“Toda Colombia necesita aprender a dialogar”: John Paul Lederach
El experto les recuerda a las víctimas que la construcción de paz no empezó en La Habana, sino en los territorios y con las comunidades. Les recomienda a los candidatos presidenciales un pacto para sacar la violencia de la política y enfocarse más en las propuestas que en la descalificación de su contradictor.
Gloria Castrillón / @glocastri
Desde los años ochenta, John Paul Lederach ha visitado Colombia, recorriendo desde los Montes de María hasta el Magdalena Medio, apoyando proyectos de reconstrucción de tejido social auspiciados por las iglesias evangélicas y por Pastoral Social de la Iglesia católica. Conoce de cerca la creación de decenas de iniciativas de construcción de paz y cada tanto viene a dictar conferencias y talleres. Ha acompañado la negociación y la implementación del Acuerdo Final como integrante del Instituto Krock de la Universidad de Notre Dame. Esta semana estará en Colombia como una de las cabezas del Encuentro Internacional Diálogo entre Opuestos en procesos de transición, que se realizará en Bogotá del 5 al 7 de junio. El evento desarrolla una de las teorías que el profesor Lederach ha planteado en su libro La imaginación moral, y es la necesidad de promover los diálogos improbables.
Conozca la agenda de este evento aquí
Lea también: Propuestas para dialogar entre opuestos, un evento para el momento que vive Colombia
¿Por qué hacer este evento de diálogo entre opuestos justo en este momento de polarización política?
Para muchos el Acuerdo Final firmado en el Teatro Colón es el punto culminante de las negociaciones, pero esa firma representa un momento en la línea de tiempo de un conflicto de medio siglo. Las negociaciones no terminan con la firma, el Acuerdo abre espacios, contempla una serie de procesos y de transformaciones que empiezan en un período de implementación que pueden durar hasta 10 años. Esas transformaciones incluyen nuevas formas de interactuar de personas, actores, regiones, organizaciones, nuevas formas de entender y hacer gobierno, país, instituciones, y esto significa una necesidad grande de continuar el diálogo. Y ese diálogo debe darse entre personas que no tienen las mismas perspectivas tras haber vivido un conflicto tan largo.
¿Cómo deberían ser esos diálogos?
Ese diálogo necesita unas plataformas para reconstruir la confianza y rehumanizar el horizonte que los colombianos quieren compartir. Hay percepciones muy diversas de cuáles son esas transformaciones que se necesitan. Hay una historia larga de conflicto y el nivel de sufrimiento que se ha vivido en los territorios ha dejado brechas en toda la sociedad y ha creado una desconfianza profunda. Es clave entender que el Acuerdo abre posibilidades de repensar la formas de relacionarse que el país tenía y que la gente entienda que el diálogo no es algo que hacen los oficiales del gobierno, sino que todo el país necesita aprender a hacerlo.
¿Para qué puede servir este encuentro hoy cuando el país está tan dividido por la contienda electoral y por el proceso de paz?
En este encuentro estarán presentes personas y grupos que están trabajando en esos diálogos posacuerdo y en el esfuerzo de rehumanizar el futuro de Colombia. Vienen desde los territorios, con perspectivas y realidades complejas, a veces opuestas. Han posicionado la idea de que el futuro puede ser algo más humano, diferente a esa forma de relacionarse con la violencia.
¿Somos muy impacientes los colombianos al criticar la lenta implementación del Acuerdo de Paz?
Frente a un acuerdo de paz siempre la expectativa se eleva y se cree que las cosas van a cambiar, y cuando no cambian al paso que uno quisiera y cuando hay ese nivel de violencia como el que sigue en Colombia (el caso de asesinato a líderes sociales y otros grupos armados) se nota el impacto que eso tiene en las comunidades.
¿Cómo calificaría el nivel de cumplimiento del Acuerdo?
