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                                                                                                                                La historia del municipio donde los muertos se convierten en momias

                                                                                                                                En San Bernardo, en Cundinamarca, se han encontrado momias naturales, sin explicación alguna, desde 1956 hasta la actualidad.

                                                                                                                                Laura Catalina Franco Vargas*

                                                                                                                                Al ingresar al cementerio, los mosquitos y el camino de pinos ornamentales llevan a los visitantes a la capilla de ladrillo terracota y columnas amarillas.
                                                                                                                                Foto: El Espectador - Gustavo Torrijos

                                                                                                                                En el mausoleo reposan varios conocidos del pueblo. El policía Albertino Pabón está acostado con las manos sobre el pecho, vestido con un traje de paño gris. En la urna contigua está Saturbina Torres: su cráneo aún conserva la trenza de pelo rojizo, que combina con la rosa artificial que descansa con ella sobre su vestido blanco de flores. A su lado, doña Margarita Prieto está bien abrigada, con una ruana azul rey y un manto beige sobre la cabeza; está vigilante, con un ojo abierto y otro cerrado y, al igual que Saturbina, tiene una rosa en la mano. Ellos están tan profundos, tan taciturnos, tan quietos... que parecen muertos hace apenas unas horas.

                                                                                                                                San Bernardo es un municipio ubicado en el sur de Cundinamarca, en la provincia de Sumapaz. Tiene un clima templado que llega a los 21 grados centígrados. Cuenta con un poco más de 10.000 habitantes y se caracteriza por su peculiar producción agrícola, pues las frutas y verduras de este pueblo pueden durar casi tanto como sus muertos: “En una época, si normalmente una mora sin refrigerar duraba tres días, la mora de San Bernardo podía durar hasta siete”, cuenta Rocío Vergara, la encargada del mausoleo del pueblo.

                                                                                                                                Este municipio extraordinario es el único lugar en el mundo donde hay momias naturales. En 1865, en Guanajuato, México, se encontraron este tipo de momias solo en una ocasión y en culturas como la egipcia se han realizado procesos de momificación de manera artificial. Sin embargo, este pueblo no es tan aterrador como algunos pensarían. “Es un pueblo muy sano, cero peleas. Ni los muertos se quieren ir de San Bernando”, afirma Emilse Rojas, una vendedora de joyas que viene de Arbeláez y pasa por los pueblos de la región comercializando cadenas de fantasía y llaveros con las catedrales de los pueblos contiguos.

                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                El camino hacia las momias

                                                                                                                                Al ingresar al cementerio, los mosquitos y el camino de pinos ornamentales llevan a los visitantes a la capilla de ladrillo terracota y columnas amarillas. El olor ácido y a la vez dulzón de las flores muertas entra por las fosas nasales. Se puede caminar con tranquilidad, sin miedo de pisar a alguien, pues todos los cuerpos están inhumados en bóvedas, organizadas en bloques con nombres de santos: San Felipe, San Juan, Santa María, San José, San Juan I y San Bernardo.

                                                                                                                                El mausoleo está al fondo del cementerio. En la entrada, un letrero atrevido que dice “Bienvenidos” recibe a los visitantes. La entrada cuesta $6.000. El salón principal es luminoso: está pintado de color blanco y tiene ventanales grandes. Hay dos arrumes de sillas de plástico y un escritorio pequeño donde se encuentra Rocío Vergara, quien desde hace más de seis años lleva las riendas del lugar. El día más concurrido es el domingo: pueden llegar casi 100 personas a conocer las momias o a recordar a sus vecinos.

                                                                                                                                En ese primer salón hay tres momias sin identificar. Tienen un manto púrpura que cubre sus genitales. Las urnas de cristal en las que reposan están polarizadas por encima, para que no entre la luz y no se tomen fotos desde arriba, pues se considera una falta de respeto. Dos de las momias tienen el torso blanco descubierto, su piel seca parece de yeso. La otra no evidencia rastro de ninguna cirugía, los órganos internos se secaron naturalmente, solo tiene las marcas y el desgaste que deja la muerte: lleva en el mausoleo 32 años y aún parece de 45.

                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                Los primeros cuerpos momificados fueron llevados al sótano de la capilla del cementerio, los recostaron contra una pared y tenían que estar ahí de pie sin derecho a descansar, no podían decir nada, aunque las personas los tocaran. En una ocasión se robaron algunos muertos y aún no se sabe por qué motivo ni cuantos fueron.

