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Las estrategias fallidas para encontrar a su nieto van amontonándose como platos sucios. Sonia Torres no los lava, porque son su memoria. De ese desastre saca más ideas para seguir buscándolo. Se llama Daniel, o eso le dijeron, y tiene 44 años. Ella ya cumplió 91 y aspira llegar a los 100 para continuar con esa labor. Desde el 26 de marzo de 1976, dos días después de que se instalara la dictadura cívico-militar en Argentina, ha recorrido su país con una pancarta en la mano, denunciando lo que ocurrió con su hija Silvina Parodi, quien fue secuestrada ese día cuando tenía seis meses y medio de embarazo.
De Silvina solo supo que fue raptada, junto con su esposo Daniel Francisco Orozco, debido a su militancia en el Ejército Revolucionario del Pueblo. La joven de 21 años fue obligada por los militares a parir su bebé mientras estaba detenida en el centro clandestino La Perla, ubicado en la provincia de Córdoba, donde luego se supo que al menos 2.500 personas fueron torturadas, asesinadas y desaparecidas.
“Sé que nació un niño. Sé que le pusieron Daniel, como su padre, y que los separaron a los dos días de haber nacido. Lo llevaron a una casa cuna, donde se abandonan los chicos por distintos motivos. Era un lugar de monjas. Y a ella la llevaron de nuevo a La Perla y la fusilaron”, cuenta Sonia. Hoy su hija sigue desaparecida, al igual que su yerno y su nieto.
Su cuerpo no aguanta largas caminatas y le cuesta concentrarse en las entrevistas. Pero se aferra a las ganas y a la memoria para ingeniarse otra manera de hallarlos, sobre todo a Daniel, de quien tiene la certeza de que está vivo. Desde hace un año, como presidenta de la organización de Abuelas Plaza de Mayo sede Córdoba, adelanta una campaña internacional, única en el mundo, para abrir más caminos y posibilidades de búsqueda.
Las Abuelas de Plaza de Mayo
Iniciaba la década de los setenta y no es una exageración decir que Argentina era prácticamente ingobernable. Estaba el expresidente Juan Domingo Perón en el exilio y en las tierras argentinas operaban guerrillas como el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) y las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) o Montoneros, que luchaban contra la dictadura denominada Revolución Argentina, de Juan Carlos Onganía, Roberto Marcelo Levingston y Alejandro Lanusse.
En medio de esa inestabilidad, el regreso de Perón al país y su tercera presidencia, la violencia se cocinaba con fuerza entre las peticiones sociales, la fortaleza de los sindicatos y la amenaza constante de los golpes de Estado —no solo en Argentina, sino en la región— bajo la Guerra Fría y la cruzada anticomunista.
Ese fue el punto de origen de organizaciones parapoliciales como la Alianza Anticomunista Argentina (AAA o Triple A), coordinada y puesta en marcha con el aval de los gobiernos de turno para combatir a los sectores de la izquierda peronista y no peronista. Según los cálculos, desaparecieron y asesinaron a por lo menos mil artistas, políticos, sacerdotes, estudiantes o sindicalistas. De hecho, su operación continuó hasta el punto que empezaron a tejer las bases del golpe de Estado que se ejecutaría en 1976.
Ese año se perpetró el golpe militar, en cabeza de Jorge Rafael Videla, contra el gobierno de María Estela Martínez de Perón, más conocida como Isabelita y quien había asumido el poder tras la muerte de su esposo. Fue el inicio de lo que se denominó Proceso de Reorganización Nacional y, con él, una de las épocas más violentas de la Argentina, marcada por el exterminio de opositores, estudiantes y sindicalistas.
Como ha sucedido en Colombia, las cifras de los desaparecidos difieren, pero se estima que fueron al menos 30.000. El terrorismo de Estado de Videla y compañía dejó en la historia, además, crímenes tan execrables como el secuestro y apropiación de 500 bebés de detenidos desaparecidos. Sus abuelas los buscan desde entonces.
Pero las cifras eran incalculables en ese momento. Sonia notó la magnitud del horror cuando en la búsqueda encontró a varias mujeres con las que compartía la desesperación de no hallar a sus queridos. Solo en Córdoba había 22 madres y abuelas exigiendo respuestas, cada una por su lado. No tardaron mucho para darse cuenta de que necesitaban que su bulla fuese escuchada, así que se unieron a otras mujeres que protestaban en la Plaza de Mayo, uno de los lugares más concurridos que está ubicado justo frente a la Casa Rosada, la sede de la presidencia argentina, para exigirle a la dictadura respuestas del paradero de sus hijos e hijas embarazadas.
