Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
A donde llegaba Consuelo Inés Araújo Noguera también arrimaba el relato. No ha habido en Valledupar (Cesar) otra mejor contadora de historias. Consuelo sabía embellecer y volver jocosa su acontecer, así fuese la anécdota más sencilla. Era una mujer culta, así que casi siempre, recuerdan sus allegados, tenía una respuesta. Podía hablar de eventos de corrupción, que ella misma denunció en su faceta de periodista, o de la historia del vallenato, ese género musical que defendió como elemento identitario de Colombia y que hizo resonar en cada lugar que pisó.
Lea: La primera parranda: así nació el Festival de la Leyenda Vallenata
Todo aquel que llegó a las tierras del Cesar como su invitado contó con la fortuna de conocer a fondo la cultura vallenata: los llevaba a una parranda y les brindaba Old Parr, chivo asado o iguana guisada; les hablaba de Rafael Escalona, Alejo Durán, Poncho Zuleta o Jorge Oñate; les explicaba el origen de las canciones, como La gota fría; recomendaba ir al río Guatapurí para pasar el guayabo, y, por supuesto, invitaba, una y otra vez, al Festival de la Leyenda Vallenata, creado por ella en 1968. Por las parrandas de su casa pasaron presidentes, gobernadores, escritores, juglares, líderes arhuacos, y la lista continúa.
No se equivocan quienes aseguran que el Cesar, principalmente Valledupar, logró su nivel de desarrollo y exposición gracias a sus apuestas. A pesar de que hoy se cumplen 20 años de la noticia de su asesinato, su gente la extraña. Consuelo era una mujer fuerte, estricta, generosa y honesta. La Cacica, así la bautizó Guillermo Cano, director de El Espectador, y así la recuerdan: como una líder excepcional, como una mujer de avanzada, que rompió todos los “peros” de su época y nunca se dejó amedrentar de los hombres apropiados de las esferas de poder ni del centralismo.
Su legado
Nació el 1° de agosto de 1940, y desde pequeña mostró sus habilidades para el liderazgo y su pasión por los debates. A los 18 años se casó con Hernando Molina Céspedes, con quien tuvo cinco hijos. “Fue una gran madre”, dijo Andrés Molina, uno de ellos, pero nunca fue una mujer de casa. Le gustaba la plaza pública, el baile, la música y la escritura. “Consuelo decidió, con vestido de pilonera y flores en la cabeza, que ella tenía más pantalones que todos los hombres que la rodeaban”, resaltó el 7 de octubre de 2001 su sobrina, Sara Araújo, en El Espectador.
Consuelo manejó a la perfección el arte de escribir. No solo tenía una redacción impecable, sino que sus opiniones no tenían arandelas. Era mordaz y apasionada. Le tocó vivir en una época machista, aunque eso poco le importó. Desde muy joven alzó su ronca voz para convertirse en la matrona del Cesar, a través de su espacio en El Espectador, durante 22 años. “Esas cuartillas se convirtieron durante años en cartas, en Cartas vallenatas, muchas de ellas más que una columna de opinión, una crónica de una región que nos enseñó a querer y a entender. Por ellas pasaban, en libres palabras, desde las más duras críticas -sin perendengues como dicen en Valledupar- a dirigentes regionales y nacionales hasta memorables biografías, anécdotas o hermosos paisajes”, aseguró Camilo Cano Busquets, hijo de Guillermo Cano y amigo de Consuelo, para Radio Guatapurí.
Destapó ollas podridas. Una de las más conocidas fue la de la red de corrupción de la Contraloría General de la República, cuando estaba en manos de Aníbal Martínez Zuleta, quien terminó condenado por la Corte Suprema de Justicia. Y a escala local tampoco se quedó quieta. Hizo un periodismo aguerrido, valiente, siempre con pruebas a la mano.
Se aventuró a hacer libros de los juglares de la música vallenata, como Rafael Escalona, y hasta un Lexicón del Valle de Upar, sobre las voces, los modismos, refranes y coplas de la cultura popular vallenata. “En el vallenato era visto como una música vernácula, echada a menos. Y ella hizo que los demás tomaran conciencia de su importancia. En 1967 publicó Vallenatología, considerada la primera obra sobre la música vallenata que se escribió en el mundo. Ella abrió el camino”, agregó Andrés.
