Barras futboleras: una mirada más allá de la violencia
Luisa Fernanda Orozco
El fútbol es un escenario que congrega rivalidades, no solo entre equipos sino entre quienes están inmersos en las barras y cuya identidad está orientada, en gran parte, por el equipo al que defienden. En Colombia y el mundo, a lo largo de los años, los integrantes de las llamadas “barras bravas” —término que para algunos investigadores está entrando en desuso— han protagonizado desmanes y peleas que en muchos casos han dejado personas heridas o muertas.
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El fútbol es un escenario que congrega rivalidades, no solo entre equipos sino entre quienes están inmersos en las barras y cuya identidad está orientada, en gran parte, por el equipo al que defienden. En Colombia y el mundo, a lo largo de los años, los integrantes de las llamadas “barras bravas” —término que para algunos investigadores está entrando en desuso— han protagonizado desmanes y peleas que en muchos casos han dejado personas heridas o muertas.
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Para investigadores como Rafael Jaramillo Racines, coautor del libro Fútbol y barras bravas, las barras son organizaciones que se dan en el marco del apoyo a un equipo de fútbol. John Alexánder Castro-Lozano, magíster en Estudios Sociales y sociólogo, comenta que la noción de barras bravas se debe usar para hacer referencia a Grupos Organizados de Hinchas (GOH) que promueven espectáculos festivos y se involucran en enfrentamientos.
La inquietud que surge es si lo único que generan las barras es violencia. Se debe ver el contexto antes de procurar resolver esa pregunta, así como conocer las diferencias conceptuales entre las barras tradicionales y las populares; entre otros aspectos.
“Si uno quiere conocer a una sociedad latinoamericana, siempre he dicho que se tiene que hacer tres cosas: ir a un barrio, comer la comida que ahí ofrecen o asistir a un partido de fútbol”, dice Steve García, docente de la Universidad Nacional.
Debe partirse, también, de una diferenciación: un hincha es a quien le gusta un equipo y lo anima, mientras que quienes pertenecen a las barras son grupos organizados con una estética: canto, vestimenta y actividades.
Luisa Fernanda Arenas y Alejandro Sánchez Lopera* —investigadores del Observatorio de Participación Ciudadana (IDPAC) — mencionan (en un texto que se podrá leer completo en nuestra página web) que tanto en el aspecto analítico como de intervención en terreno, el equipo ha enfrentado diversos prejuicios que giran en torno al impreciso término “barras bravas”. En lugar de ahondar en esa imprecisión, nos interesa plantear esa relación entre fútbol y violencia en términos de participación política.
A partir de esa reflexión, afirman que en el marco de la afición por el fútbol emergen diferentes expresiones asociativas, entre las cuales las más reconocidas son las barras futboleras que, a su vez, se dividen en barras tradicionales y populares. Uno de los criterios de división es la composición etaria de sus integrantes, siendo las tradicionales en su mayoría barras de adultos, en contraste con las barras populares —al menos en sus inicios—, en las que la totalidad de sus miembros eran jóvenes; otro criterio es la relación entre la pertenencia y la identidad, pues como afirman David Aponte, Diana Pinzón y Andrés Vargas (2009), “el sujeto que es parte de las barras tradicionales se identifica como hincha del equipo y no como perteneciente a un grupo social”.
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Las barras populares, añaden Arenas y Sánchez, se distinguen por la inserción de prácticas festivas que fueron denominadas “nuevas formas de alentar” por quienes hicieron parte de esa transición (ver los partidos de pie y alentar los noventa minutos), así como la defensa del honor del equipo adoptando prácticas violentas, lo cual fue decisivo para separarse de las barras tradicionales. También está la ocupación de tribunas en el estadio: mientras que las barras tradicionales históricamente se han ubicado en las tribunas oriental y occidental, las barras populares ocupan las laterales norte y sur.
Según la investigadora Sandra Milena Restrepo Castaño, el origen de las barras bravas colombianas data de 1989, cuando aparece La Putería Roja, del Deportivo Independiente Medellín, y El Escándalo Verde, seguidores del Atlético Nacional. Entre 1989 y 1997 se inició el auge de las hinchadas. Durante estos años aparecieron decenas de barras como: Ultra Verdes (1996), Barón Rojo (1994), Los Hijos del Sur (1990) y Blue Rain (1992), entre otros. Una división de esta última cambió su nombre por el de Comandos Azules, que apoya al equipo bogotano Millonarios.
Steve García menciona un elemento importante en este entorno: que las barras en Colombia se han tejido con su propia identidad, como la disputa por el territorio de las tribunas de los estadios. “Un elemento general del barrismo colombiano es el regionalismo. La prensa ha tenido un papel fundamental. Por ejemplo, la prensa bogotana decía que los jugadores paisas no jugaban bien y viceversa. Y así se repetía con otros medios del país”.
“La violencia no es propia de la barra”
Para explicar apenas parte del origen del problema derivado de la violencia de los hinchas en el fútbol colombiano —y que en este artículo no alcanzamos a ahondar—, El Espectador habló con Daniel Corleone, director de Cartel Rekebra, quien fue integrante de una barra brava o popular. Dice que “la violencia no es propia de la barra como tal, sino que es una transformación de la violencia social que hay en los barrios por falta de oportunidades educativas y laborales. En ese entorno adverso los muchachos se pegan a lo primero que encuentran y es en la barra de un equipo de fútbol donde halla amigos y una familia; y eso lo convierte en excusa para matar al otro”.
