Un proyecto para proteger a niños, niñas y jóvenes del conflicto en Arauca
Desde julio de 2019, la Agencia de la ONU para los Refugiados y la organización Benposta han trabajado en fortalecer el proyecto de vida de 210 menores de edad del departamento con el fin de mostrarles alternativas lejos de las dinámicas de la guerra. En medio de la pandemia, el reclutamiento aumentó un 113 %.
Marcela* es el claro ejemplo de que prevenir es mejor que curar. Aunque no lo dice, porque es una mujer que prefiere guardarse las palabras, su experiencia habla por ella. Desde hace un año trabaja como promotora comunitaria en Arauca, a través de un proyecto de la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur) y la organización Benposta Nación de Muchachos, que les permite a los niños, niñas y jóvenes del departamento fortalecer su proyecto de vida para construir un futuro lejos de las armas y del contexto de la guerra. A sus 19 años, reconoce que no llegó a ese trabajo por casualidad y que esta labor la ha salvado.
En Arauca, los pobladores han sufrido el conflicto armado de manera indiscriminada, sin distinguir edades. La presencia histórica del Ejército de Liberación Nacional (Eln), sumada a la disputa con otros grupos armados organizados, ha hecho que uno de los mayores riesgos sea el reclutamiento de menores de edad. Según la Fundación Paz y Reconciliación (Pares), en 2019 los principales reclutadores fueron la estructura décima Martín Villa de las disidencias de las Farc y el Eln.
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De acuerdo con habitantes de la zona, aunque son pocas las denuncias por reclutamiento forzado a menores de edad, la mayoría de casos suceden a través del “enamoramiento”, una estrategia con la que buscan atraer a nuevos combatientes bajo unas falsas expectativas de lo que es estar en un grupo armado. Marcela, por ejemplo, lo vivió en carne propia cuando, a sus 14 años, una guerrilla la quiso reclutar. Fue gracias al trabajo de Benposta que logró salir de Arauca durante cuatro años.
A pesar de haber logrado escapar, terminó siendo víctima indirecta de reclutamiento. Hace cinco años, a su hermano Luis* se lo llevó el Eln. En su familia hubo varios intentos por evitarlo, pero no lo lograron. De hecho, fue precisamente en 2015 que la Defensoría del Pueblo emitió la Alerta temprana 004-15, en la que advertía que, en este departamento, “los grupos armados de la zona piden a las familias que al menos uno de sus hijos se vincule a las filas guerrilleras como ‘cuota de guerra’”. Hoy recuerda ese día y dice, tajantemente: “Ese día pensé que se me había acabado la vida”.
Al igual que Marcela*, decenas de menores de edad viven esta realidad. En mayo de este año, la Coalición contra la Vinculación de Niños, Niñas y Jóvenes al Conflicto Armado en Colombia (Coalico) presentó un informe en el que revelaron que en los cinco primeros meses de 2020, fueron reclutados o vinculados a grupos armados ilegales 128 niños, niñas y adolescentes. Eso significó un aumento en un 113 %, con relación a 2019, en medio de la cuarentena estricta que vivió el país.
Para que Marcela* no viviera lo mismo que su hermano, su familia acudió a Benposta Nación de Muchachos, reconocida por reivindicar los derechos de los menores de edad. La organización decidió sacarla de Arauca y trasladarla para Bogotá por su inminente riesgo, donde pudo terminar sus estudios y construyó su proyecto de vida.
El proyecto se llama “Fortalecimiento de entornos protectores y busca alejar a niños, niñas y jóvenes de dinámicas que ven con normalidad en sus territorios, aunque sean nocivas, como el conflicto armado. Eliana Moreno, vocera de Acnur en Arauca y psicóloga, afirma que por eso es tan importante la tradicional pregunta de: ¿qué quieres ser cuando seas grande? A partir de las respuestas y de un acompañamiento cercano, tratan de “enseñarles a los niños y niñas que pueden tener otras metas en su vida distintas a las que han tenido sus padres o su entorno más cercano”. Moreno dice que “es fundamental, desde pequeños, encaminarlos y mostrarles otras opciones de vida que quizá consideran inalcanzables”.
