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La Selección Colombia de fútbol nos tuvo a dieta 16 largos años. Tres mundiales sin clasificar es como un régimen sin carne y sin postre que dura demasiado tiempo.
Los adolescentes no tienen recuerdos de un equipo colombiano jugando un Mundial; los viejos éramos jóvenes cuando nos tocó la última vez. Para llegar al fin a Brasil tuvimos que cometer, antes, muchos errores muy graves: un técnico tirano, una golpiza a una mujer, un entrenador tan desordenado como despelucado, una Federación que se empeñaba en poner las condiciones a los técnicos (cuando debía ser al contrario), y finalmente un tuit acertado del Presidente Santos, que impulsó las negociaciones a favor del técnico que al fin nos llevó al Mundial: José Néstor Pékerman. Pero vamos por partes.
Jorge Luis Pinto pensó que los jugadores colombianos iban a enderezar su índole desaforada y festiva con maltrato criollo y disciplina germánica. En el desespero de tener equipos que jugaban bien, pero eran incapaces de marcar goles, Colombia tuvo 17 nóminas distintas y convocó a 97 jugadores en busca de unos resultados que no llegaban. El régimen militar de Pinto no dio resultado. Cuando al fin el Bolillo Gómez quiso organizar una nómina estable (así fuera con algunas roscas de gente de la Federación), una mala noche se pasó de tragos y en un ataque de ira lo perdió todo: prestigio, nombre, esposa, plata y la dirección técnica del equipo nacional. Para acabar de ajustar el vicepresidente de la Federación, Álvaro González, dijo que si un hombre le pegara a otra mujer, y citó a una política, la gente aplaudiría. Ante estas burradas llegó el tuit de Santos: “Federación de Fútbol debe escoger el mejor técnico; no debe descartarse un extranjero. Si para ello se requiere de nuestro apoyo, lo tiene.”
Fue entonces cuando se hizo el primer contacto para contratar a Pékerman. Ya antes habían intentado con Marcelo Bielsa y con Paulo Autori, pero con ellos no hubo acuerdo por cuestiones de plata. Lo de Pékerman estuvo a punto de caramelo, pero se frustró porque algunos directivos de la Federación todavía querían ponerle reglas al técnico y mantener la influencia manejando al menos una de las dos riendas del equipo nacional. Pretendían, por ejemplo, imponer un asistente de su confianza -Leonel Álvarez- y sugerir jugadores de equipos nacionales, en los cuales parecían tener intereses comerciales, pues se sabe que jugador convocado es jugador que sube de precio en el mercado internacional. Pékerman se ranchó y les puso los puntos sobre las íes: “Yo solo trabajo con mi gente y convoco a los jugadores que me parece que responden a la idea táctica del equipo que quiero”.
No hubo acuerdo y encargaron a un Leonel Álvarez con muchas ganas y muy poca experiencia. A este en general no le caían bien los colombianos que jugaban en Europa, por aliñados, y prefería la rosca nacional. A Falcao lo puso inicialmente en la banca. Si no es porque lo mete en los últimos 12 minutos contra la débil Bolivia, nos venimos de La Paz con un empate. Menos mal que Falcao mete el gol de la victoria en el último minuto. Pero luego empatamos con Venezuela, en Barranquilla, y, después de menospreciar a Messi como “un jugador común y corriente”, perdimos de locales con Argentina. Ante la derrota, el técnico Álvarez se escondió, sin siquiera ponerle la cara al público ni a los periodistas, lo cual fue muy mal visto. La crisis se precipita y la Federación llega a un acuerdo con Gerardo el Tata de Martino, pero cuando solo falta la firma, el hoy técnico del Barça se arrepiente, aduciendo que los hinchas de su equipo argentino, el Newell’s Old Boys, no lo dejaron ir. En la Navidad del año 2011, hace dos años, la Selección Colombia estaba sin técnico y con pocos puntos.