Ante el silencio, la visita a la plaza se volvió ritual. Y, en 1977, el grupo se convirtió en la Asociación Abuelas Plaza de Mayo. Sus integrantes pasaron de estar en casa y encargarse de las labores de cuidado a la vida pública. Se tomaron las calles, porque los medios de comunicación las ignoraron, a pesar de estar en el lugar más visible de Argentina.
Solo los medios internacionales, hasta 1978, cuando se celebró el mundial del fútbol, mostraron las denuncias sobre las graves violaciones de derechos humanos de la dictadura. Armaron 200 comités en todo el país para llamar la atención de los medios internacionales mediante partidos de fútbol en plazas que terminaban en la dramatización de asesinatos, personas amordazadas, ensangrentadas.Los militares respondieron que se trataba de una campaña “antiargentina”.
Además de difundir este mensaje, las abuelas se convirtieron en detectives y rastrearon uno a uno los casos de bebés robados en orfanatos, entidades del Estado, juzgados y hospitales. Supieron, por testigos y sobrevivientes, que algunos niños y niñas fueron entregados directamente a familias de militares, otros abandonados en institutos como NN y otros más vendidos en el exterior.
“En todos los casos les anularon su identidad y los privaron de vivir con sus legítimas familias, de sus derechos y de su libertad. Como abuelas buscadoras nos dimos la mano y desde ese momento dijimos: hasta que el último nieto no recobre su identidad, vamos a seguir trabajando”, explica Sonia.
Y con ese ímpetu armaron lo impensable. Cuando la democracia volvió a Argentina, el 10 de diciembre de 1983, se preguntaron por mecanismos que les ayudaran a identificar a sus nietos y nietas. Se enteraron que a través de una muestra de sangre se podía determinar si una persona es o no un familiar.
Tras su insistencia, un grupo de científicos chilenos, argentinos y americanos, liderados por la genestista Mary Claire King, desarrollaron el “índice de abuelidad”, una fórmula estadística que, a partir de material genético, establece con una precisión indubitada la probabilidad de parentesco entre una abuela y su nieto o nieta. “Avanzaron en la ciencia para que esos lazos filiatorios se puedan determinar. Después pensaron: ‘¿Dónde guardamos todo esto?’. Con esta idea en la cabeza se creó el Banco Nacional de Datos Genéticos”, relata Belén Altamiranda Taranto, una de las nietas con identidad restituida.
Pero con la creación del banco se presentaron otras situaciones más complejas. Por ejemplo, ¿cómo hablarles a los niños o acudir a pedirles que se hicieran una prueba, en caso de que hubiese una sospecha, si eran menores de edad? “Tocaba hacerlo a través de la justicia, y ahí todo era más lento. Por eso en 1992 se creó la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad (Conadi), un organismo del Poder Ejecutivo que tiene facultades para pedir documentación, hacer investigaciones y ordenar los análisis en el banco”, explica Manuel Gonçalves Granada, director de la Conadi y otro nieto restituido.
La valija diplomática
En el primer año solo hubo dos ingresos de muestras de sangre. Luego aumentaron a cuatro, seis, diez. Con las campañas que han diseñado las abuelas, junto a otros familiares y personas que han restituido su identidad, el número ha ido creciendo. Según Manuel, ahora el promedio es de 800 muestras por año. Gracias a ello, hasta 2021, han encontrado 130 nietos y nietas. Pero aún faltan otros 300, entre ellos, Daniel.
La búsqueda de las abuelas ha sido particular. En primer lugar, porque nunca conocieron a los bebés, y así es más difícil rastrear a un desaparecido. Y, por otro lado, las estrategias que han implementado se han tenido que adecuar a las edades de los bebés robados, según explica Manuel: “Cuando los buscaban de niños, no podían llegar a ellos directamente con ese mensaje. Luego, cuando eran adolescentes, empezaron a pensar que había que ir a los recitales de rock. Hacían contenidos para pasar en las pantallas de los conciertos, explicando que durante la dictadura se robaron 500 bebés y alguno de los asistentes podría ser uno. Con todo eso te puedes decir: ‘che, yo soy de ese período de la dictadura’”.
