mientras el acuerdo se refrenda en las urnas. Si esto ocurre, Colombia podrá tener un pacto de paz, el fin del conflicto armado, un nuevo partido político y la posibilidad de convertirse en ejemplo de reconciliación ante el mundo.