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Crónica de un centenario: Juan C. Correa, faro ético y funcional de Telecom

Homenaje al hombre que dejó una huella grande en la extinta Empresa Nacional de Telecomunicaciones.

Mario Méndez
06 de julio de 2024 - 09:00 p. m.
Juan C. Correa
Juan C. Correa
Foto: Archivo Particular

Cuando José Cristóbal Correa murió luego de 106 años, seis meses y 18 días de su nacimiento en Subachoque, con un historial que incluye haber montado en cicla hasta los 99 y bailar a los 100 en la celebración, muchos sospecharon que su hijo bogotano Juan C. continuaría en la seguidilla para alcanzar el siglo de su vida que se cumplió este sábado 6 de julio. (Recomendamos: Crónica de Mario Méndez sobre la masacre de estudiantes de la Universidad Nacional hace 70 años).

La fiesta ha sido un certamen de afecto y respeto por este hombre que dejó una huella grande en la difunta Empresa Nacional de Telecomunicaciones (Telecom), y no por su veteranía sobre la Tierra sino por sus características morales, humanas, de carácter y de conocimientos, hasta recibir que sus compañeros de trabajo lo recuerden como a ninguno otro.

Juan C., o don Juan C., como se le llama, ingresó a esta empresa insignia del país como contador, gracias a que contestó en 30 minutos un cuestionario planteado para tres horas. El funcionario lo miró con extrañeza y le soltó una pregunta: ¿Cuándo puede comenzar a trabajar? Desde entonces, Juan C. fue subiendo en el escalafón, como predestinado a resolver asuntos contables, de inventarios y hasta personales.

Esa autoridad por sus saberes y su trato un tanto rudo pero respetuoso, hizo de nuestro personaje un imprescindible, en una entidad que creció sin parar, en especial desde su fusión con los Telégrafos Nacionales en 1964, ordenada por el presidente Guillermo León Valencia, a la que se sumó más tarde la compra de obsoletas empresas telefónicas, municipales y departamentales, modernizadas pronto y que mejoraron los estándares empresariales y humanos del pujante andamiaje.

Mente organizativa y justa

Este recuento se justifica para entender el rol de Juan C. en Telecom y, a la inversa, el impacto del trabajo en su entorno, todo ganado a punta de interés, conocimiento, integridad y valor personal, elemento este que se presenta nítido en cada secuencia de la vida laboral del centenario personaje.

Ante cualquier problema de envergadura, en contabilidad o inventarios, el escogido para atenderlo, en Bogotá o fuera de la capital, era Juan C., con su idoneidad y su olfato, factores de su personalidad que ya había desplegado en el difícil paso de las empresas telefónicas a la configuración de Telecom.

Esas cualidades también se vieron en sus relaciones personales –con amigos, subalternos y altos funcionarios, incluyendo al presidente de la empresa. Nada lo detenía ni lo detiene para expresar su parecer, en el campo que sea, convencido de su sentido de lo justo y en el valor de la verdad.

Como muestra de ese talante, alguna vez Juan C. no dudó en quitarle de la mano el teléfono a un subalterno, cuando este maltrataba a una señora de fuera de Bogotá, a quien le señalaba que una cuenta estaba mal elaborada. Nuestro personaje tomó el auricular para ofrecerle disculpas por el mal trato de “ese patán”.

Valentía, complemento de la rectitud

Un caso memorable muestra pleno el carácter indoblegable de Juan C. Había llegado a la empresa un nuevo director (todavía no se llamaba presidente), quien hizo llamar a Juan C. y fue directo al grano: “Necesito sacar como sea a un jefe de oficina zonal”. Supuestamente, Juan C. debía realizarle una visita “rutinaria” y ponerle una trampa o cascarita para justificar su destitución, pues el director necesitaba esa plaza para ubicar a un amigo. Lo que hizo Juan C. exige mucho más que huevos de codorniz.

Juan C. se puso de pie y le dijo al sorprendido director que no fuera bellaco, y que él como visitador no sería el torcido que se prestara para un acto así, en contra de alguien que tal vez cumplía bien con sus obligaciones. Y salió bruscamente de la oficina de la máxima autoridad de la empresa. Pocas horas después, el funcionario hizo llamar de nuevo a Juan C. a su despacho y se disculpó, agregando que valoraba su actitud y que, en adelante, depositaría toda su confianza en él. La operación amiguis quedó cancelada.

Y en la misma tónica, frente a un presidente de Telecom muy conocido, Juan C. le reclamó por llegar tarde a una reunión que aquel había convocado. Como persona estricta, no dudó en decirle: “La puntualidad es una cortesía de reyes, deber de caballeros y costumbre de personas educadas”. El presidente, que conocía bien a Juan C., soportó el chaparrón.

Por otra parte, en incontables momentos, Juan C. tenía su propio estilo para enderezar malos manejos y de trabajo, cuando era designado para poner orden en alguna oficina. Llamaba a los empleados, con mucho tino exponía aquello que pensaba y conseguía que todo llegara a su punto. ¿Cómo? Juan C., más de una vez, solucionó desórdenes domésticos de los empleados que incidían en la buena marcha del trabajo.

