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La respiración se corta. Solo se escucha el crujido del pasto bajo las botas llenas de barro y agua, luego de tres horas de caminata loma arriba bajo el rayo del sol del mediodía. Cada paso entre la vegetación, que se transforma de tropical a boscosa, vale la pena, pues la meta es llegar a un mirador sin comparación: a un lado, las últimas cimas de la cordillera oriental; al otro, la inmensidad de la llanura. A simple vista podría parecer el fin de una cadena montañosa como cualquier otra de los Andes, pero en realidad es un libro de la historia de la civilización y de la guerra que se abre frente a los ojos: el cañón del río Duda.
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Desde este punto del municipio de Uribe, Meta, el paisaje se ve como un dominó de montañas y sierras que arranca desde el páramo más grande del mundo, el Sumapaz, a más de 4.000 metros sobre el nivel del mar, y desciende a los pies de la sabana de los Llanos Orientales, a 700 metros de altitud, y más adelante a la selva amazónica.
Pararse en este rincón de la cordillera oriental abruma: son 360 grados de un accidentado juego de biomas casi único en el mundo. Pero acá, como cuentan las comunidades, la tierra está atestada de cicatrices. “Hacia el fondo, en ese cerro algo tapado por la nube, queda Casaverde, la sede de la entonces guerrilla de las Farc en los diálogos de paz con el gobierno de Belisario Betancur, en 1984.
Esta zona permitía el acceso desde Bogotá hacia la Orinoquia, el Tolima, el Huila, y de ahí para abajo se sale a Caquetá”, cuenta el líder campesino Luis Salazar mientras señala con su mano derecha los pasos estratégicos de la región. Esos que se convirtieron en zonas de tránsito y disputa entre la insurgencia y las Fuerzas Militares, y también en vía de escape para cientos de familias que salieron desplazadas.
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La parada en el mirador no es casualidad. Daniel Fernández, un joven del pueblo misak que lidera la Asociación de Turismo de Naturaleza Campesina e Indígena del cañón del río Duda (Atunaci), escogió ese punto para que cualquiera que haga el recorrido pueda entender el territorio, pero también adentrarse en los sueños y proyectos de sus habitantes.
Uno de los que están impulsando con más fuerza es el ecoturismo comunitario, una apuesta que solo se pudo materializar tras la firma del Acuerdo de Paz con las Farc en 2016, que cambió por completo las condiciones de seguridad en Uribe y permitió descubrir decenas de cascadas, senderos y accidentes geográficos únicos en el país, como el Guape, un cañón de tres metros de ancho con paredes de más de 50 metros de altura que se puede recorrer desde su parte más profunda.
El municipio, con influencia de cuatro Parques Nacionales Naturales (Sumapaz, los Pichachos, Tinigua y La Macarena), también es hábitat de decenas de animales, incluidas aves en peligro de extinción como los gallitos de las rocas (“Rupicola rupicola”), que llegan por bandadas a la finca de Fernández.
La zona del cañón del río Duda ya era estratégica mucho antes de la guerra. Mientras caminamos, el historiador Sebastián Solano Rojas explica que pinturas rupestres halladas en la región podrían indicar que este también fue el corredor por el que transitaron los ancestros del Chiribiquete y otras zonas de la Amazonia. También fue la ruta que se usó a finales del siglo XIX y hasta mediados del XX para transportar la emulsión lechosa de los árboles, exportarla y convertirla en caucho; el tablero de la guerra que se jugó en la época de la violencia bipartidista y, más adelante, en el conflicto entre la guerrilla, los paramilitares y el Estado.
El Duda fue tan emblemático para las Farc que allí se celebró su Segunda Conferencia Guerrillera, en abril de 1966. El encuentro pasó a la historia como el constitutivo del grupo, donde se le dio el nombre que llevaría por 50 años y se acordó pasar de una estrategia defensiva a una ofensiva.
Ese pasado, de décadas sobreviviendo al conflicto en una zona controlada por las Farc, también le abrió la puerta a la estigmatización. “La situación estaba tan crítica que las personas no podían expedir sus cédulas acá en Uribe, porque uno quedaba expuesto. Lo tildaban de guerrillero”, cuenta Edilberto Torres Herrera, líder ambiental y comunitario de la vereda Versalles.
