Una propuesta de paz itinerante en el Caguán
Además de garantizarles a los habitantes del Caquetá el acceso a libros, la Casita de los sueños tiene como propósito reivindicar la imagen de su territorio y contribuir a la construcción de paz.
Christian Vásquez - autor invitado
Sin atender a los consejos de sus allegados y ante la extrañeza de muchos vecinos, Stella Salazar y Humberto Patiño decidieron cambiar el registro de su camioneta de Cali a San Vicente del Caguán para que las placas de su vehículo tuvieran el nombre del municipio en el que viven desde hace quince años. Esta camioneta, que no puede pasar desapercibida porque tiene una casa de madera instalada en su parte trasera, es una biblioteca itinerante con la que los esposos Patiño Salazar recorren el Caquetá haciendo talleres de lectura, escritura y cuidado del medio ambiente. Inscribir el nombre de su municipio en las placas de la Casita de los sueños, como es conocida esta biblioteca, es un gesto con el que Stella y Humberto reivindican la imagen de su territorio, asociado en otros lugares del país al conflicto armado, al narcotráfico y a la extinta guerrilla de las FARC-EP.
San Vicente del Caguán se instaló en el imaginario nacional como el lugar del proceso de paz fallido entre el gobierno de Andrés Pastrana y la guerrilla de las FARC-EP entre 1999 y 2002. Es el municipio en el que Manuel Marulanda Vélez, el entonces líder de la guerrilla más antigua del mundo, dejó plantado al presidente de la república, quien, mirando la silla vacía de quien sería su interlocutor, simplemente atinó a acompañar los aplausos de los asistentes al evento en el parque Los Fundadores. Por ser el lugar en el que se instaló la mesa de negociación, el pueblo en el que la mirada del país y la comunidad internacional se enfocó a través de un cubrimiento mediático sin precedentes en Colombia, San Vicente se convirtió en el punto de referencia más notable de la zona de distensión, el área de 42.000 kilómetros cuadrados que el gobierno despejó en respuesta a una condición del grupo insurgente para iniciar los diálogos.
La manera como algunos periodistas informaron sobre el evento reforzó la imagen de que este lugar era una zona roja, un territorio guerrillero, cuya principal actividad económica era el narcotráfico. “¿Guerrillero tu papá?”, le preguntó Yamit Amat a una de las jóvenes que esperaban en el parque principal del municipio a que instalaran la mesa de negociación. Justo después, otra de estas mujeres fue abordada por el periodista y humorista Jaime Garzón, quien le preguntó: “¿A qué se dedican ustedes en el tiempo libre? ¿Siembran coca?”. Estas entrevistas evidencian algunos de los estereotipos desde los que imaginamos a los habitantes de las zonas que han sido afectadas por el conflicto armado.
Como consecuencia de esta estigmatización, durante las dos décadas siguientes al proceso y a la alocución televisiva por medio de la cual Pastrana dio por terminada la negociación en febrero de 2002, muchos jóvenes se desplazaron a municipios de Huila o Tolima para expedir su cédula de ciudadanía y algunas mujeres decidieron dar a luz en otras regiones. Tener inscrito San Vicente del Caguán en el documento de identidad se convirtió en un lastre para sus habitantes. Ser tachada de colaboradora del narcotráfico o la guerrilla, simplemente por su lugar de procedencia, es un riesgo para cualquier persona en este país.
En 2005, tres años después de finalizada la zona de despeje, Humberto, Stella y sus dos hijos se trasladaron a San Vicente del Caguán tras vivir en el Valle del Cauca y Ecuador. Llegaron allí buscando un lugar en el que los niños pudieran crecer con mayor libertad de la que podían tener en una ciudad. Para los esposos Patiño Salazar, esta nueva etapa de su vida sería un retorno a su lugar de origen, al departamento en el que sus familias se conocieron en los años setenta, cuando vivieron en la misma casa en El Doncello.
