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El 11 de abril de 2002, hombres del Frente Urbano Manuel Cepeda Vargas, el frente 30 y el Bloque Móvil Arturo Ruiz entraron a Cali y se dirigieron al edificio de la Asamblea departamental con la excusa de un falso operativo antiexplosivos en esas instalaciones. 18 guerrilleros entraron vestidos como soldados del Batallón Primero de Numancia del Ejército Nacional y otros 11 se vistieron como Policías Antinarcóticos para montar un retén a las afueras del edificio. Con la amenaza de bomba, desalojaron el recinto y se llevaron en un vehículo especial a 12 diputados de la asamblea. Poco más de cinco años después, el 18 de junio de 2007, 11 de ellos fueron asesinados en cautiverio por hombres del frente 60 del Comando Conjunto Occidental de las Farc.
Ese secuestro se convertiría después en uno de los símbolos del conflicto armado en el Valle del Cauca, pero no fue el único. Dos años antes, el domingo 17 de septiembre de 2000, guerrilleros del Eln irrumpieron en el turístico sector conocido como el kilómetro 18, a las fueras de Cali, y de restaurantes y otros lugares se llevaron a 62 personas. Y esa misma guerrilla, un año antes, secuestró en la Iglesia La María a más de 160 feligreses que acudían a una celebración religiosa. Eso fue el 30 de mayo de 1999.
Este sábado, 20 años después de los hechos que marcaron las vidas de las víctimas, varias de ellas, así como sus familiares, acuden a la Comisión de la Verdad (CEV) para que les sean reconocidas las afectaciones y los impactos que generó en ellas el secuestro. El padre Francisco de Roux, presidente de la CEV, se refirió a las víctimas y les dijo: “Les decimos a las víctimas que estamos con ustedes, nadie más tiene la autoridad moral ante el país para dar ese grito de inmenso dolor. Vamos a tener el valor de sacar al país de este sufrimiento”.
Los secuestros del Eln
La primera víctima en hablar fue Marcela Betancourt, secuestrada el 17 de septiembre del 2000 por integrantes del Frente José María Becerra del Eln cuando, en el kilómetro 18 de la vía Cali - Buenaventura, esa guerrilla se camufló como militares del Gaula e irrumpieron en dos restaurantes y una hacienda, secuestrando a 62 personas sobre las 4 de la tarde. Luego de 45 días de cautiverio, 59 personas retornaron a la libertad menos tres de ellas: el médico Miguel Nassif, el comerciante Carlos García y el ingeniero Alejandro Henao. “Dar testimonio del dolor y de las pérdidas que hemos sufrido. Es la única manera de lograr que estas verdades sean reconocidas y va a ser la única forma de garantizar la no repetición de esta barbarie”.
Su testimonio se unió al de una víctima anónima del secuestro masivo cometido en la iglesia La María (en el barrio Ciudad Jardín, al sur de la ciudad) el 30 de mayo de 1999, cuando hombres armados y vestidos de camuflado militar irrumpieron la misa alegando ser integrantes del Gaula militar y pidiendo desalojar la iglesia por una amenaza de carro-bomba. Exactamente la misma modalidad con la que se llevaron 62 civiles un año más tarde en el kilómetro 18. “Esto debe ayudar a reconciliarnos, a recordar el pasado, pero a pensar en el futuro. Necesitamos una alta dosis de humildad y de confianza. Este espacio ayuda a lograr ese cambio”, dijo el hombre.
Isabella Vernaza, otra víctima de secuestro y sobreviviente del caso de La María, contó sobre las marchas forzadas en medio de la lluvia y el momento en que fue llevada a la fuerza junto a su esposo e hijo de 14 años, de quienes luego perdió rastro al ser separados. “Nos dirigía un niño de 13 años que nos dijo que, en caso de que nos tiraran granadas, nos lanzáramos al suelo y abriéramos la boca para que pasara la onda explosiva”. Explica, también, que a los tres días llegaron a una casa, en medio de la selva, donde había un periódico El Caleño en el suelo con una fotografía de su hijo de 14 años abrazado junto a sus familiares. “Me volvió el alma al cuerpo”, aseguró.
Secuestro a los diputados del Valle
Sobre el secuestro de los 12 diputados del Valle del Cauca, el 11 de abril del 2002, la primera en contar su testimonio fue Gloria Narváez Reyes, hermana de Juan Carlos Narváez. “Si el secuestro es traumático y deja secuelas físicas y emocionales, secuelas en el alma, en la piel; la muerte acabó los sueños y esperanzas de volverlo a ver”. El secuestro a los diputados del Valle, cometido por las extintas Farc, fue uno de los que más generó mella en la sociedad caleña que desde hacía tres años atrás venía siendo víctima de secuestros masivos urbanos, pescas milagrosas y atentados guerrilleros. Según el Centro Nacional de Memoria Histórica, el Valle del Cauca fue el segundo departamento con más número de secuestros, con aproximadamente 1.300 casos ocurridos entre 1950 y 2019.