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Esa situación cambió tras la firma del Acuerdo Final, pero las comunidades siguen lidiando contra los señalamientos y las prevenciones. En todo ese proceso, resignificar el territorio del Duda es un paso clave.
Ellos esperan que en todo el mundo se sepa que de allí proviene el frijol bola roja, que producen unas 50 toneladas al año; que en sus últimas montañas -antes de empezar la llanura- las comunidades indígenas cultivan el café Nuevo Milenio, catalogado como el de mayor calidad en el Meta; que en la vereda Versalles se produce una panela con los más altos estándares, y que más allá de haber sido la sede de los diálogos de paz del gobierno Betancur y el lugar donde se atrincheró la guerrilla, allí se construye paz a través de los caminos que la guerra ocultó. “El municipio tiene mucho para dar. Cualquier persona que venga se sorprende”, insiste Torres.
La magia del cañón
Para atravesar el cañón del Duda completo, desde el Sumapaz hasta la cabecera de Uribe, se necesitan siete días de caminata intensa descendiendo cuatro pisos térmicos. Es una travesía de alrededor de 100 kilómetros que solo se puede hacer a pie y no completa cualquiera, porque es una de las más exigentes y extremas de Colombia cruzando páramos, ríos y bosques. Precisamente por todos esos factores, esta ruta pretende posicionarse como el principal desafío de los amantes del senderismo (“trekking”).
Pero el Duda y Uribe tienen mucho más por ofrecer. Ya en la zona cercana al casco urbano, en cada rincón hay una cascada: las Cortinas del Diamante, la del Amor, Agua Perdida, las Moyas de Santa Rita y otras siete cascadas son apenas algunas de ellas.
La temporada seca (de enero a marzo) no se queda corta. Las comunidades, en especial los jóvenes, están impulsando el “tubbing” por el cañón del río Guape. Un recorrido en un neumático por un paisaje poco conocido y mucho menos investigado, en el que las paredes de piedra tienen todas las formas y los tonos cobrizos posibles y forman los rostros de monos, serpientes y leones. Las aguas son cristalinas y la luz que apenas se filtra entre la vegetación de las alturas convierte las hojas que caen en un velo dorado majestuoso. Es un cuadro que se clava en la memoria, quita el habla y le abre paso al canto de los guácharos, que retumba en el fondo del acantilado. El sonido es sobrecogedor.
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Estas maravillas que se agrupan en esta “bisagra de biomas”, como la llama Diego García Bejarano, asesor del Instituto de Turismo del Meta, son la razón por la que el departamento quiere labrar sus nuevos caminos a través del turismo en Uribe. Eso sí, “cambiar el chip” no se da de la noche a la mañana. “Los campesinos y los indígenas no entendían cómo el turismo podría ser una actividad económica complementaria”. Para las comunidades era difícil de entender que esos espacios cotidianos causen tanto impacto en los visitantes. “Es diferente hablar del Duda a venir al Duda”, destaca García.
Y llegar a ese grado de experiencia, que varios turistas catalogan como una de las más impresionantes que han vivido, se debe a un trabajo intenso de apropiación del territorio, de leerlo y entenderlo para convertirlo en la fuente de empleo de las comunidades, que ven en el turismo un trabajo estable que vale la pena. Jhorman Cruz, líder de Cruzando Destinos, iniciativa turística que comenzó hace cinco años y que empíricamente ha ido consolidando sus recorridos, lo dice en cuanto comienza el recorrido por el cañón del Guape: “Somos la ruta de la paz”.
En toda esta propuesta también participan las integrantes de la Asociación de Mujeres Productoras en Acción (AMPA), que apoyan los recorridos por la región con la gastronomía local.
Un territorio ancestral
Para que la Fuerza Pública dejara de bombardear su casa y disparar desde los cielos, Héctor Fabio Fernández, tío de Daniel, hacia la década de los 80 tuvo que “pelar” su pedacito de tierra en la cima de una montaña que bautizaron como El Engañito. Fue una salida desesperada para frenar los hostigamientos de todos los actores armados que operaban allí, ya que su predio estaba en pleno campo de batalla.
Los misak no fueron el único pueblo indígena que llegó desplazado del Cauca a Uribe hace décadas. También lo hicieron los nasas. Según cuenta Daniel Fernández, “debido a la estigmatización, porque aquí no se conocía tanto del tema indígena, mi abuelo optó por no enseñar su cultura ni su vestimenta. Poco a poco se fue perdiendo el dialecto también”.
