Un diálogo entre antiguos enemigos
Exmiembros del M-19, Epl, Farc, Eln, PRT y Auc se reunieron por primera vez para discutir, en compañía de la Comisión de la Verdad, sobre su participación en la guerra. Las fuentes de financiación, los motivos que los llevaron a elegir el camino de las armas y los procesos de paz fueron algunos de los temas abordados. Así fue el encuentro.
Laura Dulce Romero @Dulcederomerooo
Hablar de la verdad es un acto de valentía, y más cuando el horror hace parte de ella. Colombia lo sabe. Su historia, su verdad, su memoria, tan impregnadas de violencia y desaciertos, aún están en deuda de ser contadas, sobre todo, por quienes decidieron asumir el papel de victimarios. Por eso desde febrero de este año, junto con la Comisión de la Verdad, treinta excombatientes de diferentes grupos armados tomaron la decisión de reunirse una vez al mes para hilar las verdades que ellos consideran necesarias para esa paz que todos firmaron, pero que aún no llega a muchos territorios.
Por primera vez en cincuenta años de conflicto armado, exintegrantes del Ejército de Liberación Nacional (Eln), Ejército Popular de Liberación (Epl), Movimiento 19 de Abril (M-19), Corriente de Renovación Socialista (CRS), Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT), Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia-Ejército del Pueblo (Farc-Ep) y las Autodefensas Unidas de Colombia (Auc) dialogaron en una mesa de trabajo, llamada Narrativas de Excombatientes, sobre su participación en la guerra, los motivos que los llevaron a elegir el camino de las armas y sus posiciones políticas frente a un país que, aseguran, en varios momentos vieron caer a pedazos.
(Lea también: Excombatientes de paras, Farc y víctimas se juntan por la verdad en Villavicencio)
Al principio creían que la idea era kamikaze, dice Lucía González, comisionada de la Verdad y quien lidera estos encuentros. Aunque su labor es contarle al país lo que sucedió en el conflicto, no era necesario sentar en la misma mesa a quienes fueron enemigos acérrimos durante la guerra. Pero pronto se dieron cuenta de que no tiene sentido que se repita una y otra vez un discurso de paz y reconciliación, si no hay acciones que lo respalden.
Los únicos requisitos para entrar a la mesa eran ser excombatiente y constructor de paz, y estar dispuesto a discutir con respeto. En eso no había negociación porque el espacio nunca pretendió ser un campo de batalla, sino un cultivo de ideas y futuros proyectos de reconciliación. Además de la Comisión, los encargados de armar los encuentros fueron el Centro Internacional de Justicia Transicional (ICTJ por sus siglas en inglés) y la Asociación ABC PAZ, quienes han trabajado con varios de los excombatientes.
Muchos dijeron que sí de inmediato. A otros, principalmente los grupos de autodefensas, tuvieron que convencerlos en el camino. Hoy aceptan que tenían varios prejuicios frente a la Comisión de la Verdad por ser una entidad creada después del Acuerdo de Paz entre la extinta guerrilla de las Farc y el Gobierno Nacional. Además, aseguran que están agotados de contar la misma historia en escenarios judiciales y académicos. Sin embargo, por el miedo de que sus verdades se queden en anaqueles de tribunales de Justicia y Paz, aceptaron la invitación. Los únicos que no pudieron participar fueron exmiembros de la guerrilla Quintín Lame por quebrantos de salud.
La clave está en el saludo
Antes de entrar, Sandra Ramírez, senadora del partido Farc, se preguntó varias veces: “Dios, ¿yo qué hago aquí?”. Tenía miedo del encuentro. Y no solo por tener que contar su verdad frente a extraños, sino también porque los personajes que se sentarían a su lado fueron, durante décadas, enemigos que en su momento no hubieran dudado en matarla.La mayoría confesó que tenía nervios. ¿Cómo saludarse: de un apretón de manos o de un gesto a distancia? ¿Cómo hablar en medio de ideas diversas y opuestas? Aunque algunos ya se conocían porque participaban en espacios de paz o incluso estuvieron en la misma cárcel, no existía cercanía. Hasta ese momento, estos guerreros solo habían alimentado su verdad con personas afines. Pero con el tiempo se dieron cuenta de que narrar lo que sucedió necesita relatos diversos y que ese “enemigo” es también espejo.
