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Rubén Darío Jaramillo es el confidente de Buenaventura. Más que ser el obispo del puerto, es un hombre en quien la gente confía, una figura cercana. Su palabra no es ley, pero sí que es escuchada por muchos en los días de paz, pero especialmente en los días de guerra.
Monseñor Jaramillo, como pocos, sabe tratar con bandas criminales. Se ordenó como sacerdote en su natal Pereira hace 31 años y desde entonces le ha dedicado su vida a intentar resolver a su manera conflictos urbanos y a trazar vías para sacar a los muchachos de vidas opacadas por el microtráfico, el reclutamiento, la delincuencia común y los homicidios selectivos.
Es un tipo recio, pero con una gran capacidad de escucha. Monseñor analiza y piensa en las acciones que puedan generar el menor daño posible. La confianza depositada en Jaramillo quizá radica en que no discrimina con quiénes habla. Si vienen de la legalidad o la ilegalidad, qué más da.
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Hastiados de matarse entre vecinos, amigos y conocidos de varios años, en septiembre de 2022 un líder de los Shottas y otro de los Espartanos, las dos bandas más grandes de Buenaventura, dieron con monseñor para encomendarle una tarea que por años pareció improbable: detener una guerra urbana que tan solo en esa esquina del Pacífico asesinaba casi que a más personas que las que morían por causas violentas en el resto de Colombia. De hecho, la ferocidad de esos enfrentamientos convirtieron a Buenaventura en una de las siete ciudades con más homicidios por cada 100.000 habitantes, según centros internacionales de estudios de conflictos, como la Universidad de Uppsala, en Suecia.
Jaramillo aceptó. Según le dijo a este diario, no quería más días como los que vivió entre 2020 y 2021, cuando todos los comercios y el Distrito en general cerraban a las 4 de la tarde. Cuando su habitual misa de las 7:00 p.m. la tenía que adelantar siempre tres horas para no poner a sus feligreses en peligro de encapuchados que poco les importaba a quién le podían disparar si no había cumplimiento en sus toques de queda.
Pensaba en un pueblo estigmatizado por la violencia y carcomido por una pobreza multidimensional producto de años de corrupción y desidia. Monseñor siempre pensó en salir de la guerra para darle vida a Buenaventura.
En octubre del año pasado -dos meses antes de empezar la tregua-, a Jaramillo le entraron varias preocupaciones sobre las formas de organizar a unas bandas que solo en el papel se mostraban con muestras de buena voluntad. “Quedamos con las bandas en bajar los homicidios y las fronteras invisibles. Eso se cumplió. Sin embargo, en esas primeras reuniones no logramos pactar el cese de robos o extorsiones, porque eran las “formas en las que se financiaban estas personas”.
Las bandas querían ver qué podía pasar con su situación jurídica si terminaban con la guerra, pero no podía hacer mucho porque no estaba blindado… si la Fiscalía veía que una persona natural como yo se reunía con delincuentes me podrían acusar por concierto para delinquir. Entonces allí llamé al Gobierno Nacional”, narra el obispo.
“He tratado con más bandas y con el extinto frente 47 de las FARC. Pero nada como esta experiencia. Nos cansamos de la violencia simbólica que nos marcó esta guerra”
Monseñor Rubén Darío Jaramillo
El ahora exalto comisionado para la Paz Danilo Rueda atendió el llamado de Jaramillo y con orden presidencial lo nombró como veedor y garante de voluntad de paz de las bandas de Buenaventura. Desde allí, monseñor tuvo vía libre para reunirse con Shottas y Espartanos, sentar posturas y darle seriedad a una eventual puesta en marcha de paz urbana.
A monseñor no solo se le unió el Gobierno, sino la MAPP-OEA y la Misión de Verificación de la ONU. El 7 de diciembre de 2022, en el Día de las Velitas, con un acto de la luz y promesas que siguen vigentes, inició el que fue denominado como el primer laboratorio de la paz urbana en la ambiciosa paz total. Ese fue el cimiento de lo que se vendría en 2023.