Regresar a Caquetá no parecía una buena idea en aquel entonces. La guerra entre las FARC-EP y las fuerzas militares alcanzaba altos grados de violencia debido a la agresiva política de seguridad democrática del gobierno de Álvaro Uribe Vélez. Cuenta Stella que a pesar de vivir lejos, nunca perdieron el vínculo con el Caquetá, lo que les permitió tener una mejor idea de lo que en realidad sucedía allí antes de tomar la decisión de trasladarse. “Siempre venía en vacaciones a visitar a mi familia, pero nunca vi tan dura la guerra como para no traer a mis hijos. Ahí me di cuenta de que era más duro lo que se mostraba en los noticieros que lo que en realidad sucedía aquí”.
A pesar de la ofensiva del ejército, las FARC-EP seguían siendo la autoridad en la zona, territorio en el que hicieron presencia desde su fundación a mediados de los años sesenta. Allí establecieron lo que la politóloga Ana Arjona (2016) define como una rebelocracia, es decir, el orden social que instauran los grupos armados en los territorios que controlan. En aquel entonces, la guerrilla regulaba la convivencia y la movilidad de los habitantes. Cuando la familia Patiño Salazar llegó al municipio aún era común encontrar en las paredes de lugares públicos un decálogo de buen comportamiento firmado por el grupo insurgente, evidencia de los mecanismos que utilizaba la guerrilla para instaurar su soberanía. Este código de conducta, además, establecía las penas para quienes lo infringieran. Determinaba, por ejemplo, los castigos para delitos como la violación del toque de queda, la violencia intrafamiliar o la tala indiscriminada de árboles, la cual estaba prohibida por la guerrilla.
Ya instalados, Stella y Humberto conocieron a la hermana Reina Amparo Restrepo, quien a su llegada al municipio en 1997 fundó el Círculo de lectura infantil y juvenil, iniciativa cultural y pedagógica en la que jóvenes de últimos grados de bachillerato acompañan procesos de lectura y escritura de niños que viven en sus barrios y veredas. Gracias a su vinculación a este proyecto, galardonado con el Premio Nacional de Paz en 2007, Stella inició su carrera como promotora de lectura, mientras que Humberto se dedicó a trabajar en una carpintería. Allí, empezó a guardar los residuos de madera que resultaban de los muebles que fabricaba, sin saber muy bien para qué, simplemente porque pensaba que este material de algo serviría en el futuro. La respuesta la encontró un día en el que Stella, al regresar del trabajo, le dijo que sentía que, además de los libros, los niños con los que trabaja necesitaban algo más, tal vez juegos que los motivaran a involucrarse en las actividades que ella realizaba. Humberto, aplicando los conocimientos adquiridos durante la época en que estudió diseño gráfico y su destreza de carpintero, fabricó los primeros juegos didácticos con los que nacería Circreadi, Círculo de Creaciones Didácticas, empresa que no tendría éxito comercial, pero que sería el inicio de su fundación.
En 2010, el padre de Stella les regaló una camioneta sobre la que Humberto construyó una casa de madera en la parte trasera como estrategia comercial para vender los juegos didácticos. Estos no se vendieron bien, así que los Patiño Salazar decidieron donarlos a escuelas de la zona. La alegría de los niños que recibieron estas donaciones y la experiencia adquirida en el Círculo de lectura los llevó a tomar la decisión de iniciar en 2011 la fundación Casita de los sueños. Su propósito inicial fue acompañar estas donaciones con talleres de promoción de lectura que pudieran realizar en zonas alejadas del casco urbano de San Vicente. Para financiar su iniciativa, buscaron el apoyo de comerciantes locales y entidades gubernamentales. Con el paso de los años aprendieron a formular proyectos para conseguir fondos de instituciones privadas y públicas, como el Ministerio de Cultura, pues es la única manera que tienen para mantenerse a flote, sin contar las deudas que a lo largo de estos años han adquirido con tal de no renunciar a la misión que se han propuesto.