En medio de la intervención de Gloria Narváez, habló sobre el rol de su madre, Luz Marina, quien falleció esperando justicia y verdad por el secuestro y posterior asesinado de su hijo, el diputado Juan Carlos. “Mi madre se volvió poeta del dolor, el cual mitigaba escribiendo, en mi testimonio quiero compartir uno de estos poemas, ahora que mi mamá y mi hermano se han encontrado en el más allá, ya que en la tierra no lo pudieron hacer, porque una guerra no los dejó volver a abrazar”, dijo con los ojos encharcados y con la voz entrecortada.
- “Me siento estar en la montaña. Veo los ríos, las raíces a través de los caminos y por esos caminos veo a mi hijo allí. Lo veo embarrado de lodo, las botas puro lodo, barbado, lo veo triste, lo veo que reacciona y los veo a todos ellos y le digo: Usted mire la luna, que la luna la estoy mirando; usted mire el sol, que el sol me abriga a mí y lo abriga a usted, lo abriga a usted y me abriga a mí. La montaña la tengo vivita aquí en el corazón. Al caer la tarde sé que esos árboles se mueven para allá y para acá. Ese frío de la tarde, mire esas cosas de la naturaleza ahí estoy yo. Y así es especialmente en las mañanas y en las noches silenciosas. Ya cayó la tarde fría y funestas, ahí está mi hijo, en las noches silenciosas”, recitó el poema que escribió Luz Marina antes de morir.
El caso del mayor Solórzano
Otro de los capítulos más dolorosos del secuestro fueron las retenciones cometidas contra integrantes de la Fuerza Pública. En Colombia, 1.214 militares y policías fueron secuestrados a manos de las extintas Farc y el Eln, según el Centro Nacional de Memoria Histórica. El mayor retirado Guillermo Javier Solórzano fue secuestrado el 4 de junio del 2007, cuando se lo llevaron integrantes de las Farc vestidos de camuflado que se hicieron pasar como integrantes del Ejército. Después, lo incluyeron a la lista de “canjeables” por guerrilleros presos con los que presionaban al Gobierno Nacional. El 16 de febrero de 2011 el mayor Solórzano fue liberado y rindió testimonio esta mañana ante la Comisión de la Verdad. “Me podrán ver físicamente bien, pero por dentro todas las víctimas del secuestro tenemos una laceración que con el tiempo tratamos de cerrar. La afectación a la dignidad, esa que nos intentaron despojar pero que no se pudo, porque las personas buenas de Colombia, los policías y los militares, son muy fuertes”.
En su relato describió momentos del cautiverio como las caminatas extensas con las que se iban internando en la selva. “Un guerrillero un día me dijo que íbamos lejos, hacia el Naya, en Nariño, a donde estaban los diputados. Yo nunca había dicho esto pero entiendo que ellos me querían unir a donde estaban los diputados del Valle del Cauca, por ser otro canjeable. (...) Todo fue un caos, seguí encadenado a los árboles, sometido a tortura física, moral, psicológica, sin saber cuál sería el final de la situación. Cuando se pierde la libertad es difícil resignarse a no recuperarla, un secuestrado siempre está pensando en su libertad, en cómo escapar, en cómo resistir. Fue así como después de 35 largos días llegó el 8 de julio, el día del cumpleaños de mi hija y ese día planeo una fuga y me fugué. Estuve 10 horas en la selva corriendo, pero desafortunadamente no le pude llevar este regalo. Lo que vino después por esa osadía fue un castigo, me colocaron doble cadena al cuello, al tobillo, un par de esposas en las manos permanentes y me quitaron las botas por ocho meses”, relató.
Durante su cautiverio, dijo, hizo un muñeco en forma de militar, que bautizó como “Rodolfito” y que lo acompañó y ayudó a prevenir un suicidio en la selva. Una réplica de ese muñeco todavía lo acompaña como símbolo de la memoria de lo que vivió por casi cuatro años. En medio de lágrimas, mientras hablaba sobre el estrés postraumático que vive como rezago de la guerra, dijo: “Señores de las Farc, Dios permita que ustedes valoren el significado de esta palabra y que cada perdón que se les otorga sea un firme paso más a entregar memoria histórica, justicia, verdad y reparación, siendo conscientes del profundo daño que ustedes causaron”.