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“El grafiti también hace parte de la historia de Bogotá”: Ceroker

El artista que busca transformar la perspectiva del grafiti mediante de ilustraciones coloridas y llamativas, habla sobre su propuesta para generar identidad cultural por medio del muralismo.

Isabella Jiménez M. - Universidad de la Sabana
05 de mayo de 2024 - 03:00 a. m.
Camilo Gordillo, reconocido como Ceroker, lleva más de 20 años pintando grafitis.
Camilo Gordillo, reconocido como Ceroker, lleva más de 20 años pintando grafitis.
Foto: Cortesía Ceroker
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El arte urbano es un grito de color en medio del concreto y el asfalto. Desafía la monotonía de los murales con una explosión de creatividad. Con las ilustraciones callejeras se narran historias sin restricciones, para reflejar la vida de la ciudad de una manera auténtica y sin filtros.

Bogotá es uno de los lugares predilectos para que se desarrollen artistas como Camilo Gordillo, reconocido como Ceroker, quien se sumergió en el mundo del grafiti a los 14 años. Ahora, se ha convertido en uno de los representantes más destacados del grafiti colombiano, influenciado por su formación en Diseño gráfico, la cual le ha permitido explorar el arte desde una perspectiva más profunda y multidimensional.

Tras más de 20 años de experiencia como artista en Bogotá, ¿cómo percibe el impacto social del arte callejero para la transformación de espacios urbanos?

Bogotá es una revista de grafiti. Lo bonito es que tiene todo tipo de técnicas (muralismo, street art, tags). Somos muchas personas pintando en la calle. Algunos de mis murales contienen un punto crítico ante la sociedad, pero entre líneas. Lo que busco hoy es que, cuando las personas pasen, vean mis murales y se les transmita una energía positiva y alentadora.

Creo que el muralismo resignifica los espacios, construye narrativas. Ahora, la ciudad se dio cuenta de que el grafiti también hace parte de su historia, pues está incluido en los recorridos turísticos de Bogotá, lo que genera una gran apropiación cultural.

Las instituciones como Idartes también se han dado cuenta de que hay un camino interesante, en el que antes, hace muchos años, otras alcaldías pintaban la ciudad de gris y gastaban un montón de plata en borrar los grafitis. Ahora es al revés: se generan inversiones para que, por medio del grafiti, se cuenten historias en la ciudad y también, por medio de esto, no se pintan simplemente grafitis, sino que hay una educación detrás.

¿Cuáles son algunos de los desafíos que enfrenta un ilustrador al desarrollar sus obras en un espacio público a lo largo de su carrera?

Lo primero es la percepción negativa de las personas frente al arte urbano, relacionándolo un montón con las drogas, con robar, con “la gente de la calle”. El clasismo aún se encuentra presente.

Realmente, yo, una persona que vivía en Cedritos, en la localidad de Usaquén, si no hubiera sido por el grafiti, no hubiera conocido toda Bogotá de sur a norte y de oriente a occidente. Si no hubiera seguido ese camino, en mi cabeza tendría otra realidad de solo privilegios.

Hubo un momento significativo que hizo que mi percepción de la realidad cambiara por completo. Fue cuando un policía asesinó a un niño de 16 años por la espalda, a dos tiros.

El caso de Diego Felipe Becerra, quien fue asesinado por el entonces patrullero Wilmer Alarcón, en el noroccidente de Bogotá. Cuando la gente se dio cuenta de que este niño era de clase media y que estudiaba en un buen colegio, hicieron todo lo posible para mostrarlo como un ladrón, porque nadie podía creer que mataran a alguien simplemente por pintar.

Ahí todo cambió. Comenzaron a construir leyes para que los policías entendieran qué era lo que nosotros hacíamos, para que tuvieran ese cuidado de: “okay, así ellos estén pintando algo ilegal, es pintura”. O sea, al final se puede resolver con una multa, se puede arreglar. Es pintura, no le estamos haciendo daño a una persona.

