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El 16 de enero de 2008, cerca de las 10:00 p.m., Doris Tejada se despertó con un dolor en su vientre. Esa noche, entre sueños, vio un potrero con árboles, pasto y una piedra grande de la que se filtraba un líquido a través de un hueco, donde algunos pájaros bebían agua. La sensación de desasosiego, incertidumbre y miedo que se agolpó en su pecho al despertar la ha acompañado durante los últimos 14 años, desde la desaparición forzada de su hijo Óscar Alexander Morales Tejada. Ese sueño era un presagio.
En noviembre de 2021, Doris, acompañada de su esposo Darío, su hija Luz Marina y su nieta Laura, visitó ese potrero que apareció en sus sueños el día en que Óscar fue asesinado por militares del Batallón de Artillería N° 2 La Popa en el municipio de El Copey (Cesar). No era la primera vez que ella pisaba ese terreno en el que su hijo había sido enterrado con Octavio David Bilbao Becerra y Germán Leal Pérez, dos jóvenes que también fueron presentados falsamente como guerrilleros dados de baja en combate.
Más de 25 víctimas de crímenes de Estado del Caribe colombiano acompañaron a la familia Morales Tejada a ese potrero, que hoy es conocido como el cementerio alterno de El Copey. “De la Sierra Morena, cielito lindo, vienen bajando un par de ojitos negros, cielito lindo, de contrabando”, entonaba Doris, que se sentó en la primera fila del bus que salió de Valledupar con destino al municipio donde reposan los restos de su hijo Óscar. El trayecto, que duró aproximadamente dos horas, estuvo acompañado de emociones encontradas, de sonrisas y lágrimas, de anécdotas sobre ese joven, el mismo que en ese momento evocaba el recuerdo, para las otras familias, de su ser querido que fue desaparecido forzadamente.
Un día antes de visitar El Copey, Doris fue a buscar tres caballeros de la noche, una planta que florece al esconderse el sol, y de la cual emana un aroma cautivador. Para ella, Óscar, Octavio y David estarían representados en esas plantas, que se convierten en árboles al crecer. Era su manera de expresarles que no los han olvidado, que su recuerdo, a pesar del tiempo que ha pasado, permanece vivo, y que la lucha para saber la verdad de lo ocurrido durante esa noche del 16 de enero de 2008 no cesa. Aunque en ese vivero no encontró lo que esperaba, en el trayecto hacia el cementerio alterno siguió buscando las plantas hasta completar las tres. Doris es una mujer con una tenacidad que no le cabe en el cuerpo, y es justo eso lo que le ha dado resistencia para continuar la búsqueda de su hijo, que tenía 26 años cuando fue asesinado por agentes del Estado.
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“Madre, quiero que me escuches” fueron las palabras con las que Óscar inició su discurso de agradecimiento por ser “la mejor” y “darle un buen ejemplo”, en la última llamada que hizo el 31 de diciembre de 2007. También le prometió que pronto se reunirían en Fusagasugá, de donde salió el 10 de diciembre de ese año con destino a Ureña, Venezuela; su propósito era vender la mercancía que había comprado en Bogotá gracias a un dinero que recolectó pavimentando calles durante tres meses y a otros ahorros que le dieron su papá Darío y su abuela. Ese día, que Doris guarda en “el disco duro del cerebro”, lo sintió como una despedida, una que no ha logrado materializarse después de su desaparición.
“Yo sabía que los íbamos a encontrar”, dijo con una sonrisa después de tener los tres caballeros de la noche en la primera fila del bus. Con pala en mano y las tres plantas, solo bastaba llegar a El Copey para iniciar la siembra de un capítulo nuevo en esta historia: la de la esperanza de encontrar el cuerpo de Óscar después de 14 años de su desaparición y homicidio.
Al llegar al cementerio alterno, los recuerdos de la pérdida de su hijo la sobrecogieron. Una lona verde rodeaba todo el terreno que el actual alcalde de El Copey, Francisco Meza Altamar, prometió durante su campaña convertir en un camposanto para alojar a los muertos, entre ellos las víctimas fatales de covid-19. A pesar de que en julio de 2020 la Sección de Ausencia de Reconocimiento (SARV) de la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP) otorgó medidas cautelares para proteger este lugar y ordenó suspender cualquier manipulación, traslado, inhumación y exhumación de las estructuras óseas que reposan allí, la familia Morales Tejada encontró bóvedas construidas sobre esta zona en la que estarían enterrados Óscar y otras víctimas de los mal llamados “falsos positivos”.