Recorriendo municipios y veredas ubicadas entre el piedemonte de la cordillera oriental y la entrada a la selva amazónica, los Patiño Salazar descubrieron que, además del conflicto armado, su departamento estaba seriamente afectado por otro problema: la deforestación. En los últimos años, principalmente después de la firma del acuerdo de paz en 2016, Caquetá es el departamento con mayor deforestación a nivel nacional, debido a la ganadería extensiva, el comercio ilegal de madera y los cultivos de uso ilícito. Para hacerle frente al grave deterioro ambiental, Stella y Humberto diseñan talleres desde una perspectiva ecocrítica para abordar este problema con la comunidad caqueteña por medio de obras literarias. Además, fabrican biogerminadores que incluyen en sus donaciones para que los niños y sus padres, a quienes también están dirigidos los talleres sobre cuidado ambiental, siembren árboles en sus territorios.
En 2012, junto con la hermana Reina Amparo, Stella y Humberto organizaron la primera edición de la Fiesta de la Lectura de San Vicente del Caguán. Este evento cultural, que realizan desde entonces cada agosto, congrega profesores, bibliotecarios y promotores de lectura para compartir sus aprendizajes. A su presencia, se suma la de escritores y mediadores de lectura de otras regiones del país, quienes participan en las actividades culturales con la población de San Vicente del Caguán, principalmente los estudiantes de instituciones públicas y privadas.
A lo largo de la última década, los Patiño Salazar han contribuido notablemente al fomento de la cultura y a la construcción de paz en Caquetá. Además de la biblioteca itinerante y la Fiesta de la lectura, desde 2018 están a cargo del Círculo de Lectura Infantil y Juvenil, luego de que la hermana Reina Amparo dejara el municipio y les entregara la dirección de su proyecto, en el cual han participado más de 16000 niños y jóvenes en sus 23 años de trayectoria. Al asumir como directores del Círculo, Stella y Humberto llevaron a cabo la segunda edición del Desarme infantil, actividad organizada por la hermana Reina Amparo en 1997 para intercambiar juguetes bélicos por libros con el fin de reducir las dinámicas de violencia que encontró en los juegos de los niños de la zona. Para el evento que realizaron dos décadas más tarde, los Patiño Salazar consiguieron el apoyo de un importante grupo editorial que donó 10.000 libros.
Para diseñar los talleres y las actividades culturales que realizan, Stella y Humberto consultan libros y videos en internet, participan en talleres de formación en promoción de lectura y asisten a eventos como la Feria del libro de Bogotá. En esta feria, además de conocer nuevos materiales y metodologías, han tenido la oportunidad de conversar con gestores culturales que llevan a cabo iniciativas similares en otros lugares del territorio nacional, como ocurrió en 2019 con Laura Acero y Luis Soriano, gestores del Bibliocarrito R4 y el Biblioburro.
Aunque inédito, la pandemia por el coronavirus no es el primer escenario adverso en el que se encuentran Stella y Humberto. Cuando llegaron, la guerra estaba en uno de sus momentos más álgidos. Durante el proceso de paz en La Habana y los dos primeros años de posacuerdo, la situación mejoró notablemente, lo que les permitió traer más invitados a sus eventos e incluso vincular a las bibliotecas comunitarias instaladas en los ETCR donde viven excombatientes de la guerrilla. En los últimos años, la aparición de grupos armados y la ofensiva del ejército ha restringido la movilidad en el territorio, especialmente desde lo sucedido el 29 de agosto de 2019, cuando en un bombardeo a una zona rural de San Vicente del Caguán fueron asesinados un número todavía controversial de menores de edad. Sin embargo, la labor de la familia Patiño Salazar no se ha detenido. En la coyuntura actual, están planeando la que sería la primera edición virtual de la Fiesta de la lectura, para que este no sea el primer agosto en el que no se celebre el encuentro vital entre libros y lectores.
Han sido diez años de arduo trabajo para financiar su iniciativa, de recorrer trochas casi intransitables, de llegar a escuelas que llevan meses sin maestros y de visitar a niños que, sin su labor, no tendrían la posibilidad de acceder a libros y materiales didácticos. Stella y Humberto creen en el poder de la palabra, del juego y de la conciencia ambiental para hacer de San Vicente del Caguán un territorio de paz.
