Mercados campesinos: del campo a la ciudad sin intermediarios
Hicimos un recorrido por el mercado campesino de Fontibón y conocimos a Agrocomunal. Entre los puestos de frutas, verduras, amasijos y comidas típicas, conviven las historias de al menos 350 productores que, gracias a esta organización, pueden vender su cosecha directamente al consumidor capitalino.
Nina Chaparro González (*)
Son las 5 a.m. y estamos en el parque de Fontibón con un cielo bajito de nubes grises característico de Bogotá. Hay aproximadamente 15 puestos de mercados campesinos. Apenas llegamos, doña Lucelly me regaña, me dice que debí madrugar más, que me perdí la llegada y la descargada de los camiones a las 3 a.m. Yo pienso que sin esas dos horas de sueño no sería capaz de decir algo cuerdo.
Lucelly Torres es la coordinadora de Agrocomunal, una organización que desde el 2004 organiza mercados campesinos en Bogotá para que al menos 350 productores de Cundinamarca, Boyacá, Tolima y Meta puedan vender su cosecha directamente, y así generar bienestar al campesino y al consumidor capitalino. Ella nació en Herveo, Tolima y en sus anteriores trabajos la llamaban “el volcán” por la vitalidad y el empuje con que trabaja. Ha sido profesora, periodista, comunera, líder social y también una poeta que cuenta en coplas las benevolencias y las durezas de la vida.
Arrancamos el recorrido por el mercado. En los primeros puestos están las frutas y las verduras que, en palabras de doña Lucelly, son la esencia del mercado campesino. Saludamos a don Eduardo, un productor de Nuevo Colón, Boyacá, que lleva más de 15 años trabajando en el mercado de Fontibón vendiendo peras, manzanas,arándanos, fresas y hortalizas, entre muchos otros verdes, de 25 vecinos del municipio. Nos cuenta que este mercado le ha traído bienestar a muchas familias. Al no haber intermediarios, pueden traer productos más frescos y sin conservantes, se protege el medio ambiente al reducir el transporte y el uso de plástico e icopor, se vende a precios justos y el consumidor paga menos. Lo que en términos técnicos se llamaría soberanía alimentaria.
Este problema de los intermediarios ha sido documentado por distintas fuentes. La Liga Contra el Silencio hizo un estudio en donde reveló que los intermediarios se quedan con las mayores ganancias y empobrecen al campesino al punto que algunos “prefieren dejar sus productos a la entrada de sus fincas para que pase un transportista y las recoja a cualquier precio”. Por eso Agrocomunal le apuesta a este tipo de mercados de circuito corto, es decir, sin intermediarios, donde existe una relación directa entre el campesino y el consumidor.
Seguimos nuestro recorrido por los amasijos, uno de los puestos más apetecidos. A vuelo de pájaro se ven almojábanas, arepas, pan de yucas, resobados, yogures, huevos criollos, mantecadas, masato, chicha, entre otras delicias. Pregunto por qué los huevos de gallina son verdes, y Victoria, la vendedora, me dice que son verdes porque son puestos por gallinas negras de raza nicaragua, pero que el sabor no cambia.
Victoria Moyano es una de las productoras que llega cada ocho días a vender sus productos a Fontibón. No sobra decir que el 75% de este mercado es liderado por mujeres y que este espacio ha servido para fortalecer la autonomía de las campesinas. Ella viene de Arcabuco, un pueblo boyacense a cuatro horas de Bogotá. “Todo empezó porque mi abuela le enseñó a mi mamá a moler el maíz y a hacer amasijos y masato. Todo sin químicos ni nada. Vendían en una tiendita en el pueblo. Luego llegaron mis tíos y ahora estamos nosotras. Después de eso llegó Agrocomunal al pueblo y dio una charla y nos invitaron a traer nuestros productos a Bogotá. Y acá estamos”.
Nos cuenta que esta carpa de amasijos reúne siete productores que benefician a más de 20 familias campesinas, entre las que se encuentran madres cabeza de familia, adultos mayores y una persona con discapacidad que hace el yogurt. El proceso de producción requiere disciplina y orden. Los martes, cada productor se suple de las provisiones que necesita para hacer los amasijos. Los martes, miércoles y jueves se ordeñan las vacas y se trabaja en la producción. Los viernes se reúnen todos los productores y empacan entre 7.000 y 8.000 productos en un camión para traer a Bogotá.