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Daniel Campo, coordinador regional del proyecto de protección de Benposta, explica que la metodología consiste en prevenir y proteger a los menores de edad en su territorio, basados en fortalecer sus sueños y las metas que tienen a futuro; sin embargo, agrega, “cuando el riesgo es inminente buscamos sacar a los jóvenes de ese entorno y comenzar un proceso de acompañamiento junto a su familia”. Eso, precisamente, fue lo que hicieron con ella.
El proyecto, implementado por Acnur y Benposta desde julio de 2019, intenta mostrar esas otras alternativas a través de actividades lúdicas, charlas y acercamientos con la familia. Marcela*, por ejemplo, lleva un año trabajando como facilitadora comunitaria y su labor se centra en apoyar los talleres que recibirán los beneficiarios: “Hablamos de muchas cosas como la sexualidad, las profesiones, el contexto en el que vivimos, la importancia de conocer el cuerpo”.
Jacopo Sarti, jefe de la oficina de Acnur en Arauca, expresa que, aunque uno de los riesgos más altos está relacionado con la guerra, hay otros que también buscan prevenir, como la sexualidad a edades tempranas. “Por eso abarcamos todo tipo de temas, no solo los relacionados con grupos armados, sino con la vida de los jóvenes en general”.
Aunque ambas organizaciones quisieran impactar a todos los menores de edad del departamento, lo cierto es que deben elegir a los niños y niñas que, según su criterio, más lo necesiten. Sarti señala que uno de ellos es conocer sus condiciones psicológicas, familiares y económicas. Hasta ahora han beneficiado a 210 niños y niñas. De ellos, 120 fueron seleccionados en 2019 y 90 en 2020, en medio de la pandemia.
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Uno de los jóvenes que ya culminó el proceso es Fabián*. Su madre, Lida*, asegura que fue gracias a ese apoyo y orientación que su hijo “ahora tiene otras ideas y construyó un horizonte diferente”. Los niños y niñas beneficiarios, que usualmente tienen entre 13 y 17 años, llevan un proceso individualizado en el que, con acompañamiento de un profesional en psicología, reciben orientación. Fabián* ya terminó el bachillerato y ahora está a la espera de entrar a una carrera tecnológica en el Sena. Aunque aclara que este es un primer paso, pues aspira a ser el primer profesional de su familia.
Pero el proceso no ha sido solo con los jóvenes. Lida* dice que una de las actividades que más recuerda, precisamente porque se sintió involucrada, fue cuando se enfrentaron a un taller de perdón: “Estábamos los papás y los hijos, y nos dijeron que escribiéramos qué era lo que más nos gustaba de ellos y lo que menos nos gustaba. Y luego que nos pidiéramos perdón por cosas que sentíamos que teníamos guardadas entre padres e hijos. Eso fue hermoso, porque uno pocas veces se pone a pensar en cosas tan profundas entre la familia”.
En el proyecto de entornos protectores también están involucrados los colegios de seis municipios de Arauca que, por petición de las organizaciones, no serán mencionados. De hecho, es a través de las instituciones educativas que pueden llegar a los muchachos. El rector de uno de los colegios asegura que el cambio que han tenido desde que comenzaron estas actividades ha sido palpable, pues la actitud de los jóvenes está mucho más centrada en estudiar y terminar su bachillerato para seguir siendo beneficiarios. Para él, aunque no han cuantificado los cambios, el índice de deserción estudiantil ha disminuido notoriamente.
La articulación con los colegios de la región ha sido la clave del éxito: “No es como llegar a un territorio a imponer unas actividades y formas de pensar sin conocer antes el entorno y el contexto, sino que las instituciones educativas son las que nos dan línea y nos guían para conocer a los chicos, a sus familias y para saber identificar las necesidades de cada uno”, insiste Eliana Moreno, psicóloga y vocera de Acnur.