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Una conversación familiar en la mesa de su casa en la que se preguntaron sobre sus orígenes inició una lucha para que el Estado colombiano los reconociera como un pueblo indígena caucano establecido en el piedemonte del Meta. Los nasas, por ejemplo, lograron que el Ministerio del Interior reconociera en 2017 su resguardo en la zona. Desde entonces son los custodios de esa parte del cañón.
Quien atraviesa la última carretera que conduce del casco urbano de Uribe hacia la vereda Planes, donde inicia el ascenso a esas montañas que conducen al Sumapaz, se encuentra la quebrada Riachón, un afluente del Duda de aguas cristalinas que permiten ver la arena del fondo. En ese punto se levanta un puente que marca el inicio del resguardo indígena nasa Los Planes. El gobernador de ese territorio, Miguel Dagua, junto a un puñado de miembros de la guardia indígena con banderas rojas y verdes, se encargan de darles la bienvenida a los visitantes. Organizados en dos filas, hacen un ritual para armonizar la entrada a estas tierras lejanas a las de su origen, pero que protegen igual que su territorio ancestral.
El trayecto hacia el río Duda es corto y fresco gracias a la vegetación, pero hay que recorrerlo con cuidado. No hay otros puentes ni caminos por tierra que permitan cruzarlo entre montaña y montaña. El espacio entre orillas en este punto es tan grande que hay una pequeña isla natural, que en invierno es arrasada por el caudal. Cuando se sale de esa montaña atestada de árboles, la luz deslumbra: rebota en las piedras y en la arena gris. Ahora, solo una parte del río tiene corriente, pero para cruzarla se necesita una cuerda y una cadena de personas para llegar hasta el final. Un accidente allí es el único terror que se puede sentir en estas tierras.
“Queremos que nos miren”
Luis Salazar conoce el Duda como pocos. Es el presidente de la Asociación Agropecuaria de Reserva Campesina del Alto Duda (Arcaduda) y camina por su territorio con frecuencia. Tarda dos días a paso veloz para salir de su finca en Centro Duda, cerca de Casaverde, y visitar a su familia en Bogotá, por lo que conoce de memoria los nombres y el orden de cada vereda de la parte alta. Desde la distancia, los va señalando uno a uno, y hace un recuento de la violencia que allí se vivió, de la que también fue víctima.
En esta región pareciera que el tiempo se detuvo. El Estado la olvidó a tal grado que sus habitantes dicen que la última vez que se sintió su presencia fue para bombardearla. En Centro Duda, según Salazar, los niños no tienen educación porque “no hay un mínimo para que les envíen un profesor”, la última brigada de salud fue hace ocho años y la luz llegó apenas en 2021, gracias a un proyecto de energía solar. No hay centro de salud y, ante cualquier dolencia grave, una veintena de vecinos debe reunirse para sacar al enfermo en guando: una cama improvisada con dos palos que cargan en hombros y una sabana templada. No todos sobreviven.
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Como en los tiempos de Casaverde, hace 40 años, todavía no hay señal de celular, por lo que los vecinos deben comunicarse con radios de finca en finca.
En Uribe dicen que la firma del Acuerdo con las Farc sí se sintió. Sin embargo, los proyectos de desarrollo, seis años después, no han llegado. “Todavía tenemos muchas necesidades. Queremos que nos miren”, clama Luis. Este territorio está tan abarrotado de sueños como de paisajes, y para hacerlos realidad pide la mirada y el apoyo estatal. Nunca más quieren volver al pasado.
Las iniciativas de turismo comunitario en la zona
La apuesta de los habitantes del cañón del Duda es incentivar el turismo comunitario conservando el territorio. Los campesinos e indígenas de la región se han reunido en dos organizaciones que están impulsando las travesías. En la parte baja del cañón, a la que se puede acceder desde la cabecera municipal de Uribe, puede comunicarse con la asociación Atunaci, a través de la línea 310 314 7631 o en redes sociales en la cuenta @travesiarioduda. En la parte alta, a la que se puede llegar a pie desde la localidad 20 de Bogotá, Sumapaz, puede contactar a la asociación Arcaduda (@Arcaduda). Estas iniciativas están siendo apoyadas por la Corporación Ambiental SIE. En abril se realizaría la travesía de siete días por el cañón del río Duda.