Sin atender a los consejos de sus allegados y ante la extrañeza de muchos vecinos, Stella Salazar y Humberto Patiño decidieron cambiar el registro de su camioneta de Cali a San Vicente del Caguán para que las placas de su vehículo tuvieran el nombre del municipio en el que viven desde hace quince años. Esta camioneta, que no puede pasar desapercibida porque tiene una casa de madera instalada en su parte trasera, es una biblioteca itinerante con la que los esposos Patiño Salazar recorren el Caquetá haciendo talleres de lectura, escritura y cuidado del medio ambiente. Inscribir el nombre de su municipio en las placas de la Casita de los sueños, como es conocida esta biblioteca, es un gesto con el que Stella y Humberto reivindican la imagen de su territorio, asociado en otros lugares del país al conflicto armado, al narcotráfico y a la extinta guerrilla de las FARC-EP.
San Vicente del Caguán se instaló en el imaginario nacional como el lugar del proceso de paz fallido entre el gobierno de Andrés Pastrana y la guerrilla de las FARC-EP entre 1999 y 2002. Es el municipio en el que Manuel Marulanda Vélez, el entonces líder de la guerrilla más antigua del mundo, dejó plantado al presidente de la república, quien, mirando la silla vacía de quien sería su interlocutor, simplemente atinó a acompañar los aplausos de los asistentes al evento en el parque Los Fundadores. Por ser el lugar en el que se instaló la mesa de negociación, el pueblo en el que la mirada del país y la comunidad internacional se enfocó a través de un cubrimiento mediático sin precedentes en Colombia, San Vicente se convirtió en el punto de referencia más notable de la zona de distensión, el área de 42.000 kilómetros cuadrados que el gobierno despejó en respuesta a una condición del grupo insurgente para iniciar los diálogos.
La manera como algunos periodistas informaron sobre el evento reforzó la imagen de que este lugar era una zona roja, un territorio guerrillero, cuya principal actividad económica era el narcotráfico. “¿Guerrillero tu papá?”, le preguntó Yamit Amat a una de las jóvenes que esperaban en el parque principal del municipio a que instalaran la mesa de negociación. Justo después, otra de estas mujeres fue abordada por el periodista y humorista Jaime Garzón, quien le preguntó: “¿A qué se dedican ustedes en el tiempo libre? ¿Siembran coca?”. Estas entrevistas evidencian algunos de los estereotipos desde los que imaginamos a los habitantes de las zonas que han sido afectadas por el conflicto armado.
Como consecuencia de esta estigmatización, durante las dos décadas siguientes al proceso y a la alocución televisiva por medio de la cual Pastrana dio por terminada la negociación en febrero de 2002, muchos jóvenes se desplazaron a municipios de Huila o Tolima para expedir su cédula de ciudadanía y algunas mujeres decidieron dar a luz en otras regiones. Tener inscrito San Vicente del Caguán en el documento de identidad se convirtió en un lastre para sus habitantes. Ser tachada de colaboradora del narcotráfico o la guerrilla, simplemente por su lugar de procedencia, es un riesgo para cualquier persona en este país.
En 2005, tres años después de finalizada la zona de despeje, Humberto, Stella y sus dos hijos se trasladaron a San Vicente del Caguán tras vivir en el Valle del Cauca y Ecuador. Llegaron allí buscando un lugar en el que los niños pudieran crecer con mayor libertad de la que podían tener en una ciudad. Para los esposos Patiño Salazar, esta nueva etapa de su vida sería un retorno a su lugar de origen, al departamento en el que sus familias se conocieron en los años setenta, cuando vivieron en la misma casa en El Doncello.
