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Las espadas de Bolívar

No es una como la gente cree. El Espectador descubrió el rastro de once, entre originales y réplicas, en Colombia y Venezuela. El M-19 no responde por la vaina de la espada que se robó ni por los espolines y los estribos del Libertador.

Nelson Fredy Padilla
13 de febrero de 2010 - 09:00 p. m.
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Hay que ir a verlas para comprobarlo: más que el efecto del mito, las espadas del Libertador son inspiradoras para quienes se acerquen a ellas, sean poderosos, artistas o ciudadanos comunes y corrientes. Entre las dedicatorias del libro de visitantes ilustres de la Quinta de Bolívar en Bogotá —en todos los idiomas, incluidos el chino y el persa— aparece el mensaje emocionado de Álvaro Uribe Vélez, quien el 7 de agosto de 2005 fue a rendir “mi homenaje sencillo al Libertador”, a renovar el compromiso “con miras al 2019”. Más atrás, 15 de marzo de 2001, aparece la firma de Hugo Chávez Frías al final de un mensaje en el que cuenta que vino a “recargarse de historia y de fuerzas” y termina con las exclamaciones: “¡¡Montados en esta nueva ola bolivariana que resucita!! Por siempre, con Bolívar. ¡¡A la carga!!”. Daniel Castro, el director del museo, recuerda que habló con el presidente de Venezuela de los detalles de las armas.

Un grupo de estudiantes del colegio Abraham Lincoln corren hacia la fría habitación de piso de baldosas y esteras donde dormía “don Simón”. El sable de combate y la espada de gala reposan al pie de la cama, cerca de la bacinilla. Titilan cruzados sobre dos baúles marcados con taches que forman las letras SB. Los niños preguntan si una de esas fue la que se robó la guerrilla esta semana y que mostraron en los noticieros —las Farc anunciaron el lunes vía internet que “recuperaron” en cercanías de Santa Marta “la espada de combate del Libertador Simón Bolívar”—. ¿Podemos tocarlas?, insisten los niños, que toman nota de una de las pistas que deben descubrir para ganar puntos en el “rally bolivariano”, juego con que el museo logra interesarlos en la historia del prócer. El guardia de seguridad de Serviconfor les responde que no. El único autorizado para moverlas es William Gamboa, el conservador de las réplicas de los originales. Con guantes blancos las pone a disposición de la cámara de El Espectador. Un ventarrón trae del Jardín Bolivariano que rodea la casa aromas de eucalipto, menta y cidrón.

Tema de presidentes

La importancia que le da el mandatario de Colombia a la espada de combate de Bolívar trasciende lo simbólico. Una vez fue devuelta por la extinta guerrilla M-19, en febrero de 1991, había estado bajo salvaguarda en el Palacio de Nariño durante los gobiernos de César Gaviria, Ernesto Samper y Andrés Pastrana. Uribe ratificó la decisión de conservarla en una bóveda del Banco de la República, a la que este diario pidió acceso, pero el gerente técnico del banco, Gerardo Hernández, explicó que sólo se podría ver una vez levantada la cadena de custodia ordenada desde la Jefatura de Estado. “Está junto a los dólares de Chupeta”. Al describir su despacho, Uribe dice con orgullo: “en la pared contra la cual está el escritorio del Presidente de la República, hay un cuadro del Libertador Bolívar: la espada al servicio de la virtud”.

De la obsesión de Chávez por la espada de gala del Libertador doy fe porque a finales de 1998, días antes de asumir el poder, la evidenció durante una larga entrevista para la ahora clausurada revista Cambio. Era la 1:30 de la mañana. Tras un largo día de campaña por las barriadas caraqueñas acababa de llegar con su esposa María Isabel al apartamento de clase media que les prestaba un amigo. Como abrebocas de nuestra charla improvisó un discurso de media hora en la sala, parado frente a un óleo en el que Simón Bolívar luce el arma que le regalaron en Lima después de la última batalla por la libertad de Perú. Con la misma energía que le había visto 12 horas antes en la plaza pública, denunciando un supuesto intento para asesinarlo con una jeringa cargada de veneno, me aseguró en tono de proclama que en el Palacio de Miraflores empuñaría esa espada, entonces bajo custodia en el Banco Central de Venezuela, para “liberar a Venezuela de la oligarquía”. Luego se sentó dos horas a explicarme por qué no iba a convertirse en dictador.

Cumplió lo de la espada: el pasado 4 de febrero la exhibió por primera vez en público dentro de su vaina de oro macizo de 18 kilates, con la empuñadura de 1.433 diamantes, rubíes y esmeraldas. Admitió que la hizo sacar de la bóveda porque no pudo resistir más la tentación de “tenerla conmigo”. El sábado 6 desenvainó la hoja de acero. Entre el brillo de sus filos se puede leer: “Unión y Libertad”. La levantó para tomarles juramento a 2.400 jóvenes adeptos a sus políticas de izquierda y para condenar las crecientes marchas estudiantiles en protesta contra su régimen de más de diez años. Los amenazó: “Si nos buscan por el camino de las armas, aquí estamos con la espada de Bolívar dispuestos a batirnos por la revolución”. Con razón cuando Gabriel García Márquez escribió en Cambio, en 1999, “El enigma de los dos Chávez”, dejó en claro que no sabía si había entrevistado a un déspota o a un ilusionista.

