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Iván Calderón Alvarado se parece mucho a su mamá, Elsa Alvarado. Quienes la conocieron o la han visto en fotos siempre llegan a la misma conclusión: tiene la misma mirada, es idéntica su sonrisa. Hace una semana se cumplieron 22 años del asalto paramilitar que en la madrugada del 19 de mayo de 1997 acabó con su vida, y con la de su esposo, Mario Calderón. Ambos eran investigadores del Centro de Investigación y Educación Popular (Cinep). El hecho fue calificado por la Fiscalía, en mayo de 2017, como un crimen de lesa humanidad perpetrado en la avanzada del bloque Capital en Bogotá, uno de los capítulos impunes de estos tiempos de selectiva violencia. Hoy, Iván Calderón tiene 23 años y persiste en la tarea de reconstruir una imagen de sus padres, con quienes solo pudo compartir un año de vida.
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Hasta el momento, ¿qué sabe usted de lo que ocurrió la madrugada del 19 de mayo de 1997?
Una semana antes de los hechos, mis papás venían de regreso de la reserva del Sumapaz y los detuvieron en un retén del Ejército, cerca de Arbeláez. Les preguntaron la dirección del apartamento, tomaron las placas del carro y todo tipo de información personal. Los dejaron ir, pero quedaron nerviosos, a pesar de que no tenían enemigos. Lo que me han contado es que ese 19 de mayo, mamá Elsa estaba agripada y quería que sus papás la acompañaran, por eso mis abuelos se quedaron en el apartamento. Hacia las tres de la mañana llegaron cinco sicarios que trabajaban para Don Berna. Después admitieron que les ordenaron eliminar a dos guerrilleros. Rompieron la puerta del apartamento gritando que eran de la Fiscalía. Mi abuelo recibió un disparo en la cabeza y luego atacaron a mi abuelita, aunque ninguna de las balas la mató. Mi papá recibió un tiro en el estómago y otro en la cabeza. Mi mamá alcanzó a llegar a mi habitación y allí murió. Sé que hubo balazos en mi cuna, pero decidieron no matarme.
¿Quiénes, además del bloque Capital de las Auc, participaron en el crimen?
La información del caso va más allá, es mucho más minuciosa, y la tengo muy bien guardada. El bloque Capital sí tuvo que ver en los hechos. Al coronel (r) Plazas Acevedo siempre lo han acusado de haber estado al tanto de las operaciones que se llevaron a cabo en Bogotá y está mencionado como un elemento relevante en el caso de mis padres. Sin embargo, es claro que él recibía el apoyo de otros militares y hasta de brigadas.
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¿Considera que el Estado colombiano ha realizado todo para esclarecer lo que pasó hace ya 22 años?
El Estado ha sido totalmente negligente. No solo conmigo sino con muchas otras víctimas de la guerra en Bogotá. En 2015, cuando cumplí la mayoría de edad, me autorizaron a meterme activamente en el caso y empecé a adelantar gestiones para esclarecer los hechos con la ayuda de la Comisión Colombiana de Juristas. Pero desde entonces me di cuenta de que solo hay barreras para esclarecer la verdad.
¿Hace unas semanas el caso llegó a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH)?
Esta semana se hizo una conmemoración y se mencionó la urgencia de llevar el caso a la CIDH. La Comisión Colombiana de Jurisitas, que son quienes han llevado el caso, radicaron la petición justamente en el marco de los 22 años de haberse cometido el crimen. Pero creo que también se puede trabajar en el país, porque falta interrogar a muchas personas y dejar que avance el caso en la JEP. Lastimosamente el momento político actual no ayuda a que fluya nada; creo que hay intereses para que no avance el caso ni se sepa la verdad. Saber lo que pasó no va a cambiar lo sucedido, pero sí empodera y da alivio entender cómo funciona el poder, cómo se financia la guerra y de qué manera los asesinatos sistemáticos obedecieron a que interferían en algunos intereses. Fue algo que cambió el curso de mi vida y tengo derecho a conocer los detalles.
¿Siente miedo cuando avanza en sus averiguaciones?
Más que miedo siento frustración. Hace algunos meses se respiraba algo de tranquilidad, ahora no. Sin embargo, no todo está perdido, sobre todo cuando veo que muchos jóvenes como yo se oponen a la injusticia y la violencia. Y muchos más le están metiendo el último empujón a la paz. No he sufrido amenazas, pero en el fondo sé que todos los que pensamos diferente podemos tener algo de miedo en este país.
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¿Qué aspectos de sus padres deberían ser rescatados para la memoria?
Su capacidad de dialogar, de aceptar otros puntos de vista, de acercarse a personas diferentes. Con sus amigos más cercanos, como Francisco de Roux, Javier Giraldo o Alejandro Angulo, ellos tenían mucha capacidad para que los diferentes llegaran sin estigmatizarlos por pensar diferente, sin convertirlos en monstruos. Sin duda, de mis papás vale la pena rescatar su enorme capacidad humana, el amor que siempre dieron a los demás, la paciencia en su trabajo y la capacidad de ser fieles a sus ideales.
Como si lo hubiese heredado de sus padres, usted se graduó con una tesis sobre el Sumapaz. ¿En qué consiste y qué busca con esas reflexiones?
Yo iba cuando chiquito a la zona y después de que pasó el crimen de mis padres no volví por muchos años. Pero siempre escuchaba hablar del Sumapaz, aunque fuera algo lejano. Finalmente volví a los 18 años y fue realmente especial. Cuando llegó la hora de escribir la tesis pensé en hacer algo con ese territorio en el que trabajaron mis papás y con el que, a fin de cuentas, tengo vínculos. Yo creo que en el Sumapaz hay un gran pedazo de las verdades del conflicto armado que no se ha contado lo suficiente.
A través del Cinep y de sus investigaciones, usted ha venido construyendo una visión sobre sus padres. ¿Qué ha descubierto?
Después de 22 años se sigue construyendo un imaginario de ellos. Yo trato de que sea lo más objetivo. Lo más increíble es la cantidad de amigos con impactantes testimonios. Por eso he intentado descubrir más su esencia humana y no tanto sus actos políticos. Quiero saber qué les gustaba, qué comían, qué disfrutaban hacer. Es un proceso sin fin, pero bello. Con el tiempo me he dado cuenta de que los veo reflejados en lo que soy, y en muchos aspectos que sin saberlo heredé. La verdad es que me sigo encontrando con ellos en cada esquina y en todo lo que vivo a diario.