Caso en la Universidad de Antioquia: ¿Mujeres violentas contra violencia sexual?
La irrupción, hace apenas tres semanas, del grupo amenazante ultrafeminista Acción Clandestina Policarpa Salavarrieta en esa institución educativa de Medellín, en donde se presenta un creciente conflicto de violencia sexual, despertó el asombro de la sociedad paisa. Explicación de dos investigadoras sobre este fenómeno intimidante cuyas integrantes prometen atacar a hombres señalados de ser abusadores. Hablan, también, del conflictivo entorno en donde grupos de activistas buscan soluciones pacíficas.
Argelia Londoño Vélez, autora del libro “Amores que matan, amores asesinos. El feminicidio en Medellín”:
“Ha aumentado la valentía de las denunciantes”
Recientemente se presentaron en la universidad mujeres encapuchadas gritando amenazas contra “los violadores”. Simultáneamente empezó a circular un panfleto de un grupo que se identificó como Acción Clandestina Policarpa Salavarrieta y en el que incluyen una lista con nombres, apellidos y programas en los que trabajan 25 hombres, casi todos profesores, contra los que lanzan frases intimidantes. ¿Qué interpretación le da al surgimiento de este fenómeno de violencia femenina del que no se tenía noticia?
En un contexto de denuncia de violencias sexuales cometidas por personas que ocupan posiciones de poder y que afectan la dignidad sexual de estudiantes jóvenes han emergido diferentes formas de respuesta: durante muchos siglos se contestaba con silencio. Hoy estos hechos dan lugar a formas de organización y de solidaridad, a la palabra colectiva de las mujeres victimizadas. Y también a formas más radicales y extremas de indignación, como el caso que usted comenta. Por supuesto, no estoy de acuerdo con las vías violentas.
Hasta donde se puede saber, ¿qué tipo de chicas llegan al extremo de ponerse capuchas y camuflarse, también, bajo un grupo clandestino y violento? ¿Se trata de antisociales o de jóvenes arrinconadas por la falta de respuestas dignas?
Las dos cosas. Hay mucha indignación que no fue canalizada por vías democráticas y falta de atención institucional. Quizás ellas están cerca de posturas políticas inmaduras. En el panfleto que se repartió en la universidad incluyen un listado de supuestos violadores, casi todos profesores. Debe haber, en ese grupo clandestino, chicas que fueron vulneradas. Pero las vías de hecho que han tomado no son aceptables, porque las víctimas no pueden terminar constriñendo las libertades y derechos de otros, así como se los constriñeron a ellas.
¿Las “policarpas” tienen aceptación en el entorno universitario?
Existe mucho rechazo porque ponen en riesgo el trabajo serio y responsable de los colectivos feministas y terminan deslegitimando la propuesta de una vida libre de violencia. Políticamente, además, las vías violentas desbordan los cauces de las negociaciones y de los consensos que intentan construirse en los distintos estamentos de la universidad.
Parece que la frecuencia, cantidad de casos y gravedad de hechos relacionados con violencias de género ha crecido en la universidad. ¿A qué se debe ese fenómeno?
No tenemos aún cómo saber si los casos de violencia sexual en la universidad han aumentado, porque no existe un registro de agresores que nos permita hacer análisis comparativos. Lo que sí es claro es que hay crecimiento de voces que denuncian, de personas que se suman a la indignación, de espacios de debate y, si se quiere, ha aumentado la autoestima y la valentía de las denunciantes. Se requiere mucho valor para tomar la palabra y declarar públicamente sobre un hecho que hiere la intimidad. Tal vez la institución ha menospreciado los temas de violencia basada en género (VBG).
¿Es posible que haya ensañamiento contra el género femenino? Puntualmente, parece que las figuras masculinas de autoridad, dentro del campus, aprovechan reiteradamente su poder frente a sus alumnas. ¿Es así?