El efecto del acero

Con la complicidad del poeta Álvaro Mutis, el Nobel de Literatura también hizo ficción con el “halo mágico” de las espadas libertadoras. En El general en su laberinto, cuando uno de los personajes hace una oda a las glorias del general, el propio Simón Bolívar, ya en preagonía, le sopla estos versos: “El brillo de su espada/ es el vivo reflejo de su gloria”. Claro que una cosa es una espada en las manos del Libertador y otra en las de Chávez. El “torrente secreto que circula debajo de la piel” en uno refleja autoridad y en el otro autoritarismo. Chávez no tiene “ímpetu de delfín” ni “cuerpo desmedrado” para el que parecían hechas las espadas. Todo lo contrario. Tampoco tiene el caminado del combatiente que dibuja Gabo en la novela: “las piernas cazcorvas de los jinetes viejos y el modo de andar de los que duermen con las espuelas puestas, y se le había formado alrededor del sieso un callo escabroso como una penca de barbero, que le mereció el apodo honorable de Culo de Fierro”. Y si vamos a hablar de destreza, parece muy difícil que Chávez maneje espadas como su héroe, con la mano izquierda y con la derecha, ambidiestro incluso a la hora de afeitarse con la navaja barbera.


Mando. Poder. Ambición. Otros de los sentimientos que generan desde el siglo XIX los filos y aceros del Libertador, convertidos en leyenda desde que juró no dejar de empuñarlos hasta conseguir la libertad de los pueblos latinoamericanos. ¿Oportunismo? El interrogante nace de por qué las Farc deciden exhibirla como un trofeo si antes de que el M-19 robara el sable de batalla de Bolívar el 14 de enero de 1974, le ofrecieron a la guerrilla de Tirofijo dar el golpe publicitario en la apacible y colonial Quinta de Bolívar de Bogotá y la respuesta fue que quedarse con una pieza de museo no serviría para nada.

Ahora parece convenirle atribuirse una operación similar en busca de seguidores y de reivindicación nacional e internacional. Expertos en arte e historia como Daniel Castro, que han tenido originales en la mano, opinan que es imposible determinar si esa fue o no un arma del Libertador, porque Bolívar usó muchas en tres décadas de milicia y acostumbraba regalarlas luego de cada batalla a sus amigos y ayudantes de campo.

García Márquez advirtió, en la realidad y en la ficción, que todo lo de Bolívar es contradictorio e incierto. Él, por ejemplo, cuenta en la novela que su última voluntad testamental fue que se restituyera a la viuda de Antonio José de Sucre la espada de oro con incrustaciones de piedras preciosas que el mariscal le había regalado.

En cuanto a las historias de robos de símbolos bolivarianos, son tan viejas como las reliquias. El general en su laberinto habla de que al prohombre le arrancaron ocho botones de oro forjado de Atahualpa de la casaca de guerra “en la confusión de la muerte… mientras fue expuesto en cámara ardiente su cuerpo embalsamado”. Perdidas también quedaron las dos pistolas para duelos de amor del general Lorenzo Cárcamo, que Bolívar le regaló antes de morir al teniente Nicolás Mariano de Paz.

Los historiadores sonríen al advertir que esto es “ficción histórica” del realismo mágico y revelan que de lo robado por el M-19 en 1974 nunca aparecieron ni la vaina de la espada de combate, ni los espolines y los estribos del Libertador. Esa guerrilla alcanzó a mostrarlos a la prensa por medio de una foto en la que se ven junto al arma y sobre una bandera de Suramérica, pero nunca los devolvieron. Daniel Castro, el director de la Quinta de Bolívar, dice que les ha preguntado a Antonio Navarro Wolf y a Vera Grabe por los objetos y ninguno sabe qué pasó con ellos.

En la Quinta el agua de las fuentes cercanas fluye en calma como los visitantes, como la energía imperceptible de las espadas. Pasó Navarro, también firmó el libro de visitas y dejó dos frases: “Bolívar, tu espada en pie de lucha, decíamos. Bolívar, tu espada en reposo es la mejor garantía de que la paz es irreversible”. Sin embargo, es Chávez y son las Farc los que ahora se resisten a deponer las suyas y hasta se valen del canto de Neruda para Bolívar: “Otra vez entre pólvora y humo tu espada está naciendo”.

John Lynch, director del Instituto de Historia de América Latina en la Universidad de Londres y autor de Simón Bolívar, el más reciente libro crítico sobre el prócer, lamenta la beligerancia venezolana representada por “un régimen populista del siglo XXI que ha buscado legitimarse políticamente aferrándose a Bolívar como a un imán, una víctima más del hechizo del Libertador”.

Pasó antes de morir el maestro Enrique Grau, porque quería verlas así fuera con la bala de oxígeno a cuestas. Pasan por aquí 120 mil personas en un año, la mitad estudiantes. La mayoría sin abolengo. El museo se ha transformado y permite desde performances artísticos hasta conciertos de música tecno para que la historia de Bolívar sea leída de otra forma por las nuevas generaciones.