En la adultez, hicieron una alianza con la selección argentina fútbol, liderada por Lionel Messi, para crear otra campaña por el Derecho a la Identidad. Con ella era posible llegar a los nietos y nietas o, en el mejor de los casos, a alguien que los rodeara, como la pareja, un amigo o vecino. Y, recientemente, lanzaron otra estrategia, aprovechando las circunstancias de la pandemia, llamada “Una dosis por la identidad”. “Los nietos y nietas que ya logramos saber quiénes somos, nos tomamos una foto con el carnet de vacunación y pidiéndole a la gente que no olvide que todavía hay 300 desaparecidos vivos”, expresa Belén.
La gente se pregunta, después de 44 años, ¿qué más se pueden inventar para encontrarlos? Sonia ríe y responde: “Lo que me sobra a esta edad es creatividad”. Ahora la nueva estrategia, diseñada en gran parte por ella, es “mirar más allá de las fronteras”. A través de una alianza entre la Conadi, las Abuelas de Plaza de Mayo y la Cancillería, se han capacitado las 180 representaciones de Argentina en el mundo. “El objetivo es ampliar nuestro mensaje de búsqueda, pero también facilitar que las personas que están fuera del país, que hayan nacido entre 1976 y 1980, y tengan dudas de su identidad, puedan encontrar rápidamente una respuesta del Estado”, agrega Manuel.
No tienen que ir a Argentina para resolver sus dudas. “En caso de que se vaya a analizar el caso, mandamos una valija diplomática, que no es más que una maleta que los países usan para sacar o entrar información confidencial y que no puede abrir nadie. En este caso la enviamos con un kit para la toma de muestra a la persona que reside en el exterior. Así que después la embajada o el consulado argentino más cercano a donde esté la persona se hace cargo de la operatoria de eso. Con esta estrategia hemos encontrado nietos en Holanda, Estados Unidos, Alemania, España, entre otros”, explica el funcionario.
En las páginas de internet de las embajadas o consulares hay un espacio sobre el trabajo de las Abuelas de Plaza de Mayo. Adicionalmente, el personal está capacitado para contener a quienes se enfrentan a las dudas de su identidad y de canalizar de inmediato los casos a la Conadi. La difusión de la campaña se hace en todo el mundo, porque no descartan que los nietos o nietas hayan hecho sus vidas en otros lugares, incluido Colombia. Hay países que están contribuyendo, como España e Italia, para que la estrategia sea masiva por medio de una red por la identidad que han construido en conjunto.
Esta es una muestra, según Manuel, de que el Estado argentino está comprometido con la búsqueda de los desaparecidos y que ha logrado convertir ese empeño en una política transversal a los gobiernos. Un ejemplo que, para el director de Conadi, debe seguir Colombia en su enorme labor de buscar a 120.000 personas en el marco del conflicto armado, muchas de ellas quizá llevadas a otros países.
De hecho, el pasado 5 de junio, el diario El Tiempo reveló una historia de una mujer y su hijo de 11 meses que fueron secuestrados y desaparecidos, en 1992, por hombres armados que llegaron a su casa, en Popayán. Se los llevaron como represalia en contra de su esposo. La única pista de su abuela fue la llamada de un hombre, quien le dijo que le devolvería al niño en un barrio en Pasto (Nariño), si retiraba la denuncia ante la Fiscalía.
Según los informes del Consejo de Estado y la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, a donde llegó el caso, en efecto, el bebé fue abandonado en una calle de Pasto, en diciembre de ese año. Las personas que lo hallaron contaron a los medios regionales de lo sucedido y a partir de ese momento el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF) tomó en custodia al niño.
Cuando su abuela rastreó el lugar donde el Estado lo había llevado, se enteró de que el niño fue dado en adopción a una familia en Suecia. “Vuelva por él en 30 años”, le dijo una funcionaria. Ella no se quedó con las manos cruzadas y, después de un largo proceso judicial, pudo localizarlo.
Para las organizaciones sociales, en Colombia debe haber decenas de casos como este. Por eso es necesario que la Unidad de Búsqueda de Personas Dadas por Desaparecidas, una entidad creada después del Acuerdo de Paz de 2016, empiece a desarrollar estrategias para rastrear a quienes no regresaron y podrían estar en otros países. La Unidad ya comenzó planes de búsqueda en las zonas fronterizas con Ecuador y Venezuela, y no descarta atender estos casos que, en Colombia, no han sido tan frecuentes.
¿Dudar de la identidad?
