Violencia sexual en la guerra: sanar, escuchar y nunca repetir

Colombia+20 recopiló las historias de tres mujeres víctimas de violencia sexual durante el conflicto armado. Clamores representativos para que la Jurisdicción Especial para la Paz priorice la apertura del macrocaso 11. Sus relatos estarán también en Fragmentos, como memoria histórica y justicia por medio del arte.

Camilo Pardo Quintero
13 de junio de 2023 - 01:00 p. m.
Violencia sexual en la guerra: sanar, escuchar y nunca repetir
Foto: Eder Rodríguez
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A Jennifer, Ludirlena y Diana las quisieron matar en vida. Su amor propio y resiliencia las salvaron de desfallecer luego de haber sido víctimas de violaciones sexuales durante el conflicto armado. El Estado colombiano las olvidó y ahora ellas abanderan luchas que representan justicia y dignidad, y que con visiones distintas logran conectar en algo que las unirá por siempre: clamar para que ninguna persona más viva lo que ellas padecieron.

Todos los actores de la guerra fueron victimarios en casos de violencia sexual. Sin embargo, las antiguas FARC y los paramilitares de las AUC fueron los grupos armados que impusieron su fuerza en los cuerpos de estas tres mujeres mediante la crueldad de estos crímenes. Unas conductas que no fueron hechos aislados y que, para vergüenza de todos como sociedad, no dejaron de ser un vejamen tan masivo como olvidado.

De acuerdo con registros oficiales, durante la guerra en Colombia hubo 15.760 víctimas de violencia sexual. De ese total, el 61,8 % correspondió a mujeres y otro 30,8 % a niñas y adolescentes. Los subregistros han sido irremediablemente protagónicos en estos casos y organizaciones como la Red de Mujeres Víctimas y Profesionales, el colectivo Grupos Focales - Hombres Víctimas de Violencia Sexual y la organización británica All Survivors Project estiman que esta cifra fácilmente se puede triplicar.

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Las historias de las protagonistas de esta nota periodística son una muestra de las formas en las que el conflicto armado ha marcado la vida de miles de mujeres. Tres de las tantas voces que se han unido para pedir la apertura de un macrocaso de violencia sexual en la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP) para develar los patrones criminales de los grupos armados en cuanto a los delitos sexuales y de género, con los que intentaron arrasar poblaciones enteras.

Jennifer Torres, un rostro de la violencia sexual intrafilas

Con 12 años, Jennifer ingresó a la guerrilla de las FARC en las montañas del Valle del Cauca. Ella asegura que no fue obligada a vincularse al grupo, sino que vio allí una salida a la violencia que vivía en su entorno familiar.

Apenas con cuatro meses en las filas de la extinta columna móvil Teófilo Forero, un mando medio conocido como Mataperros o Vicente comenzó a acecharla y la violó impunemente bajo la premisa intimidatoria de “es su palabra contra la mía”.

“Me violó. Lo hacía casi todas las noches durante cerca de dos años. Yo me había ido de mi casa para evitar los abusos sexuales de mi padrastro y en la guerrilla encontré con él unos actos terroríficos que nadie les ha dado la suficiente atención. Si yo hablaba mi vida corría riesgo y el maltrato a mi cuerpo se volvió costumbre. El enfermero que atendía nos ponía sagradamente las inyecciones y eso le gustaba al comandante, porque podía seguir con sus violaciones sin dejarmeembarazada. Tan chica ya tenía una vida invivible. Pasaron unos años, me cansé de ver cómo mis compañeros eran asesinados en los combates y me cansé aún más de la vida que me habían obligado a llevar”, narró Jennifer.

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En 2008, con 15 años, Jennifer Torres desertó de las FARC. El destino la llevó a Bogotá y una defensora de familia en Puente Aranda decidió que en la cárcel El Buen Pastor podrían cuidar de su integridad mientras era mayor de edad.

“Sucedió todo lo contrario. Me mandaron allí como supuesta medida de protección temporal, pero en ese lugar volvieron las violaciones. Un grupo de mujeres siempre me seguía, había una de ellas que siempre quería estar conmigo y me violó en varias ocasiones. Denuncié y la única respuesta que obtuve desde la dirección de la cárcel fue que eso era algo que merecíamos las que en algún momento fuimos guerrilleras”, dijo Jennifer.

