“Arrancar los ojos”: los traumas oculares en protestas llegan a “Fragmentos”
La artista Gabriela Golder presenta esta semana en Bogotá su exposición sobre las lesiones que han cegado, parcial o totalmente, a cientos de manifestantes alrededor del mundo. Habló con El Espectador sobre las preguntas que guiaron este proceso creativo, que duró casi cuatro años, y de lo que aprendió dialogando con las víctimas.
Felipe Morales Sierra
“A mí me gusta el verbo arrancar, porque es alguien que te tuvo enfrente y te tiró para que no veas”, dice Gabriela Golder, artista argentina, en un acento porteño en el que “tirar” traduce al colombiano “disparar”. Está en el medio de la sala principal de Fragmentos, el espacio de arte y memoria creado en Bogotá tras el Acuerdo de Paz. Mientras habla, en las paredes se proyectan imágenes en blanco y negro: policías disparando en una manifestación, personas corriendo de un edificio a otro buscando refugio como si estuvieran en una zona de guerra. Luego, las imágenes se vuelven más apacibles, pero no menos dolorosas: son retratos de jóvenes a los que les falta un ojo.
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“A mí me gusta el verbo arrancar, porque es alguien que te tuvo enfrente y te tiró para que no veas”, dice Gabriela Golder, artista argentina, en un acento porteño en el que “tirar” traduce al colombiano “disparar”. Está en el medio de la sala principal de Fragmentos, el espacio de arte y memoria creado en Bogotá tras el Acuerdo de Paz. Mientras habla, en las paredes se proyectan imágenes en blanco y negro: policías disparando en una manifestación, personas corriendo de un edificio a otro buscando refugio como si estuvieran en una zona de guerra. Luego, las imágenes se vuelven más apacibles, pero no menos dolorosas: son retratos de jóvenes a los que les falta un ojo.
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O más bien, jóvenes a los que les quitaron un ojo en esas calles, manifestándose. Ellos son los protagonistas de la exposición Arrancar los ojos, que Golder estrena en Fragmentos el 17 de agosto. Tras mostrar en Emiratos Árabes y en su natal Buenos Aires (Argentina) algunos avances de este proyecto, que combina la videoinstalación, la fotografía y el performance, la artista dejó para Fragmentos los relatos de los sobrevivientes de trauma ocular con los que habló en Colombia. “Para mí era muy importante pensar en un arte situado. Las víctimas tenían que estar primero en su lugar. Yo quería que los cuerpos estuvieran acá, en Bogotá”, dice.
¿Qué miran esos ojos?
Arrancar los ojos, dice Golder, nació de su conmoción al ver lo que sucedía en el estallido social de Chile, en octubre de 2019: “Los carabineros comenzaron a tirar a los ojos para cegar a los manifestantes, dejándoles la huella de los ojos robados”. Comenzó a investigar y se dio cuenta de que lo mismo había sucedido en Francia el año anterior en las protestas de los chalecos amarillos, luego en Hong Kong en las manifestaciones por la reforma de seguridad y así llegó también a Colombia. Mientras resolvía qué hacer con toda esa información, se fue llenando de preguntas.
Una de las pocas que ha podido responder es: ¿Qué miraban esos ojos? “Esos ojos estaban mirando a la injusticia y fueron atravesados por una bala, un perdigón”, contesta. Tras casi cuatro años de investigación, la mayoría de interrogantes que se fue haciendo siguen abiertas. En esa medida, la exposición es también un viaje sensorial por el intento de Golder de entender cómo es que sucede esto, de manera tan impune, alrededor del mundo. “Es partir del arte situado para entender que es un fenómeno universal, un plan sistemático. Los poderes represivos en todo el mundo funcionan del mismo modo. No es un loquito policía que te tiró a los ojos, es una institución”, dice.
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¿Qué pasa cuando se deja de ver?
En la camiseta blanca que lleva puesta Golder mientras habla con El Espectador se lee: “El artista está al servicio de la comunidad”. Explica que hace parte de una performance del artista uruguayo Clemente Padín y que “justo tiene que ver con esto”. De repente, la textura de su camiseta cambia cuando camina frente a un proyector y la vista se vuelve sobre las enormes paredes de la sala, en las que aparecen lo que bien podrían ser fotos de la Luna. “Son cráteres volcánicos en Neuquén, en el sur de Argentina”, explica, “cuando vi estos agujeros en la tierra, pensaba que esos cráteres son como los lugares que podrían albergar a estos ojos hasta que puedan volver”.