“Es poco probable que se te pase por la cabeza que tienes una identidad falsa. Eso lo entendemos. Pero también hay quienes pueden tener indicios de que su vida es diferente a la del resto. Que hay dudas o espacios en blanco sin resolver. Por ejemplo, que no te parezcas físicamente a la familia, que no existan fotos de tu madre durante el embarazo o de ti recién nacido. A ellos o ellas quisiéramos llegar”, advierte Manuel.
La dificultad de cuestionarse por un pasado desconocido la entiende al derecho y al revés. Él, que desde pequeño supo que era adoptado, siempre rechazó la idea de buscar a su familia biológica. Pensó que su madre y padre lo abandonaron, por eso no hizo ningún esfuerzo. En su caso, fue gracias a las abuelas que se enteró de la verdad.
Su padre se llamaba Gastón Gonçalves y su madre, Ana Granadas. Ambos eran militantes. Su padre fue secuestrado y desaparecido el primer día del golpe. Ana se salvó porque los militares no la encontraron en la casa de su suegra, donde estaba de visita. Aún hay baches en el relato, pero, de acuerdo con los testigos, pudo tener a Manuel en un lugar a salvo.
“Entiendo que nací el 27 de junio de 1976. Pero no sé dónde nací. Nadie supo dónde me tuvo, seguramente, en medio de un lugar bastante precario. Ella tenía 23 años, no estaba con su compañero, tampoco con su familia(...). Finalmente, llegamos a una casa en la ciudad de San Nicolás, a 300 kilómetros de Buenos Aires, donde vivimos con una pareja y sus dos hijos, de tres y cinco años. Estuvimos allí hasta el 19 de noviembre de 1976, cuando a las 6:00 a. m. 40 hombres rodearon el lugar, subiéndose a los techos de otras casas, y de repente la atacaron. Le volaron la puerta, las ventanas con granadas y ametralladoras. También hubo gases lacrimógenos. Fue tremendo. Como resultado, asesinaron a mi mamá y a la otra familia. Fui el único sobreviviente”, narra Manuel.
Sus abuelas llevaron al equipo de antropología forense los datos sobre los tres. Ellas sabían que Ana tenía cinco meses y medio de embarazo. Los investigadores, por su parte, crearon una metodología de empezar a buscar en sitios donde hubo operativos. “Así llegaron al caso de San Nicolás, donde la gente les contó todo: que fui el único sobreviviente de una operación militar y que me llevaron a un hospital, pero que no volvieron a saber de mí. Ellos rastrearon documentación en el hospital y pudieron determinar mi identidad. Tenía 20 años. Me llamaba Claudio Novoa”, relata.
En ese hospital estuvo cuatro meses, solo, bajo la custodia de los militares, hasta que el juzgado de menores de San Nicolás lo entregó a una familia en otra provincia. En la investigación del caso se supo que su padre y madre adoptivos no tuvieron relación con la dictadura. La vida dio un vuelco. Ahora podía llamarse de otra manera y se enfrentaba a una familia que lloró tanto tiempo su ausencia.
Su historia fue conocida en Argentina porque, además, uno de sus hermanos biológicos es el bajista de Los Pericos, una banda de rock reconocida. “Claro, la historia es curiosa, porque yo lo iba a ver antes de que me encontraran. Él vino una vez a tocar al lugar donde yo trabajaba y estuvimos en los camerinos, que eran como un baño pequeño. Estuvimos muy cerca”.
Para Belén Altamiranda Taranto, muchos no quieran asumir la duda y empezar este camino por miedo. Creen que pueden verse como personas desagradecidas con quienes los adoptaron o que incluso puedes involucrarlos en un proceso penal. “Y es que piensas: ‘Ellos fueron buenos conmigo’, ‘¿qué va a pasar’?, ‘ellos no sabían nada’”. Belén tardó varios años en hacerse la prueba de ADN, después de enterarse por una profesora de la facultad la causa de las abuelas.
“Yo también supe que me adoptaron. ¿Por qué decidí ir a donde las abuelas? Porque estaba dentro del rango. Nací en 1977. Y me acerqué porque tampoco sabía cómo buscar. Me parecía que ellas me podían orientar sin pensar que era una de sus nietas. Yo tomé esa decisión a los 27 años, ya era madre. Creo que ese fue un disparador importante. Necesitaba saber, por mi hija también, de dónde veníamos”, asegura.