El ejercicio abusivo del poder está respaldado por la autoridad que da el saber, el control de las calificaciones y otros elementos con que cuentan los agresores frente a las agredidas. La sexualidad se ha asociado con la violencia y han convertido la violencia en un dispositivo erótico. La denominada “seducción”, en este escenario, es una trampa patriarcal porque no se asimila a la sexualidad consentida y a una relación en términos de igualdad. Las jóvenes son elegidas por los depredadores sexuales como objetos. Y esto ocurre en todas las formas de violencia sexual. En cuanto a su pregunta, sí, la mayor carga de violencia sexual es padecida por niños, niñas y mujeres muy jóvenes.
¿Es generalizada la actitud abusiva del profesorado?
No. Hay profesores interesados en el cambio y solidarios con las víctimas. Lo que puede estar sucediendo es que la universidad se encuentra en un período de confusión: de una parte, teme a los movimientos sociales que están naciendo en sus aulas, y, de la otra, no comprende lo que está pasando. No tiene una lectura adecuada del problema.
¿La capacidad de denuncia de las jóvenes se mina por el poder de los depredadores o es una situación superada en vista del rechazo social a los violadores?
Creo que sigue existiendo mucho temor. Las chicas son valientes, no se puede dudar. Pero, del otro lado, viven atemorizadas porque sus victimarios siguen allí, sin ninguna sanción en su contra. Las denunciantes requieren protección contra posibles nuevas agresiones y, además, contra el chantaje; como le decía, en las calificaciones y contra el progreso de su carrera universitaria, porque son eliminadas de espacios de formación profesional como las monitorías, la participación en eventos, foros, etc. ¿A quiénes invitan a ser monitoras y a quiénes llevan a los foros? A las que permanecen calladas. Las denunciantes son excluidas.
Entonces, ¿sí puede concluirse que buena parte de los ataques sexuales provienen de profesores y directivos?
Parece que se trata de profesores, básicamente. Los denunciados son docentes en su gran mayoría.
¿Existen movimientos feministas representativos e influyentes en la universidad o esta materia no trasciende la importancia que se les da a otras consideradas “más científicas”?
Hay debates sobre los estudios de género, hay semilleros de investigación, tesis de grado, cátedras, publicaciones, etc. El tema de los feminismos y los transfeminismos es muy frecuente. No obstante, creo que aún le falta impulso institucional a esta materia. Los movimientos sociales como el feminismo, el ambientalismo, el indigenismo, las diversidades, son asuntos que debe abordar la academia con mayor entidad. Hoy existen, con buena salud, una diversidad de colectivos feministas, pero más como forma de autogestión.
***
Paola Posada, coordinadora del Programa de Ciencia Política y defensora de derechos humanos:
“Los grupos violentos (de mujeres) no nos representan”
Como profesora permanente de la Universidad de Antioquia, usted puede dar testimonio sobre las violencias de género que parecen persistir y, más aún, crecer en ese centro de educación. Exactamente, ¿cómo se manifiesta ese fenómeno?
Esta universidad, como tantas otras, se ha instituido sobre una estructura que produce sentidos y formas de poder que discriminan a las mujeres por el hecho de serlo y a quienes retan las normas dominantes de género y sexualidad. Se cristaliza, así, el privilegio de lo masculino heterosexual y, con ello, la desigualdad entre hombres y mujeres. No obstante, la universidad, a su vez, se constituye en un escenario propicio para transformar esa estructura patriarcal para producir sentidos afines a una sociedad justa para todas las personas. La crisis que se vive hoy da cuenta de que esa estructura está cambiando, tras el reclamo y el trabajo conjunto de mujeres, disidencias sexuales y muchos hombres sensibles y conscientes de que el cambio es necesario y urgente.
El grupo violento de mujeres que hizo su aparición hace poco y que se hace llamar Acción Violenta Policarpa Salavarrieta, y la difusión simultánea de un panfleto amenazante contra la vida e integridad de unos 25 hombres, ¿cómo puede entenderse?
