Recordando “Los años del tropel”, libro de Alfredo Molano Bravo
A propósito de los 80 años del natalicio del escritor fallecido en 2019, un capítulo de uno de sus libros más conocidos, que explica el origen de la violencia en el Valle del Cauca.
Alfredo Molano Bravo * / Especial para El Espectador
El maestro
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El maestro
Fui maestro de escuela hasta que me jubilé. Con mis prestaciones y unos ahorros abrí una tienda y un laboratorio de fotografía. He sido conservador durante toda mi vida y así pienso morir, aunque he estado en desacuerdo con el partido muchas veces. Sigo pensando que el conservatismo es el defensor de la Iglesia y de la familia, los únicos bienes que uno realmente tiene, porque lo demás son meros adornos. Dios es el verdadero apoyo en la otra vida y la familia en ésta: el resto es una majadería, puro orgullo, pura vanidad. Cuando a uno lo llama el Señor, le pasa lo que le pasó a León María Lozano, El Cóndor, cuando Rojas Pinilla lo sacó de Tuluá: sólo pudo llevarse a Agripina, su mujer; a Violeta, su hija, y un retrato de la Virgen del Carmen. La cosa no es la misma porque León María se llevó también a su perro, pero quiero decir que cuando a uno lo llaman no puede arrancar con nada de lo que ha hecho.
León María, por ejemplo, fue un hombre que nunca ambicionó dinero, ni riqueza, ni honores; sólo vivía para su fe; eso era lo que le importaba, sólo eso. Él habría podido ser un hombre muy rico porque tuvo todo en sus manos. La vida de mucha gente dependía de él. Que alguien viviera o no era algo que sólo él decidía, y por eso habría podido hacerse inmensamente rico. Y no. Cuando salió para Bucaramanga, exiliado por Rojas, lo único que llevaba, fuera de la familia, era su perro.
Eso fue por allá en el año 54, cuando Rojas Pinilla ya estaba en el gobierno. Habían sido muy amigos en la época en que Rojas era el comandante de la Tercera Brigada, con sede en Cali. Inclusive el general, una vez que vino a Tuluá, le regaló a León María una pistola bellísima y lo trató de gran patriota e ilustre colombiano. Pero Rojas, cuando fue presidente, temía que León María lo denunciara, dijera todo lo que sabía, contara lo que habían hecho en combinación. Entonces lo sacaron de Tuluá y después lo asesinaron en Pereira. Porque León María sabía muchas cosas que al general no le convenían; León María era el dueño de la política del partido conservador desde el 9 de Abril. Fue el que manejó el partido durante la Violencia, porque en Tuluá no se movía una hoja sin que él lo supiera. Se había destacado el 9 de Abril y de ahí salió hecho un jefe. Antes de esa fecha era un hombre humilde que vendía quesos en la galería. Yo mismo le compraba cada semana una lonja.
El 9 de Abril, después de la muerte de Gaitán, corrió el rumor de que los liberales iban a atacar el colegio de los salesianos, que lo iban a incendiar, a bombardear. Entonces León María organiza a una gente para defender el colegio. Con Anselmo Tascón y Martiniano Barrera armaron el parapeto. Unos en el colegio y otros puro enfrente, en la casa de Martiniano. Al rato pasaron unos camiones con manifestantes y El Cóndor dio la orden de fuego. Primero a bala y después a punta de dinamita detuvieron a los asaltantes. Hubo varios muertos y heridos. De ahí el cariño que el padre González, que era el rector, le tenía a León María: porque salvó a los salesianos de un atentado que quién sabe cuántos muertos hubiera costado.
León María no era querido sólo por la Iglesia y por los salesianos, sino por el conservatismo. Al otro día, es decir, el 10 de abril, reunió un poco de gente en los Molinos de Viento y los armó con palos, machetes y revólveres para tomarse el palacio municipal, que había caído en manos de los liberales el mismo 9 de Abril. Los liberales habían nombrado de alcalde municipal a Joaquín Paredes. Cuando estaban por salir hacia el palacio llegan los refuerzos, es decir, el ejército, que había mandado Rojas Pinilla para recuperar el poder en Tuluá. León María se les une y se toman el palacio, y entonces se crea la amistad con Rojas. Después León María, autorizado por el mismo ejército, organiza una especie de policía cívica para cuidar la ciudad y para denunciar a los liberales que atentaban contra el gobierno. Esa policía la creó el propio León María con la ayuda de la brigada. Yo fui a una de esas reuniones donde se organizaba la policía cívica y nos dijeron que de Bogotá iban a llegar las armas para defender a la ciudadanía y al gobierno, porque los liberales, los nueve-abrileños, como se llamaban, querían tumbar al conservatismo. Me acuerdo que de una de esas reuniones en que se hablaba de hacer las cosas rápido, volando, fue que salió el apodo de pájaro. Hacer las cosas como un pájaro era hacerlas volando, en el acto. Y en verdad así se hacía.