Otra de las ventajas del proyecto, cuenta Moreno, es que atiende también a población migrante. “Una de las realidades que la gente no ha visto es que las familias venezolanas que llegan a Colombia no conocen el contexto de conflicto armado, entonces son más vulnerables a ser involucrados en la guerra. Con esos niños y niñas trabajamos también”.
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A diferencia de otras organizaciones, la metodología de Acnur y Benposta no se basa en abrir convocatoria para que los jóvenes sean quienes se postulen como beneficiarios, sino que son las entidades, a través del equipo psicológico y técnico en territorio, quienes en asesoría de los docentes, coordinadores y rectores, escogen cuáles serán las familias y los niños, niñas y jóvenes que comenzarán su proceso de formación.
Una de las coordinadoras de núcleo del proyecto menciona que también han implementado apoyo en deporte, recreación y en todo lo relacionado con la vida académica de los jóvenes. Según las evaluaciones que hagan los psicólogos, estos determinan si destinan recursos para la compra de uniformes, balones de fútbol, instrumentos musicales o cualquier elemento que sirva para invertir adecuadamente el tiempo libre que queda después de las jornadas estudiantiles.
También una de las prioridades es garantizar que su calidad de vida mejore: “La idea es que los niños tengan lo que necesitan. Hay algunos que no tienen zapatos para ir al colegio, que no tienen un colchón para dormir, la idea es darles lo que ellos necesiten”, asegura una coordinadora del proyecto. No obstante, por la pandemia muchas de esas dinámicas cambiaron, así como las necesidades de las familias. Las reuniones o talleres colectivos, que antes se hacían cada 15 días, pasaron completamente a la virtualidad, aun en medio de las dificultades de conectividad que hay en la zona rural de Arauca. “Este ha sido un esfuerzo muy grande, pero hemos intentado brindarles las herramientas para que el proceso no se pierda”, añade Daniel Campo.
Incluso, muchos de los recursos que estaban destinados a actividades de recreación, este año se volcaron a saciar las necesidades básicas como en la compra de mercados o de elementos de bioseguridad para la protección de las familias. Eso sin contar con que la pandemia impuso un reto aún más grande, porque el reclutamiento se agudizó en los territorios. “Sin duda, la cuarentena y el encierro hicieron que, como ahora hay más tiempo libre y los niños permanecen en sus casas, tuviéramos que estar más alerta a los posibles reclutamientos por parte de los grupos armados”, explica Sarti.
A pesar de que su proyecto se basa en la prevención, las organizaciones dicen que están preparados para activar, en el momento en que requieran, las rutas de acción en caso de que se lleven algún niño o niña para la guerra. O, en su defecto, de atender los “desvinculamientos” que hacen los grupos armados, pues no todas las personas permanecen de manera indefinida en las filas. El Observatorio del Bienestar de la Niñez del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF), reveló que 2013 fue el año con más desvinculaciones en Arauca: se presentaron ocho casos en tres municipios del departamento. En el municipio de Fortul ocurrió la mitad.
Al hermano de Marcela* le permitieron regresar a la vida civil en noviembre pasado, después de permanecer cinco años en la guerrilla. Para su familia, esta será una Navidad distinta, porque volvieron a estar completos. “Yo me metí al programa de Protección porque quiero ayudar a que niños y jóvenes no vivan lo que vivimos con mi familia, que no les pase lo de mi hermano”, expresa Marcela.
Su proyecto de vida ahora es mucho más ambicioso de lo que pensó. Quiere ser profesional, todavía no tiene claridad de la carrera que quiere estudiar, pero está convencida de que lo suyo es el trabajo con las comunidades. Pero antes tiene una misión más importante: “Me quiero centrar en mi hermano ahora que volvió. Quiero que él viva algo como lo que yo experimenté cuando estuve fuera de Arauca. Uno se da cuenta de que el mundo es muy grande. Este proyecto le cambia a uno la vida, literalmente”.