La desigualdad y el trato discriminatorio hacia las mujeres y las disidencias sexuales constituyen la raíz de las violencias basadas en género que han estado presentes en todos los espacios de la universidad. Por supuesto que la indignación y el dolor existen en la comunidad académica, especialmente en los cuerpos de quienes han padecido esas violencias. Y no podemos negar la responsabilidad de la institución por no actuar de manera diligente ante la gravedad del problema. Pero nada justifica la violencia: ninguna forma de violencia es coherente con lo que proclamamos las mujeres y las disidencias sexuales: una universidad justa y segura para toda la comunidad.
Entonces, ¿las “policarpas” no representan a quienes vienen trabajando en lograr condiciones de igualdad, de respeto y de seguridad sexual?
Exactamente. De manera reiterada hemos dicho que esos grupos y actos de violencia no nos representan a las mujeres y disidencias sexuales que hemos estado trabajando por erradicar precisamente las violencias basadas en género o cualquier otra forma de violencia.
¿A quiénes representa ese grupo violento? ¿Quiénes son, qué agresiones han sufrido para llegar al extremo de encapucharse, atacar bienes y amenazar a 25 supuestos agresores sexuales?
Son grupos clandestinos y, como tales, no sabemos quiénes son o a quiénes representan. Es muy difícil hablar de personas que no dan rostro. Lo que preocupa es que terminen distorsionando el ambiente, deslegitimando las acciones colectivas de las mujeres y generando zozobra. Todo lo contrario a lo que pretendemos.
Usted es parte de grupos de estudio que se dedican a realizar investigaciones serias y a organizar movimientos feministas. ¿Cómo trabajan y con cuáles resultados?
Contamos con grupos de investigación, cátedras y redes que se dedican a trabajar el tema. A propósito del estallido de los últimos meses, la comunidad universitaria se ha encontrado para debatir, reflexionar y proponer alternativas de solución a la crisis en espacios asamblearios. De ahí surgió la Mesa Multiestamentaria, conformada por estudiantes mujeres, disidencias sexuales, afros, indígenas y docentes de la Comisión de Género, cuyo propósito es trabajar con la administración de la universidad en la implementación de un protocolo y una ruta eficaces para la prevención, atención, sanción y erradicación de la violencia basada en género (VBG), y en la construcción de la política de género.
La institucionalidad universitaria, ¿respeta estos grupos de trabajo o sospecha de sus integrantes?
Trabajar por relaciones más igualitarias, distribución equitativa de los recursos, manejo del poder, reconocimiento de la diferencia y la desnaturalización de las VBG implica remover privilegios, cambiar estructuras y formas de relacionamiento, incluso hacer debates que incomodan. No es fácil. Algunas personas tienen mayor resistencia al cambio, en especial si eso les supone reconocer responsabilidades frente a la crisis que estamos develando. Quienes hemos trabajado en este proceso nos hemos encontrado con hostigamientos y estigmatizaciones por parte de colegas, administrativos y estudiantes. Pero también muchas de las personas nos apoyan.
¿Los casos de violencia sexual, según las denuncias que se han conocido, comprometen a directivos de la universidad o al profesorado?
Las VBG ocurren en todos los espacios y niveles universitarios. Pero si bien se presentan entre estudiantes, debemos reconocer que el lugar de poder que tienen los docentes sobre el estudiantado propicia que entre estos se dé el mayor número de casos, especialmente de acoso y abuso sexual. También las empleadas -no docentes- de la universidad son afectadas por estas violencias, así como las docentes. Hay que tener en cuenta que otras VBG que son recurrentes se expresan en cargas desequilibradas de trabajo y brechas en la planta profesoral y en los altos cargos de dirección universitarios, entre otras.
Aparte de “las policarpas”, ¿existen movimientos ultrafeministas en el espacio universitario?