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Jaramillo ya tenía tanteado el terreno. Conocía las necesidades del puerto de primera mano y trabajó pensando en lo que ya había hecho. Llegó a Buenaventura tan solo tres meses después del paro cívico de 2017 y allí vio a un pueblo hastiado de ser olvidado y pisoteado.
“Los diálogos que vemos ahora con las bandas no habrían sido lo mismo sin experiencias de antes. Recuerdo trabajar después del paro cívico con el profesor Jean Paul Lederach y otros expertos en las formas para recuperar a los jóvenes. Impulsamos desde esos días los diálogos entre contrarios para que nos toleráramos entre todos. Veíamos que ese modelo funcionaba en el norte del Cauca y el sur del Valle y ¿por qué no iba a servir en Buenaventura? Es fácil hablarle a quien piensa como uno… entonces volteé la ecuación. Creo que desde ese momento se trataron en serio las diferencias entre muchachos, entre sector político y empresarios, y entre estos mismos con la academia. El puerto siguió siendo violento, pero esos aprendizajes son con los que trabajamos hoy”, cuenta Jaramillo.
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El desafío para 2023 era el de cerrar brechas de antiguos odios. El 18 de julio de 2023, luego de un semestre con menos de 20 asesinatos en el puerto, se selló una tregua de no agresión. Un pacto que ha sido tan exitoso, que se pudo extender hasta el próximo 4 de febrero de 2024.
El fútbol, sin duda, ha estado presente. No se podía esperar otra cosa de la cuna de Fredy Rincón, Adolfo Valencia o Carlos Enrique Estrada. Con monseñor motivándolos, entre Shottas y Espartanos han comenzado a hacer durante su tregua cuatro canchas de fútbol en barrios donde hasta hace poco los golpes más certeros eran los que dejaban los casquillos de balas y no los de potentes patadas para patear un balón.
La paz está en la fe de las personas -una fe que no tiene cabida del todo ni en el catolicismo ni en otra religión-. Allí se ha impulsado la fe en que es posible soñar con una Buenaventura tranquila, en la que no dé miedo pasar al barrio del lado para ser asesinado.
Monseñor Jaramillo, más que darle importancia a lo que hace, dice que sigue un legado y a su corazón. “Los obispos de Buenaventura deben estar para el servicio, o si no no pueden serlo. Tengo antecedentes y legados que debo continuar y que honran mi labor. Pienso en monseñor Gerardo Valencia, que construyó 14 escuelas en los 50 y ayudó a diseñar el Distrito. Pienso en monseñor Héctor Epalza, quien en los 90 fue la primera persona en denunciar las casas de pique y le apostó a la educación como forma de vida”, resume.
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Contrario a intentos pasados de paz, en esta oportunidad hay sincronía entre gremios, portuarios, universidades, sociedad civil, comunidad internacional e Iglesia. Persisten algunas retaliaciones, la paz no está siendo perfecta en su construcción, pero pululan gestos para pensar en que puede llegar a funcionar. Que Buenaventura no quede más al margen del país y su desarrollo.
“No hablaremos acá de mesa de negociación, porque no es un proceso como el del ELN. Es un diálogo sociojurídico incluyente y pensado en la gente. Con Pastoral Social he estado tratando antes temas de desmovilización de paramilitares con los bloques Central Bolívar y Cacique Pipintá. He tratado con más bandas y con el extinto frente 47 de las FARC. Pero nada como esta experiencia. Nos cansamos de la violencia simbólica que nos marcó esta guerra. Buenaventura es alegría, ya está”, concluye monseñor, quien espera que el puerto que lo acogió regrese a sus raíces y sea reconocida por el conono, los tambores, la marimba y el guasá. Que toda la familia grande se pueda reunir de nuevo para sentarse en paz.