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La locutora que sobrevivió a la ‘Operación Armagedón’
Ocurrió el 26 de marzo del 2012, a las 2:40 de la madrugada en un punto que llaman Chorrentoso de la vereda El Silencio, Meta. Mary recuerda la fecha y hora exacta porque fue el momento más difícil de su vida.
Antes había cargado tres o cuatro arrobas de peso a su espalda por trochas intransitables, había escapado de los operativos militares una y otra vez, había visto agonizar “boqueando” a su amigo Arturo por un tiro en el pecho, pero nunca nada como el bombardeo del 26 de marzo.
La ‘Operación Armagedón’, a la que los militares en su momento se refirieron como el golpe “estructural más fuerte” que sufrieran las Farc, dejó como saldo la muerte de 39 guerrilleros, la mayoría mandos medios del antiguo Bloque Oriental que asistían a un curso de comandantes. Las fotos que publicó la prensa muestran un tajo de selva completamente quemado, en pie algunos troncos desnudos, como muñones amputados de la tierra.
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“Nos mataron casi una compañía completa”, recuerda Mary, y cuenta que mientras huía del campamento iba encontrándose guerrilleros por los caminos sin piernas, sin brazos. “Fue uno de los golpes más duros que pude recibir emocionalmente”, dice.
Dos décadas después de su ingreso a la guerrilla, Mary es una de las reincorporadas que gracias al proceso de paz hoy integran la red de emisoras para la convivencia y la reconciliación, más conocidas como ‘emisoras de paz’, que fueron pactadas en los diálogos de La Habana.
Once emisoras se han puesto en marcha de un total de 20 contempladas en el acuerdo final, lo que convierte este punto en uno de los que mayor avance en la implementación, según el Instituto Kroc, encargado de la verificación y el seguimiento de los acuerdos.
Las emisoras tienen como propósito “hacer pedagogía sobre los contenidos del Acuerdo Final” y abrir espacios de difusión a organizaciones sociales y comunitarias. Un propósito que sigue al aire. De acuerdo con Juan Ricardo Pulido, coordinador de las emisoras, el 41% de los invitados a los programas pertenecen a organizaciones sociales y el 63% son líderes.
“Las emisoras son diversas, como el país”, sostiene Pulido, quien agrega que “la gente sí ha sentido que esa no es la emisora ni del gobierno, ni de la guerrilla, uno se encuentra campesinos que van a llevarles plátanos o a ofrecer sus producto. 1.607 de los invitados que han pasado por las emisoras son líderes sociales”.
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Cada emisora produce en promedio 120 horas mensuales de programación local a cargo de un equipo de 66 personas que vive y trabaja en los territorios donde están instaladas. A la fecha hay emisoras en Puerto Leguízamo (Putumayo), Ituango (Antioquia), Bojayá (Chocó), Chaparral (Tolima), Arauquita (Arauca) Convención (Norte de Santander) San Jacinto (Bolívar), El Tambo (Cauca), Florida (Valle), Algeciras (Huila) y Fonseca (Guajira). En los próximos meses entrará en funcionamiento otra en Mesetas (Meta).
Los 16 años de experiencia en “La Voz de la Resistencia”, la red de emisoras clandestinas con que las Farc transmitían desde las selvas del país, le sirvieron a Mary para ingresar al sistema de radio pública. “Ustedes se van para una emisora”, les dijo el Mono Jojoy hace muchos años a ella y otros compañeros: “allá les enseñan, van a ser periodistas”.
Once emisoras se han puesto en marcha de un total de 20 contempladas en el acuerdo final, lo que convierte este punto en uno de los que mayor avance en la implementación.
Instituto Kroc
En el monte aprendió a hacer programas de música popular, radionoticias, guiones y también un informativo para jóvenes campesinos.
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Además, aprendió a correr serranías con una planta de gasolina de cuatro arrobas al hombro, con la que encendían las consolas en lo más profundo de la montaña. Aún recuerda cuando la aviación los bombardeó sobre el río Guape, matando dos de sus compañeros que manejaban la plaqueta en plena transmisión.
“Era más el orgullo nuestro por no dejarnos apagar ese día. Nos decidimos a arrancar con planta al hombro, gasolina, nos fuimos a colocar la emisora en otro filo y desde allá transmitir”, cuenta. “Arrancamos a las cinco de la tarde. Del Guape a la Nevera se echaba uno cuatro horas con carga por puro filo, era larguísimo, no había camino real sino trocha. Llegamos al filo a las 11 de la noche con los aparatos y la planta. Al otro día estábamos media hora más arriba a las cuatro de la mañana y a las seis comenzamos a retransmitir con el disco Voz de la resistencia, de Julián Conrado”.
“Algo aprendí y estoy trabajando acá en Radio Nacional de Colombia”, dice Mary sobre su vida pasada y sobre la reincorporación. Si la guerra y la paz no hubieran ocurrido, no sabe dónde andaría hoy: “mis papás no tenían la plata para darme la universidad”.
Pedagogía afuera y adentro
Alejandra Cuéllar se convenció de que las emisoras de paz cumplen su labor cuando viajó a una vereda remota de Natagaima, en el sur del Tolima, para conocer a Mauricia, una maestra alfarera de 92 años que rompió en llanto mientras la entrevistaban porque ese había sido su gran sueño: hablar en la radio. “Para mí eso es construir paz (...) llegarle a la gente que nunca tuvo voz”, asegura.
Alejandra Cuéllar es periodista de profesión y coordina el equipo de la emisora de paz del sur del Tolima, cuya base es el municipio de Chaparral. Reconoce que la pedagogía de paz se hace de los micrófonos para afuera, pero también dentro de la misma cabina, entre compañeros que antes fueron enemigos irreconciliables. En Chaparral comparten mesa de trabajo dos excombatientes y dos víctimas de las Farc, que ahora integran el mismo equipo.