La Conadi la ayudó a buscar su expediente de adopción: “Yo estaba registrada como NN. Según los registros, a mí me dejó un hombre joven con datos falsos en un centro de adopción en Buenos Aires, en Capital Federal. Decía que yo había nacido por parte natural y que mi mamá no podía tenerme. Para salir de las dudas, me hice el análisis y el 29 de junio de 2007 me enteré de que soy hija de Rosa y Horacio, y que mi verdaderos apellidos son Altamiranda Taranto”.
Ambos eran militantes del Partido Revolucionario de los Trabajadores. Su padre trabajaba en una fábrica y su madre se dedicaba al hogar y tenía seis meses de embarazo cuando la desaparecieron. La familia desconocía que Rosa y Horacio, además, se encargaban de la difusión de contenidos de ese grupo político. Cuando los secuestraron, todos pensaron que se llevaron a Horacio a prestar el servicio obligatorio, pues nunca se presentó a la convocatoria.
“Luego mi abuela paterna, Irma, asume la búsqueda. Mi otra abuela, Aidé, es amenazada y por eso no sigue. A ella sólo le llegó una carta de mi mamá, en la que cuenta que los van a judicializar. Eso era un alivio en medio de todo porque no iban a terminar muertos. Pero resultó ser mentira. A mamá se la llevaron a Campo de Mayo antes de que comenzara el trabajo de parto, le indujeron el parto y le hicieron una cesárea. Siempre estuvo vendada, esposada a la camilla, así que nunca supo si era una nena o un varón. Sólo me oyó llorar. Ella vuelve al Vesubio, otro centro de detención y exterminio, muy deprimida y después de un tiempo les empieza contar a las compañeras lo que había pasado. Esto me lo cuenta una compañera de ella que sobrevivió”, dice Belén.
Luego a la bebé la llevan al centro de adopción de la Iglesia Católica:”A mí me dejan en un centro de adopción en Buenos Aires que se llama Movimiento Familiar Cristiano. Ese movimiento surge en sus comienzos como un grupo de matrimonios que concurrían a una iglesia, en un barrio coqueto de Buenos Aires. En ese mismo centro hubo otro caso como el mío. En juicio se determinó que había una relación con lo que se hacía en la dictadura y ese lugar. En Campo de Mayo mi mamá contó que las cuidaron unas monjas”, señala Belén.
Ella tuvo la fortuna de encontrar a sus abuelas vivas. La justicia investigó a su familia adoptiva, pero se dieron cuenta de que nunca supo sobre el origen de Belén. Gracias a ello, se pudo tejer una relación entre la madre adoptiva, quien ya murió, y su familia biológica.
Sus historias pudieron reconstruirlas, en gran medida, por los testimonios de sobrevivientes y testigos que estuvieron en los tribunales esclareciendo la verdad. El 5 de julio de 2012, la justicia argentina condenó a 50 años de prisión al expresidente Jorge Videla y otros militares por el robo sistemático de bebés de presos políticos, conocido como “Causa Plan Sistemático”.
En ese momento todos estaban cumpliendo sentencias perpetuas por otros delitos de lesa humanidad. “Todas las parturientas a quienes respeto como madres eran militantes activas de las maquinarias del terrorismo”, dijo el exdictador en su discurso de cierre. Hasta el último momento las revictimizó: “Muchas de ellas usaron a sus hijos embrionarios como escudos humanos al momento de ser combatientes”.
Enterarse de la verdad, advierte Belén, es una bofetada, que en un principio paraliza, pero luego te despierta a una vida que puede ser incluso mejor. “Yo les diría que no tengan miedo, que los están esperando desde hace 45 años. Aclarar sus dudas es todo: les da libertad. Es un derecho. Tienen que saber quiénes son. Por eso, si dudan, contáctennos en www.abuelas.org.ar, donde podrán encontrar una ruta y la seguridad de nuestra compañía en este proceso”.
Tanto Belén como Manuel trabajan para restituir las identidades de los bebés que, como ellos, fueron robados. Lo hacen por agradecimiento y como retribución a la labor de sus abuelas. Como saben que los militares no encontrarán respuestas, por su pacto de silencio que quedó evidenciado en los tribunales, abren diferentes caminos, ahora con ayuda de la tecnología, para seguir con la lucha de la organización y el deber del Estado de recuperar a esas personas.
Sonia Torres dice que si llega a morir pronto, los nietos y nietas restituidos seguirán buscando a Daniel. Y lo harán con el legado que dejaron las abuelas: “Recuerda que aquí no hablamos desde la venganza. Siempre trabajamos desde el amor. Y desde el amor hemos conseguido encontrarlos”.
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