Las palenqueras en los barrios populares, ¿en vía de extinción?
Las vendedoras de frutas y dulces ya no se observan en los barrios populares, sino en las zonas turísticas. El oficio se transformó debido a factores económicos, de salud y por la pandemia.
Pilar Cuartas Rodríguez
“¡Alegría, cocada, caballitoooo!”, gritaban las palenqueras para anunciarse a cinco cuadras de distancia en los barrios populares de Cartagena. Al mediodía, con el sol encima y los comensales terminando de almorzar, con grandes palanganas sobre la cabeza, paraban de puerta en puerta. Una escena caribe para el recuerdo porque las palenqueras decidieron irse a las zonas turísticas. Por supervivencia, el oficio tuvo que transformarse.
Gracias por ser nuestro usuario. Apreciado lector, te invitamos a suscribirte a uno de nuestros planes para continuar disfrutando de este contenido exclusivo.El Espectador, el valor de la información.
“¡Alegría, cocada, caballitoooo!”, gritaban las palenqueras para anunciarse a cinco cuadras de distancia en los barrios populares de Cartagena. Al mediodía, con el sol encima y los comensales terminando de almorzar, con grandes palanganas sobre la cabeza, paraban de puerta en puerta. Una escena caribe para el recuerdo porque las palenqueras decidieron irse a las zonas turísticas. Por supervivencia, el oficio tuvo que transformarse.
Las raíces hay que buscarlas en San Basilio de Palenque, primer pueblo libre de América, además declarado Patrimonio Oral e Inmaterial de la Humanidad. Durante muchos años fue también un centro de abastecimiento para la capital de Bolívar. Pero en un año de sequía (1960), decenas de palenqueros se vieron forzados a migrar a Cartagena en busca de trabajo, porque perdieron su ganado y sus cultivos. Para sobrevivir, se volvieron vendedoras de cocadas.
Alfonso Cassiani, palenquero, historiador, rector de la escuela etnoeducativa Antonia Santos, dice que las palenqueras se asentaron en calles vendiendo frutas o dulces típicos, como la cocada y la alegría (hecha de millo, panela y coco). Y lo más impactante siempre fue verlas cargando sus productos en palanganas sobre la cabeza, toda una hazaña de equilibrio después replicada por muchas mujeres cartageneras con baldes, en busca de agua potable.
Al principio las palenqueras no fueron bien recibidas. Eran “lo feo” de Cartagena, las que “hablaban maluco” o “no se vestían bien”. Las élites las rechazaron cuando empezaron a aumentar. Pero, con el tiempo, ellas socializaron su cultura mediante sus atípicas ventas y hasta terminaron asesorando a sus compradoras sobre el cuidado y consumo de frutas. Si alguno les preguntaban por una persona disponible para oficios varios, recomendaban a sus primas o hermanas.
“La calidez y la amabilidad de estas mujeres fueron abriendo puertas y barrios enteros de la ciudad, así que en un momento lo extraño era que no hubiese una mujer palenquera”, recuerda el historiador Alfonso Cassiani para ratificar la propagación de su oficio a través de varias generaciones. Sin embargo, eso cambió de plano recientemente. Las palenqueras ya no van a los barrios, ahora circulan por el Centro Histórico o en zonas turísticas, como Bocagrande.
Shirley Cassiani es palenquera, tiene 37 años y preside la Cooperativa Multiactiva de Palenqueras del Centro Histórico de Cartagena, Hijas de Wiwa (Coopalenqueras). Primero recalca que fue de su mamá de quien heredó el oficio, hace doce años. Ella era caminadora en el barrio Blas de Lezo. Las palenqueras mayores como ella, debido a la edad, poco a poco dejaron las poncheras, pero con ese trabajo proporcionaron estudio a sus hijos e hijas, que ahora son profesionales. Sin embargo, se mantuvo la tradición de las ventas de frutas y dulces.
En opinión de Bienvenida Salgado, palenquera y tesorera de Coopalenqueras, estas mujeres también fueron desplazadas de las zonas populares por los vendedores con carretillas que, gracias a su forma de transporte, pueden vender más variedades de producto a menores precios. “Las palenqueras salieron a buscar el sector turístico”, expresa Bienvenida, cuya madre recorría a pie el centro y el barrio La Esperanza, pero después se ubicó en las Bóvedas, donde armó un puesto que le heredó a su hija, hoy de 55 años.
Las largas caminatas bajo el sol o la lluvia generaron entre las palenqueras mayores diversos problemas de salud. Algunas incluso tuvieron que ser operadas de las rodillas o sufrieron enfermedades de la piel por su exposición permanente al sol. “En las calles de los barrios populares se perdió el oficio, ahora estamos concentradas en el Centro Histórico. Creo que hay más de cien palenqueras. También hay otras que se dedican al peinado”, explica Bienvenida que conoce los secretos de la tradición.
Junto a las palenqueras más jóvenes, se organizaron hace cuatro años en cooperativa. También porque se dio una llegada masiva de palenqueras que vivían en Venezuela, que salieron huyendo de la crisis humanitaria. Hoy son más de sesenta mujeres las agremiadas para defenderse en grupo. Después de la pandemia, solo tres de ellas venden ensaladas de frutas en el Centro Histórico. Dos venden frutas enteras. A las demás les toca tomarse fotos con los turistas. Y esa es la actividad que menos les agrada.
“No me gusta tomarme fotos porque siento como si estuviésemos pidiendo limosnas. Es diferente que el cliente se tome la foto y que se lleve un plato de ensalada, un mango o una cocada”, explica Shirley. Pero desde que se dio la pandemia y cayeron las ventas, son pocos los turistas que quieren comprarles en la calle. De hecho, Bienvenida vende hoy menos de la mitad de lo que vendía antes de la pandemia. Tuvo que hacer jugos y negociar bolsas de hielo. Así que hay que poner buena cara y aceptar las fotos.
Shirley estudió Enfermería durante el confinamiento porque quiere buscar otro trabajo, pero, mientras aparece, continúa vendiendo cocadas en el centro. Por eso asegura que el oficio no desapareció y se mantiene, solo que ahora tiene que desarrollarse en otras zonas. “Yo quisiera que la cultura de las palenqueras en las calles nunca acabara. Mi sueño es que todas las palenqueras estén en el centro en una especie de museo, donde todos lleguen”, concluye Shirley.
Ante la nueva realidad en las calles, ellas adaptan su oficio a las zonas turísticas, pero su petición y la de todas las palenqueras es que no exploten su imagen para fines comerciales y turísticos sin reconocimiento. Una de ellas comenta, por ejemplo, que Isidora, una de las más veteranas palenqueras, siempre dijo que la estatua de una palenquera, hecha en bronce y ubicada en la entrada de Bocagrande, es ella. “Isidora cuenta que un hombre le tomó la foto y le compró un plato de frutas. La estatua tiene sus medidas”, asegura Shirley.
Por ahora ella tiene en curso su propio pleito. De la noche a la mañana, una fotografía con su rostro aparece en varios avisos de la ciudad, acompañada de publicidad: la ha visto en locales financieros, bebidas y aerolíneas. Ella afirma que a nadie autorizó que lo hicieran ni recibió retribución económica. Una abogada ya estudia su caso y seguramente habrá demandas. Entre tanto, como sus colegas, sabe que las palenqueras deben subsistir y mantener viva la tradición, aunque ya no sea con los gritos que se escuchaban a cinco cuadras.