Eran las cuatro de la tarde, aproximadamente. Doris bajó del bus en compañía de su esposo, su hija y su nieta. Aunque sabía que no habían cesado las construcciones por una denuncia que la Comisión Colombiana de Juristas (CCJ) hizo a comienzos de 2021, en la que solicitó a la JEP decretar el desacato de la Alcaldía por incumplir las medidas cautelares ordenadas sobre el cementerio alterno de El Copey, Doris desconocía completamente el estado actual del predio que hacia más de cuatro años no visitaba.
Un golpe de desconsuelo vino después de esa visita al terreno que, cuando pisó por primera vez en noviembre de 2014, le mostró, como ella misma describe, la figura de su hijo Óscar. Doris dice que él le hizo saber que allí estaba su cuerpo, en ese potrero que ella vio en su sueño el día que lo asesinaron. Ese instante, que ha perseguido por años con el ánimo de conocer la verdad de lo ocurrido, no ha muerto en su memoria.
A unos cuantos kilómetros del cementerio alterno de El Copey fue el supuesto combate entre los militares del Batallón de Artillería N° 2 La Popa y Óscar, Octavio y David. La investigación en un principio estuvo a cargo de la Justicia Penal Militar hasta que la CCJ asumió el caso y presentó una tutela en la que el Consejo Superior de la Judicatura falló a favor el 19 de agosto de 2014 por considerar que los hechos debían ser trasladados a la Fiscalía. Al no estar relacionados con incidentes del servicio y presentar inconsistencias en los relatos de los uniformados implicados, el Consejo Superior concluyó que los tres jóvenes no eran guerrilleros, como el Ejército lo afirmó en un principio.
(Vea: JEP estudia si alcalde de El Copey desacató su orden de proteger cementerio alterno)
Cuando Óscar se desplazó a Venezuela para vender la ropa que había comprado, se encontró con su hermano Carlos Alberto Morales el 17 de diciembre de 2007, con quien acordó que el 28 de ese mismo mes saldría en un bus para Fusagasugá a pasar año nuevo con la familia. Sin embargo, Óscar nunca llegó al punto de encuentro. Tres días después se comunicó con su mamá para decirle que estaba en el centro de Cúcuta y que los primeros días de enero viajaría, pues había fíado una mercancía y todavía no le habían pagado. Se presume que por esos días conoció a Octavio y a Germán. El primero de ellos había trabajado en la marina, pero salió después de tener una confrontación en la que resultó herido.
Ambos jóvenes eran oriundos de la capital de Norte de Santander, donde Óscar pasó los últimos días de su vida. Según Sebastián Bojacá, abogado de la Comisión Colombiana de Juristas, organización que lleva el caso ante la JEP y la Fiscalía, Octavio mantuvo conversaciones con el reclutador Obed Santos Villamizar, quien perteneció a un grupo armado y prometió a este joven que le conseguiría un trabajo con el Ejército para sacar una guaca. A David, por su parte, le habría dicho que recibiría un pago por cuidar unas reses en compañía de militares. Sin embargo, la promesa que el reclutador le hizo a Óscar Alexander aún es desconocida.
Santos Villamizar habría entregado a Óscar, Octavio y David al Batallón de Artillería N° 2 La Popa. Allí, el jefe de la sección operación de esa unidad militar montó la “Misión Táctica Estrella” con la información falsa sobre la presunta vinculación de las tres víctimas en grupos al margen de la ley que proporcionó la sección de inteligencia de ese mismo batallón. Un día después de asesinar a los tres jóvenes, los ochos militares que participaron en el supuesto combate informaron que en un “camino carreteable y destapado” de la vereda El Reposo, en El Copey, a las 22 horas del 16 de enero de 2008 se presentó un “enfrentamiento” en medio de una “operación magistral” en la que “dieron de baja a tres personas del sexo masculino”.