De esa policía cívica que organizó León María ayudado por el ejército de Rojas Pinilla fue que salieron los pájaros. Con esa policía cívica fue que se destacó más León María y que se hizo efectiva la consigna que a Tuluá trajo Caicedo Palau: el partido conservador tiene que armarse y defenderse porque, como lo había dicho Carlos Lleras Restrepo, el liberalismo tenía que ganar las elecciones. Esta consigna la dio en la casa de Heliodoro Rodríguez, yo mismo la oí. Estaban todos los notables: el doctor Tamayo Chica, el doctor Luis Carlos Delgado y otros que no me acuerdo. En ese momento no se trataba de matar a nadie, nadie habló de eso. La idea era solamente asustar al liberalismo, hacer un poco de bulla, crear el pánico en las elecciones para que los liberales no fueran a votar. Pero no era matar ni asesinar. Había que elegir a Laureano a toda costa. Por fortuna los liberales se retiraron de la elección y el partido conservador no se cayó. Pero hay que decir que había irregularidades. Yo tenía diecinueve años y fuimos a votar alrededor de mil muchachos entre los quince y los diecinueve a Trujillo. Nos fotografiaban en la casa de León María y nos daban la cédula. Así ganamos.
León María era el centro clave de ese pánico que había que crear, pero nadie, y menos Julio Caicedo Palau, que era el jefe del conservatismo, creyó o pensó que las cosas se le iban a salir de las manos. De ese clima que creamos se aprovecharon José Ríos en Trujillo, los Rojas de El Dovio y otros. Ellos fueron los que llevaron las cosas a un punto en que ya no había otra salida que echar para adelante, así eso fuera lo más horrible. Lo de Ceilán y Betania en el 40 no tenía por objeto hacer las masacres que se hicieron, sino aterrorizar a los liberales de esas regiones, que eran mayoría, para que no salieran a votar, pero lo que pasó fue que unos tipos inescrupulosos se aprovecharon de eso para robar, matar, asesinar. Después vinieron las venganzas de los liberales y después la defensa de los conservadores y eso se volvió una guerra. León María decía: «Yo no soy dueño de los sentimientos de mis amigos. Yo no puedo controlar todo, ni soy responsable de lo que ellos hagan».
II
En esos días yo tenía como unos veinte años y me acuerdo que después de esas reuniones políticas me compré un cuchillo, que en ese entonces valían setenta y ochenta centavos. Era una pretensión de muchacho que quería ser macho, verraco. Nos dieron órdenes de ir a Guacarí porque corría la bola de que iban a matar a León María, que venía de Cali. Salimos en buses y a mí me tocó en Puente de Buga con unos diez o veinte tipos. Allí estuvimos toda la noche, pero no pasó nada. León María, en agradecimiento, le regaló una casa al directorio y entonces era fácil reunirnos para recibir órdenes y consignas. Porque todas esas órdenes salían era del directorio y no de León María.
Yo fui muy amigo de los sobrinos de El Cóndor, que era un tipo muy reservado. Decía: «Yo no doy órdenes, pero tampoco puedo gobernar la voluntad de los que me estiman y me quieren». Se encerraba mucho tiempo en una pieza y a veces lo veíamos sacar armas y otras cosas, pero yo nunca le oí decir que había que matar a fulano o a zutano. No. Puede que a otras personas les conversara lo que había que conversarles, pero yo no fui testigo de algo mal hecho. Inclusive un día que me vio afilar mi cuchillo me dijo: «Bótelo o esté dispuesto a usarlo, pero no lo muestre tanto. El que carga un arma termina usándola».
Sin embargo, a pesar de que él no hubiera matado a nadie, al hombre no se la perdonaban, y fue así como la violencia iba haciendo más violencia: por las venganzas. Un día bajaba León María por la carrera 26 acompañado de Celino Guerrero, cuando al pasar por frente a la casa del doctor Cardona, donde había una tapia, le dispararon de uno de esos ojos. Cayó mal herido, lo alzaron rápido y lo llevaron para el hospital y así se salvó. Pero entonces vino la venganza. A un tipo que corría y que Celino alcanzó a ver, lo mataron a patadas sin saber quién era en realidad. A un señor Quintín Jaramillo lo buscaron y lo mataron porque alguien dijo que lo había visto por los lados donde le hicieron el atentado a León María. A un señor que llamaban Pan de Bono, porque era chiquito y blanco, también lo bajaron por la misma razón. Al esposo de doña Débora Sánchez, que tenía que ir al hospital, lo mataron porque les pareció raro que un liberal fuera allí cuando estaban operando a León María, sacándole las balas. Dizque el tipo iba a visitar a un amigo que estaba cerca de la pieza de El Cóndor y lo mataron ahí mismo. Aquella noche nadie durmió porque todos temían la venganza. Y así fue. Al otro día amanecieron quince cadáveres en las calles de Tuluá.
