Voz de las mujeres y población étnica debe estar en proceso con Eln: Dayana Domicó
La joven indígena Dayana Domicó hace parte del equipo de negociaciones del Gobierno con el Ejército de Liberación Nacional. Habló con Colombia+20 sobre la importancia de que las reivindicaciones de los pueblos étnicos lleguen a esos diálogos.
Gloria Castrillón Pulido
Cuando tenía apenas 15 años, Dayana Domicó (Dokera es su nombre en embera) empezó a perfilarse como una líder del pueblo embera katío del Alto San Jorge, en el municipio de Puerto Libertador, Córdoba. En ese momento era una estudiante de bachillerato que se preguntaba todos los días por qué tenía que soportar que la maltrataran por ser “india” y además aprender español, si esa no era su lengua. Siguiendo el linaje materno e impulsada por su mamá, siguió estudiando -fue la primera mujer de su comunidad en entrar a la universidad- y se convirtió en vocera de su resguardo, en inspiración para que otras jóvenes estudiaran y después de pasar por la Organización Nacional Indígena de Colombia, ONIC, llegó a la delegación del gobierno en los diálogos con el Eln por designación del presidente Gustavo Petro.
Tiene 28 años y ahora mismo está en México participando en la subcomisión que discute el tema de los alivios humanitarios y es responsable de incluir la agenda de los pueblos indígenas y de las mujeres en esta negociación. Estuvo en la caravana humanitaria que en enero recorrió las comunidades del bajo Calima (Valle del Cauca) y medio San Juan (Chocó) y que recogió inquietudes que se discuten en este momento en la mesa de diálogo.
En contexto: Así fue la caravana humanitaria del Gobierno y el Eln por el Pacífico
¿Cómo les fue en la caravana por la zona de alivios humanitarios?
En la caravana pudimos tener conocimiento de la realidad territorial y de los procesos de las comunidades étnicas. También fue importante poner en la metodología de la caravana un espacio solo para mujeres, lo hicimos porque muchas veces sus voces quedan invisibles por el liderazgo masculino. En el caso de las mujeres Wounan es nula la participación, por ello fue vital hablar con ellas en un espacio netamente de mujeres.
Usted es la persona más joven de la mesa, ¿cómo se siente?
Yo estoy porque hay unas urgencias de los pueblos indígenas en lo humanitario, por ejemplo, en el tema del retorno. La juventud puede mover muchas cosas, pero tiene muy poca vocería. Vamos a aportar esa visión al proceso de paz. Mi nación emberá ha sido muy afectada en el conflicto y por el Eln y ahora tenemos la posibilidad de decir: podemos parar esto, necesitamos formas de regresar al territorio. Sobre todo, a las mujeres que son las que sostienen la comunidad, sin mujer no hay vida, no hay territorio.
¿Cómo se siente en un equipo tan diverso?
La mitad son mujeres, es proceso diverso y tenemos que llegar a consensos en el equipo. Un abuelo decía: primero desármate para hablar de paz. El equipo está armonizado. En la delegación del Eln hay cuatro mujeres y con ellas trabajaremos para incluir el tema de las mujeres en el proceso. La consulta y participación de las mujeres debe ser real, porque la afectación no ha sido igual y necesitamos estar seguras en nuestros territorios. Necesitamos garantías de no repetición.
Lea: ¿Qué implica que la sociedad vaya a participar en los diálogos con el Eln?
¿Cuándo y por qué nace su liderazgo que la lleva hoy a la mesa de diálogo con el Eln?
La nación embera es matrilineal, eso significa que son las mujeres las que sostienen el proceso organizativo y la identidad cultural. En mi caso, viene de mi abuela y de mi mamá. Mi abuela tomó en su momento la vocería en la comunidad y fue líder en la constitución del resguardo Quebrada Cañaveral Alto San Jorge, en los 80. A mi madre se la llevan las monjas Lauritas para Antioquia para capacitarla como promotoras de salud. Ella hizo un proceso de empoderamiento, recorrió los pueblos hablando con las abuelas. En ese momento ella tenía 22 años. Cuando yo tenía como 15 años hay un Congreso de la Nación Embera, que conecta los pueblos que estamos en 19 departamentos y en tres países. Yo participé en ese encuentro en el que estaban las cinco familias, eyábida, dóbida, katío, chamí, siapidara. Ese era un momento donde estaban uno liderazgos fuertes como los de Gerardo Jumí y Eulalia Yagarí, que nos llevan a organizarnos.