Esa era su obsesión: que el resto del país conociera su cultura, la pujanza de su departamento, y por eso fue capaz de crear un festival y también de enfrentarse a políticos tradicionales, como el conservador Álvaro Gómez Hurtado, de quien lamentó sus críticas peyorativas del origen de Alfonso López Michelsen como un “candidato vallenato”.
“Colombia, debe saberlo el doctor Álvaro, no es solo café, universidades, guerrillas y curules. Detrás de los grandes problemas de las ciudades de interior, con sus tugurios, sus gamines, sus raponeros, sus estudiantes en huelga y sus enormes trusts financieros, estamos las gentes de provincia, los departamentos nuevos sin grandes realizaciones burocráticas ni citadinas, pero que aportamos al país no solo la riqueza agropecuaria, que creamos casi que con nuestro propio esfuerzo, sino la inmensa riqueza espiritual de nuestros cantos vallenatos, nuestros merengues y paseos, nuestro riquísimo folclore que penetró y se adueñó ya del país, contando los procesos de nuestras costumbres y personas, mientras el resto de la nación se desangraba en una violencia insensata”, escribió el 5 de febrero de 1973, en las primeras páginas de este periódico.
En su vida personal también asumió las riendas sin importar el qué dirán. “Era una sociedad feudal, parroquial y machista. Y que una mujer haya irrumpido en ese mundo, con unos cánones culturales ortodoxos fue una revolución. Consuelo fue feminista sin serlo. Fue la primera mujer en separarse y, aunque recibió muchas críticas, no le importó porque ya no vivía feliz”, aseguró Andrés. Años después se casó con Edgardo Maya.
Vea: Centro cultural del vallenato: un debate de $139 mil millones
Consuelo logró lo imposible, como llevar una parranda vallenata hasta Suecia, el día que le otorgaron a Gabriel García Márquez el Premio Nobel de Literatura, en 1982. Hasta el país nórdico llegaron Emilianito y Poncho Zuleta con sus acordeones: “Fue algo apoteósico, delirante, mágico. Los aplausos que retumbaban en el salón hicieron que Emiliano, Pedro y Pablo acometieran los compases de la Patillalera, que fue recibida con otra ovación y con Gabo echado hacia bien atrás en su silla para poder mirar hacia donde estábamos los descendientes de Francisco el Hombre rindiéndole a él el tributo de nuestra admiración”, relató en esa época La Cacica.
Gracias a su emoción desbordada y sus habilidades de estratega asumió altos cargos, como el consulado en Sevilla (España), en 1974; la gerencia de la Lotería La Vallenata y el Ministerio de Cultura, en el gobierno de Andrés Pastrana, entre 2000 y 2001. También fue candidata a la Gobernación del Cesar y se inventó un grupo llamado “Niños del Vallenato”, que llegó hasta la Casa Blanca. Hasta a Bill Clinton fue capaz de hablarle como un vecino más.
Y, por supuesto, nunca dejó el periodismo. Fue directora del programa radial La Cacica comenta, en Radio Guatapurí. “Iba de 12:00 a 12:30 y tenía buena audiencia, a pesar de que competía con los canales nacionales. Ahí se dedicó a comentar el acontecer nacional y regional. También exaltaba noticias positivas del territorio. Llegó a ser la periodista radial más influyente de Valledupar”, afirmó Andrés.
Falta un reconocimiento
El 24 de septiembre de 2001, Consuelo fue hasta el corregimiento de Patillal, a 40 minutos de Valledupar, porque quería acompañar una procesión de la Virgen. En un punto de la carretera, cuando regresaba, había un retén con hombres vestidos de camuflado. Ella pensó que se trataba del Ejército, cuando en realidad eran guerrilleros de las Farc. Su conductor no quería abrir la puerta, pero ella insistió en que debía saludarlos.
Para entonces, la situación en el departamento era insostenible. Las guerrillas de las Farc y el Eln tenían controlados los municipios y secuestraban a los miembros de las familias adineradas de la región. Hoy las víctimas dicen que por núcleo pueden contar hasta 17 secuestros. Consuelo no tenía miedo, porque nunca fue amenazada. Era una mujer respetada y admirada en la región. Hasta la guerrilla sabía de su trabajo, no sólo como gestora cultural, sino como periodista que denunciaba las injusticias y filántropa con las comunidades más vulnerables. Además, para ese entonces, era la esposa del Procurador General de la Nación, Edgardo Maya, así que estaba protegida con escoltas y carro blindado.