*Nombres cambiados por seguridad de las fuentes.
Marcela* es el claro ejemplo de que prevenir es mejor que curar. Aunque no lo dice, porque es una mujer que prefiere guardarse las palabras, su experiencia habla por ella. Desde hace un año trabaja como promotora comunitaria en Arauca, a través de un proyecto de la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur) y la organización Benposta Nación de Muchachos, que les permite a los niños, niñas y jóvenes del departamento fortalecer su proyecto de vida para construir un futuro lejos de las armas y del contexto de la guerra. A sus 19 años, reconoce que no llegó a ese trabajo por casualidad y que esta labor la ha salvado.
En Arauca, los pobladores han sufrido el conflicto armado de manera indiscriminada, sin distinguir edades. La presencia histórica del Ejército de Liberación Nacional (Eln), sumada a la disputa con otros grupos armados organizados, ha hecho que uno de los mayores riesgos sea el reclutamiento de menores de edad. Según la Fundación Paz y Reconciliación (Pares), en 2019 los principales reclutadores fueron la estructura décima Martín Villa de las disidencias de las Farc y el Eln.
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De acuerdo con habitantes de la zona, aunque son pocas las denuncias por reclutamiento forzado a menores de edad, la mayoría de casos suceden a través del “enamoramiento”, una estrategia con la que buscan atraer a nuevos combatientes bajo unas falsas expectativas de lo que es estar en un grupo armado. Marcela, por ejemplo, lo vivió en carne propia cuando, a sus 14 años, una guerrilla la quiso reclutar. Fue gracias al trabajo de Benposta que logró salir de Arauca durante cuatro años.
A pesar de haber logrado escapar, terminó siendo víctima indirecta de reclutamiento. Hace cinco años, a su hermano Luis* se lo llevó el Eln. En su familia hubo varios intentos por evitarlo, pero no lo lograron. De hecho, fue precisamente en 2015 que la Defensoría del Pueblo emitió la Alerta temprana 004-15, en la que advertía que, en este departamento, “los grupos armados de la zona piden a las familias que al menos uno de sus hijos se vincule a las filas guerrilleras como ‘cuota de guerra’”. Hoy recuerda ese día y dice, tajantemente: “Ese día pensé que se me había acabado la vida”.
Al igual que Marcela*, decenas de menores de edad viven esta realidad. En mayo de este año, la Coalición contra la Vinculación de Niños, Niñas y Jóvenes al Conflicto Armado en Colombia (Coalico) presentó un informe en el que revelaron que en los cinco primeros meses de 2020, fueron reclutados o vinculados a grupos armados ilegales 128 niños, niñas y adolescentes. Eso significó un aumento en un 113 %, con relación a 2019, en medio de la cuarentena estricta que vivió el país.
Para que Marcela* no viviera lo mismo que su hermano, su familia acudió a Benposta Nación de Muchachos, reconocida por reivindicar los derechos de los menores de edad. La organización decidió sacarla de Arauca y trasladarla para Bogotá por su inminente riesgo, donde pudo terminar sus estudios y construyó su proyecto de vida.
El proyecto se llama “Fortalecimiento de entornos protectores y busca alejar a niños, niñas y jóvenes de dinámicas que ven con normalidad en sus territorios, aunque sean nocivas, como el conflicto armado. Eliana Moreno, vocera de Acnur en Arauca y psicóloga, afirma que por eso es tan importante la tradicional pregunta de: ¿qué quieres ser cuando seas grande? A partir de las respuestas y de un acompañamiento cercano, tratan de “enseñarles a los niños y niñas que pueden tener otras metas en su vida distintas a las que han tenido sus padres o su entorno más cercano”. Moreno dice que “es fundamental, desde pequeños, encaminarlos y mostrarles otras opciones de vida que quizá consideran inalcanzables”.