Como el tiempo era apremiante, el ambiente fue propicio para que Pékerman pudiera poner sus propias condiciones. No tanto las económicas, que estaban incluso por debajo de otros extranjeros, sino las técnicas. Pékerman ya había estudiado el caso colombiano, había “leído” su situación y sus jugadores, y tenía una idea clara de lo que debía hacerse, sobre todo desde dos puntos de vista: la mente de los jóvenes que jugarían los partidos y la táctica del equipo. El 5 de enero del año 2012 se selló el acuerdo y 22 meses después Colombia estaba clasificada al Mundial y todos sus seguidores llenos de confianza y optimismo, aunque sin el triunfalismo absurdo de otras ocasiones en que clasificamos. Colombia, que para la guerra y el proceso de paz se ha vuelto más reflexiva y más escéptica (en cierto sentido más seria), así también para el fútbol ya no vive en el péndulo de la depresión o el entusiasmo, sino en la concentración del trabajo que busca unos objetivos y unos resultados.
El gaucho judío
Y así llegamos al hombre que le ha dado y enseñado al equipo de Colombia -y por ahí derecho a muchos colombianos- seriedad y confianza, serenidad y aplomo. Gracias a este argentino la Selección tiene ahora un modo de ser más reflexivo y pausado, menos dicharachero y desafiante, quizá menos alegre, pero más efectivo, más confiado en el ataque y más práctico en la defensa.
José Néstor Pékerman nació en 1949, y vivió en su provincia, Entre Ríos, hasta los doce años. Es hijo de judíos ucranianos que se instalaron en Entre Ríos, como otros muchos inmigrantes hebreos, a principios del siglo XX, para instaurar allí colonias agrícolas. A este tipo de inmigrantes se los conoce en Argentina como “los judíos gauchos”.
Tal vez sus orígenes no lo expliquen todo, pero este pueblo errante al que Pékerman pertenece tiene una gran capacidad de interactuar eficientemente con otras culturas, y entre sus cualidades está el tesón para trabajar duramente en pos de un objetivo. Además Pékerman conoce la idiosincrasia de los colombianos, nuestras virtudes y nuestros defectos. El hecho de haber sido jugador del Poderoso Dim a mediados de la década del setenta, de haber vivido en Medellín incluso después de tener que dejar su carrera por una lesión de rodilla, de que su hija haya nacido allá y que su esposa, Matilde, se sienta bien entre colombianos, son otros factores que ayudan a que su trabajo sea menos arduo. A esto se añade su jugador veterano de confianza, Mario Alberto Yepes, el capitán del equipo, que por haber jugado tantos años en el River, ayuda a que sus compañeros entiendan también el modo de ser de los argentinos.
Pero hay algo más: a Pékerman no le gusta dejar nada a la suerte; todo lo planea y lo calcula bien, tratando de prever al máximo cualquier casualidad negativa. Para él es fundamental el trabajo metódico y la concentración en los dos sentidos de la palabra: concentración como capacidad de centrar la atención en un objetivo, y concentración como en
Los entrenamientos, el estudio detallado de los rivales, la preparación física y mental, son también privados y casi siempre secretos. En este sentido los métodos del director técnico del equipo nacional se parecen un poco a las conversaciones de paz en La Habana: no puede haber extraños que se metan a opinar y, en últimas, a torpedear el proceso de preparación. Al mismo tiempo, el importante momento histórico de Colombia parece recordar un poco a la Selección de rugby de Mandela que ayudó a consolidar la unidad de la República Surafricana. Sin que soñemos con un triunfo al estilo de la película Invictus, no deja de ser cierto que para el país la buena actuación del equipo nacional tiene incluso efectos políticos benéficos.
Otra clave de los éxitos obtenidos hasta ahora es que en la Selección Colombia de Pékerman los protagonistas son los jugadores. Es a ellos a quienes más cuida y protege el cuerpo técnico. Al respecto Javier Hernández Bonnet cuenta lo siguiente. Hasta la llegada del técnico argentino, en los vuelos chárter contratados para la Selección, los dirigentes de la Federación de Fútbol eran quienes iban adelante, en la zona de primera clase, y los jugadores, muchas veces extenuados después de un partido, tenían que apeñuscarse atrás en clase turista y sin siquiera poder dormir por las preguntas y el ruido de los periodistas, o por las libaciones y celebraciones de los invitados especiales. En la nueva era, Pékerman puso una condición: en ejecutiva van los que hayan estado en la titular en el último partido. Luego, en varias sillas juntas vacías (para que puedan estirarse), los demás jugadores. Detrás de ellos, todo el cuerpo técnico y de ahí hacia atrás, los dirigentes, los periodistas y los invitados especiales, con una condición: no pueden pasar adelante a molestar y quitar las horas de descanso a los jugadores.