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Manuel Bolívar, el reincorporado que desde el partido Farc –ahora Comunes– acompañó el proceso de creación de las emisoras, asegura que la iniciativa es novedosa y no existen precedentes en el mundo. La considera crucial en el contexto colombiano donde la población rural dispersa se informa principalmente por radio: “es comunicación para reconstruir el tejido social que se destruyó en la guerra, tejer solidaridad, reincorporación, reconciliación, perdón”.
Manuel recuerda a dos de sus antiguos compañeros de armas que ahora hacen parte del equipo técnico de una de estas emisoras. “Uno de los logros más importantes del proceso es saber que esos compañeros con los que recorrí montes, selvas, páramos, todo ese conocimiento que aprendimos de la radio de un modo tan sufrido, hoy lo ponen en práctica para la construcción de paz. Es recuperar dos compañeros que estuvieron en la guerra y hoy construyen paz”, dice.
Esto fue posible porque en el diseño de las emisoras se estableció que las antiguas Farc podían certificar a quienes trabajaron en sus emisoras clandestinas durante la confrontación. Ese certificado valida los conocimientos profesionales necesarios para hacer parte de un equipo de radio.
Juan Ricardo Pulido cuenta cómo conoció a uno de esos reincorporados que hoy ejerce como técnico del máster en una de las emisoras de paz: “yo le monto y le desmonto una emisora en dónde usted me diga, en cualquier parte de Colombia”, le había dicho. Hoy guarda la certeza absoluta de que aquella afirmación era cierta.
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“¿Con qué noticia me vas a sorprender?”
De madrugada, Rosember Anaya despacha el sueño con un café negro oyendo radio, como aprendió de su padre, que desde las cuatro de la mañana ya tenía encendido un aparato para escuchar las noticias por Todelar.
Su ritual es idéntico, pero guarda una ligera diferencia con el de su papá: ahora es la voz de Rosember la que se oye por el aparato.
“¿Y entonces? ¿Hoy con qué noticias me vas a sorprender?”, le grita con el amanecer Roberto Arias desde la terraza vecina, mientras Rosember contesta que ponga la emisora y que esté pendiente. A media mañana, cuando Rosember ya está en la cabina de transmisión, su vecino le manda por WhastApp un video del bafle a todo volumen confirmando la sintonía.
El otro vecino, Jorge Escandón, es dueño un negocio de insumos agrícolas en el centro de San Jacinto, donde se reúnen los campesinos a comprar sus herramientas y abonos. Jorge saca el equipo de sonido a la puerta y desde las tres de la mañana sintoniza la Radio Nacional hasta la una de la tarde.
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Anaya dirige la emisora de paz de la Radio Nacional en San Jacinto, Bolívar, que cubre una zona especialmente golpeada por el conflicto armado: la región de los Montes de María. Aunque fue un periodista exitoso en Barranquilla, siempre quiso volver a su pueblo y cree que “es lo mejor” que le ha pasado en la vida.
El propósito fundamental de las emisoras de paz era convertirse en voz de las comunidades rurales que sufrieron el conflicto armado, como una plataforma para sus productos, su cultura, sus denuncias e inquietudes. Esto, según Anaya, se está cumpliendo. “Sienten que es su emisora, los campesinos llegan, hablan, cuentan sus problemas”.
Manuel Bolívar precisa que la red de emisoras de paz ha organizado ya dos festivales de música campesina y eso permite “que la comunidad se fortalezca”. Por eso insiste en que a pesar de retrasos burocráticos que han demorado la instalación de las emisoras restantes, el balance desde el Partido Comunes es muy positivo: “tenemos grandes dificultades en la implementación del Acuerdo de Paz, eso nadie lo niega, pero con las emisoras no hay ningún interés conspirativo para que no se implementen”.
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La llegada de la emisora a San Jacinto ha sido un hito, porque llena el vacío que dejó la emisora comunitaria Artesanía Estéreo cuando cerró. “Nosotros intentamos contar historias diferentes”, dice Anaya, quién junto a su equipo busca personajes y relatos por todos los Montes de María.
Por ejemplo, la historia de un hombre que hizo un teatro itinerante para la paz en Zambrano en medio de los peores años de la guerra y estuvo un año escondiéndose de los actores armados. O el relato Mayerlis Angarita, cuya madre fue desaparecida por los paramilitares cuando ella tenía apenas 14 años. No obstante, Angarita nunca desistió su búsqueda y pudo hallar el cuerpo de su madre en diciembre pasado, convirtiéndose en un símbolo para más de 800 mujeres de la región que hoy mantienen la esperanza de la paz a través de Narrar para vivir, la iniciativa que creó en pleno auge paramilitar.
Rosember conoció la violencia en su infancia cuando fue testigo de la única toma guerrillera que sufrió San Jacinto. “También vi secuestrar un compañero del colegio que se lo llevaron por las montañas”. Pero es incisivo en que ahora se debe romper el estigma de la violencia hablando de las historias positivas, como la de los decimeros que le cantan a la paz o la de los campesinos que fabrican harina con yuca.
El pasado 16 de noviembre Anaya, miembro de las emisoras de paz, fue ganador del Premio de Periodismo Simón Bolívar por su colaboración desde San Jacinto en un trabajo colectivo de la Radio Nacional de Colombia. Fue la crónica “Artesanos de la música” donde él realizó un capítulo dedicado a los gaiteros de su pueblo. Una vez más, Rosember tenía una noticia con la que iba a sorprender a sus vecinos.