De esta manera, la mentalidad de la sociedad puede comenzar a expresarse con una transformación real. El grafiti está en todas las clases sociales de Bogotá, no es solo en el sur de la ciudad. Todos podemos hacer parte de él.

A diferencia de los artistas que incluyen firmas y letras superpuestas para la creación de sus obras, ¿cuál es el factor diferenciador de su trabajo como artista urbano de muralismo?

Desde pequeño me casé con el aerosol. Yo no sé usar nada más, sino mi aerosol, que es como la extensión de mi mano. Ahora, menos es más, y para mí eso debería ser un mural, debería verse desde lejos. Si tú ves mis murales, son supergeométricos, tienen colores vivos, pero planos. Cuanto más sencillos se puedan ver desde la distancia, para mí es mucho mejor.

Eso lo aprendí en la universidad y es lo que aplico en mis murales. Además, el grafiti está hecho para ser visto, para incomodar. Esta es su esencia y así se creó el grafiti. Yo decidí que no quiero seguir pintando obras agresivas en un país que, de por sí, ya es muy violento. Mis ilustraciones son coloridas, los personajes por lo general están sonrientes… Aunque evito ilustrar esa positividad tóxica que en algún momento tuve, pero me di cuenta de que esa no es la solución. No se puede ser feliz todo el tiempo y tampoco decirle a todo el mundo que tiene que estarlo. Esa no es mi intención: la mía en realidad es transformar los espacios por medio del color.

Cuando trabaja con una marca, a partir del proceso de diseño, propuesta, libertad creativa y el mensaje que desea transmitir con sus pinturas, ¿cómo aborda la planificación y ejecución de un mural antes de llevarlo a las calles?

Hoy en día me dedico un 80 % al muralismo comercial. Allí tenemos una reunión en la cual, después de pasar una cotización y que la prueben, les pido a ellos que me hagan un resumen con información detallada sobre la campaña y que me cuenten qué quieren ver.

Con el tiempo he ido aprendiendo que cuanto más puntual sea el cliente, mucho más fácil va a funcionar el proyecto. Algo que me gusta mucho es que me llaman por mi estilo gráfico. Entonces, al final, el mural siempre va a tener esa carga artística y, la mayoría de las veces, no se ve publicitario. Lo que yo plasmo se ve como un mural artístico, característico de Ceroker, que paga una marca. O así lo quiero ver para no sentirme tan mal.

Cuando se puede, usamos una nueva técnica que descubrimos hace poco. La retícula con líneas al azar llamada “reticulada orgánica”. Con esta nos vamos guiando para hacer el boceto. Yo tengo un equipo de trabajo con el que llevamos pintando desde hace nueve años y decidimos crear una empresa: A Tres Manos estudio. Con ellos realizamos los murales que son de gran formato; estos casi siempre los pintamos los tres; siempre me ha gustado trabajar en equipo.

A partir de su experiencia con marcas como Reebok, Mc Donald’s, Casio, Juan Valdez, ¿cuál es su mensaje para los jóvenes que desean generar un impacto positivo como artistas de muralismo?

Mi mensaje siempre es una invitación a que vean a los jóvenes que pintan de manera más empática. Cuando estás empezando a estudiar no entras siendo un gran diseñador, un gran pintor o el mejor médico. Durante el camino se harán cosas feas, cosas malas, hasta llegar a hacer algo que guste a ti y no necesariamente que le guste a los demás

Mucha gente del grafiti se pasa al arte urbano, pero son dos cosas diferentes. Los que hacemos murales queremos contar una historia, tal vez para la gente, quizás para nosotros mismos, pero cada artista que está en la calle comprende su contexto y las personas a su alrededor lo perciben.

Todos están en un proceso y, como yo, pueden llegar a hacer murales que transmitan, que cambien realidades y transformen el mensaje del arte urbano para Bogotá y el mundo.

Por Isabella Jiménez M. - Universidad de la Sabana

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