¿Qué la impulso a empezar ese proceso?
Ver todo lo que pasaba en la comunidad. Mi comunidad se ha desplazado varias veces, vivimos varios enfrentamientos y nosotros quedábamos en la mitad. Cuando tenía como nueve años veíamos los helicópteros del Ejército que aterrizaban ahí cerca. De pronto uno se despertaba y ahí estaban los militares. Yo veía a mi abuelita intentando cuidar a todo el mundo. En ese momento regresa mi madre después de las capacitaciones y ella se sienta a hablar con los militares y a explicarles por qué no podían estar ahí. Y entonces nos dijeron que debíamos aprender a vestirnos, porque temían que pudiera haber un caso de violencia sexual. Nunca supimos por qué los militares hacían eso. Después llegaron los paramilitares que hacían control territorial. Eso aún existe. Entonces había que hacer las cosas entre las 6 de la mañana y las 6 de la tarde, porque de noche no se podía. Y entonces, a ciertas horas de la noche, empiezan a disparar para que la gente se recoja. Y luego hubo más enfrentamientos y tuvimos que ver como llegaban a recoger cuerpos. Ahí empecé a entender que había que cuidar el territorio y que había que organizarnos. Pero recuerdo que no entendía el español y uno veía eso y veía mulas cargando bultos de coca. Nos volvimos a desplazar.
¿Y por eso decide estudiar?
Me tocó porque mi mamá me decía que tenía que estudiar. Y yo perdía todas las materias porque no entendía nada. Teníamos una escuelita hasta grado tercero, pero todo era en embera, y cuando fuimos al otro colegio tocó aprender español y la discriminación de los niños y los docentes era parte de la vida. Me decían que al fin aceptaban que había una india. Así me decían. Yo estudié con una prima, éramos las dos únicas indígenas en el colegio y nos dañaban las cosas y nos tiraban piedras. Un día uno chico embera los amenazó con atacarlos con flechas y pararon. Mi mamá me decía que debía aprender español porque debía defender a la comunidad. En ese momento no lo entendía, yo me preguntaba por qué me obligaban a aprender algo que no es mío. Pero mi abuela me contaba historias que ellos habían vivido de cómo mataban a los adultos y los niños quedaban solos sin saber el idioma para sobrevivir. Ahí dije que iba a hablar español. Lo aprendí a los 14 años y eso dificulta el proceso de liderazgo para una mujer.
Vea también: La crisis carcelaria que el Eln lleva a la mesa de conversaciones
¿Y cómo fue entrar a la universidad?
Para ese momento era la única mujer de mi comunidad que estaba en la universidad. Fui a Medellín a estudiar antropología. Había cosas complejas porque la antropología investiga a los pueblos indígenas y yo quería investigar lo que piensa el no indígena, el capunía. En la academia son muy cuadriculados, el mundo de nosotros no cabe ahí, el pensamiento nuestro es circular, es en una espiral, y lo cuadrado nos limita mucho. Me integré a los Cabildos Universitarios para decirle a la Academia que somos personas con un pensamiento diferente y la deserción se puede dar por el idioma, por vivir en otro lugar, por los métodos de estudio, por las evaluaciones, que el bienestar universitario está pensado para otras personas y que cuando alguien tiene una dificultad no necesitamos un psicólogo, sino que necesitamos armonizarlo con nuestros mayores. Hablar me parecía difícil. Fue un reto terminar la universidad, casi no lo logro porque yo tenía que estar en mi comunidad, siempre iba al territorio a ayudar porque sabía español y me involucré en los procesos con las instituciones.
¿Cómo llegó a ser coordinadora de jóvenes de la ONIC?
En un Congreso me eligieron como Coordinadora Nacional de Jóvenes Indígenas, en el 2016. Duré cinco años en los que me involucré en los procesos territoriales para ver la realidad de las juventudes indígenas, que ellos mismos hablaran de lo que estaba pasando. Estamos en 31 de los 32 departamentos del país, tenemos 80 pueblos indígenas filiales a esta organización de los 115 pueblos indígenas que se reconocen hoy. Vi la cruda realidad de los jóvenes indígenas por el conflicto armado: el reclutamiento, el suicidio y lo que lleva al consumo de sustancias psicoactivas. Mi función era motivarlos a ser lideres, a que se formen. Entendí que la academia es fundamental, pero tenemos la educación propia, que es fundamental para el indígena porque tienen que conocer la ley de origen de su pueblo. Me uní a la Red de Indígenas Jóvenes de América Latina y el Caribe para hablar de la vulneración de derechos aquí en Colombia porque necesitamos hacer alianzas y redes. Y en el 2021 fui nominada como joven líder defensora de derechos humanos.
