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Mientras caminaba, Nini Johana Cardona, coordinadora departamental de víctimas de Arauca, giraba el cuello de lado a lado en dirección a los nombres que estaban extendidos en el piso. “¿Reconoces algún nombre?”, pregunté. Ella, que parecía tener atorada la respuesta, no lo pensó: “Sí, claro, el de Concepción Corredor. Fue asesinada hace un mes. Era una defensora de las mujeres y de su territorio, Casanare. Una mujer verraca, aguerrida. Ahora duele verla así. O más bien, no verla y sólo tener que recordarla con un nombre hecho de vidrios rotos. Pero es mejor esto a que nos olvidemos de ella ¿no?”.
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Concepción tenía el cabello negro y liso. Sus ojos eran caídos y sus labios delgados. Era de estatura baja y de su rostro sobresalían sus mejillas redondas. Pero ayer, en la Plaza de Bolívar, en el centro de Bogotá, sólo dos personas lo sabían. Otras lideresas que la admiraban y que algún momento trabajaron con ella. Nini es una de ellas.
El resto de los asistentes era un puñado de extraños que supo de Concepción porque era uno de los 165 nombres de líderes, lideresas y defensores de derechos humanos asesinados en el país desde 2016 hasta el 1° de junio de este año y escogidos aleatoriamente por la artista Doris Salcedo para construir su obra Quebrantos este lunes.
El día no pintaba bien. El aguacero de la madrugada se prolongó hasta las 7:00 a.m. El piso de la Plaza de Bolívar estaba cubierto de agua y los primeros voluntarios apenas aparecían. Como la lluvia apremiaba, las primeras 20 personas se pusieron manos a la obra: se vistieron con sus impermeables, barrieron para dispersar los charcos y empezaron a extender los nombres, previamente recortados en papel. Luis Gil, Ezequiel Montoya, Carlos Hincapié y Concepción Corredor fueron los primeros.
Los voluntarios delineaban las letras con una tiza que se borraba con las gotas. El papel, como la voluntad de avanzar, comenzó a ceder y romperse. El cielo estaba encaprichado en mantenerse gris y compacto. Pero justo en ese momento llegó la artista. Doris Salcedo pasó desapercibida. Su melena gris la escondió bajo una capota negra, pero el llamado de sus ayudantes preocupados la delataron. Ella, serena, pidió seguir extendiendo las cartulinas y pintando con unos crayones resistentes al agua.
Cuando estaban listos para combatir la lluvia, Bogotá les dio una tregua. El tamaño de las gotas se redujo. El aguacero se volvió llovizna y la llovizna, paisaje. Sólo 10 minutos más tarde, los líderes y las lideresas sociales aparecieron en escena con chaquetas verdes, botas, guantes y una máscara que les protegía la cara en caso de que algún vidrio volara. Todo estaba listo.
La tarea era plasmar, con vidrios fragmentados, los 165 nombres, en 35 renglones. Para ello, se construyeron grupos conformados por un líder o una lideresa, dos o tres voluntarios y un experto en manipular materiales. Con compases gigantes y herramientas diseñados en el estudio de Doris, se ubicaba el vidrio sobre las letras delineadas en el piso, para luego romperlo.
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“Estamos rompiendo el silencio. Estamos mostrando los nombres que el Gobierno prefiere ignorar. Pero queremos mostrarle hoy al país que en Bogotá recordamos a los casi 500 líderes asesinados desde la firma del Acuerdo de Paz. Por eso ponemos los nombres grandes y en vidrio. Debemos mostrar la magnitud de este problema social”, dice Valeria, una voluntaria de apenas 17 años, sincelajana, quien prefirió no asistir a su clase en la Universidad Nacional por cumplir, como ella advirtió, con una labor ciudadana impostergable.
Parecía un ejercicio sencillo y se tenía presupuestado una hora y media por cada nombre, pero la manipulación del material requería cuidado. La hora se convirtió en dos e incluso tres. Pero se armaron de paciencia y compinchería. La cercanía fue inevitable. Para reventar los vidrios, era necesario un abrazo entre el guía y el líder o la lideresa. Juntos, con fuerza, se paraban sobre el material hasta escuchar el estallido.