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Daniel Campo, coordinador regional del proyecto de protección de Benposta, explica que la metodología consiste en prevenir y proteger a los menores de edad en su territorio, basados en fortalecer sus sueños y las metas que tienen a futuro; sin embargo, agrega, “cuando el riesgo es inminente buscamos sacar a los jóvenes de ese entorno y comenzar un proceso de acompañamiento junto a su familia”. Eso, precisamente, fue lo que hicieron con ella.
El proyecto, implementado por Acnur y Benposta desde julio de 2019, intenta mostrar esas otras alternativas a través de actividades lúdicas, charlas y acercamientos con la familia. Marcela*, por ejemplo, lleva un año trabajando como facilitadora comunitaria y su labor se centra en apoyar los talleres que recibirán los beneficiarios: “Hablamos de muchas cosas como la sexualidad, las profesiones, el contexto en el que vivimos, la importancia de conocer el cuerpo”.
Jacopo Sarti, jefe de la oficina de Acnur en Arauca, expresa que, aunque uno de los riesgos más altos está relacionado con la guerra, hay otros que también buscan prevenir, como la sexualidad a edades tempranas. “Por eso abarcamos todo tipo de temas, no solo los relacionados con grupos armados, sino con la vida de los jóvenes en general”.
Aunque ambas organizaciones quisieran impactar a todos los menores de edad del departamento, lo cierto es que deben elegir a los niños y niñas que, según su criterio, más lo necesiten. Sarti señala que uno de ellos es conocer sus condiciones psicológicas, familiares y económicas. Hasta ahora han beneficiado a 210 niños y niñas. De ellos, 120 fueron seleccionados en 2019 y 90 en 2020, en medio de la pandemia.
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Uno de los jóvenes que ya culminó el proceso es Fabián*. Su madre, Lida*, asegura que fue gracias a ese apoyo y orientación que su hijo “ahora tiene otras ideas y construyó un horizonte diferente”. Los niños y niñas beneficiarios, que usualmente tienen entre 13 y 17 años, llevan un proceso individualizado en el que, con acompañamiento de un profesional en psicología, reciben orientación. Fabián* ya terminó el bachillerato y ahora está a la espera de entrar a una carrera tecnológica en el Sena. Aunque aclara que este es un primer paso, pues aspira a ser el primer profesional de su familia.
Pero el proceso no ha sido solo con los jóvenes. Lida* dice que una de las actividades que más recuerda, precisamente porque se sintió involucrada, fue cuando se enfrentaron a un taller de perdón: “Estábamos los papás y los hijos, y nos dijeron que escribiéramos qué era lo que más nos gustaba de ellos y lo que menos nos gustaba. Y luego que nos pidiéramos perdón por cosas que sentíamos que teníamos guardadas entre padres e hijos. Eso fue hermoso, porque uno pocas veces se pone a pensar en cosas tan profundas entre la familia”.
En el proyecto de entornos protectores también están involucrados los colegios de seis municipios de Arauca que, por petición de las organizaciones, no serán mencionados. De hecho, es a través de las instituciones educativas que pueden llegar a los muchachos. El rector de uno de los colegios asegura que el cambio que han tenido desde que comenzaron estas actividades ha sido palpable, pues la actitud de los jóvenes está mucho más centrada en estudiar y terminar su bachillerato para seguir siendo beneficiarios. Para él, aunque no han cuantificado los cambios, el índice de deserción estudiantil ha disminuido notoriamente.
La articulación con los colegios de la región ha sido la clave del éxito: “No es como llegar a un territorio a imponer unas actividades y formas de pensar sin conocer antes el entorno y el contexto, sino que las instituciones educativas son las que nos dan línea y nos guían para conocer a los chicos, a sus familias y para saber identificar las necesidades de cada uno”, insiste Eliana Moreno, psicóloga y vocera de Acnur.