Siendo mayor de edad, esta valluna buscó todas las vías para denunciar lo que le había sucedido en la guerrilla y en la cárcel, pero nunca fue esclarecido. La vida de Jennifer se redirigió hacia la búsqueda de verdad y justicia para las mujeres que fueron violentadas sexualmente dentro de los grupos armados y para ella el único camino lo tiene la JEP.

“Nosotras y a quienes representamos merecemos como mínimo la apertura del macrocaso sobre violencia sexual. Sería la forma legítima de reconocer que en este conflicto el abuso sexual como práctica fue algo constante. La justicia ordinaria me maltrató cuando denuncié y yo solo pedía que me escucharan. No tuve que pasar por esto y mi proyecto de vida es que ninguna persona más pase por algo siquiera similar”, concluyó.

Ludirlena Pérez, cuando se perdona lo imperdonable

Ludirlena no sabe cómo esta viva. Hace más de 20 años la violó un guerrillero del antiguo frente 43 de las FARC, en Puerto Lleras (Meta). En diciembre de 2004, también en los Llanos Orientales, esta mujer fue violada y empalada por cuatro paramilitares del Bloque Centauros de las AUC.

Este último ataque, que por poco la mata, le dejó 139 puntos, tres cirugías y una enfermedad de transmisión sexual. Siendo ajena a la guerra, la quisieron exterminar. Jamás ha dejado de luchar y ve en sus reclamos la voz de miles de mujeres que pasaron por momentos similares y que por distintas situaciones no han podido hablar.

“La palabra es mi instrumento para reivindicarme. Para mi tristeza, ese ha sido de los pocos mecanismos con los que he contado para que las personas sepan lo que me pasó. El Estado ha minimizado mis reclamos, nunca me dieron condiciones para atenderme dignamente y normalizaron lo que viví”, aseguró la caldense Ludirlena Pérez.

Antes de la llegada de la justicia transicional, Ludirlena no tuvo ningún respaldo. Fue estigmatizada y su liderazgo social vivió a la sombra de quienes quisieron callarla. En la paciencia y el amor a su cuerpo encontró todas las respuestas que buscaba.

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“Luego de la violación de los paramilitares quedé con gonorrea y esperando un hijo. Ese embarazo era riesgoso desde cualquier punto de vista y cuando quise entrar en interrupción voluntaria los médicos y enfermeras solo me juzgaban. El sistema de salud me aisló y cuando aborté fue en mi casa bajo las peores condiciones. Me paré y seguí… mi lucha no podía acabar allí y sabía que tenía que continuar hasta conocer la verdad”, afirmó.

Su llamado para que la JEP abra con urgencia el macrocaso 11 va de la mano con el perdón que ella les ha dado a sus victimarios. “La Unidad de Investigación y Acusación de la JEP fue la primera instancia en escucharme seriamente. Antes de eso iba a audiencias en las que personas del Centauros negaban o no recordaban lo que me habían hecho. En su momento nadie sabía que antes cuando tenía el dolor por todo lo que me hicieron solo quería suicidarme… gracias a la vida eso no sucedió y por eso mi tarea es exigir justicia, que investiguen ese patrón criminal y que a los tribunales lleguen las voces de tantas mujeres y niñas como yo que han tenido reclamos legítimos que se les devolvieron como ataques. Yo perdoné, no puedo vivir en medio del odio; nada va a condicionar mi perdón, pero quiero que lo acompañe un reconocimiento en la justicia y en favor de la verdad”, añadió.

La tercera vida de Diana Tobón

En 1998, los Tobón Henao vivían en el municipio de Nariño (Antioquia). Su finca quedaba en un morro con vistas a todo el pueblo y eso fue profundamente atractivo para las FARC, pues desde allí podían ver si venía el Ejército por la vía, monitorear las actividades de la población y controlar el territorio.

La guerrilla quería apoderarse de la casa y les hicieron vivir una pesadilla a los Henao. Un día sucedió lo que para Diana fue uno de los máximos horrores de su vida. “Yo en ese momento era un niño de casi 13 años. Fui a un patio a recoger una manguera y allí me violaron cuatro guerrilleros. Decían que les atraía que mi orientación sexual no fuera como la de mis amigos del pueblo. Ese fue uno de los mayores actos de cobardía que presencié en mi vida. Me toco callarme para cuidar mi vida y al poco tiempo vi como esas mismas personas reclutaron a mis hermanos y que por ese dolor mi papá hubiera muerto de un infarto”, narró Diana Carolina.