Es que la cosa se salía de las manos. Uno comenzaba a odiar a los propios amigos, a los condiscípulos, por el mero hecho de no ser conservadores. Un amigo mío del colegio, porque yo estudié con los salesianos, un muchacho Álvarez, se fue para las guerrillas, para los Llanos, a combatir a Laureano, y yo tenía la consigna de delatarlo si lo veía; pero yo no creía que le fueran a hacer nada malo. Un día lo vi y lo delaté. A los tres días mi amigo estaba muerto. ¡Qué pasión! Yo pensé que simplemente lo iban a echar del pueblo, pero no: lo mataron. Desde ese día no volví a ir al directorio, porque yo no estaba de acuerdo con el asesinato. Mi ideal era sostener en el poder al conservatismo asustando a los liberales pero no matándolos. Eso era lo que tenía que hacer el partido para no dejarse tumbar, porque en realidad los liberales eran mayoría y, si hubieran votado, Laureano no sale.
Pero las cosas se iban empeorando. Los amigos de León María se fueron enviciando con la muerte y poco a poco también con el robo. La gente al principio era amenazada para que no saliera a votar, pero después la mataban. Después vieron que eso era buen negocio porque dejaba la tierra libre y entonces comenzaron a echarlos de las parcelas. La gente se fue saliendo y la parcela se iba negociando. Inclusive no había necesidad de matar. Con sólo amenazar, la gente salía. Así fue apareciendo el robo de fincas, el robo de ganado, el robo de café.
León María se va volviendo cada vez más importante y con más poder. Maneja el partido conservador y por tanto, el poder. Él es el que da becas, da auxilios, cobra impuestos. Él es el que manda realmente la policía y el ejército. Él controlaba así a mucha gente, pero sus amigos eran unos pervertidos y entonces fue agrandándose la chipa del rejo, fueron haciendo cosas terribles: como lo de El Retiro, donde mataron diecisiete personas; como lo de La Carmelita, donde murieron varios; como lo de La Marina y, sobre todo, como lo de Betania y Ceilán.
En Betania se movilizó un ejército de pájaros ayudados por la policía y el gobierno. Movilización más grande no pudo haber para crear un foco de conservadores en esa cordillera, que era un fuerte liberal. Se pensaba entrar a la plaza y amedrentar a los habitantes. Pero resulta que los que dirigían la movilización se emborracharon y comenzó el incendio, el saqueo, el abuso de mujeres y el asesinato de hombres. La matanza fue tan horrible que los mismos conservadores nos culpábamos de tanta sangre: era que todo lo que se movía lo mataban. Una de las grandes vergüenzas del partido.
Lo mismo fue lo de Ceilán. De aquí de Tuluá salieron camiones llenos de gente para Ceilán, yo los ví. Venían de Riofrío y cruzaron Tuluá hacia la cordillera. Inclusive iban amigos en los camiones y se fueron a quemar a Ceilán en lugar de apenas atemorizarlo, como era la idea. De Tuluá a Ceilán quemaron también a Rancho Rojo, una propiedad que había entre ambos pueblos, y hubo saqueo y asesinatos. Todo lo destruyeron, mataron gente inocente, gente justa, gente buena; nada, nada respetaron. El río se volvió sangre y a ellos no se les dio nada.
Uno veía por aquí a todos esos pájaros, al otro día, vendiendo un marrano, una gallina, una máquina de coser, una ternera. Inclusive entre ellos mismos llegó a haber disputas y muertos por la repartición. Hubo enemistades entre los mismos violentos por deudas y por la distribución de las compañías que se hacían.
Porque con la violencia comenzaron a llegar aquí tipos especializados en negocios sucios. Venían de Antioquia, de Caldas, de Boyacá, gente valerosa pero mala. Eran capaces de medírsele a cualquier cosa con tal de que les dieran una parte del resultado del trabajo. Primero iban y miraban, evaluaban lo que la gente tuviera y después arreglaban la vaina. Eran acreditados por valerosos y casi todos venían de prestar servicio militar. Y en sus fechorías les ayudaba la misma policía. Iban, pues, sobreseguro.