Los últimos registros autográficos, en diciembre de 2009, son de los príncipes de Bélgica, Astrid y Lorenzo, y de una comitiva venezolana que conmemoró la muerte de Bolívar el 17 de diciembre. Todos se preguntan apenas un instante por la suerte de las espadas. Qué importa. El Bolívar real sabía que al declinar su espada declinaba su poder, y que el destino de su símbolo de lucha era el azar. Le escribió en 1829 al irlandés Daniel O’Leary, su amigo estratega: “yo conozco que la actual república no se puede gobernar sin una espada y, al mismo tiempo, no puedo dejar de convenir que es insoportable el espíritu militar en el mando civil”. Y el Bolívar desengañado de García Márquez les dijo a todos que una vez le echaran “tres cargas de tierra encima” hicieran lo que les diera la gana con su legado.


La espada de combate y sus dos copias

Inventariada desde 1924, no hay certeza de que haya pertenecido a Bolívar, pero es la que mayor fuerza simbólica tiene en Colombia tras ser robada por el M-19 en 1974. El hijo de Pablo Escobar, Juan Carlos (hoy Sebastián Marroquín), asegura que jugó con ella porque el M-19 se la regaló a su papá por su apoyo en la toma del Palacio de Justicia. Tiene un escudo en relieve de la Gran Colombia, decoración vegetal y las tres estrellas del general. Hoy guardada en bóveda de alta seguridad del Banco de la República. Las que se exhiben en la Quinta de Bolívar en Bogotá y en la de San Pedro Alejandrino, en Santa Marta, son réplicas cuyo molde en silicona fue destruido.

La espada de gala y sus múltiples réplicas

También conocida como la espada del Perú, fue regalada a Bolívar en Lima y el original está en poder del presidente de Venezuela, Hugo Chávez, quien ha regalado réplicas a los presidentes de Paraguay, Bolivia, Haití, Chile, Brasil (Cardoso y Lula da Silva), Ecuador, Argelia, Indonesia, Irán, Nigeria, Qatar, Emiratos Árabes Unidos, Arabia Saudita, Irak y Kuwait. Las entregas más polémicas han sido a los presidentes Robert Mugabe (Zimbabue), Raúl Castro (Cuba) y Muammar Gadaffi (Libia), y al creador del fusil Kalashnikov en Rusia. A Colombia regaló dos réplicas en 2005, una para la Quinta de Bolívar en Bogotá y otra para la de San Pedro Alejandrino, en Santa Marta.

La daga florentina y su vaina

Es un arma que se usaba en la mano izquierda mientras se blandía la espada con la mano derecha. Bolívar era ambidiestro. Es de bronce con baño en oro, tiene grabados con hojas de acanto, de laurel y las iniciales SB en la parte superior de la vaina. El mariscal Antonio José de Sucre se la regaló al Libertador. Luego él se la dio a la señora Carmen de Trigos con un certificado de originalidad y así llegó a la Quinta de Bolívar en Bogotá en 1928, después de ser comprada por el Museo Nacional.

El sable de caballería y su vaina

Habría pertenecido a Napoleón Bonaparte. Su llegada a Colombia se atribuye a Pedro Bonaparte, quien luego de la derrota de Waterloo (1815) vino a ponerse a órdenes de Bolívar. La fabricación es francesa, tiene un pomo en forma de león y la empuñadura de nácar de madreperla. Pudo haber sido usado por Bolívar en la Batalla de Boyacá. Pertenece a la Quinta de Bolívar por donación (1984) de los descendientes de Manuel Ujueta, quien cuidó del Libertador antes de su muerte en Santa Marta y recibió el sable con certificación de Juana, hermana del prócer. Está guardada en la bóveda del Museo Nacional.

Dos espadas de campaña

En la edición especial del ‘Papel Periódico Ilustrado’, el 24 de julio de 1883, se describen dos espadas que le pertenecieron al Libertador. La primera, una de campaña que regaló en 1822 a Rafael Arboleda, partidario de la causa republicana, acompañada de una carta. Estaría en manos privadas en el departamento del Cauca. La segunda, un sable de caballería, que Bolívar regaló al general Rafael Urdaneta, venezolano ex presidente golpista de Colombia (1830). Está en Venezuela.

Espada del general Páez

Bolívar y José Antonio Páez entraron a Caracas en enero de 1827. Este encuentro, idea del Libertador, fue marcado por el regalo a Páez de una espada como símbolo de amistad y para limar las asperezas que su comportamiento había ocasionado. Poco tiempo después, Páez lideraría la separación de Venezuela de Colombia y, por ende, la disolución de la Gran Colombia.

El bastón de mando

Es una de las piezas de mayor valor que guarda el Museo Valencia de la ciudad de Popayán. Fue regalado por Bolívar a Bartolomé Castillo, uno de sus históricos ayudantes de campo. El Espectador llamó a confirmar su origen y especificaciones, pero se informó que por ser un objeto tan valioso cualquier solicitud se debía tramitar por escrito.

Por Nelson Fredy Padilla

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