Un museo para no olvidar que las Farc secuestraron
El Borugo, antiguo campamento del “Mono Jojoy” en La Macarena (Meta), fue convertido por el Ejército en un espacio para hacer memoria y para mostrar su dominio de la zona.
David Escobar Moreno
Las alambradas de púas que sirvieron para confinar a cientos de militares y policías secuestrados por las Farc, mientras desde afuera les hablaba el Mono Jojoy, son una imagen difícil de borrar de la mente de esos colombianos que tantas veces en los noticieros vieron las tortuosas condiciones en que la guerrilla mantenía a los militares. Hoy, un grupo de soldados de la Fuerza de Despliegue Rápido (Fudra) ejercen como actores y son los encargados de recrear aquellos difíciles momentos que el conflicto representó para las Fuerzas Militares.
Lo hacen en un escenario ubicado a casi cuatro kilómetros del casco urbano de La Macarena (Meta), uno de los municipios que hicieron parte de la zona de distensión que despejó el gobierno de Andrés Pastrana para dialogar con las Farc entre 1999 y 2002. En ese mismo escenario permanecieron los 352 policías y militares que recuperaron su libertad por un canje humanitario negociado por Pastrana. Las púas hacían recordar entonces los campos de concentración de la Segunda Guerra Mundial; ahora son una especie de museo en vivo que el Ejército bautizó El Borugo, nombre del roedor que hace presencia en esta zona selvática.
📷El recorrido por esta área, que está a cargo de la Fudra, se hace sobre un camino pedregoso que se mezcla con los árboles. En la primera parada no hay actuación: están los Puma, un grupo élite de la Fudra que fue creado para hallar al Mono Jojoy, jefe del Bloque Oriental de las Farc que murió en la operación militar Sodoma en septiembre de 2010. Ellos les explican a los visitantes sus funciones y les muestran sus elementos de trabajo, como los visores nocturnos o los uniformes camuflados y la pintura que usan para mimetizarse en la manigua.
En la siguiente estación se extiende un enorme telón que, al caer, descubre dos réplicas de los “campos de concentración” de las Farc. En el primero se ve la única actriz civil del museo El Borugo: una mujer de contextura delgada y pelo largo que emula la imagen icónica que se divulgó de Íngrid Betancourt en 2007, cuando llevaba cinco años en cautiverio. Con el pelo tapando su rostro, ella permanece inmóvil, encadenada, solitaria y sin decir una palabra. A la izquierda, soldados de la Fudra gritan: “¡¿Por qué estamos secuestrados?! ¡Déjennos libres!”.
Hay otros soldados que visten y hablan como guerrilleros, que muestran cómo la guerrilla elabora minas antipersonal y explosivos de fabricación casera, coloquialmente conocidos como tatucos o cilindros bomba. Exhiben también los equipos con que cuenta el Ejército para desminar, como los detectores de metales o los perros antiexplosivos. Al final, con el claro propósito de demostrar habilidades, otro grupo de soldados Puma desciende una pared de más de 30 metros de altura.
El Borugo se erige así en medio de la selva como un monumento a la memoria de las víctimas de las Farc, un escenario para exhibir capacidades y un atractivo turístico que se empieza a conocer en la región desde julio de 2015, y que se les ofrece a los turistas que viajan a conocer los colores de Caño Cristales. “Para que ningún ciudadano vuelva a padecer el cautiverio, es necesario que los colombianos conozcamos la historia de El Borugo”, le aseguró a El Espectador el mayor del Ejército Javier Lozano, quien está encargado del museo y de guiar a los invitados por el otrora campamento subversivo.
En el museo, la música que suena de fondo es la de Juanes; la idea fue del comandante del Ejército, general Alberto Mejía. Esas canciones contrastan con los sonidos marciales que antes sonaban en el museo o con las consignas antiyanqui, la salsa, el vallenato y la música popular colombiana que se oía en el lugar por petición del Mono Jojoy. Él, a finales de los años 90, le ordenó a un guerrillero de alias Silverio que buscara en La Macarena un territorio ideal para levantar un campamento guerrillero. Silverio escogió este lugar por sus rutas de acceso, la selva espesa que lo escondía del Ejército y el agua potable.
El campamento del Mono Jojoy fue arrasado por la Fuerza Pública en 2007. Algunos de los soldados de la Fudra le comentaron a El Espectador que, en su opinión, fue un error acabar con él: “Es una lástima. Lo mejor que hubiera pasado era que se conservara tal como estaba para que quedara prueba de todos los horrores que se cometieron aquí”, aseguró un uniformado que prefirió reservar su nombre. “Aunque yo también entiendo, los compañeros que destruyeron el campamento llegaron con mucho rencor porque allí sometieron a gente nuestra”, expresó otro soldado.
Hoy se conserva muy poco de las construcciones que hicieron las Farc: sólo un par de plataformas en donde están erigidas una improvisada capilla y unos depósitos militares. Los soldados de la Fudra dicen que aún se pueden sentir malas energías impregnadas en el ambiente, que podrían derivar de experiencias como las que soportó el general del Ejército (r) Luis Mendieta, quien fue secuestrado durante la toma a Mitú en noviembre de 1998, duró doce años secuestrado y fue recluido en El Borugo también. Mendieta ha relatado que el hacinamiento y la escasa alimentación que sufrió con sus compañeros fueron inhumanos.