Conozco el feminismo académico en la universidad, riguroso en el abordaje de sus objetos de estudio; conozco, también, colectivas (término feminista por “colectivos”) estudiantiles de mujeres y disidencias sexuales que trabajan a partir de prácticas comunitarias, populares, participativas e interculturales. Estigmatizar las formas organizativas de mujeres y disidencias sexuales, así como las prácticas académicas feministas, solo contribuye a reforzar la estructura de poder reproductora de las desigualdades.
En consecuencia, ¿niegan la existencia de movimientos extremistas de feminismo como las “policarpas”?
Lo que pasa es que la presencia de las “policarpas” da cuenta de que sí existen. Pero hasta el 19 de septiembre, cuando ellas irrumpieron en los corredores de la universidad, no sabíamos que estaban organizándose. La dificultad que tenemos, cuando se trabaja con un enfoque feminista, es que nos estigmatizan como si todas estuviéramos en ese extremismo. Lo hacen para deslegitimar nuestro trabajo y nuestras metas por una sociedad más democrática y justa.
El siglo XXI parece estar signado por movimientos feministas cada vez más fuertes y afirmativos, desde Irán hasta Colombia y desde el grupo Me Too, en Estados Unidos, hasta Chile. ¿Cree que el género femenino está viviendo una etapa de civilización más evolucionada que los miembros del género masculino?
El paso del tiempo, un mundo cada vez más globalizado y las crisis multidimensionales que enfrentamos nos han hecho más conscientes de esos otros sentidos a partir de los cuales podemos volver a pensar otras formas de relacionamiento diferentes entre las personas y entre estas y la naturaleza, y entre ellas y las culturas. La experiencia de resistencia y lucha de las mujeres, las ancestras (término feminista por “mujeres ancestrales”) y las actuales de las diversas culturas, resultan ser referentes fundamentales para construir otro tipo de sociedades.
¿Qué es el grupo Policarpa Salavarrieta que surgió en la universidad de Antioquia?
Un video de pocos segundos pero contundente en sus imágenes y palabras pronunciadas por quienes aparecen allí, dejó asombrada a la comunidad de la Universidad de Antioquia el pasado 19 de septiembre. Se trata de unas jóvenes cuya cara cubren con capuchas y cuyos cuerpos esconden bajo ruanas, seguramente, para impedir su identificación por alguno de sus rasgos. Las voceras de la autodenominada Acción Colectiva Policarpa Salavarrieta se hicieron presentes en las instalaciones de dos Facultades de ese centro educativo para elevar sus gritos en contra “los violadores”. En el video, los amenazan con frases directas: “aquí adentro, en la trinchera de todos los violadores, les dijimos que íbamos a ir, uno por uno. Y lo vamos a cumplir”. Además, aseguraron que los han ubicado: “sabemos quiénes son, con quién mantienen, qué estudian y dónde viven. Y no vamos a descansar hasta quemar todo ese montón de violadores”. Simultáneamente, en los pasillos universitarios circuló un panfleto bajo el mismo rótulo, aún más amenazante que el video. En ese panfleto, las autoras divulgaron una lista de 25 profesores a los que les advirtieron que “danzamos la muerte, violador”.
“La universidad es tan patriarcal como el Ejército, la Policía y la Iglesia”.
Contesta la profesora e investigadora feminista en temas de violencia basadas en género, Argelis Londoño Vélez que conoce, muy bien, la universidad de Antioquia:
¿Podría afirmarse, sin incurrir en exageraciones, que la universidad de Antioquia es machista, misógina y riesgosa para las mujeres?
El patriarcado constituye un riesgo estructural para la vida social, económica, política, ambiental en todos los espacios. Es una amenaza tanto para hombres como para mujeres y, añadiría, no es más patriarcal que otras instituciones: padece del mismo mal que, por ejemplo, el Ejército, la Policía, las bandas armadas ilegales y la Iglesia. Y en el ámbito educativo, estos casos no solo suceden en la universidad de Antioquia. Su situación es similar a otras. Recuerde usted las denuncias contra profesores e investigadores de la universidad Nacional. Y los casos de acoso sexual o laboral en la Pedagógica y en la de Ibagué. La de Medellín vive una situación parecida porque se han construido matrices autoritarias y abusivas sobre la base de las relaciones patriarcales. La universidad, en fin, refleja lo que es la sociedad.