Otra de las ventajas del proyecto, cuenta Moreno, es que atiende también a población migrante. “Una de las realidades que la gente no ha visto es que las familias venezolanas que llegan a Colombia no conocen el contexto de conflicto armado, entonces son más vulnerables a ser involucrados en la guerra. Con esos niños y niñas trabajamos también”.
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A diferencia de otras organizaciones, la metodología de Acnur y Benposta no se basa en abrir convocatoria para que los jóvenes sean quienes se postulen como beneficiarios, sino que son las entidades, a través del equipo psicológico y técnico en territorio, quienes en asesoría de los docentes, coordinadores y rectores, escogen cuáles serán las familias y los niños, niñas y jóvenes que comenzarán su proceso de formación.
Una de las coordinadoras de núcleo del proyecto menciona que también han implementado apoyo en deporte, recreación y en todo lo relacionado con la vida académica de los jóvenes. Según las evaluaciones que hagan los psicólogos, estos determinan si destinan recursos para la compra de uniformes, balones de fútbol, instrumentos musicales o cualquier elemento que sirva para invertir adecuadamente el tiempo libre que queda después de las jornadas estudiantiles.
También una de las prioridades es garantizar que su calidad de vida mejore: “La idea es que los niños tengan lo que necesitan. Hay algunos que no tienen zapatos para ir al colegio, que no tienen un colchón para dormir, la idea es darles lo que ellos necesiten”, asegura una coordinadora del proyecto. No obstante, por la pandemia muchas de esas dinámicas cambiaron, así como las necesidades de las familias. Las reuniones o talleres colectivos, que antes se hacían cada 15 días, pasaron completamente a la virtualidad, aun en medio de las dificultades de conectividad que hay en la zona rural de Arauca. “Este ha sido un esfuerzo muy grande, pero hemos intentado brindarles las herramientas para que el proceso no se pierda”, añade Daniel Campo.
Incluso, muchos de los recursos que estaban destinados a actividades de recreación, este año se volcaron a saciar las necesidades básicas como en la compra de mercados o de elementos de bioseguridad para la protección de las familias. Eso sin contar con que la pandemia impuso un reto aún más grande, porque el reclutamiento se agudizó en los territorios. “Sin duda, la cuarentena y el encierro hicieron que, como ahora hay más tiempo libre y los niños permanecen en sus casas, tuviéramos que estar más alerta a los posibles reclutamientos por parte de los grupos armados”, explica Sarti.
A pesar de que su proyecto se basa en la prevención, las organizaciones dicen que están preparados para activar, en el momento en que requieran, las rutas de acción en caso de que se lleven algún niño o niña para la guerra. O, en su defecto, de atender los “desvinculamientos” que hacen los grupos armados, pues no todas las personas permanecen de manera indefinida en las filas. El Observatorio del Bienestar de la Niñez del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF), reveló que 2013 fue el año con más desvinculaciones en Arauca: se presentaron ocho casos en tres municipios del departamento. En el municipio de Fortul ocurrió la mitad.
Al hermano de Marcela* le permitieron regresar a la vida civil en noviembre pasado, después de permanecer cinco años en la guerrilla. Para su familia, esta será una Navidad distinta, porque volvieron a estar completos. “Yo me metí al programa de Protección porque quiero ayudar a que niños y jóvenes no vivan lo que vivimos con mi familia, que no les pase lo de mi hermano”, expresa Marcela.
Su proyecto de vida ahora es mucho más ambicioso de lo que pensó. Quiere ser profesional, todavía no tiene claridad de la carrera que quiere estudiar, pero está convencida de que lo suyo es el trabajo con las comunidades. Pero antes tiene una misión más importante: “Me quiero centrar en mi hermano ahora que volvió. Quiero que él viva algo como lo que yo experimenté cuando estuve fuera de Arauca. Uno se da cuenta de que el mundo es muy grande. Este proyecto le cambia a uno la vida, literalmente”.
*Nombres cambiados por seguridad de las fuentes.