Por esos hechos, Diana y su madre se desplazaron de Nariño, se fueron a Medellín y allí intentaron que la vida comenzara de nuevo. “Perdí a mi madre al poco tiempo por la pena de haber perdido a mi papá y a mis hermanos. Yo di el paso que siempre quise para ser mujer transgénero y si bien quería que todo saliera bien, en mi mente solo tenía los recuerdos de esa violación. De Medellín me fui hacia Bogotá, no llegaron oportunidades de ningún lado y por más de dos años fui habitante de calle”, le dijo Diana a este medio.

Un grupo de mujeres trans con el que Diana se topó la sacaron de las calles para meterla en el mundo de la prostitución. “Es horrible que siempre asocien a las mujeres trans con prostitución o peluquerías, pero así me tocó arrancar. Mientras sobrevivía busqué justicia y las autoridades se me burlaban en la cara. Decían que ese tipo de cosas no les podían pasar a personas como yo y me denigraban. Mi primera vida acabó cuando me violaron y se llevaron a mis hermanos. La segunda, cuando pasé a ser mujer trans y la tercera es ahora que reclamo justicia”, acotó.

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La institucionalidad no le ha dado respuestas a Diana. Nunca supo del paradero de sus hermanos o de quienes la violaron siendo menor de edad. Su única confianza reside en que la JEP la escuche como víctima dentro del macrocaso 11. “Ahora soy vocera de varias mujeres transgénero que vivieron lo que yo viví. Hoy es el día en que a muchos les incomodan nuestros relatos y a muy pocos les interesa lo que nos pasó. Un macrocaso es señal de respeto a nosotras, muestra de que

valemos y que en la guerra se nos trató como basura. Nos deben verdades y créame que la comunidad LGBTI estaremos de pie y con coraje para reclamar y ser escuchadas de una vez por todas”, concluyó Diana Carolina Tobón.

Desamadas

Jennifer, Ludirlena y Diana son tres de las 35 personas víctimas de violencia sexual en el marco del conflicto armado que estarán participando en la obra de arte Desamadas, una acción simbólica y artística que durante este mes se tomará la sala principal de Fragmentos, ideada y dirigida por Doris Salcedo, con el ánimo de reivindicar sus memorias, hacer catarsis sobre los traumas que vivieron durante la guerra e inspirar a que por medio de la memoria histórica se pueden superar las atrocidades del pasado.

Si bien los crímenes sexuales durante el conflicto colombiano fueron mayoritariamente dirigidos a mujeres y niñas, Desamadas también tiene cabida para los hombres que padecieron abusos sexuales por actores armados. Esta acción se realizará abierta al público el miércoles 14 y el jueves 15 de junio, entre las 9:00 a.m. y las 5:00 p.m., y quedará instalada hasta el 23 de julio de 2023. Aquí la escritura y la reflexión son dos grandes protagonistas.

Para Jennifer Torres, este espacio es la oportunidad ideal para hablar de su pasado sin tapujos ni ser revictimizada. “Escribiremos y leeremos lo que nos salga del corazón. Lo hacemos con la idea de soñar con que nadie más vuelva a ser desamado en Colombia y no como un arma de señalamiento para quienes nos hicieron daño. Muchas personas que se preocupan por que se investigue lo que nos sucedió están al tanto de esta obra y de que nos sintamos cómodas”, indicó.

Ludirlena, por su parte, dice que Desamadas es la mejor ruta de atención de la que ha hecho parte, porque le permitirá saber al país qué fue lo que le sucedió y cómo logró afrontar la adversidad. “Soy sobreviviente de un empalamiento y me enorgullece que de todo eso tan horrible saldrá un legado de no repetición”, agregó.

Diana, pensando en sus compañeras y amigas que ya no están por la guerra, insiste en que este es un homenaje para ellas: “La tristeza se fue y con Desamadas volveré mi mundo un poema. Un homenaje para las que se fueron y un desahogo por quitarnos la barrera que las instituciones siempre han tenido con nosotras las mujeres trans”, dijo.

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