Eran esos tipos los que mandaban a los otros, y los que verdaderamente comenzaron la violencia, esa violencia terrible que quemó a Ceilán, a Betania, a El Recreo, a Rancho Rojo, y que asesinó a toda esa gente. Un amigo mío de los que llegaron a Ceilán, cuando vio toda esa violencia, toda esa masacre, se devolvió para Tuluá vomitando y así duró como tres meses. Todo lo que comía lo vomitaba, estuvo a punto de morirse porque el estómago todo lo devolvía.
A consecuencia de la forma como se perseguía y se asesinaba comenzaron a aparecer guerrillas liberales, porque los liberales tienen más práctica en eso que nosotros, han sido más organizados, siempre han tenido guerrillas. En las guerras civiles el liberalismo organizó guerrillas, en los años treintas organizó guerrillas y cuando Rojas Pinilla vuelve y organiza guerrillas. Era eso: el liberalismo tiene más disciplina que nosotros. Primero organizan a la gente y después los jefes les consiguen las armas. El liberalismo organiza su guerrilla de arriba abajo y por eso les va mejor que a nosotros, porque tienen disciplina y son como un ejército. En cambio el partido conservador, después de los asesinatos de Gachetá en 1939, que es cuando realmente comienza la vaina, organiza una violencia no-oficial pero en contra de los mismos jefes, y entonces éstos no apoyan la lucha ni con armas, ni con plata, ni con dirección. La organización de guerrilleros conservadores se hizo por debajo de cuerda. Hubo jefes, claro, que ayudaban entregando esto o aquello, pero diciendo siempre que si algo sucedía nadie sabía nada. Si el partido conservador se organiza como un gran ejército, si sus jefes llaman a la organización y a la disciplina, no hubiera pasado nada. Pero ellos lo trataron de hacer solapadamente y eso llevó a los copartidarios a caer en las manos de los criminales profesionales que salían de las cárceles o en manos de los pícaros que salían del ejército o la policía.
III
Porque el ejército también fue conservatizado desde antes del 9 de Abril. Mariano Ospina conservatizó poco a poco el ejército. Cada vez que el pueblo, los campesinos, iban a ser seleccionados para el servicio militar, se le pedía a un tipo que conocía muy bien a la gente que acompañara al capitán que reclutaba. Entonces cada uno de los muchachos aptos para el servicio militar iba pasando frente al tipo y el hombre le hacía una señal al capitán para indicarle si era conservador o liberal. A los liberales no los llevaban pero tampoco les daban libreta militar, sin la cual era difícil trabajar. Lo primero que hacía un dueño de una finca grande, de un ingenio, era pedir la libreta militar, y así se sabía si el cliente era liberal o conservador. La policía tenía la misma maña. A jóvenes de 18 o 25 años les pedían libreta y si no la tenían era porque eran liberales y ahí mismo recibían las consecuencias. Esa colaboración para seleccionar sólo conservadores para el ejército la prestó muchas veces El Cóndor, pero después se cansó y dejó a uno de sus amigos, un tipo que conocía al dedillo a todo el mundo, el señor Álvaro García.
Lo importante no era sólo la conservatización del ejército sino el adiestramiento de conservadores en el manejo de las armas, en la disciplina. Pero con todo, el partido no logró organizar su gente sino más bien dispersarla.
A la par con el ejército, los funcionarios también fueron conservatizados. Una vez que llegó el partido conservador al poder no se nombraban sino funcionarios conservadores o tipos que se dejaran influenciar por las altas esferas, gente manejable y dócil. Los alcaldes, los jueces, todos los empleados del gobierno eran puras marionetas. Yo te nombro y tú me ayudas, era la consigna. Claro: así no había presos, ni impuestos, ni multas para los conservadores, y para los liberales no había auxilios, ni becas, ni favores.
Así pasó cuando caí preso y eso que no fue por nada de política sino por una pelea por una muchacha. Al otro día me largaron cuando mi papá fue a hablar con León María, aunque el juez ya me había sacado doscientos pesos para soltarme.