                                                                                                                                Los muertos tienen un sentido

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Al bajar por unas escaleras estrechas se llega al primer piso del mausoleo, donde se acompañan 12 momias. Es inevitable querer pedirles perdón por interrumpirles el sueño, sentir escalofríos y ver cómo los pelos se ponen de punta. Algunos de los cuerpos conservan su ropa y otros están desnudos porque quitaron los materiales que tuvieran hongos.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Cada momia tiene una ficha de información en la que está su nombre, una foto en vida con la cual se pueden comparar y ver que conservan sus facciones por la piel y músculos casi intactos. También hay mensajes de pésame en honor a su memoria: “queda el recuerdo, queda el sentido, quedan las vivencias. Cuando hacemos algo con el cuerpo de los muertos, lo que estamos tratando de hacer es afectar el sentido que ha tenido ese cuerpo: ese cuerpo pudo haber sido un enemigo, pudo haber sido un rey, ese cuerpo pudo haber sido un bebé”, reflexiona García.

                                                                                                                                Así ocurre con los cinco niños que están en el mausoleo desde 1989, cuya única descripción es un epitafio anónimo. Ellos aún conservan sus huesos de meses, sus dientes de leche, su ropa y zapatos de bebé… los restos de la muerte natural. No se sabe más de ellos, solo les queda a los habitantes buscarles un sentido en la memoria de San Bernardo.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                La última persona que ingresó al mausoleo fue María Iria Rodríguez, quien murió en 2016 por una falla cardiaca. Su rostro conserva un color anaranjado, el cabello está intacto, su cuerpo aún desprende los líquidos que caracterizan la vida. Solo el año 2023 encontraron seis cuerpos momificados.

                                                                                                                                El morbo, la tradición oral y la necesidad de hacerle frente a la muerte hacen que subsista el mausoleo de San Bernardo y que muchas universidades quieran invertir hasta 12 millones de pesos para limpiar un cuerpo, exhibirlo y tratar descubrir qué hay detrás o debajo de la tierra para que los muertos se conserven, pues por ahora es un absoluto misterio.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                La existencia de las momias ha configurado la idea de la muerte que tienen los habitantes. Rocío Vergara cuenta la historia de Luis Bomba, un hombre del pueblo que dice que cuando muera y quede momificado, quiere que la información sobre su vida se imprima sobre una placa con el escudo de Millonarios.

                                                                                                                                De esta anécdota, Héctor García concluye que “una sociedad que está tan en contacto con el cuerpo de los muertos se vuelve muy consciente de su propia finitud (…) Acá estamos frente a un pueblo que sabe que ese es el destino y logra en esa cotidianidad familiarizarse con que ese es el destino de todos”.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                En San Bernardo, este pueblo único y extraordinario, el día a día de los habitantes muestra que esa consciencia sobre el fin de la vida está presente. Acá, tal vez más que en otros lugares, es claro que los muertos sí importan.

                                                                                                                                *Laura Catalina Franco Vargas es estudiante de Periodismo y Opinión Pública de la Universidad del Rosario. Esta crónica fue escrita en el marco de la asignatura Géneros Interpretativos.

                                                                                                                                Al ingresar al cementerio, los mosquitos y el camino de pinos ornamentales llevan a los visitantes a la capilla de ladrillo terracota y columnas amarillas.
                                                                                                                                Foto: El Espectador - Gustavo Torrijos

                                                                                                                                En el mausoleo reposan varios conocidos del pueblo. El policía Albertino Pabón está acostado con las manos sobre el pecho, vestido con un traje de paño gris. En la urna contigua está Saturbina Torres: su cráneo aún conserva la trenza de pelo rojizo, que combina con la rosa artificial que descansa con ella sobre su vestido blanco de flores. A su lado, doña Margarita Prieto está bien abrigada, con una ruana azul rey y un manto beige sobre la cabeza; está vigilante, con un ojo abierto y otro cerrado y, al igual que Saturbina, tiene una rosa en la mano. Ellos están tan profundos, tan taciturnos, tan quietos... que parecen muertos hace apenas unas horas.

                                                                                                                                San Bernardo es un municipio ubicado en el sur de Cundinamarca, en la provincia de Sumapaz. Tiene un clima templado que llega a los 21 grados centígrados. Cuenta con un poco más de 10.000 habitantes y se caracteriza por su peculiar producción agrícola, pues las frutas y verduras de este pueblo pueden durar casi tanto como sus muertos: “En una época, si normalmente una mora sin refrigerar duraba tres días, la mora de San Bernardo podía durar hasta siete”, cuenta Rocío Vergara, la encargada del mausoleo del pueblo.

                                                                                                                                Este municipio extraordinario es el único lugar en el mundo donde hay momias naturales. En 1865, en Guanajuato, México, se encontraron este tipo de momias solo en una ocasión y en culturas como la egipcia se han realizado procesos de momificación de manera artificial. Sin embargo, este pueblo no es tan aterrador como algunos pensarían. “Es un pueblo muy sano, cero peleas. Ni los muertos se quieren ir de San Bernando”, afirma Emilse Rojas, una vendedora de joyas que viene de Arbeláez y pasa por los pueblos de la región comercializando cadenas de fantasía y llaveros con las catedrales de los pueblos contiguos.