De inmediato aclara que son figuras poéticas, pero que ella “no quería hacer algo intelectual, sino que quería estar dentro del agujero”, de nuevo, con otra pregunta: ¿Si no hay ojos, a dónde va lo visto? Porque Golder se encontró con que todas las víctimas recuerdan el momento exacto del impacto que los dejó casi ciegos. El arma apuntándoles. El estruendo del disparo. El olor del gas lacrimógeno. Todos los sentidos despiertos en un momento en el que sus vidas fueron transformadas. “Por eso todas las decisiones que tomé”, explica.
¿A quiénes mutilan?
Organismos humanitarios han concluido lo mismo que Gabriela Golder sobre el propósito de estos disparos: se pretende dejar una huella. “Estar con un parche, con un ojo de vidrio, una prótesis, que es para siempre y significa que estuviste en un lugar”, dice la artista. De hecho, en una de las salas, los visitantes van a escuchar, sin mayor edición, los relatos de las víctimas que ha dejado en Colombia esta práctica de cegar a los manifestantes. Esa pieza la llamó Un dolor que recuerda por qué duele. “Un dolor en el ojo, que sigue doliendo y que recuerda que duele porque alguien me tiró. No fue un accidente”, añade.
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Hablando con ellos, comenzó a encontrar patrones: “Son jóvenes que se estaban manifestando, entre los 17 y 25 años. Alguno de los chicos me decía que además le quitaron el ojo izquierdo, y no en todos los casos es así, pero se ve que no tiran a todos los ojos, no mutilan todas las ideas”. Aprendió también sobre el sistema de salud. A una de las víctimas, por ejemplo, le negaron la atención porque su EPS no cubría estar en una protesta. A otro, ensangrentado en el hospital, le dijeron que tenían prioridad las mujeres embarazadas. Otro no ha podido tener acceso a una prótesis y otro más la tiene, porque su caso fue visible y un congresista le ayudó.
¿Quién puede arrancar los ojos?
Gabriela Golder se para nuevamente en el centro de la sala principal de Fragmentos y va explicando de dónde son las imágenes a medida que pasan: “Estas imágenes que parecen las cruzadas son de Hong Kong. Esta que se ve muy oscura, con una luz arriba, la saqué de YouTube. Era una chica que decía: ‘parece que nos están persiguiendo’”. No es un campo de batalla, son las calles de París, Beirut, Hong Kong y Bogotá. De repente, al lugar lo inunda una voz que, pregunta gritando: ¿Nombre y cédula? “Este es el único sonido documental que utilicé. Cada vez que lo escucho se me pone la piel de gallina”, dice Golder. Es la policía llevándose a un joven lleno de miedo en el paro de 2021.
“Estas imágenes son de los medios de comunicación y queda clarísimo que todo depende del montaje, porque fueron mostradas de un modo tal que gran parte de la sociedad apoya a las fuerzas represivas”, explica. Por eso, la exposición también busca revertir esa relación. Hace que el público mire a unas víctimas que ya no pueden ver y que ya no son esos “vándalos”, como le dijeron ellos mismos a Golder que fueron llamados. Ahora, ella tiene claro que su arte no pretende “dar la palabra”, sino que lo que quiere es decir: “estas personas están acá, mirémoslas, escuchémoslas”.
Tampoco pretende que Arrancar los ojos detenga el patrón de los traumas oculares en las manifestaciones. Su intención es más sincera: “El arte no tiene el poder de transformar, pero tiene, seguro, el poder de conmocionar, de abrir, de hacer danzar, de emocionar y, con todo eso, generar el deseo de transformar. Es decir, yo espero, que alguien que esté aquí no salga inmune. Que le hayan pasado cosas”.
Fragmentos, Espacio de Arte y Memoria: Carrera 7 n.º 6b-30, Bogotá. Martes a domingo, de 9:00 a.m. a 5:00p.m. Entrada gratuita.