Argelia Londoño Vélez, autora del libro “Amores que matan, amores asesinos. El feminicidio en Medellín”:
“Ha aumentado la valentía de las denunciantes”
Recientemente se presentaron en la universidad mujeres encapuchadas gritando amenazas contra “los violadores”. Simultáneamente empezó a circular un panfleto de un grupo que se identificó como Acción Clandestina Policarpa Salavarrieta y en el que incluyen una lista con nombres, apellidos y programas en los que trabajan 25 hombres, casi todos profesores, contra los que lanzan frases intimidantes. ¿Qué interpretación le da al surgimiento de este fenómeno de violencia femenina del que no se tenía noticia?
En un contexto de denuncia de violencias sexuales cometidas por personas que ocupan posiciones de poder y que afectan la dignidad sexual de estudiantes jóvenes han emergido diferentes formas de respuesta: durante muchos siglos se contestaba con silencio. Hoy estos hechos dan lugar a formas de organización y de solidaridad, a la palabra colectiva de las mujeres victimizadas. Y también a formas más radicales y extremas de indignación, como el caso que usted comenta. Por supuesto, no estoy de acuerdo con las vías violentas.
Hasta donde se puede saber, ¿qué tipo de chicas llegan al extremo de ponerse capuchas y camuflarse, también, bajo un grupo clandestino y violento? ¿Se trata de antisociales o de jóvenes arrinconadas por la falta de respuestas dignas?
Las dos cosas. Hay mucha indignación que no fue canalizada por vías democráticas y falta de atención institucional. Quizás ellas están cerca de posturas políticas inmaduras. En el panfleto que se repartió en la universidad incluyen un listado de supuestos violadores, casi todos profesores. Debe haber, en ese grupo clandestino, chicas que fueron vulneradas. Pero las vías de hecho que han tomado no son aceptables, porque las víctimas no pueden terminar constriñendo las libertades y derechos de otros, así como se los constriñeron a ellas.
¿Las “policarpas” tienen aceptación en el entorno universitario?
Existe mucho rechazo porque ponen en riesgo el trabajo serio y responsable de los colectivos feministas y terminan deslegitimando la propuesta de una vida libre de violencia. Políticamente, además, las vías violentas desbordan los cauces de las negociaciones y de los consensos que intentan construirse en los distintos estamentos de la universidad.
Parece que la frecuencia, cantidad de casos y gravedad de hechos relacionados con violencias de género ha crecido en la universidad. ¿A qué se debe ese fenómeno?
No tenemos aún cómo saber si los casos de violencia sexual en la universidad han aumentado, porque no existe un registro de agresores que nos permita hacer análisis comparativos. Lo que sí es claro es que hay crecimiento de voces que denuncian, de personas que se suman a la indignación, de espacios de debate y, si se quiere, ha aumentado la autoestima y la valentía de las denunciantes. Se requiere mucho valor para tomar la palabra y declarar públicamente sobre un hecho que hiere la intimidad. Tal vez la institución ha menospreciado los temas de violencia basada en género (VBG).
¿Es posible que haya ensañamiento contra el género femenino? Puntualmente, parece que las figuras masculinas de autoridad, dentro del campus, aprovechan reiteradamente su poder frente a sus alumnas. ¿Es así?
El ejercicio abusivo del poder está respaldado por la autoridad que da el saber, el control de las calificaciones y otros elementos con que cuentan los agresores frente a las agredidas. La sexualidad se ha asociado con la violencia y han convertido la violencia en un dispositivo erótico. La denominada “seducción”, en este escenario, es una trampa patriarcal porque no se asimila a la sexualidad consentida y a una relación en términos de igualdad. Las jóvenes son elegidas por los depredadores sexuales como objetos. Y esto ocurre en todas las formas de violencia sexual. En cuanto a su pregunta, sí, la mayor carga de violencia sexual es padecida por niños, niñas y mujeres muy jóvenes.