(Puede interesarle: Excomandantes paramilitares se presentarán ante la Comisión de la Verdad)
De las Farc participaron María Aureliana Buendía, Gabriel Ángel, Sandra Ramírez y Rodrigo Londoño Echeverri; del Epl asistieron Álvaro Villarraga Sarmiento, Francisco Caraballo, Raquel Vergara Álvarez e Ildefonso Henao Salazar; del M-19 fueron Luz Amparo Jiménez, Fabio Mariño Vargas, Álvaro Jiménez Millán, Vera Grabe y Gloria Quiceno; del Eln estuvieron Alonso Ojeda Awad, Carlos Arturo Velandia Jagua, Fernando Hernández y Medardo Correa; de las Auc, Nodier Giraldo, José Eleazar Moreno, Rodrigo Pérez Alzate, Óscar Leonardo Montealegre, Freddy Rendón Herrera, Iván Roberto Duque, Manuel de Jesús Pirabán, Edwar Cobos Téllez, Arlex Arango y Óscar José Ospino; de la CRS, Luis Eduardo Celis, y, finalmente, los integrantes del PRT fueron convocados José Matías Ortiz Sarmiento y Gabriel Barrios.
La metodología fue sencilla. Unas personas neutras que no participaron en el conflicto, miembros de ICTJ, Asociación ABC-PAZ y la Comisión de la Verdad, moderaron las intervenciones. Desde el comienzo de la sesión se enunciaba el tema que se iba a dialogar y luego se pedía que armaran los grupos. La distancia, propia de los prejuicios, hizo que en un comienzo los grupos afines permanecieran juntos. Los grupos insurgentes trabajan solo entre ellos. Y los contrainsurgentes dialogaban por su lado. Las fronteras empezaron a diluirse cuando las discusiones y las visiones de los otros afloraron. “Obviamente, al principio nos hacíamos los mismos, los que pensaban parecido. Uno pensaba: ¡imagínate al lado de aquellos!”, recuerda Óscar Montealegre, exmiembro del Bloque Central Bolívar de las Auc.
Los árbitros les entregaban unos cuestionarios para que fueran respondidos individual y colectivamente. Después, se les pedía que en una cartelera trazaran una línea de tiempo. Cada integrante del grupo, relata Montealegre, debía exponer sus respuestas sobre su participación y el de su grupo en este tema durante la guerra. Los demás escuchaban atentamente.
Aunque en el comienzo dijeron que no se conocían, en esos debates aprovecharon para contar verdades que durante años se guardaron siendo enemigos. Así lo cuenta Óscar Montealegre: “Por ejemplo, cuando hablamos de financiamientos, a los del Eln se les pasó el hurto de combustible, entonces alguien lo recordaba y lo anotaba. Pasamos nosotros y de toda la lista olvidamos el secuestro, entonces un exguerrillero nos mencionaba un caso, así que debíamos anotarlo también”.
Pero, quizá, lo más difícil del ejercicio que repitieron diez veces en el año fue reconocer que ese otro que estaba en frente, que tanto se odió, tenía una historia parecida, una familia víctima, unos dolores indelebles. Que todos eran producto de esos males que aquejaban al país y que ellos decidieron combatir con las balas.
Los ejercicios no tenían la intención de ponerlos de acuerdo. Y en muchos casos, asegura Villarraga, no lo hicieron. Algunos exguerrilleros, por ejemplo, decían que las autodefensas eran sinónimo de grupos paramilitares. Para los grupos contrainsurgentes el término es una ofensa y deslegitima su mirada política de la guerra. Con el tiempo llegaron los matices y concluyeron que la degradación del conflicto había deteriorado también sus reivindicaciones iniciales.
En los encuentros lograron quitarse los prejuicios y a través de las narraciones entendieron los problemas de los otros después de la firma de los acuerdos de paz, pues cada caso estaba lleno de particularidades. Un reclamo de los grupos paramilitares fueron los incumplimientos de su tratado. Dicen que lo pactado nunca se firmó y mucho menos se cumplió, a pesar de haberle contribuido a la justicia. Esta verdad era desconocida, por ejemplo, por Gabriel Ángel, exguerrillero de las Farc, para quien durante años el pacto entre el Gobierno y las Auc había sido entre amigos.