Victoria, mientras atiende a otro cliente antojado, nos cuenta que gracias a este mercado todos ellos tienen una mejor calidad de vida. Ella, por ejemplo, pasó de vivir en una casa de barro a una casa de ladrillos. Su hija menor estudia en el colegio y su otra hija está estudiando arquitectura en una universidad de Bogotá.
Finalmente, llegamos a la parte de las comidas típicas. Hay lechona, rellena, chorizos, tamales, caldo de papa, entre otras. Doña Lucelly dice que mercado campesino que se respete tiene que tener comidas típicas. “El mercado es un punto de encuentro de las familias donde, con los productos y la comida, se cuecen remembranzas, añoranzas y territorio. Las personas se van llenas de vitalidad porque encontraron algo que forma parte de su vida”.
Carmen Cogua y su esposo Juanito vienen del municipio de Tena y son famosos por su emblemática rellena. Carmen nos cuenta que la rellena es receta de su esposo, que él aprendió a hacerla de su mamá y su mamá de su abuela. Traen cerca de 300 porciones y a veces a mediodía ya no tienen nada. Llevan más 17 años en este mercado y Juanito dice que levantó su casa a punta de rellena.
Antes de finalizar el recorrido nos encontramos con don Efraín Villamil, uno de los fundadores de Agrocomunal. Es un hombre de 71 años con un discurso sólido y profundo. En cada una de sus palabras se siente el peso de una formación política impecable. Sus respuestas nunca son cortas, ni de un sí o un no, sino que es de esas personas que arrancan a hablar y cuando uno cree que ya se fue por las ramas, vuelve y une todos los puntos con una coherencia inesperada.
Su vida política inició a los 15 años. “El 19 marzo de 1969 salí de mi casa y me encontré a la comunidad de Fontibón reunida. Estaban en la elección de la junta de acción comunal… ‘¡venga para acá jovencito, usted es el secretario de la junta!’. Y de una vez me metieron en este cuento”. Desde ahí empezó a entregar su vida al trabajo comunitario. Estuvo vinculado a la Unión Patriótica y a la ANAPO. Hace parte de la Federación de las Juntas de Acción Comunal y trabaja en la construcción de una red entre estas juntas y los campesinos. También es un sobreviviente de la violencia de este país.
Nos cuenta que Agrocomunal nació en el 2004 de una alianza entre comuneros y campesinos sin tintes de partidos políticos. Su objetivo era defender los derechos de los campesinos y consumidores a cultivar, producir y alimentarse en condiciones dignas. Para ello, querían traer el mercado a la ciudad sin intermediarios, a diferencia de lo que ocurre en centrales como Corabastos. Aunque trabajan con las uñas y sin financiación, actualmente realizan cerca de 12 mercados campesinos en Bogotá. Los principales son los de Fontibón y Floralia.
El sueño inmediato de Agrocomunal es tener un centro de acopio en Bogotá. Es decir, una bodega a donde puedan llegar los alimentos del campo para madurar naturalmente sin químicos, y, desde ahí, ser distribuidos a los mercados campesinos, los tenderos, los restaurantes, los mercados comunitarios, los consumidores, etc. Un lugar donde nada se pierda.
Estudió Sociología a sus 50 años y dice que su conocimiento viene del maestro Fals Borda y el diálogo de saberes con las personas. “Este trabajo le da a uno la satisfacción de que no hemos venido a vegetar a este mundo sino a ser trascendentes y a construir los sueños de tener un país con justicia social, igualdad de oportunidades y libertad”.
Son las 4:30p.m. y ya no queda casi nada en los puestos. Tampoco quedan palabras para contar la historia de Camilo Quiroga y sus hortalizas. La de Marlene y sus cocadas de San Basilio de Palenque. La de doña Ana y sus panes saludables para diabéticos. La de la chucula de Ciudad Bolívar. La del viche y el pipilongo del Pacífico. El mercado se vendió todo y los campesinos se alistan para volver a sus pueblos. Se verán de nuevo en ocho días, a las 3 a.m., cuando bajo las coordenadas de doña Lucelly lleguen los camiones cargados de cientos de productos frescos al parque de Fontibón, listos para traer el campo a la ciudad.