¿Es generalizada la actitud abusiva del profesorado?
No. Hay profesores interesados en el cambio y solidarios con las víctimas. Lo que puede estar sucediendo es que la universidad se encuentra en un período de confusión: de una parte, teme a los movimientos sociales que están naciendo en sus aulas, y, de la otra, no comprende lo que está pasando. No tiene una lectura adecuada del problema.
¿La capacidad de denuncia de las jóvenes se mina por el poder de los depredadores o es una situación superada en vista del rechazo social a los violadores?
Creo que sigue existiendo mucho temor. Las chicas son valientes, no se puede dudar. Pero, del otro lado, viven atemorizadas porque sus victimarios siguen allí, sin ninguna sanción en su contra. Las denunciantes requieren protección contra posibles nuevas agresiones y, además, contra el chantaje; como le decía, en las calificaciones y contra el progreso de su carrera universitaria, porque son eliminadas de espacios de formación profesional como las monitorías, la participación en eventos, foros, etc. ¿A quiénes invitan a ser monitoras y a quiénes llevan a los foros? A las que permanecen calladas. Las denunciantes son excluidas.
Entonces, ¿sí puede concluirse que buena parte de los ataques sexuales provienen de profesores y directivos?
Parece que se trata de profesores, básicamente. Los denunciados son docentes en su gran mayoría.
¿Existen movimientos feministas representativos e influyentes en la universidad o esta materia no trasciende la importancia que se les da a otras consideradas “más científicas”?
Hay debates sobre los estudios de género, hay semilleros de investigación, tesis de grado, cátedras, publicaciones, etc. El tema de los feminismos y los transfeminismos es muy frecuente. No obstante, creo que aún le falta impulso institucional a esta materia. Los movimientos sociales como el feminismo, el ambientalismo, el indigenismo, las diversidades, son asuntos que debe abordar la academia con mayor entidad. Hoy existen, con buena salud, una diversidad de colectivos feministas, pero más como forma de autogestión.
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Paola Posada, coordinadora del Programa de Ciencia Política y defensora de derechos humanos:
“Los grupos violentos (de mujeres) no nos representan”
Como profesora permanente de la Universidad de Antioquia, usted puede dar testimonio sobre las violencias de género que parecen persistir y, más aún, crecer en ese centro de educación. Exactamente, ¿cómo se manifiesta ese fenómeno?
Esta universidad, como tantas otras, se ha instituido sobre una estructura que produce sentidos y formas de poder que discriminan a las mujeres por el hecho de serlo y a quienes retan las normas dominantes de género y sexualidad. Se cristaliza, así, el privilegio de lo masculino heterosexual y, con ello, la desigualdad entre hombres y mujeres. No obstante, la universidad, a su vez, se constituye en un escenario propicio para transformar esa estructura patriarcal para producir sentidos afines a una sociedad justa para todas las personas. La crisis que se vive hoy da cuenta de que esa estructura está cambiando, tras el reclamo y el trabajo conjunto de mujeres, disidencias sexuales y muchos hombres sensibles y conscientes de que el cambio es necesario y urgente.
El grupo violento de mujeres que hizo su aparición hace poco y que se hace llamar Acción Violenta Policarpa Salavarrieta, y la difusión simultánea de un panfleto amenazante contra la vida e integridad de unos 25 hombres, ¿cómo puede entenderse?
La desigualdad y el trato discriminatorio hacia las mujeres y las disidencias sexuales constituyen la raíz de las violencias basadas en género que han estado presentes en todos los espacios de la universidad. Por supuesto que la indignación y el dolor existen en la comunidad académica, especialmente en los cuerpos de quienes han padecido esas violencias. Y no podemos negar la responsabilidad de la institución por no actuar de manera diligente ante la gravedad del problema. Pero nada justifica la violencia: ninguna forma de violencia es coherente con lo que proclamamos las mujeres y las disidencias sexuales: una universidad justa y segura para toda la comunidad.