Así se volvieron amigos, por ejemplo, Fabio Mateus, quien trabaja en el taller de Doris Salcedo, y el líder Anderson Escobar. Mientras cortaban vidrios y repasaban las letras, hablaron del recrudecimiento de la violencia, del miedo de las personas a ejercer liderazgos sociales y del desplazamiento de Anderson. También de la satisfacción de trabajar en las comunidades y ayudar a los demás. El tiempo les dio para mencionar hasta el fútbol. Otra consecuencia de la obra: mirar la realidad, escuchar la angustia de esos líderes o lideresas que los capitalinos sienten tan lejanos.
Y mientras ellos reían, Doris vigilaba cada detalle. En una esquina recogía vidrios, en la otra sugería tener cuidado. Al norte de la plaza pedía más ayudantes para otros nombres y al sur ultimaba detalles. Incluso en lo fragmentado exigía orden y pulcritud.
Y así como normalizamos la guerra, seguimos desconociendo, según el padre Francisco De Roux, presidente de la Comisión de la Verdad, las graves consecuencias de estos asesinatos: la destrucción de los tejidos sociales y la repetición de la violencia. Para el sacerdote, el objetivo de esta obra es que cada asistente adquiera el compromiso de no contribuir a la prolongación del conflicto armado: "Lo importante es que cuando salgan de aquí se digan a sí mismos: en cuanto de mí dependa, esto que está pasando en Colombia no va a seguir sucediendo".
Pero Quebrantos no es sólo una obra para despertar inquietudes. Es también la antesala del primer diálogo para la no repetición, Larga vida a los líderes y lideresas sociales defensores y defensoras de derechos humanos, que realiza hoy la Comisión de la Verdad, en Bogotá. Líderes y lideresas de diversos territorios, gobiernos locales e instituciones participan en una conversación sobre cuáles son las causas detrás de los 5.000 asesinatos cometidos en tan solo tres décadas.
En medio de un descanso, Nini Cardona dijo que con este ejercicio sólo esperaba expulsar el dolor. Después de una pausa y de dudar en convertir en palabras su pensamiento, confesó su miedo de ser un nombre de vidrio: “Esto es un homenaje a la memoria, pero también es inevitable pensar que podemos ser esos nombres. Tenemos miedo, nos sentimos abandonados. No queremos llenar otra plaza”.
¿Cómo no llenar otra plaza? ¿Cómo detener estos asesinatos sistemáticos? María Aristizábal, lideresa de Pensilvania (Caldas), no cree que la solución esté en chalecos o guardaespaldas. Tampoco en monumentos. María reiteró que la respuesta quizá “está en nosotros, en nuestro corazón, en entender que la vida es sagrada. Está en enseñar que podemos convivir así seamos diferentes”.
Sin embargo, María también reconoció que hay otras respuestas más cargadas de complejidad y de más preguntas que hasta ahora en Colombia se han asumido con silencio. Por eso le gusta tanto el vidrio, su ruido, su estética cuando está fragmentado. Irrumpe. Trasgrede. Provoca. “¿Le han roto el alma? ¿Le han roto el corazón o el cuerpo en pedazos? ¿Ha sentido ganas de hablar después de eso? A nosotras sí, con cada muerte. Y no queremos que esto se repita”.
Detrás de María había un círculo de hombres y mujeres que estaban vestidos de verde y rojo. En su mano o espalda cargaban un palo de madera decorado con telas de colores. Al unísono gritaban: “Guardia, guardia. Fuerza, fuerza”. Su líder, el indígena Luis Eduardo Pechené, les recordó que, como constructores de paz, los integrantes de la Guardia Indígena debían contribuir a esta iniciativa y cumplir con su misión de armonizar el territorio.
Aída Quilque, otra lideresa indígena del Cauca, les pidió ir con su historia a cada uno de los grupos, para que quienes viven en Bogotá tengan contacto con sus comunidades, que no sólo tienen una cosmovisión diferente sino que también han sido amendrentadas por ello: “Les pido que sean activos y representen a sus pueblos. Que cuenten su desplazamiento, pero también su trabajo de paz. Este es un momento muy importante, debemos ser visibles”.