Regresar a Caquetá no parecía una buena idea en aquel entonces. La guerra entre las FARC-EP y las fuerzas militares alcanzaba altos grados de violencia debido a la agresiva política de seguridad democrática del gobierno de Álvaro Uribe Vélez. Cuenta Stella que a pesar de vivir lejos, nunca perdieron el vínculo con el Caquetá, lo que les permitió tener una mejor idea de lo que en realidad sucedía allí antes de tomar la decisión de trasladarse. “Siempre venía en vacaciones a visitar a mi familia, pero nunca vi tan dura la guerra como para no traer a mis hijos. Ahí me di cuenta de que era más duro lo que se mostraba en los noticieros que lo que en realidad sucedía aquí”.
A pesar de la ofensiva del ejército, las FARC-EP seguían siendo la autoridad en la zona, territorio en el que hicieron presencia desde su fundación a mediados de los años sesenta. Allí establecieron lo que la politóloga Ana Arjona (2016) define como una rebelocracia, es decir, el orden social que instauran los grupos armados en los territorios que controlan. En aquel entonces, la guerrilla regulaba la convivencia y la movilidad de los habitantes. Cuando la familia Patiño Salazar llegó al municipio aún era común encontrar en las paredes de lugares públicos un decálogo de buen comportamiento firmado por el grupo insurgente, evidencia de los mecanismos que utilizaba la guerrilla para instaurar su soberanía. Este código de conducta, además, establecía las penas para quienes lo infringieran. Determinaba, por ejemplo, los castigos para delitos como la violación del toque de queda, la violencia intrafamiliar o la tala indiscriminada de árboles, la cual estaba prohibida por la guerrilla.
Ya instalados, Stella y Humberto conocieron a la hermana Reina Amparo Restrepo, quien a su llegada al municipio en 1997 fundó el Círculo de lectura infantil y juvenil, iniciativa cultural y pedagógica en la que jóvenes de últimos grados de bachillerato acompañan procesos de lectura y escritura de niños que viven en sus barrios y veredas. Gracias a su vinculación a este proyecto, galardonado con el Premio Nacional de Paz en 2007, Stella inició su carrera como promotora de lectura, mientras que Humberto se dedicó a trabajar en una carpintería. Allí, empezó a guardar los residuos de madera que resultaban de los muebles que fabricaba, sin saber muy bien para qué, simplemente porque pensaba que este material de algo serviría en el futuro. La respuesta la encontró un día en el que Stella, al regresar del trabajo, le dijo que sentía que, además de los libros, los niños con los que trabaja necesitaban algo más, tal vez juegos que los motivaran a involucrarse en las actividades que ella realizaba. Humberto, aplicando los conocimientos adquiridos durante la época en que estudió diseño gráfico y su destreza de carpintero, fabricó los primeros juegos didácticos con los que nacería Circreadi, Círculo de Creaciones Didácticas, empresa que no tendría éxito comercial, pero que sería el inicio de su fundación.
En 2010, el padre de Stella les regaló una camioneta sobre la que Humberto construyó una casa de madera en la parte trasera como estrategia comercial para vender los juegos didácticos. Estos no se vendieron bien, así que los Patiño Salazar decidieron donarlos a escuelas de la zona. La alegría de los niños que recibieron estas donaciones y la experiencia adquirida en el Círculo de lectura los llevó a tomar la decisión de iniciar en 2011 la fundación Casita de los sueños. Su propósito inicial fue acompañar estas donaciones con talleres de promoción de lectura que pudieran realizar en zonas alejadas del casco urbano de San Vicente. Para financiar su iniciativa, buscaron el apoyo de comerciantes locales y entidades gubernamentales. Con el paso de los años aprendieron a formular proyectos para conseguir fondos de instituciones privadas y públicas, como el Ministerio de Cultura, pues es la única manera que tienen para mantenerse a flote, sin contar las deudas que a lo largo de estos años han adquirido con tal de no renunciar a la misión que se han propuesto.