Incluso más que la táctica, a Pékerman le gusta trabajar la parte mental de su equipo, y para esto tiene contratado a un psicólogo deportivo, Marcelo Roffe, autor de algunos libros sobre el tema. Como dice el mismo Hernández Bonnet, Roffe “no vino a Colombia a enseñarle a Falcao a meter goles ni a Cuadrado a gambetear rivales, pero sí a ayudarles a manejar la ansiedad, a dominar la inseguridad que producen las malas rachas, o cuando los éxitos intoxican”.
Hay otras pequeñas decisiones técnicas de Pékerman que parecen insignificantes y que en cambio se traducen en resultados tácticos o anímicos importantes. Dos botones de muestra: el buen portero David Ospina acostumbraba vestirse de rojo. Para Pékerman y sus asesores, ese era un uniforme equivocado pues el equipo contrario -sin levantar siquiera la vista- sabía siempre dónde estaba situado el arquero, en el área o en la portería. Por eso lo obligó a vestirse de gris y, como explica don Javier, “curiosamente el día que menos se veía el portero fue el día en que más se notó. El triunfo de Colombia fue construido con sus espectaculares atajadas”.
Otro detalle: le entrega el número 10 a un joven jugador, James Rodríguez. Es el número de Pelé, de Maradona, de Messi. “Cualquiera podría pensar -cito siempre a JHB- que el número no juega. Pero hay camisetas que representan liderazgo y respeto”. Con eso le dio a Rodríguez un suero infalible de confianza en sí mismo.
Por último tenemos a todo el equipo técnico que Pékerman trajo a Colombia para ayudarle. Pékerman escoge a sus asesores con el mismo cuidado con que se sabe rodear de buenos jugadores. Tiene, por ejemplo, un ex periodista y espía formidable, Gabriel Wainer, que se pasa las horas recogiendo información sobre los equipos rivales. Hace inteligencia, graba partidos, edita los videos, sabe escoger lo fundamental para que los jugadores no se cansen estudiando a los contrincantes. Otros asesores que acompañan a Pékerman son Néstor Lorenzo en el esquema defensivo, el Pato Camps, como estudioso de las defensas contrarias yEduardo Urstasún, el preparador físico, y hombre capaz de espantar a todos los intrusos durante los entrenamientos. A estos se unen dos colombianos: el médico Carlos Alberto Ulloa, y el entrenador de porteros, Eduardo Niño.
Los colombianos hemos aprendido a querer a Pékerman porque fue capaz de devolvernos la confianza en el fútbol nacional. Clasificar ha sido ya una gran recompensa para más de tres lustros de frustraciones futbolísticas a nivel de la Selección. De esta no nos esperamos que gane el próximo Mundial (aunque en el fondo todos soñamos con que se acerque más que nunca a este objetivo final), ni de Pékerman queremos que dé nada distinto a lo que ya nos ha dado: serenidad, método y trabajo duro. De Brasil la Selección Colombia de Pékerman no tiene que volver victoriosa. Aun si vuelve derrotada lo que sí nos esperamos es que, si pierde, pierda después de haber luchado en el campo con todas sus fuerzas, con toda su concentración y todo su entusiasmo.
Cuando jugaba en el Dim, a Pékerman le decían hormiguita por su manera de ser, infatigable y laboriosa. Esa cualidad la sigue teniendo como técnico: una hormiga silenciosa pero efectiva, que hace soñar a todo un país. No es solo la suerte, sino sobre todo el trabajo lo que produce resultados. Y si no los produce, en la victoria o en el fracaso, la satisfacción estará en no haber escatimado esfuerzos para obtener otro resultado. Toda Colombia confía en que este argentino, este “judío gaucho”, nos hará jugar el mejor Mundial de nuestra historia, bien sea perdiendo, pero siempre luchando, y ojalá ganando.
* Este artículo no habría podido escribirse sin la asesoría personal de Javier Hernández Bonett y sin los datos que aporta su reciente libro, ‘Colombia es Mundial, los secretos de la clasificación’, publicado por editorial Planeta.