Claro que uno veía la conservatización y estaba de acuerdo con ella, porque era el ideal del partido. La violencia fue una escuela política para el partido conservador porque ayudó a saber cuál era el deber, porque le enseñó un poco de disciplina y nosotros estábamos sinceramente orgullosos de lo que el partido hacía para mantener en el poder a la Iglesia, a la patria y a la familia. Por eso se luchó, pero eso se degeneró. Laureano Gómez nunca estuvo al tanto de lo que hacían Álvaro Gómez y Jorge Leiva, los tipos que verdaderamente hicieron la violencia en el país. León María no sabía lo que en su nombre hicieron Lamparilla, El Chimbilá, Pájaro Azul y toda esa pajarería. Porque para los grandes jefes no se trataba de la violencia que mataba sino de la violencia que defendía los ideales del partido, y la lucha de vecinos era una lucha justiciera, una venganza de la Guerra de los Mil Días. Como muchas veces escuchamos, una venganza por lo del 9 de Abril. Una manera de reunir de nuevo el partido conservador. Porque Gaitán se estaba robando el partido conservador. Yo fui a muchas manifestaciones de Gaitán y ahí había mucho godo; la gente toda quería mucho a Gaitán, así fuera liberal. Entonces había que terminar con eso. Yo creo que mucho conservador votaba por debajo de cuerda por Gaitán y creo que si no lo matan había acabado con los partidos en Colombia y había evitado la violencia. Gaitán sí tenía doctrina, sí tenía disciplina para su partido. ¿Pero el conservatismo qué tenía? Apenas un discurso del doctor Laureno Gómez en Medellín en que llamaba a la juventud a mantener el poder por medio de la violencia, o un programita hecho en Cali en que decían siempre lo mismo de la familia y de la patria. No, Gaitán sí encantaba y encantaba tremendamente. Si llega al poder, el conservatismo y el mismo liberalismo se quedan sin masas, y esas masas fueron las que mataron en Betania y en Ceilán. Fue allí donde comenzó la violencia de verdad; no fue en Tuluá.
A Tuluá llegó la violencia después, cuando se firmó la Carta Suicida. Los liberales, con miedo de tanto asesinato y tanta sangre, decidieron firmar una carta de protesta culpando indirectamente a El Cóndor de esa situación. La carta fue publicada en El Espectador y la firmaban todos los jefes del liberalismo: Aristides Arrieta, Andrés Santacoloma, Nacho Cruz, Gertrudes Potes y muchos otros. Y así, en el orden en que fue firmada, los tipos iban cayendo asesinados. El partido conservador no estaba de acuerdo, pero entonces la violencia llegó a Tuluá y los muertos eran todos los días, de bando y bando. Porque no eran sólo los pájaros los que mataban. A los pájaros también los mataban y entonces venían las venganzas. Primero fue don Aristides Arrieta, que cae en la esquina de Carlos Maturana. Después fue Mazuerita, después Alfonso Arrieta, después Andrés Santacoloma, después los Pulgarines.
Los conservadores que no estaban de acuerdo con esto y que veían que la violencia se venía encima trataron de pararla. Crearon un nuevo directorio conservador con los doctores Mariano Dábalos, Tamayo Chica y otros. Fueron los llamados patiamarillos. Pero El Cóndor estaba influenciado políticamente por Gustavo Salazar García, un tipo muy aprovechado, muy sagaz, que no quiso aceptar el nuevo directorio y antes más bien lo atacó. Salazar quería apoderarse de todo el poder de León María y no aceptó el nuevo directorio que poco a poco, con amenazas y tal cosa, tuvo que acabarse y sus miembros salir para otro lado con su patiamarillismo.
Los patiamarillos hubieran podido también detener la violencia o por lo menos no dejarla entrar a Tuluá, pero este Salazar tenía a León María de su parte y lo quería utilizar como trampolín. Y así fue. Cuando León María sale de Tuluá queda Gustavo Salazar mandando la parada. Cuando mataron a El Cóndor no le dio la condolencia ni siquiera a Agripina.
Después de la muerte, o mejor, del asesinato de León María, la violencia fue declinando en Tuluá y poco a poco no quedaron sino bandidos en el campo. La amnistía de Lleras y después la labor del ejército durante Valencia fueron acabando con los pocos focos que quedaron en el Valle. Pero todavía algo queda, aunque es una violencia distinta, de abajo para arriba. Dios sabe en qué puede parar. Dios nos socorra y nos ilumine con su sabiduría.
* Creció en un escenario rural que lo hizo sensible a los problemas del campesino, un sujeto que atraviesa sus textos. Las colonizaciones campesinas, sus geografías y problemáticas se convirtieron en el lente desde el que miraba la historia del país, el cual recorrió de punta a punta en busca de relatos de personajes anónimos que protagonizaron o sufrieron los avatares de la historia colombiana. Fue profesor invitado de la Universidad de Stanford, en Estados Unidos; obtuvo la máxima distinción del Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar; le fue otorgado el título de doctor honoris causa por la Universidad Nacional de Colombia.