Cuando tenía apenas 15 años, Dayana Domicó (Dokera es su nombre en embera) empezó a perfilarse como una líder del pueblo embera katío del Alto San Jorge, en el municipio de Puerto Libertador, Córdoba. En ese momento era una estudiante de bachillerato que se preguntaba todos los días por qué tenía que soportar que la maltrataran por ser “india” y además aprender español, si esa no era su lengua. Siguiendo el linaje materno e impulsada por su mamá, siguió estudiando -fue la primera mujer de su comunidad en entrar a la universidad- y se convirtió en vocera de su resguardo, en inspiración para que otras jóvenes estudiaran y después de pasar por la Organización Nacional Indígena de Colombia, ONIC, llegó a la delegación del gobierno en los diálogos con el Eln por designación del presidente Gustavo Petro.
Tiene 28 años y ahora mismo está en México participando en la subcomisión que discute el tema de los alivios humanitarios y es responsable de incluir la agenda de los pueblos indígenas y de las mujeres en esta negociación. Estuvo en la caravana humanitaria que en enero recorrió las comunidades del bajo Calima (Valle del Cauca) y medio San Juan (Chocó) y que recogió inquietudes que se discuten en este momento en la mesa de diálogo.
En contexto: Así fue la caravana humanitaria del Gobierno y el Eln por el Pacífico
¿Cómo les fue en la caravana por la zona de alivios humanitarios?
En la caravana pudimos tener conocimiento de la realidad territorial y de los procesos de las comunidades étnicas. También fue importante poner en la metodología de la caravana un espacio solo para mujeres, lo hicimos porque muchas veces sus voces quedan invisibles por el liderazgo masculino. En el caso de las mujeres Wounan es nula la participación, por ello fue vital hablar con ellas en un espacio netamente de mujeres.
Usted es la persona más joven de la mesa, ¿cómo se siente?
Yo estoy porque hay unas urgencias de los pueblos indígenas en lo humanitario, por ejemplo, en el tema del retorno. La juventud puede mover muchas cosas, pero tiene muy poca vocería. Vamos a aportar esa visión al proceso de paz. Mi nación emberá ha sido muy afectada en el conflicto y por el Eln y ahora tenemos la posibilidad de decir: podemos parar esto, necesitamos formas de regresar al territorio. Sobre todo, a las mujeres que son las que sostienen la comunidad, sin mujer no hay vida, no hay territorio.
¿Cómo se siente en un equipo tan diverso?
La mitad son mujeres, es proceso diverso y tenemos que llegar a consensos en el equipo. Un abuelo decía: primero desármate para hablar de paz. El equipo está armonizado. En la delegación del Eln hay cuatro mujeres y con ellas trabajaremos para incluir el tema de las mujeres en el proceso. La consulta y participación de las mujeres debe ser real, porque la afectación no ha sido igual y necesitamos estar seguras en nuestros territorios. Necesitamos garantías de no repetición.
Lea: ¿Qué implica que la sociedad vaya a participar en los diálogos con el Eln?
¿Cuándo y por qué nace su liderazgo que la lleva hoy a la mesa de diálogo con el Eln?
La nación embera es matrilineal, eso significa que son las mujeres las que sostienen el proceso organizativo y la identidad cultural. En mi caso, viene de mi abuela y de mi mamá. Mi abuela tomó en su momento la vocería en la comunidad y fue líder en la constitución del resguardo Quebrada Cañaveral Alto San Jorge, en los 80. A mi madre se la llevan las monjas Lauritas para Antioquia para capacitarla como promotoras de salud. Ella hizo un proceso de empoderamiento, recorrió los pueblos hablando con las abuelas. En ese momento ella tenía 22 años. Cuando yo tenía como 15 años hay un Congreso de la Nación Embera, que conecta los pueblos que estamos en 19 departamentos y en tres países. Yo participé en ese encuentro en el que estaban las cinco familias, eyábida, dóbida, katío, chamí, siapidara. Ese era un momento donde estaban uno liderazgos fuertes como los de Gerardo Jumí y Eulalia Yagarí, que nos llevan a organizarnos.
¿Qué la impulso a empezar ese proceso?