La implementación se entiende como el concepto de cumplir o incumplir, se enfoca en echarle la culpa a alguien. La verdad es que estos procesos son interdependientes, requieren cooperación entre muchos sectores y niveles de la sociedad. Las preguntas que debemos hacernos son: qué funciona, cuáles son los vacíos, cuáles son las estrategias que debemos adaptar a las realidades que empiezan a emerger en un proceso de cambio tan complejo como el de terminar una guerra. Por eso insisto en la necesidad de tener plataformas de diálogos constructivos que hagan frente a las realidades que surgen en los contextos territoriales, en un país tan complejo como Colombia.
Entonces, ¿no estamos tan mal en la implementación?
Los acuerdos que han tenido mayor capacidad de implementación son los que tienen mecanismos de participación y responsabilidad en múltiples niveles y sectores. El reto es cómo mejorar la oportunidad que se ha abierto con el Acuerdo. Lo interesante del evento de esta semana es conocer las experiencias territoriales proactivas y constructivas, que tienen capacidad de interlocutar de maneras diversas, incluso entre opuestos, y que trabajan juntos en los retos que existen en el territorio.
¿Es lo que usted he llamado diálogos improbables?
Sí, y me gusta esa palabra: “improbables”, porque si no hubiese una intención de buscar algo diferente, no existiría ese espacio de intercambio. Cuando hay diálogo entre opuestos significa que detrás hubo visión, intención y buena fe de dar un paso adelante, de arriesgarse, de abrirse a lo que antes era percibido como la amenaza o el enemigo, y es ahí donde radica la paz. La paz no es un resultado final, es una continua construcción.
Algunas víctimas sienten miedo de que gane el candidato de la derecha, ¿qué mensaje les daría frente a sus temores?
Tal vez tengan razón en su preocupación, pero les diría que la construcción de la paz no empezó con la firma del Acuerdo. Muchas de esas comunidades han sido ejemplos importantes de que, en plena polarización y con altos niveles de violencia, han logrado abrir espacios de construcción de paz. La paz no se construyó solamente en La Habana, tenía una historia más arraigada en la base desde las comunidades que han logrado afrontar situaciones terribles con creatividad. En un período electoral los mensajes apelan más al miedo que a la visión constructiva del bien común. Eso significa que una vez pasadas las elecciones empieza a verse de nuevo la capacidad que puede tener el tejido social. Por eso hay que parar las exageraciones que pueden darse en el período electoral. La esperanza no puede perderse en las palabras que salen al calor de las campañas. Hay que poner la esperanza en dos cosas: en la memoria de lo que hemos hecho antes y en peores condiciones, y en que no vamos a dejar a las futuras generaciones ese nivel de polarización. No es el fin del mundo.
¿Es lo que usted llama la imaginación moral?
La imaginación moral empieza con esa capacidad de tejer una telaraña de relaciones que incluye al enemigo. Es lo que llamo la imaginación de las abuelas, la imaginación de saber que el bienestar de mis nietos y nietas está conectado con el bienestar de los nietos y nietas de mi enemigo. Es tener una perspectiva multigeneracional y no caer en una visión de momento, de coyuntura.
Lea: Patrick Colgan: “No se llega a la reconciliación, se hace un viaje de reconciliación”
¿Cuál es su mensaje a los candidatos presidenciales que están inmersos en discursos polarizantes?
Las campañas electorales tienen la necesidad de hablarle a una base que, a menudo, quiere ver un líder muy fuerte, y existe la creencia de que los votos se ganan cuando la gente vota con miedo. Eso crea campañas muy negativas. Mis recomendaciones: un compromiso de los candidatos para rechazar la violencia como forma de hacer política. Que desarrollen la campaña a nivel de ideas y propuestas, y digan que no cabe la amenaza ni la violencia para nadie. Pronunciarse a favor de una visión de lo que se va a construir, en vez de culpar al otro. Es un giro en la idea de un liderazgo propositivo.
¿Y a los ciudadanos que no quieren caer en el discurso del odio?