Una visión que parcialmente coincide con la expuesta por Natalia Sánchez Álvarez, experta en derecho de seguro, quien relata que “en muchas circunstancias los jóvenes están amenazados por situaciones propias de su medio y se sienten más seguros en este tipo de agrupaciones. Finalmente, el abuso de alcohol, las drogas o incluso el desempleo, son agravantes que generan una mayor probabilidad de actuaciones violentas por parte de las barras bravas”.
Corleone recuerda que Comandos Azules fue la primera barra brava del país, pionera en traer el folclor futbolero a Bogotá. “Fue la primera barra brava del país porque barras ya había, pero barra brava popular que se tomara una tribuna popular, saltara y brincara era nuevo en esa época. Esa barra se fundó en 1992”.
“Era una cosa diferente. Había humo, banderas, música, cantos. Obviamente había violencia, pero con un punto de vista más subjetivo porque a veces la Policía es la que incita a la gente a que se alborote en medio de un ambiente tranquilo que a los uniformados no les gustaba y empezaban a darle bolillo a la gente”, asegura Corleone.
Precisamente, una de las primeras sentencias administrativas que castigó el uso desmedido de las armas por parte de la fuerza pública dentro de los estadios del país fue proferida por el Consejo de Estado el 6 de febrero de 1986, cuando condenó a la nación a indemnizar a la familia de un hincha asesinado en el estadio Alfonso López, de Bucaramanga, durante un partido entre el equipo local y el Júnior de Barranquilla celebrado el 11 de octubre de 1981, cuando 48 soldados dispararon 370 cartuchos calibre 7,62, y tres de los proyectiles hicieron blanco en el cuerpo de Luis Hernando Ortegón Ariza.
En esa ocasión el máximo tribunal de lo contencioso administrativo concluyó que “hubo exceso en los medios utilizados para contener los desórdenes. No existe prueba indicativa de que las circunstancias, por extremas que fueran, obligaran a la fuerza pública a utilizar los medios referidos”.
Por su parte, Los del Sur es la barra brava más reconocida del Atlético Nacional. A lo largo de la historia, con sus cantos y batucadas, han encabezado titulares de medios de comunicación por noticias positivas y negativas: desde encuentros populares en barrios periféricos de Medellín hasta peleas con integrantes de barras de equipos contrarios que han terminado en hechos fatales, como ocurrió en 2007 cuando un joven de la barra Los del Sur asesinó a un hincha del Independiente Medellín en una disputa baladí, por asuntos de fútbol, que le costó una condena a trece años de prisión.
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Lo positivo
Para Corleone, en torno a las barras hay un interesante trabajo social y cultural. “Lo que pasa es que la televisión y los medios de comunicación siempre se han enfocado en la violencia, pero hay bastante para contar y escarbar”.
Por ejemplo, hay barras que internamente trabajan en vínculos de convivencia. “Mucha gente no lo sabe, pero hay un trabajo a nivel nacional de mesa de barras en las que están líderes de todas las barras buscando acuerdos (…) y desde el Gobierno hay unos enfoques para las barras, una especie de reeducación con cursos, poniéndoles tareas a quienes no trabajan. Y son ideas buenas, porque la mayoría de los muchachos no tienen trabajo ni estudio y hay actividades de acuerdo al talento de cada cual, como al que le gusta pintar o hacer música pues los mandan a cursos para que no peleen”, explica Corleone.
Y la música, dijo la fuente consultada, “funciona al pie de la letra por aquello de que calma a las bestias y la gente está más alegre”. En ese contexto de buenas prácticas, Corleone cuenta que hace diez años se hicieron proyectos con la Filarmónica y formaron muchos muchachos músicos. En Medellín hay barras con 150 músicos formados y tienen escuelas con instrumentos.
Por la misma línea, Steve García dice que a lo largo de los años ha surgido el concepto de barrismo social. Por ejemplo, según García, las barras del Nacional, que son muchas, han reconocido la necesidad de bajarse del regionalismo. “Ellos quieren comenzar a reconocerse como el equipo del país. Sus líderes han comprendido que no es responsable dar cualquier mensaje o dejar que se sigan alimentando códigos de violencia en el fútbol”.
Corleone lamentó que en Bogotá, en algún momento, hubo mano dura contra las barras y hasta prohibieron la entrada al estadio de banderas e instrumentos. “Quitarles la música y las banderas hace que el ambiente sea más hostil. Deben castigar al que cometió un error y dejar que el carnaval siga. Al final, la idea es que haya más fiesta y menos violencia”.
A fin de cuentas, García afirma que “si hay algo que posibilita el estadio y la barra es la manifestación en masa. La gente puede gritar cosas que en soledad no haría, y eso es sentido de comunidad”.
*El texto citado puede consultarse en ?outputType=ampi>www.elespectador.com, bajo el título: “Barrismo, o las nuevas formas de habitar el fútbol”.