                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                El camino hacia las momias

                                                                                                                                Al ingresar al cementerio, los mosquitos y el camino de pinos ornamentales llevan a los visitantes a la capilla de ladrillo terracota y columnas amarillas. El olor ácido y a la vez dulzón de las flores muertas entra por las fosas nasales. Se puede caminar con tranquilidad, sin miedo de pisar a alguien, pues todos los cuerpos están inhumados en bóvedas, organizadas en bloques con nombres de santos: San Felipe, San Juan, Santa María, San José, San Juan I y San Bernardo.

                                                                                                                                El mausoleo está al fondo del cementerio. En la entrada, un letrero atrevido que dice “Bienvenidos” recibe a los visitantes. La entrada cuesta $6.000. El salón principal es luminoso: está pintado de color blanco y tiene ventanales grandes. Hay dos arrumes de sillas de plástico y un escritorio pequeño donde se encuentra Rocío Vergara, quien desde hace más de seis años lleva las riendas del lugar. El día más concurrido es el domingo: pueden llegar casi 100 personas a conocer las momias o a recordar a sus vecinos.

                                                                                                                                En ese primer salón hay tres momias sin identificar. Tienen un manto púrpura que cubre sus genitales. Las urnas de cristal en las que reposan están polarizadas por encima, para que no entre la luz y no se tomen fotos desde arriba, pues se considera una falta de respeto. Dos de las momias tienen el torso blanco descubierto, su piel seca parece de yeso. La otra no evidencia rastro de ninguna cirugía, los órganos internos se secaron naturalmente, solo tiene las marcas y el desgaste que deja la muerte: lleva en el mausoleo 32 años y aún parece de 45.

                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                Los primeros cuerpos momificados fueron llevados al sótano de la capilla del cementerio, los recostaron contra una pared y tenían que estar ahí de pie sin derecho a descansar, no podían decir nada, aunque las personas los tocaran. En una ocasión se robaron algunos muertos y aún no se sabe por qué motivo ni cuantos fueron.

                                                                                                                                Los muertos tienen un sentido

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Al bajar por unas escaleras estrechas se llega al primer piso del mausoleo, donde se acompañan 12 momias. Es inevitable querer pedirles perdón por interrumpirles el sueño, sentir escalofríos y ver cómo los pelos se ponen de punta. Algunos de los cuerpos conservan su ropa y otros están desnudos porque quitaron los materiales que tuvieran hongos.

                                                                                                                                No ad for you

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                                                                                                                                Así ocurre con los cinco niños que están en el mausoleo desde 1989, cuya única descripción es un epitafio anónimo. Ellos aún conservan sus huesos de meses, sus dientes de leche, su ropa y zapatos de bebé… los restos de la muerte natural. No se sabe más de ellos, solo les queda a los habitantes buscarles un sentido en la memoria de San Bernardo.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                La última persona que ingresó al mausoleo fue María Iria Rodríguez, quien murió en 2016 por una falla cardiaca. Su rostro conserva un color anaranjado, el cabello está intacto, su cuerpo aún desprende los líquidos que caracterizan la vida. Solo el año 2023 encontraron seis cuerpos momificados.

                                                                                                                                El morbo, la tradición oral y la necesidad de hacerle frente a la muerte hacen que subsista el mausoleo de San Bernardo y que muchas universidades quieran invertir hasta 12 millones de pesos para limpiar un cuerpo, exhibirlo y tratar descubrir qué hay detrás o debajo de la tierra para que los muertos se conserven, pues por ahora es un absoluto misterio.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                La existencia de las momias ha configurado la idea de la muerte que tienen los habitantes. Rocío Vergara cuenta la historia de Luis Bomba, un hombre del pueblo que dice que cuando muera y quede momificado, quiere que la información sobre su vida se imprima sobre una placa con el escudo de Millonarios.

                                                                                                                                De esta anécdota, Héctor García concluye que “una sociedad que está tan en contacto con el cuerpo de los muertos se vuelve muy consciente de su propia finitud (…) Acá estamos frente a un pueblo que sabe que ese es el destino y logra en esa cotidianidad familiarizarse con que ese es el destino de todos”.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                En San Bernardo, este pueblo único y extraordinario, el día a día de los habitantes muestra que esa consciencia sobre el fin de la vida está presente. Acá, tal vez más que en otros lugares, es claro que los muertos sí importan.

                                                                                                                                *Laura Catalina Franco Vargas es estudiante de Periodismo y Opinión Pública de la Universidad del Rosario. Esta crónica fue escrita en el marco de la asignatura Géneros Interpretativos.

                                                                                                                                Por Laura Catalina Franco Vargas*

                                                                                                                                Ver todas las noticias
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