Los ciudadanos pueden ejercer la disciplina del amor por encima del odio. La fuerza del amor siempre es constructiva y la fuerza del odio siempre es destructiva y destruye más al que lleva el odio y a su comunidad. Casi nada se puede construir desde el odio. El sufrimiento puede transformarse en propuesta, pero requiere un amor profundo a mí mismo y a mi comunidad.
Desde los años ochenta, John Paul Lederach ha visitado Colombia, recorriendo desde los Montes de María hasta el Magdalena Medio, apoyando proyectos de reconstrucción de tejido social auspiciados por las iglesias evangélicas y por Pastoral Social de la Iglesia católica. Conoce de cerca la creación de decenas de iniciativas de construcción de paz y cada tanto viene a dictar conferencias y talleres. Ha acompañado la negociación y la implementación del Acuerdo Final como integrante del Instituto Krock de la Universidad de Notre Dame. Esta semana estará en Colombia como una de las cabezas del Encuentro Internacional Diálogo entre Opuestos en procesos de transición, que se realizará en Bogotá del 5 al 7 de junio. El evento desarrolla una de las teorías que el profesor Lederach ha planteado en su libro La imaginación moral, y es la necesidad de promover los diálogos improbables.
Conozca la agenda de este evento aquí
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¿Por qué hacer este evento de diálogo entre opuestos justo en este momento de polarización política?
Para muchos el Acuerdo Final firmado en el Teatro Colón es el punto culminante de las negociaciones, pero esa firma representa un momento en la línea de tiempo de un conflicto de medio siglo. Las negociaciones no terminan con la firma, el Acuerdo abre espacios, contempla una serie de procesos y de transformaciones que empiezan en un período de implementación que pueden durar hasta 10 años. Esas transformaciones incluyen nuevas formas de interactuar de personas, actores, regiones, organizaciones, nuevas formas de entender y hacer gobierno, país, instituciones, y esto significa una necesidad grande de continuar el diálogo. Y ese diálogo debe darse entre personas que no tienen las mismas perspectivas tras haber vivido un conflicto tan largo.
¿Cómo deberían ser esos diálogos?
Ese diálogo necesita unas plataformas para reconstruir la confianza y rehumanizar el horizonte que los colombianos quieren compartir. Hay percepciones muy diversas de cuáles son esas transformaciones que se necesitan. Hay una historia larga de conflicto y el nivel de sufrimiento que se ha vivido en los territorios ha dejado brechas en toda la sociedad y ha creado una desconfianza profunda. Es clave entender que el Acuerdo abre posibilidades de repensar la formas de relacionarse que el país tenía y que la gente entienda que el diálogo no es algo que hacen los oficiales del gobierno, sino que todo el país necesita aprender a hacerlo.
¿Para qué puede servir este encuentro hoy cuando el país está tan dividido por la contienda electoral y por el proceso de paz?
En este encuentro estarán presentes personas y grupos que están trabajando en esos diálogos posacuerdo y en el esfuerzo de rehumanizar el futuro de Colombia. Vienen desde los territorios, con perspectivas y realidades complejas, a veces opuestas. Han posicionado la idea de que el futuro puede ser algo más humano, diferente a esa forma de relacionarse con la violencia.
¿Somos muy impacientes los colombianos al criticar la lenta implementación del Acuerdo de Paz?
Frente a un acuerdo de paz siempre la expectativa se eleva y se cree que las cosas van a cambiar, y cuando no cambian al paso que uno quisiera y cuando hay ese nivel de violencia como el que sigue en Colombia (el caso de asesinato a líderes sociales y otros grupos armados) se nota el impacto que eso tiene en las comunidades.
¿Cómo calificaría el nivel de cumplimiento del Acuerdo?
La implementación se entiende como el concepto de cumplir o incumplir, se enfoca en echarle la culpa a alguien. La verdad es que estos procesos son interdependientes, requieren cooperación entre muchos sectores y niveles de la sociedad. Las preguntas que debemos hacernos son: qué funciona, cuáles son los vacíos, cuáles son las estrategias que debemos adaptar a las realidades que empiezan a emerger en un proceso de cambio tan complejo como el de terminar una guerra. Por eso insisto en la necesidad de tener plataformas de diálogos constructivos que hagan frente a las realidades que surgen en los contextos territoriales, en un país tan complejo como Colombia.
