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Autor: Joseph Casañas Follow @joseph_casanas
Son las 7:00 de la noche. Un carro fúnebre cruza el Puente Simón Bolívar. Viene del lado venezolano. Transita despacio. Pese a la hora, aún cientos de personas hacen presencia en el lugar. El vehículo acaba de dejar el cuerpo de un venezolano que murió en Colombia y cuyo último deseo fue ser enterrado en su país. “A Venezuela solo volvemos muertos. Si nos quedamos allá, nos morimos de hambre”, dice una mujer que, mientras intenta calmar el llanto del niño que lleva en sus brazos, observa la escena.
Los miembros de la policía que en el día estuvieron parados a lado y lado del puente, se movilizan hacia el parque de La Parada, el primer corregimiento colombiano que se encuentra después de pasar el puente que une a Colombia con Venezuela. Su misión: no dejar que los venezolanos se queden a dormir allí. Hasta hace unas semanas, los visitantes solían instalar hamacas y cambuches improvisados. Y a medida que se acercaba la hora del cierre fronterizo, prendían fogatas para preparar sopa, arroz, papa y carne. Ya no se les permite hacer eso.
El ambiente es tenso. Pese al cansancio, los cerca de 600 militares y policías que hacen presencia en el lugar están prevenidos, armados y listos para disparar si la ocasión lo amerita. En la zona se tiene detectada la presencia miembros de Clan del Golfo y Los Rastrojos, que no son otra cosa que paramilitares bautizados con otros nombres. Además, con el paro armado anunciado por el Eln, la frontera se pone más caliente. Norte de Santander es uno de los departamentos con más influencia de esa guerrilla, un elemento más de un coctel que amenaza con explotar, si es que ya no lo hizo. Lea también: Crímenes perpetrados por venezolanos aumentan la tensión fronteriza
Los que pueden correr, lo hacen, los que no, porque están pendientes de los niños que llevan a cargo y de las maletas que arrastran por el asfalto, intentan caminar rápido. La frontera se cierra a las 8:00 pm. El sábado 10 de febrero, según Migración Colombia, ingresaron al país unos 35 venezolanos.
Mientras del otro lado de la frontera cinco miembros de la Guardia Nacional Bolivariana se preparan para cerrar el paso, en La Parada se registra una escena casi improbable en un ambiente en el que la masa intenta sobrevivir, en el que solo el más fuerte logrará hacerlo y en el que nadie espera nada de nadie. Unas 15 personas REGALAN, así, en mayúsculas, un vaso de refresco con una pieza de pan.
La gente se acerca con desconfianza. Es imposible no pensar en la posibilidad de que ese líquido naranja sea algún menjurje para drogar a la gente y robarla. Pese a la prevención, se acepta el regalo, en últimas, para muchos, esa bebida y ese pedazo de pan, significa la única comida del día. Y bueno, dicen, tampoco hay mucho que perder.
Un colombiano, Mauricio Miranda, es el creador de esta iniciativa. Todos los sábados, desde hace 15 meses, él y su grupo, llegan a este lugar. Desde las 3:00 pm y hasta las 7:30 pm, regalan refrigerios a los venezolanos recién llegados al país. (Ver Imágenes: la situación del paso fronterizo entre Colombia y Venezuela).
“A veces podemos traer medicina, ropa o zapatos. Pero lo que si ofrecemos siempre es el refresco y el pan”, dice en diálogo con El Espectador. Hoy entregó 400 refrigerios.
“Más que la escasez de comida, está gente llega muy mal del corazón porque entraron en crisis y no todo el mundo es fuerte y preparado para las crisis. De 10, dos tienen la fortaleza para superarla. Entonces llegan afligidos, desesperados, y, sobre todo, desenfocados porque resulta que les dijeron que este era el sueño americano y solo cuando llegan se dan cuenta de que no es así”.
Según el Departamento Administrativo Nacional de Estadística, DANE, Cúcuta terminó el 2017 con la segunda tasa de desempleo más alta del país con un 14.3% y una informalidad que se acerca al 70%.
Claudia, una de las voluntarias con las que trabaja Mauricio, es venezolana. Vive en San Antonio, la primera población del vecino país que está de ese lado de la frontera. Es contadora de profesión y la encargada de comprar los 400 vasos desechables en los que se sirve el refresco. Para poder vivir dignamente en Venezuela, debe esforzarse para rendir en los 3 trabajos que tiene y calcula que, para poder comprar los vasos, debe destinar el 20% de su salario.
En ocasiones, cuenta Claudia, las autoridades de los dos países les ponen problemas para el tránsito. Para cumplir con su misión, deben llevar tres neveras y cuatro galones de agua. “Pero bueno, por la gracia de Dios, últimamente hemos podido explicar lo que hacemos y nos han dejado pasar sin mucho inconveniente”, dice.
Son las 7:30 de la noche. Se acerca la hora del cierre. Del lado colombiano, una funcionaria de Migración Colombia alumbra con la linterna de celular unas hojas que en algún momento del día fueron blancas. Se levanta y se sienta varias veces para ir a mirar el número que marca la registradora por la que pasan los migrantes. Hoy pasaron 35 mil.
Las cifras serán claves para tomar decisiones que el Estado tome decisiones. Martín Santiago, coordinador residente humanitario de la ONU en Colombia, explicó a El Espectador que “se debe tener un registro más concreto de los migrantes para entender sus necesidades en cuanto a alimentación, salud y educación”.
Son las 7:50 de la noche. Las luces del puente se apagan y se prenden, los uniformados de la Guardia Bolivariana empiezan a pitar. Es la hora de cerrar el paso. Los venezolanos que durante todo el día estuvieron trabajando en Cúcuta vendiendo cualquier cosa, corren para no quedarse por fuera de su país. Si eso pasa, no podrán ingresar de nuevo a Colombia.