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Los grupos de autodefensas, por su parte, aceptaron que los asesinatos contra quienes pensaban diferentes eran injustificables. Y ahí el dolor se apropió de la mesa. Hubo lágrimas y voces que no aguantaron el peso de las palabras. “A mí me pareció complicado escuchar esas versiones muy fuertes de gente que murió inocente. Que no había una investigación de qué hacían, pero se desaparecían por ser guerrilleros. Son relatos muy dolorosos”, señala Sandra Ramírez.
Algunos de los participantes sintieron que las sesiones parecían también clases de historia. Y es que generacionalmente existían brechas enormes. Cuando las guerrillas de los años 90 se desmovilizaban, algunos integrantes de las autodefensas apenas era niños. Sin embargo, esas diferencias les permitieron hilar la historia y entender con más claridad las causas de las distintas olas de la violencia y de los nacimientos de actores armados. “Me impactó estar cerca y conocer de viva voz las reflexiones de los voceros de las exautodefensas. Para mí era nuevo todo”, agrega Vera Grabe, exmilitante del M-19. La imagen que se lleva es un diálogo amplio entre improbables que, insiste, “debió darse antes y siempre, no solo posteriormente”.
Reconocieron los errores, analizaron las causas del conflicto, estudiaron los procesos de paz de cada agrupación, se miraron a los ojos. Algunos pidieron perdón. Otros dejaron ver la vergüenza. También se juzgaron con severidad; pero eso llevó a que el saludo inicial de apretón de manos se cambiara por abrazos y mensajes para sus familias, que los almuerzos estuvieran acompañados de chistes y anécdotas y que los desplazamientos en taxi los pagaran entre todos.
Y con ese telón de fondo, todos, absolutamente todos, llegaron a dos conclusiones. La primera es que en el ejercicio deben participar los militares y los terceros civiles, como políticos y empresarios. Y la segunda es que las diferencias nunca debieron ser resueltas con violencia. Y si bien han repetido esa frase hasta el cansancio, hoy, después de verse tantas veces y dialogar con un afecto que apenas nace, pero es cada vez más fuerte, resaltan que el conflicto jamás debió suceder y ahora es su compromiso contribuir a la no repetición. Por eso hoy decidieron hacer públicos sus encuentros y firmar un nuevo pacto con el país en el que no sólo se comprometen a no volver a empuñar un arma sino también a generar juntos nuevos espacios de paz.
Hablar de la verdad es un acto de valentía, y más cuando el horror hace parte de ella. Colombia lo sabe. Su historia, su verdad, su memoria, tan impregnadas de violencia y desaciertos, aún están en deuda de ser contadas, sobre todo, por quienes decidieron asumir el papel de victimarios. Por eso desde febrero de este año, junto con la Comisión de la Verdad, treinta excombatientes de diferentes grupos armados tomaron la decisión de reunirse una vez al mes para hilar las verdades que ellos consideran necesarias para esa paz que todos firmaron, pero que aún no llega a muchos territorios.
Por primera vez en cincuenta años de conflicto armado, exintegrantes del Ejército de Liberación Nacional (Eln), Ejército Popular de Liberación (Epl), Movimiento 19 de Abril (M-19), Corriente de Renovación Socialista (CRS), Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT), Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia-Ejército del Pueblo (Farc-Ep) y las Autodefensas Unidas de Colombia (Auc) dialogaron en una mesa de trabajo, llamada Narrativas de Excombatientes, sobre su participación en la guerra, los motivos que los llevaron a elegir el camino de las armas y sus posiciones políticas frente a un país que, aseguran, en varios momentos vieron caer a pedazos.
(Lea también: Excombatientes de paras, Farc y víctimas se juntan por la verdad en Villavicencio)
Al principio creían que la idea era kamikaze, dice Lucía González, comisionada de la Verdad y quien lidera estos encuentros. Aunque su labor es contarle al país lo que sucedió en el conflicto, no era necesario sentar en la misma mesa a quienes fueron enemigos acérrimos durante la guerra. Pero pronto se dieron cuenta de que no tiene sentido que se repita una y otra vez un discurso de paz y reconciliación, si no hay acciones que lo respalden.