Entonces, ¿las “policarpas” no representan a quienes vienen trabajando en lograr condiciones de igualdad, de respeto y de seguridad sexual?
Exactamente. De manera reiterada hemos dicho que esos grupos y actos de violencia no nos representan a las mujeres y disidencias sexuales que hemos estado trabajando por erradicar precisamente las violencias basadas en género o cualquier otra forma de violencia.
¿A quiénes representa ese grupo violento? ¿Quiénes son, qué agresiones han sufrido para llegar al extremo de encapucharse, atacar bienes y amenazar a 25 supuestos agresores sexuales?
Son grupos clandestinos y, como tales, no sabemos quiénes son o a quiénes representan. Es muy difícil hablar de personas que no dan rostro. Lo que preocupa es que terminen distorsionando el ambiente, deslegitimando las acciones colectivas de las mujeres y generando zozobra. Todo lo contrario a lo que pretendemos.
Usted es parte de grupos de estudio que se dedican a realizar investigaciones serias y a organizar movimientos feministas. ¿Cómo trabajan y con cuáles resultados?
Contamos con grupos de investigación, cátedras y redes que se dedican a trabajar el tema. A propósito del estallido de los últimos meses, la comunidad universitaria se ha encontrado para debatir, reflexionar y proponer alternativas de solución a la crisis en espacios asamblearios. De ahí surgió la Mesa Multiestamentaria, conformada por estudiantes mujeres, disidencias sexuales, afros, indígenas y docentes de la Comisión de Género, cuyo propósito es trabajar con la administración de la universidad en la implementación de un protocolo y una ruta eficaces para la prevención, atención, sanción y erradicación de la violencia basada en género (VBG), y en la construcción de la política de género.
La institucionalidad universitaria, ¿respeta estos grupos de trabajo o sospecha de sus integrantes?
Trabajar por relaciones más igualitarias, distribución equitativa de los recursos, manejo del poder, reconocimiento de la diferencia y la desnaturalización de las VBG implica remover privilegios, cambiar estructuras y formas de relacionamiento, incluso hacer debates que incomodan. No es fácil. Algunas personas tienen mayor resistencia al cambio, en especial si eso les supone reconocer responsabilidades frente a la crisis que estamos develando. Quienes hemos trabajado en este proceso nos hemos encontrado con hostigamientos y estigmatizaciones por parte de colegas, administrativos y estudiantes. Pero también muchas de las personas nos apoyan.
¿Los casos de violencia sexual, según las denuncias que se han conocido, comprometen a directivos de la universidad o al profesorado?
Las VBG ocurren en todos los espacios y niveles universitarios. Pero si bien se presentan entre estudiantes, debemos reconocer que el lugar de poder que tienen los docentes sobre el estudiantado propicia que entre estos se dé el mayor número de casos, especialmente de acoso y abuso sexual. También las empleadas -no docentes- de la universidad son afectadas por estas violencias, así como las docentes. Hay que tener en cuenta que otras VBG que son recurrentes se expresan en cargas desequilibradas de trabajo y brechas en la planta profesoral y en los altos cargos de dirección universitarios, entre otras.
Aparte de “las policarpas”, ¿existen movimientos ultrafeministas en el espacio universitario?
Conozco el feminismo académico en la universidad, riguroso en el abordaje de sus objetos de estudio; conozco, también, colectivas (término feminista por “colectivos”) estudiantiles de mujeres y disidencias sexuales que trabajan a partir de prácticas comunitarias, populares, participativas e interculturales. Estigmatizar las formas organizativas de mujeres y disidencias sexuales, así como las prácticas académicas feministas, solo contribuye a reforzar la estructura de poder reproductora de las desigualdades.