A Óscar le dispararon cinco veces, todas de adelante hacia atrás y de arriba hacia abajo, según constató la Fiscalía en su informe. De acuerdo con los testimonios de los militares que estuvieron en la “Misión Táctica Estrella”, la confrontación se produjo luego de que alguien les disparara. El único que supuestamente tenía un fusil era Óscar. Sin embargo, la prueba de balística demostró que él nunca disparó el arma y que en sus manos no había residuos de plomo o bario.
Tras visitar el cementerio alterno, Doris, Darío, Luz Marina y Laura fueron al lugar donde ocurrió el supuesto combate. Después de llegar al corregimiento Caracolicito, se subieron a unas motos con destino a la vereda El Reposo, que estaba más a o menos a 25 minutos de distancia. El trayecto era empinado en algunas partes, rodeado de árboles grandes y frondosos.
(En contexto: “¿Quién dio la orden?”: las Madres de Soacha presentaron informe ante la JEP y la CEV)
Una de las personas que conducía una de las motos aseguró que él, unos siete años atrás, había llevado a Doris a ese mismo punto en el que mataron a su hijo. En el terreno había unos alambres de púas y maleza, y al costado derecho una quebrada que estaba casi seca. Doris se abrió camino y sembró al lado de un árbol de raíces sólidas una de las plantas que llevaba. Encendió tres velas y puso las ilustraciones con los rostros de Óscar, Octavio y Germán. En el centro, y sostenido por una rama, puso a un Cristo crucificado. Dejó la pala a un lado y se arrodilló sosteniendo los cuadros de los tres jóvenes desaparecidos. “Dios mío, ayúdame, dame fuerzas”, repetía, reviviendo en su mente el lento y arduo trasegar que ha recorrido para conocer la verdad de lo ocurrido y encontrar el cuerpo de Óscar, ese hijo que recuerda por sus detalles, su amor genuino y sus ganas de salir adelante.
Se fue de allí, de ese lugar que ha imaginado en tantas ocasiones para recrear el momento en el que mataron a su hijo y a los otros dos jóvenes, con la promesa de volver, la próxima vez con respuestas, sin el sinsabor de desconocer la verdad. Se marchó con la promesa de tener una despedida, una que espera materializar en un futuro cercano y que no dejará de buscar.
Doris dice que no quiere que le pidan perdón antes de recibir una reparación, y eso solo ocurrirá cuando entierre a su hijo Óscar Alexander. Aunque desde 2011 el Juzgado 90 de la Justicia Penal Militar tenía conocimiento del terreno donde habían enterrado a los tres jóvenes, solo en 2017 se llevó a cabo la primera prospección en el cementerio alterno de El Copey. Según la CCJ, allí se pudo constatar, gracias la versión de un sepulturero, que el alcalde de esa época contrataba a familias que enterraban a las víctimas de los mal llamados “falsos positivos”. De acuerdo con la versión de esta persona, el Ejército entregaba los cuerpos como NN y la Alcaldía pagaba para hacer la inhumación. Siempre llevaban de a tres, cinco o más jóvenes.
Hoy, cuando se cumplen 14 años de la desaparición forzada de Óscar Alexander Morales Tejada, la Comisión Colombiana de Juristas y la familia le piden a la Fiscalía la imputación de los ocho militares que participaron en los hechos, llevar a cabo más prospecciones para encontrar los restos de los tres jóvenes y de otras víctimas que reposan allí y que se hagan pruebas de genética para identificarlos. Entre tanto, también solicitan a la JEP y a la Unidad de Búsqueda de Personas Dadas por Desaparecidas (UBPD) apoyar las labores de búsqueda, y que esta Jurisdicción llame a otros tenientes y altos mandos a comparecer para conocer la verdad de los hechos.
Doris es la única integrante de la asociación de Madres Falsos Positivos de Soacha (Mafapo) que no ha encontrado a su hijo.
Un día como hoy, pero en 2008, Doris soñaba que su hijo perdía la vida; años después, y luego de tocar muchas puertas, confirmó que, en efecto, estaba muerto. En el día de su conmemoración solo desea reencontrarse con él, darle un último adiós, una última bendición.