Los únicos requisitos para entrar a la mesa eran ser excombatiente y constructor de paz, y estar dispuesto a discutir con respeto. En eso no había negociación porque el espacio nunca pretendió ser un campo de batalla, sino un cultivo de ideas y futuros proyectos de reconciliación. Además de la Comisión, los encargados de armar los encuentros fueron el Centro Internacional de Justicia Transicional (ICTJ por sus siglas en inglés) y la Asociación ABC PAZ, quienes han trabajado con varios de los excombatientes.
Muchos dijeron que sí de inmediato. A otros, principalmente los grupos de autodefensas, tuvieron que convencerlos en el camino. Hoy aceptan que tenían varios prejuicios frente a la Comisión de la Verdad por ser una entidad creada después del Acuerdo de Paz entre la extinta guerrilla de las Farc y el Gobierno Nacional. Además, aseguran que están agotados de contar la misma historia en escenarios judiciales y académicos. Sin embargo, por el miedo de que sus verdades se queden en anaqueles de tribunales de Justicia y Paz, aceptaron la invitación. Los únicos que no pudieron participar fueron exmiembros de la guerrilla Quintín Lame por quebrantos de salud.
La clave está en el saludo
Antes de entrar, Sandra Ramírez, senadora del partido Farc, se preguntó varias veces: “Dios, ¿yo qué hago aquí?”. Tenía miedo del encuentro. Y no solo por tener que contar su verdad frente a extraños, sino también porque los personajes que se sentarían a su lado fueron, durante décadas, enemigos que en su momento no hubieran dudado en matarla.La mayoría confesó que tenía nervios. ¿Cómo saludarse: de un apretón de manos o de un gesto a distancia? ¿Cómo hablar en medio de ideas diversas y opuestas? Aunque algunos ya se conocían porque participaban en espacios de paz o incluso estuvieron en la misma cárcel, no existía cercanía. Hasta ese momento, estos guerreros solo habían alimentado su verdad con personas afines. Pero con el tiempo se dieron cuenta de que narrar lo que sucedió necesita relatos diversos y que ese “enemigo” es también espejo.
(Puede interesarle: Excomandantes paramilitares se presentarán ante la Comisión de la Verdad)
De las Farc participaron María Aureliana Buendía, Gabriel Ángel, Sandra Ramírez y Rodrigo Londoño Echeverri; del Epl asistieron Álvaro Villarraga Sarmiento, Francisco Caraballo, Raquel Vergara Álvarez e Ildefonso Henao Salazar; del M-19 fueron Luz Amparo Jiménez, Fabio Mariño Vargas, Álvaro Jiménez Millán, Vera Grabe y Gloria Quiceno; del Eln estuvieron Alonso Ojeda Awad, Carlos Arturo Velandia Jagua, Fernando Hernández y Medardo Correa; de las Auc, Nodier Giraldo, José Eleazar Moreno, Rodrigo Pérez Alzate, Óscar Leonardo Montealegre, Freddy Rendón Herrera, Iván Roberto Duque, Manuel de Jesús Pirabán, Edwar Cobos Téllez, Arlex Arango y Óscar José Ospino; de la CRS, Luis Eduardo Celis, y, finalmente, los integrantes del PRT fueron convocados José Matías Ortiz Sarmiento y Gabriel Barrios.
La metodología fue sencilla. Unas personas neutras que no participaron en el conflicto, miembros de ICTJ, Asociación ABC-PAZ y la Comisión de la Verdad, moderaron las intervenciones. Desde el comienzo de la sesión se enunciaba el tema que se iba a dialogar y luego se pedía que armaran los grupos. La distancia, propia de los prejuicios, hizo que en un comienzo los grupos afines permanecieran juntos. Los grupos insurgentes trabajan solo entre ellos. Y los contrainsurgentes dialogaban por su lado. Las fronteras empezaron a diluirse cuando las discusiones y las visiones de los otros afloraron. “Obviamente, al principio nos hacíamos los mismos, los que pensaban parecido. Uno pensaba: ¡imagínate al lado de aquellos!”, recuerda Óscar Montealegre, exmiembro del Bloque Central Bolívar de las Auc.
Los árbitros les entregaban unos cuestionarios para que fueran respondidos individual y colectivamente. Después, se les pedía que en una cartelera trazaran una línea de tiempo. Cada integrante del grupo, relata Montealegre, debía exponer sus respuestas sobre su participación y el de su grupo en este tema durante la guerra. Los demás escuchaban atentamente.