(*) Investigadora de Dejusticia
(**) Este artículo hace parte del especial #TejidoVivo, producto de una alianza periodística entre el centro de estudios Dejusticia y El Espectador.
Son las 5 a.m. y estamos en el parque de Fontibón con un cielo bajito de nubes grises característico de Bogotá. Hay aproximadamente 15 puestos de mercados campesinos. Apenas llegamos, doña Lucelly me regaña, me dice que debí madrugar más, que me perdí la llegada y la descargada de los camiones a las 3 a.m. Yo pienso que sin esas dos horas de sueño no sería capaz de decir algo cuerdo.
Lucelly Torres es la coordinadora de Agrocomunal, una organización que desde el 2004 organiza mercados campesinos en Bogotá para que al menos 350 productores de Cundinamarca, Boyacá, Tolima y Meta puedan vender su cosecha directamente, y así generar bienestar al campesino y al consumidor capitalino. Ella nació en Herveo, Tolima y en sus anteriores trabajos la llamaban “el volcán” por la vitalidad y el empuje con que trabaja. Ha sido profesora, periodista, comunera, líder social y también una poeta que cuenta en coplas las benevolencias y las durezas de la vida.
Arrancamos el recorrido por el mercado. En los primeros puestos están las frutas y las verduras que, en palabras de doña Lucelly, son la esencia del mercado campesino. Saludamos a don Eduardo, un productor de Nuevo Colón, Boyacá, que lleva más de 15 años trabajando en el mercado de Fontibón vendiendo peras, manzanas,arándanos, fresas y hortalizas, entre muchos otros verdes, de 25 vecinos del municipio. Nos cuenta que este mercado le ha traído bienestar a muchas familias. Al no haber intermediarios, pueden traer productos más frescos y sin conservantes, se protege el medio ambiente al reducir el transporte y el uso de plástico e icopor, se vende a precios justos y el consumidor paga menos. Lo que en términos técnicos se llamaría soberanía alimentaria.
Este problema de los intermediarios ha sido documentado por distintas fuentes. La Liga Contra el Silencio hizo un estudio en donde reveló que los intermediarios se quedan con las mayores ganancias y empobrecen al campesino al punto que algunos “prefieren dejar sus productos a la entrada de sus fincas para que pase un transportista y las recoja a cualquier precio”. Por eso Agrocomunal le apuesta a este tipo de mercados de circuito corto, es decir, sin intermediarios, donde existe una relación directa entre el campesino y el consumidor.
Seguimos nuestro recorrido por los amasijos, uno de los puestos más apetecidos. A vuelo de pájaro se ven almojábanas, arepas, pan de yucas, resobados, yogures, huevos criollos, mantecadas, masato, chicha, entre otras delicias. Pregunto por qué los huevos de gallina son verdes, y Victoria, la vendedora, me dice que son verdes porque son puestos por gallinas negras de raza nicaragua, pero que el sabor no cambia.
Victoria Moyano es una de las productoras que llega cada ocho días a vender sus productos a Fontibón. No sobra decir que el 75% de este mercado es liderado por mujeres y que este espacio ha servido para fortalecer la autonomía de las campesinas. Ella viene de Arcabuco, un pueblo boyacense a cuatro horas de Bogotá. “Todo empezó porque mi abuela le enseñó a mi mamá a moler el maíz y a hacer amasijos y masato. Todo sin químicos ni nada. Vendían en una tiendita en el pueblo. Luego llegaron mis tíos y ahora estamos nosotras. Después de eso llegó Agrocomunal al pueblo y dio una charla y nos invitaron a traer nuestros productos a Bogotá. Y acá estamos”.
Nos cuenta que esta carpa de amasijos reúne siete productores que benefician a más de 20 familias campesinas, entre las que se encuentran madres cabeza de familia, adultos mayores y una persona con discapacidad que hace el yogurt. El proceso de producción requiere disciplina y orden. Los martes, cada productor se suple de las provisiones que necesita para hacer los amasijos. Los martes, miércoles y jueves se ordeñan las vacas y se trabaja en la producción. Los viernes se reúnen todos los productores y empacan entre 7.000 y 8.000 productos en un camión para traer a Bogotá.