Las alambradas de púas que sirvieron para confinar a cientos de militares y policías secuestrados por las Farc, mientras desde afuera les hablaba el Mono Jojoy, son una imagen difícil de borrar de la mente de esos colombianos que tantas veces en los noticieros vieron las tortuosas condiciones en que la guerrilla mantenía a los militares. Hoy, un grupo de soldados de la Fuerza de Despliegue Rápido (Fudra) ejercen como actores y son los encargados de recrear aquellos difíciles momentos que el conflicto representó para las Fuerzas Militares.
Lo hacen en un escenario ubicado a casi cuatro kilómetros del casco urbano de La Macarena (Meta), uno de los municipios que hicieron parte de la zona de distensión que despejó el gobierno de Andrés Pastrana para dialogar con las Farc entre 1999 y 2002. En ese mismo escenario permanecieron los 352 policías y militares que recuperaron su libertad por un canje humanitario negociado por Pastrana. Las púas hacían recordar entonces los campos de concentración de la Segunda Guerra Mundial; ahora son una especie de museo en vivo que el Ejército bautizó El Borugo, nombre del roedor que hace presencia en esta zona selvática.
📷El recorrido por esta área, que está a cargo de la Fudra, se hace sobre un camino pedregoso que se mezcla con los árboles. En la primera parada no hay actuación: están los Puma, un grupo élite de la Fudra que fue creado para hallar al Mono Jojoy, jefe del Bloque Oriental de las Farc que murió en la operación militar Sodoma en septiembre de 2010. Ellos les explican a los visitantes sus funciones y les muestran sus elementos de trabajo, como los visores nocturnos o los uniformes camuflados y la pintura que usan para mimetizarse en la manigua.
En la siguiente estación se extiende un enorme telón que, al caer, descubre dos réplicas de los “campos de concentración” de las Farc. En el primero se ve la única actriz civil del museo El Borugo: una mujer de contextura delgada y pelo largo que emula la imagen icónica que se divulgó de Íngrid Betancourt en 2007, cuando llevaba cinco años en cautiverio. Con el pelo tapando su rostro, ella permanece inmóvil, encadenada, solitaria y sin decir una palabra. A la izquierda, soldados de la Fudra gritan: “¡¿Por qué estamos secuestrados?! ¡Déjennos libres!”.
Hay otros soldados que visten y hablan como guerrilleros, que muestran cómo la guerrilla elabora minas antipersonal y explosivos de fabricación casera, coloquialmente conocidos como tatucos o cilindros bomba. Exhiben también los equipos con que cuenta el Ejército para desminar, como los detectores de metales o los perros antiexplosivos. Al final, con el claro propósito de demostrar habilidades, otro grupo de soldados Puma desciende una pared de más de 30 metros de altura.
El Borugo se erige así en medio de la selva como un monumento a la memoria de las víctimas de las Farc, un escenario para exhibir capacidades y un atractivo turístico que se empieza a conocer en la región desde julio de 2015, y que se les ofrece a los turistas que viajan a conocer los colores de Caño Cristales. “Para que ningún ciudadano vuelva a padecer el cautiverio, es necesario que los colombianos conozcamos la historia de El Borugo”, le aseguró a El Espectador el mayor del Ejército Javier Lozano, quien está encargado del museo y de guiar a los invitados por el otrora campamento subversivo.
En el museo, la música que suena de fondo es la de Juanes; la idea fue del comandante del Ejército, general Alberto Mejía. Esas canciones contrastan con los sonidos marciales que antes sonaban en el museo o con las consignas antiyanqui, la salsa, el vallenato y la música popular colombiana que se oía en el lugar por petición del Mono Jojoy. Él, a finales de los años 90, le ordenó a un guerrillero de alias Silverio que buscara en La Macarena un territorio ideal para levantar un campamento guerrillero. Silverio escogió este lugar por sus rutas de acceso, la selva espesa que lo escondía del Ejército y el agua potable.
El campamento del Mono Jojoy fue arrasado por la Fuerza Pública en 2007. Algunos de los soldados de la Fudra le comentaron a El Espectador que, en su opinión, fue un error acabar con él: “Es una lástima. Lo mejor que hubiera pasado era que se conservara tal como estaba para que quedara prueba de todos los horrores que se cometieron aquí”, aseguró un uniformado que prefirió reservar su nombre. “Aunque yo también entiendo, los compañeros que destruyeron el campamento llegaron con mucho rencor porque allí sometieron a gente nuestra”, expresó otro soldado.
Hoy se conserva muy poco de las construcciones que hicieron las Farc: sólo un par de plataformas en donde están erigidas una improvisada capilla y unos depósitos militares. Los soldados de la Fudra dicen que aún se pueden sentir malas energías impregnadas en el ambiente, que podrían derivar de experiencias como las que soportó el general del Ejército (r) Luis Mendieta, quien fue secuestrado durante la toma a Mitú en noviembre de 1998, duró doce años secuestrado y fue recluido en El Borugo también. Mendieta ha relatado que el hacinamiento y la escasa alimentación que sufrió con sus compañeros fueron inhumanos.