Recorriendo municipios y veredas ubicadas entre el piedemonte de la cordillera oriental y la entrada a la selva amazónica, los Patiño Salazar descubrieron que, además del conflicto armado, su departamento estaba seriamente afectado por otro problema: la deforestación. En los últimos años, principalmente después de la firma del acuerdo de paz en 2016, Caquetá es el departamento con mayor deforestación a nivel nacional, debido a la ganadería extensiva, el comercio ilegal de madera y los cultivos de uso ilícito. Para hacerle frente al grave deterioro ambiental, Stella y Humberto diseñan talleres desde una perspectiva ecocrítica para abordar este problema con la comunidad caqueteña por medio de obras literarias. Además, fabrican biogerminadores que incluyen en sus donaciones para que los niños y sus padres, a quienes también están dirigidos los talleres sobre cuidado ambiental, siembren árboles en sus territorios.
En 2012, junto con la hermana Reina Amparo, Stella y Humberto organizaron la primera edición de la Fiesta de la Lectura de San Vicente del Caguán. Este evento cultural, que realizan desde entonces cada agosto, congrega profesores, bibliotecarios y promotores de lectura para compartir sus aprendizajes. A su presencia, se suma la de escritores y mediadores de lectura de otras regiones del país, quienes participan en las actividades culturales con la población de San Vicente del Caguán, principalmente los estudiantes de instituciones públicas y privadas.
A lo largo de la última década, los Patiño Salazar han contribuido notablemente al fomento de la cultura y a la construcción de paz en Caquetá. Además de la biblioteca itinerante y la Fiesta de la lectura, desde 2018 están a cargo del Círculo de Lectura Infantil y Juvenil, luego de que la hermana Reina Amparo dejara el municipio y les entregara la dirección de su proyecto, en el cual han participado más de 16000 niños y jóvenes en sus 23 años de trayectoria. Al asumir como directores del Círculo, Stella y Humberto llevaron a cabo la segunda edición del Desarme infantil, actividad organizada por la hermana Reina Amparo en 1997 para intercambiar juguetes bélicos por libros con el fin de reducir las dinámicas de violencia que encontró en los juegos de los niños de la zona. Para el evento que realizaron dos décadas más tarde, los Patiño Salazar consiguieron el apoyo de un importante grupo editorial que donó 10.000 libros.
Para diseñar los talleres y las actividades culturales que realizan, Stella y Humberto consultan libros y videos en internet, participan en talleres de formación en promoción de lectura y asisten a eventos como la Feria del libro de Bogotá. En esta feria, además de conocer nuevos materiales y metodologías, han tenido la oportunidad de conversar con gestores culturales que llevan a cabo iniciativas similares en otros lugares del territorio nacional, como ocurrió en 2019 con Laura Acero y Luis Soriano, gestores del Bibliocarrito R4 y el Biblioburro.
Aunque inédito, la pandemia por el coronavirus no es el primer escenario adverso en el que se encuentran Stella y Humberto. Cuando llegaron, la guerra estaba en uno de sus momentos más álgidos. Durante el proceso de paz en La Habana y los dos primeros años de posacuerdo, la situación mejoró notablemente, lo que les permitió traer más invitados a sus eventos e incluso vincular a las bibliotecas comunitarias instaladas en los ETCR donde viven excombatientes de la guerrilla. En los últimos años, la aparición de grupos armados y la ofensiva del ejército ha restringido la movilidad en el territorio, especialmente desde lo sucedido el 29 de agosto de 2019, cuando en un bombardeo a una zona rural de San Vicente del Caguán fueron asesinados un número todavía controversial de menores de edad. Sin embargo, la labor de la familia Patiño Salazar no se ha detenido. En la coyuntura actual, están planeando la que sería la primera edición virtual de la Fiesta de la lectura, para que este no sea el primer agosto en el que no se celebre el encuentro vital entre libros y lectores.
Han sido diez años de arduo trabajo para financiar su iniciativa, de recorrer trochas casi intransitables, de llegar a escuelas que llevan meses sin maestros y de visitar a niños que, sin su labor, no tendrían la posibilidad de acceder a libros y materiales didácticos. Stella y Humberto creen en el poder de la palabra, del juego y de la conciencia ambiental para hacer de San Vicente del Caguán un territorio de paz.