Victoria, mientras atiende a otro cliente antojado, nos cuenta que gracias a este mercado todos ellos tienen una mejor calidad de vida. Ella, por ejemplo, pasó de vivir en una casa de barro a una casa de ladrillos. Su hija menor estudia en el colegio y su otra hija está estudiando arquitectura en una universidad de Bogotá.
Finalmente, llegamos a la parte de las comidas típicas. Hay lechona, rellena, chorizos, tamales, caldo de papa, entre otras. Doña Lucelly dice que mercado campesino que se respete tiene que tener comidas típicas. “El mercado es un punto de encuentro de las familias donde, con los productos y la comida, se cuecen remembranzas, añoranzas y territorio. Las personas se van llenas de vitalidad porque encontraron algo que forma parte de su vida”.
Carmen Cogua y su esposo Juanito vienen del municipio de Tena y son famosos por su emblemática rellena. Carmen nos cuenta que la rellena es receta de su esposo, que él aprendió a hacerla de su mamá y su mamá de su abuela. Traen cerca de 300 porciones y a veces a mediodía ya no tienen nada. Llevan más 17 años en este mercado y Juanito dice que levantó su casa a punta de rellena.
Antes de finalizar el recorrido nos encontramos con don Efraín Villamil, uno de los fundadores de Agrocomunal. Es un hombre de 71 años con un discurso sólido y profundo. En cada una de sus palabras se siente el peso de una formación política impecable. Sus respuestas nunca son cortas, ni de un sí o un no, sino que es de esas personas que arrancan a hablar y cuando uno cree que ya se fue por las ramas, vuelve y une todos los puntos con una coherencia inesperada.
Su vida política inició a los 15 años. “El 19 marzo de 1969 salí de mi casa y me encontré a la comunidad de Fontibón reunida. Estaban en la elección de la junta de acción comunal… ‘¡venga para acá jovencito, usted es el secretario de la junta!’. Y de una vez me metieron en este cuento”. Desde ahí empezó a entregar su vida al trabajo comunitario. Estuvo vinculado a la Unión Patriótica y a la ANAPO. Hace parte de la Federación de las Juntas de Acción Comunal y trabaja en la construcción de una red entre estas juntas y los campesinos. También es un sobreviviente de la violencia de este país.
Nos cuenta que Agrocomunal nació en el 2004 de una alianza entre comuneros y campesinos sin tintes de partidos políticos. Su objetivo era defender los derechos de los campesinos y consumidores a cultivar, producir y alimentarse en condiciones dignas. Para ello, querían traer el mercado a la ciudad sin intermediarios, a diferencia de lo que ocurre en centrales como Corabastos. Aunque trabajan con las uñas y sin financiación, actualmente realizan cerca de 12 mercados campesinos en Bogotá. Los principales son los de Fontibón y Floralia.
El sueño inmediato de Agrocomunal es tener un centro de acopio en Bogotá. Es decir, una bodega a donde puedan llegar los alimentos del campo para madurar naturalmente sin químicos, y, desde ahí, ser distribuidos a los mercados campesinos, los tenderos, los restaurantes, los mercados comunitarios, los consumidores, etc. Un lugar donde nada se pierda.
Estudió Sociología a sus 50 años y dice que su conocimiento viene del maestro Fals Borda y el diálogo de saberes con las personas. “Este trabajo le da a uno la satisfacción de que no hemos venido a vegetar a este mundo sino a ser trascendentes y a construir los sueños de tener un país con justicia social, igualdad de oportunidades y libertad”.
Son las 4:30p.m. y ya no queda casi nada en los puestos. Tampoco quedan palabras para contar la historia de Camilo Quiroga y sus hortalizas. La de Marlene y sus cocadas de San Basilio de Palenque. La de doña Ana y sus panes saludables para diabéticos. La de la chucula de Ciudad Bolívar. La del viche y el pipilongo del Pacífico. El mercado se vendió todo y los campesinos se alistan para volver a sus pueblos. Se verán de nuevo en ocho días, a las 3 a.m., cuando bajo las coordenadas de doña Lucelly lleguen los camiones cargados de cientos de productos frescos al parque de Fontibón, listos para traer el campo a la ciudad.
(*) Investigadora de Dejusticia
(**) Este artículo hace parte del especial #TejidoVivo, producto de una alianza periodística entre el centro de estudios Dejusticia y El Espectador.