Ver todo lo que pasaba en la comunidad. Mi comunidad se ha desplazado varias veces, vivimos varios enfrentamientos y nosotros quedábamos en la mitad. Cuando tenía como nueve años veíamos los helicópteros del Ejército que aterrizaban ahí cerca. De pronto uno se despertaba y ahí estaban los militares. Yo veía a mi abuelita intentando cuidar a todo el mundo. En ese momento regresa mi madre después de las capacitaciones y ella se sienta a hablar con los militares y a explicarles por qué no podían estar ahí. Y entonces nos dijeron que debíamos aprender a vestirnos, porque temían que pudiera haber un caso de violencia sexual. Nunca supimos por qué los militares hacían eso. Después llegaron los paramilitares que hacían control territorial. Eso aún existe. Entonces había que hacer las cosas entre las 6 de la mañana y las 6 de la tarde, porque de noche no se podía. Y entonces, a ciertas horas de la noche, empiezan a disparar para que la gente se recoja. Y luego hubo más enfrentamientos y tuvimos que ver como llegaban a recoger cuerpos. Ahí empecé a entender que había que cuidar el territorio y que había que organizarnos. Pero recuerdo que no entendía el español y uno veía eso y veía mulas cargando bultos de coca. Nos volvimos a desplazar.
¿Y por eso decide estudiar?
Me tocó porque mi mamá me decía que tenía que estudiar. Y yo perdía todas las materias porque no entendía nada. Teníamos una escuelita hasta grado tercero, pero todo era en embera, y cuando fuimos al otro colegio tocó aprender español y la discriminación de los niños y los docentes era parte de la vida. Me decían que al fin aceptaban que había una india. Así me decían. Yo estudié con una prima, éramos las dos únicas indígenas en el colegio y nos dañaban las cosas y nos tiraban piedras. Un día uno chico embera los amenazó con atacarlos con flechas y pararon. Mi mamá me decía que debía aprender español porque debía defender a la comunidad. En ese momento no lo entendía, yo me preguntaba por qué me obligaban a aprender algo que no es mío. Pero mi abuela me contaba historias que ellos habían vivido de cómo mataban a los adultos y los niños quedaban solos sin saber el idioma para sobrevivir. Ahí dije que iba a hablar español. Lo aprendí a los 14 años y eso dificulta el proceso de liderazgo para una mujer.
Vea también: La crisis carcelaria que el Eln lleva a la mesa de conversaciones
¿Y cómo fue entrar a la universidad?
Para ese momento era la única mujer de mi comunidad que estaba en la universidad. Fui a Medellín a estudiar antropología. Había cosas complejas porque la antropología investiga a los pueblos indígenas y yo quería investigar lo que piensa el no indígena, el capunía. En la academia son muy cuadriculados, el mundo de nosotros no cabe ahí, el pensamiento nuestro es circular, es en una espiral, y lo cuadrado nos limita mucho. Me integré a los Cabildos Universitarios para decirle a la Academia que somos personas con un pensamiento diferente y la deserción se puede dar por el idioma, por vivir en otro lugar, por los métodos de estudio, por las evaluaciones, que el bienestar universitario está pensado para otras personas y que cuando alguien tiene una dificultad no necesitamos un psicólogo, sino que necesitamos armonizarlo con nuestros mayores. Hablar me parecía difícil. Fue un reto terminar la universidad, casi no lo logro porque yo tenía que estar en mi comunidad, siempre iba al territorio a ayudar porque sabía español y me involucré en los procesos con las instituciones.
¿Cómo llegó a ser coordinadora de jóvenes de la ONIC?
En un Congreso me eligieron como Coordinadora Nacional de Jóvenes Indígenas, en el 2016. Duré cinco años en los que me involucré en los procesos territoriales para ver la realidad de las juventudes indígenas, que ellos mismos hablaran de lo que estaba pasando. Estamos en 31 de los 32 departamentos del país, tenemos 80 pueblos indígenas filiales a esta organización de los 115 pueblos indígenas que se reconocen hoy. Vi la cruda realidad de los jóvenes indígenas por el conflicto armado: el reclutamiento, el suicidio y lo que lleva al consumo de sustancias psicoactivas. Mi función era motivarlos a ser lideres, a que se formen. Entendí que la academia es fundamental, pero tenemos la educación propia, que es fundamental para el indígena porque tienen que conocer la ley de origen de su pueblo. Me uní a la Red de Indígenas Jóvenes de América Latina y el Caribe para hablar de la vulneración de derechos aquí en Colombia porque necesitamos hacer alianzas y redes. Y en el 2021 fui nominada como joven líder defensora de derechos humanos.