Aunque en el comienzo dijeron que no se conocían, en esos debates aprovecharon para contar verdades que durante años se guardaron siendo enemigos. Así lo cuenta Óscar Montealegre: “Por ejemplo, cuando hablamos de financiamientos, a los del Eln se les pasó el hurto de combustible, entonces alguien lo recordaba y lo anotaba. Pasamos nosotros y de toda la lista olvidamos el secuestro, entonces un exguerrillero nos mencionaba un caso, así que debíamos anotarlo también”.
Pero, quizá, lo más difícil del ejercicio que repitieron diez veces en el año fue reconocer que ese otro que estaba en frente, que tanto se odió, tenía una historia parecida, una familia víctima, unos dolores indelebles. Que todos eran producto de esos males que aquejaban al país y que ellos decidieron combatir con las balas.
Los ejercicios no tenían la intención de ponerlos de acuerdo. Y en muchos casos, asegura Villarraga, no lo hicieron. Algunos exguerrilleros, por ejemplo, decían que las autodefensas eran sinónimo de grupos paramilitares. Para los grupos contrainsurgentes el término es una ofensa y deslegitima su mirada política de la guerra. Con el tiempo llegaron los matices y concluyeron que la degradación del conflicto había deteriorado también sus reivindicaciones iniciales.
En los encuentros lograron quitarse los prejuicios y a través de las narraciones entendieron los problemas de los otros después de la firma de los acuerdos de paz, pues cada caso estaba lleno de particularidades. Un reclamo de los grupos paramilitares fueron los incumplimientos de su tratado. Dicen que lo pactado nunca se firmó y mucho menos se cumplió, a pesar de haberle contribuido a la justicia. Esta verdad era desconocida, por ejemplo, por Gabriel Ángel, exguerrillero de las Farc, para quien durante años el pacto entre el Gobierno y las Auc había sido entre amigos.
(Le sugerimos: Los desafíos que Alfredo Molano le deja a la Comisión de la Verdad)
Los grupos de autodefensas, por su parte, aceptaron que los asesinatos contra quienes pensaban diferentes eran injustificables. Y ahí el dolor se apropió de la mesa. Hubo lágrimas y voces que no aguantaron el peso de las palabras. “A mí me pareció complicado escuchar esas versiones muy fuertes de gente que murió inocente. Que no había una investigación de qué hacían, pero se desaparecían por ser guerrilleros. Son relatos muy dolorosos”, señala Sandra Ramírez.
Algunos de los participantes sintieron que las sesiones parecían también clases de historia. Y es que generacionalmente existían brechas enormes. Cuando las guerrillas de los años 90 se desmovilizaban, algunos integrantes de las autodefensas apenas era niños. Sin embargo, esas diferencias les permitieron hilar la historia y entender con más claridad las causas de las distintas olas de la violencia y de los nacimientos de actores armados. “Me impactó estar cerca y conocer de viva voz las reflexiones de los voceros de las exautodefensas. Para mí era nuevo todo”, agrega Vera Grabe, exmilitante del M-19. La imagen que se lleva es un diálogo amplio entre improbables que, insiste, “debió darse antes y siempre, no solo posteriormente”.
Reconocieron los errores, analizaron las causas del conflicto, estudiaron los procesos de paz de cada agrupación, se miraron a los ojos. Algunos pidieron perdón. Otros dejaron ver la vergüenza. También se juzgaron con severidad; pero eso llevó a que el saludo inicial de apretón de manos se cambiara por abrazos y mensajes para sus familias, que los almuerzos estuvieran acompañados de chistes y anécdotas y que los desplazamientos en taxi los pagaran entre todos.
Y con ese telón de fondo, todos, absolutamente todos, llegaron a dos conclusiones. La primera es que en el ejercicio deben participar los militares y los terceros civiles, como políticos y empresarios. Y la segunda es que las diferencias nunca debieron ser resueltas con violencia. Y si bien han repetido esa frase hasta el cansancio, hoy, después de verse tantas veces y dialogar con un afecto que apenas nace, pero es cada vez más fuerte, resaltan que el conflicto jamás debió suceder y ahora es su compromiso contribuir a la no repetición. Por eso hoy decidieron hacer públicos sus encuentros y firmar un nuevo pacto con el país en el que no sólo se comprometen a no volver a empuñar un arma sino también a generar juntos nuevos espacios de paz.