Nada de eso sirvió. Hombres del frente 59 de las Farc, comandados por Simón Trinidad, se la llevaron junto a 20 personas más. Desde el 24 al 28, fueron liberando a algunos de los secuestrados. La presión de los militares era cada vez más fuerte y el 29 ya tenían cercada a la guerrilla. Y el 30 de septiembre, en la mañana, el país se enteró de que en medio del combate le dispararon cinco veces a Consuelo, quien murió de inmediato, vestida con un camuflado. Hace un par de años, sus nietos e hijos contaron que, de acuerdo con las investigaciones, antes de morir habría forcejeado con alguien, pues en su mano tenía cabello de otra persona.
Desde ese momento, Valledupar lleva a cuestas un luto inmortal, una honda herida, como reza el vallenato que ella tanto gozó. Nunca hubo un sepelio de semejante magnitud. Enrique Camargo contó que llegaron 55 aviones de la capital. Y es cierto, según describió su Sara Aaraujo, en las páginas de El Espectador: “El funeral al que asistimos más de cuarenta mil personas el pasado lunes no se volverá a ver. Pero no habría podido ser diferente. Mi tía Consuelo no se podía ir de manera distinta a como vivió su fructífera existencia”. Los asistentes se encaramaron hasta en los árboles de la Plaza Alfonso López para despedirla entre lamentos.
Hasta hoy la familia Araújo, y en general el pueblo vallenato, espera un reconocimiento público de las Farc. A Consuelo no la perdieron sus hijos, su esposo, sus amigos. Perdió una comunidad entera, que hoy reclama verdad y justicia. “Podemos decir que el Cesar se ha estancado desde ese momento. No hay nadie como ella que lleve nuestra identidad, que denuncie, que exija al país una mirada a las regiones donde hay más vulnerabilidad. Quedamos huérfanos, pero intentamos conservar su legado”, sostuvo Enrique Camargo, su mano derecha en Radio Guatapurí.
Vea: El secuestrado por las Farc que apoya la reincorporación en Cesar
Hace dos años, en un encuentro promovido por Colombia+20, en Valledupar, Solís Almeida, excomandante del Frente 41 de las Farc en el Cesar, dijo que su asesinato había sido un error. “Yo quisiera aclarar esto: lo que sucedió allí, que es una acción, que podríamos decir fortuita, es decir, algo que no estaba planificado. Lo que se planificó en ese momento fue la presencia de un comando nuestro en esa carretera entre Patillal y Valledupar, para que se dieran cuenta que nosotros estábamos presentes, además para provocar el movimiento del Ejército o de los paramilitares que estaban ubicados por Badillo para combatir… Lo que hicieron esos compañeros no fue autorizado: ellos la capturan, se la llevan hasta Guatapurí y ahí se quedan”, explicó Almeida.
El excomandante señaló que los exguerrilleros “no tenían ni siquiera la noción de qué era lo que estaban haciendo, del error tan grande que habían cometido” y que las Farc jamás quiso atentar contra La Cacica. Al contrario, le agradecían su apoyo con el lanzamiento de la Unión Patriótica en el Cesar. Para la familia, ese argumento no exime su culpa ni justifica de forma alguna las violaciones al Derecho Internacional Humanitario, teniendo en cuenta que la secuestraron siendo una civil y no le garantizaron su vida, salud y dignidad.
En 2019, los exjefes guerrilleros Solís Almeida y Joaquín Gómez le enviaron una carta a la familia Araújo para un posible reconocimiento público. A través de la Comisión de la Verdad tendrían algunos acercamientos, pero luego llegó la pandemia y todo quedó en el papel. En Valledupar esperan que ese momento llegue y demuestren arrepentimiento de lo que ha sido el momento más triste del Cesar en su historia reciente.
Así lo resumió Andrés: “Como familia, queremos que sea de la manera más discreta posible. No queremos hacer un show mediático con nuestro dolor. Ya ha pasado bastante tiempo, se cumplen cinco años del Acuerdo de Paz y sentimos que las Farc no han cumplido con su parte: contar la verdad sobre lo sucedido y pedirle perdón a la sociedad al país por la muerte de una mujer extraordinaria. Nosotros no tenemos prevención en sentarnos a dialogar, pero a lo que no nos prestamos es para que esto termine en un abrazo con cámaras y reflectores. Eso sería traicionar la memoria de Consuelo Araújo”.