En consecuencia, ¿niegan la existencia de movimientos extremistas de feminismo como las “policarpas”?
Lo que pasa es que la presencia de las “policarpas” da cuenta de que sí existen. Pero hasta el 19 de septiembre, cuando ellas irrumpieron en los corredores de la universidad, no sabíamos que estaban organizándose. La dificultad que tenemos, cuando se trabaja con un enfoque feminista, es que nos estigmatizan como si todas estuviéramos en ese extremismo. Lo hacen para deslegitimar nuestro trabajo y nuestras metas por una sociedad más democrática y justa.
El siglo XXI parece estar signado por movimientos feministas cada vez más fuertes y afirmativos, desde Irán hasta Colombia y desde el grupo Me Too, en Estados Unidos, hasta Chile. ¿Cree que el género femenino está viviendo una etapa de civilización más evolucionada que los miembros del género masculino?
El paso del tiempo, un mundo cada vez más globalizado y las crisis multidimensionales que enfrentamos nos han hecho más conscientes de esos otros sentidos a partir de los cuales podemos volver a pensar otras formas de relacionamiento diferentes entre las personas y entre estas y la naturaleza, y entre ellas y las culturas. La experiencia de resistencia y lucha de las mujeres, las ancestras (término feminista por “mujeres ancestrales”) y las actuales de las diversas culturas, resultan ser referentes fundamentales para construir otro tipo de sociedades.
¿Qué es el grupo Policarpa Salavarrieta que surgió en la universidad de Antioquia?
Un video de pocos segundos pero contundente en sus imágenes y palabras pronunciadas por quienes aparecen allí, dejó asombrada a la comunidad de la Universidad de Antioquia el pasado 19 de septiembre. Se trata de unas jóvenes cuya cara cubren con capuchas y cuyos cuerpos esconden bajo ruanas, seguramente, para impedir su identificación por alguno de sus rasgos. Las voceras de la autodenominada Acción Colectiva Policarpa Salavarrieta se hicieron presentes en las instalaciones de dos Facultades de ese centro educativo para elevar sus gritos en contra “los violadores”. En el video, los amenazan con frases directas: “aquí adentro, en la trinchera de todos los violadores, les dijimos que íbamos a ir, uno por uno. Y lo vamos a cumplir”. Además, aseguraron que los han ubicado: “sabemos quiénes son, con quién mantienen, qué estudian y dónde viven. Y no vamos a descansar hasta quemar todo ese montón de violadores”. Simultáneamente, en los pasillos universitarios circuló un panfleto bajo el mismo rótulo, aún más amenazante que el video. En ese panfleto, las autoras divulgaron una lista de 25 profesores a los que les advirtieron que “danzamos la muerte, violador”.
“La universidad es tan patriarcal como el Ejército, la Policía y la Iglesia”.
Contesta la profesora e investigadora feminista en temas de violencia basadas en género, Argelis Londoño Vélez que conoce, muy bien, la universidad de Antioquia:
¿Podría afirmarse, sin incurrir en exageraciones, que la universidad de Antioquia es machista, misógina y riesgosa para las mujeres?
El patriarcado constituye un riesgo estructural para la vida social, económica, política, ambiental en todos los espacios. Es una amenaza tanto para hombres como para mujeres y, añadiría, no es más patriarcal que otras instituciones: padece del mismo mal que, por ejemplo, el Ejército, la Policía, las bandas armadas ilegales y la Iglesia. Y en el ámbito educativo, estos casos no solo suceden en la universidad de Antioquia. Su situación es similar a otras. Recuerde usted las denuncias contra profesores e investigadores de la universidad Nacional. Y los casos de acoso sexual o laboral en la Pedagógica y en la de Ibagué. La de Medellín vive una situación parecida porque se han construido matrices autoritarias y abusivas sobre la base de las relaciones patriarcales. La universidad, en fin, refleja lo que es la sociedad.