Entonces, ¿no estamos tan mal en la implementación?
Los acuerdos que han tenido mayor capacidad de implementación son los que tienen mecanismos de participación y responsabilidad en múltiples niveles y sectores. El reto es cómo mejorar la oportunidad que se ha abierto con el Acuerdo. Lo interesante del evento de esta semana es conocer las experiencias territoriales proactivas y constructivas, que tienen capacidad de interlocutar de maneras diversas, incluso entre opuestos, y que trabajan juntos en los retos que existen en el territorio.
¿Es lo que usted he llamado diálogos improbables?
Sí, y me gusta esa palabra: “improbables”, porque si no hubiese una intención de buscar algo diferente, no existiría ese espacio de intercambio. Cuando hay diálogo entre opuestos significa que detrás hubo visión, intención y buena fe de dar un paso adelante, de arriesgarse, de abrirse a lo que antes era percibido como la amenaza o el enemigo, y es ahí donde radica la paz. La paz no es un resultado final, es una continua construcción.
Algunas víctimas sienten miedo de que gane el candidato de la derecha, ¿qué mensaje les daría frente a sus temores?
Tal vez tengan razón en su preocupación, pero les diría que la construcción de la paz no empezó con la firma del Acuerdo. Muchas de esas comunidades han sido ejemplos importantes de que, en plena polarización y con altos niveles de violencia, han logrado abrir espacios de construcción de paz. La paz no se construyó solamente en La Habana, tenía una historia más arraigada en la base desde las comunidades que han logrado afrontar situaciones terribles con creatividad. En un período electoral los mensajes apelan más al miedo que a la visión constructiva del bien común. Eso significa que una vez pasadas las elecciones empieza a verse de nuevo la capacidad que puede tener el tejido social. Por eso hay que parar las exageraciones que pueden darse en el período electoral. La esperanza no puede perderse en las palabras que salen al calor de las campañas. Hay que poner la esperanza en dos cosas: en la memoria de lo que hemos hecho antes y en peores condiciones, y en que no vamos a dejar a las futuras generaciones ese nivel de polarización. No es el fin del mundo.
¿Es lo que usted llama la imaginación moral?
La imaginación moral empieza con esa capacidad de tejer una telaraña de relaciones que incluye al enemigo. Es lo que llamo la imaginación de las abuelas, la imaginación de saber que el bienestar de mis nietos y nietas está conectado con el bienestar de los nietos y nietas de mi enemigo. Es tener una perspectiva multigeneracional y no caer en una visión de momento, de coyuntura.
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¿Cuál es su mensaje a los candidatos presidenciales que están inmersos en discursos polarizantes?
Las campañas electorales tienen la necesidad de hablarle a una base que, a menudo, quiere ver un líder muy fuerte, y existe la creencia de que los votos se ganan cuando la gente vota con miedo. Eso crea campañas muy negativas. Mis recomendaciones: un compromiso de los candidatos para rechazar la violencia como forma de hacer política. Que desarrollen la campaña a nivel de ideas y propuestas, y digan que no cabe la amenaza ni la violencia para nadie. Pronunciarse a favor de una visión de lo que se va a construir, en vez de culpar al otro. Es un giro en la idea de un liderazgo propositivo.
¿Y a los ciudadanos que no quieren caer en el discurso del odio?
Los ciudadanos pueden ejercer la disciplina del amor por encima del odio. La fuerza del amor siempre es constructiva y la fuerza del odio siempre es destructiva y destruye más al que lleva el odio y a su comunidad. Casi nada se puede construir desde el odio. El sufrimiento puede transformarse en propuesta, pero requiere un amor profundo a mí mismo y a mi comunidad.