Reproducción de la existencia

A una vida tan prolífica como la de Juan C. correspondió una notable vocación reproductiva. En 1946 contrajo matrimonio con Leonor Acosta, con quien tuvieron 10 hijos, decena de muchachos que se hizo decena con dos Lunas, resultado de las travesuras de Cupido. ¿Por qué Luna? No porque Juan C. rehuyera su paternidad sino porque Belén Luna se mostró muy dueña de sí y decidida, y quiso que sus dos hijos fueran lunarejos. En esta señora también encontramos a una persona de temple.

Hablando de los aleteos de la vida, y así como el señor Correa ha pasado una centuria en el planeta, en clara manifestación de su genética sus 12 hijos siguen ahí, exceptuando a Carlos Fernando, quien en plena juventud pereció en condiciones nunca aclaradas.

Esta es la lista completa de la docena de retoños, en orden cronológico, ejemplares como trabajadores profesionalizados y de amplio reconocimiento social, que, a la vez, le otorgan orgullo a su padre, un progenitor algo seco en sus manifestaciones amorosas o amoroso a su manera, pero admirable como papá. Ahí van sus nombres: Emma Cecilia, Víctor Hugo, Juan Manuel, Carlos Fernando, Ana Berenice, César Augusto, Jaime Nelson, Luz Amanda, Miguel Ángel, Fabio Guillermo, Germán Orlando y Jairo Alberto. Todos ellos expresan siempre el mejor concepto acerca de las calidades de este viejo querido por sus familiares, sus compañeros de empresa y sus amigos.

Desde luego, detrás de sus hijos están 51 nietos, numerosos bisnietos y algunos tataranietos. ¿Acaso alcanzará Juan C. a conocer choznos, bichoznos y tatarachoznos? En ese caso, tendremos que apelar, en su orden, a términos poco usuales: pentabuelo, hexabuelo y heptabuelo. ¡Qué tal!

Juan C., el numismático

Entre los gomosos por las monedas y los billetes, Juan C. es reconocido con las mejores calificaciones, hasta prodigarse mutua admiración con el pereirano Alberto Lozano Villegas, ya fallecido, maestro de los grandes coleccionistas del país. A Lozano lo conocimos en una exposición que organizó Telecom en el año 1972, a la que también asistió Juan C.

Dentro de su convivencia con monedas y billetes, este ilustre coleccionista siempre ha ejercido una especie de pedagogía y un gran apostolado como donante. Así se aprecia en los tesoros que regaló, con el lamentable resultado de que, en ciertos casos, la falta de escrúpulos llevó a varios funcionarios a quedarse con las piezas recibidas. Es necesario decir que el museo creado por Juan C. en Castilla la Nueva (Meta) se ha salvado y tiene abiertas sus puertas.

En el campo pedagógico, este personaje disfrutó de grandes momentos, disertando sobre la apasionante importancia de las monedas en la historia, la geografía, y la fauna y la flora del mundo. Es extenso su conocimiento relativo a la vida de esas piezas, que permiten –dice– “conocer aspectos muy destacados de los países y sus mejores ciudadanos”. Ese conocimiento compartido revela, además, lo que se esconde detrás de errores o inexactitudes que aparecen en los cascajos, ya que Juan C. enfatiza en que el verdadero coleccionista debe cultivar un saber integral. Precisamente en la exposición de Telecom, Juan C. fue el encargado de hablar para el público. Allí respondió con solvencia a todo lo imaginable.

Hay un hecho curioso en el camino numismático de Juan C. por Risaralda: allí conoció a la tolimense Rosalina Montañez, de Líbano, quien lo acompaña desde el año 2000 y se convirtió formalmente en su esposa en 2003, cumpliéndose aquello de que el corazón es un gitano, ese cíngaro que palpita y al que le canta Nicola di Bari.

Lucidez y vida cruciverbística de Juan C.

Juan C. todavía recuerda fechas y acontecimientos. Hace poco, en los 80 años del Día D, episodio destacado de la Segunda Guerra Mundial, trajo a la memoria el rol de cada quien en la contienda, las tácticas de los Aliados y el resultado final. Y cuenta sin rubor que él estalló en llanto cuando el nazismo sufrió esa tremenda humillación.

Además, Juan C. resuelve nuestros crucigramas de El Espectador y de Cromos, a pesar de sus limitaciones de visión, limitaciones que algo se redujeron cuando, hace unos 10 años, un oftalmólogo le revivió su capacidad visual del ojo izquierdo, sometido 70 años atrás a una incompleta o fallida intervención quirúrgica.

Cosas del metabolismo

¿Cómo se puede, a los cien años, comer huesos de cerdo, y disfrutar de dulces y otras golosinas, sin que los exámenes de laboratorio registren los disturbios que suelen causar tales hábitos de muela? Juan C. lo atribuye a que todos los días se toma el jugo de varios limones. Pero no se puede desconocer su herencia genética.

¿Qué le hace daño al organismo de Juan C.? Nada. Así de simple. ¿Qué no recuerda él? Aquello que no ha vivido o de lo cual no tiene referencia alguna.

¡Bienvenido, Juan Crisóstomo Correa Rodríguez, a su segunda centuria!

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William(16260)06 de julio de 2024 - 10:43 p. m.
Hombre de bien que forjaron hechos una gran Colombia. Ojalá se volviera por esos caminos de trabajo, profesionalismo, y disciplina.
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