Desmond Tutu y su discurso en Cali: “Mi humanidad está contenida en la del otro”
El recién fallecido Premio Nobel de Paz sudafricano estuvo en Colombia como invitado al Primer Simposio Internacional de Justicia Restaurativa en 2005. Este testimonio inédito mantiene plena vigencia en un país que no logra consolidar la paz ni caminar colectivamente hacia la reconciliación.
ESPECIAL PARA EL ESPECTADOR *
¿Un milagro?
Si las palabras libre y democrática se hubiesen aplicado a la Sudáfrica anterior a 1994, se trataría de algo totalmente inapropiado y de una burla. Estas palabras no se hubieran podido utilizar. (Recomendamos: Así fueron las honras fúnebres a Desmond Tutu en Ciudad del Cabo).
Según cuentan, un día en la época del apartheid, Zambia, un país litoral, envió a Sudáfrica a uno de sus ministros y este se presentó como encargado de asuntos navales. No obstante, los sudafricanos comentaron: “Pero, ¿cómo pueden tener un ministro de asuntos navales cuando su país no tiene litoral y no tiene una salida al mar?” A esto el ministro de Zambia replicó: “¡Ah!, pero ustedes en Sudáfrica tienen un ministro de Justicia”. Sí, esos eran los tiempos cuando no se podía aplicar a Sudáfrica las palabras “libre” y “democrática”… (Aquí puede entender por qué Desmond Tutu era tan importante).
Queridos amigos, lo que parecía totalmente imposible, improbable, que Sudáfrica pudiera deshacerse del atroz flagelo del apartheid, finalmente sucedió. Así que estamos aquí para decirles: “¡Oigan!, aquí en Colombia se puede alcanzar la paz”.
Muchas personas mencionan los eventos de Sudáfrica, que culminaron en el establecimiento de un plan democrático, como nada menos que un milagro. Esta afirmación tiene su contenido de verdad porque reconoce que con esos antecedentes, con nuestra historia, esto no habría podido suceder o se habría presentado un mayor derramamiento de sangre del que se presentó en realidad.
Es importante que nos demos cuenta de que antes de 1994 la situación era atroz… Cada aspecto de la vida era separado. Todo se establecía de acuerdo con el color de la piel: el lugar de la vivienda, la escuela y la iglesia a las que se asistía y el lugar donde lo enterraban. Existía una pirámide social, política y económica. En la parte superior estaban los blancos, seguían los indios, luego las personas de color y, finalmente, la base, que eran los negros y que proporcionaban la mano de obra barata. Todo se hacía sin sutileza. La política consistía en mantener a la persona de raza negra en su lugar. Ustedes podrán imaginarse el profundo resentimiento, la rabia y la amargura que esto generaba. ¿Se imaginan qué se puede sentir cuando ni siquiera podemos ser ciudadanos de segunda clase en la tierra que nos vio nacer?
Nuestro pueblo resistió de forma no violenta, pero se le recibió con intransigencia y brutalidad. Un ejemplo de esto fue el asesinato en Sharpeville, en 1960, de los manifestantes desarmados que se oponían a la ley de circulación. La mayoría recibió tiros en la espalda cuando se alejaban corriendo de la zona. Por lo tanto, los movimientos de liberación adoptaron la lucha armada, y durante esta lucha ambos bandos cometieron atrocidades.
La mayoría de los blancos estaban determinados a aferrarse a una forma de vida que les brindaba un alto nivel y muchos estaban dispuestos a defenderla hasta derramar la última gota de sangre. Otros blancos apoyaban la lucha contra el apartheid.
Los negros decían que ellos también eran seres humanos con derechos inalienables y que no podían seguir inclinándose bajo el yugo de la opresión y de la injusticia racista. Durante la lucha por la liberación se violaron los derechos humanos y muchas personas fueron asesinadas, otras torturadas y muchas encarceladas. Cuando uno preguntaba a la mayoría de la gente cómo se resolvería el problema de Sudáfrica, casi todos concordaban en que el país se vería arrasado por una brutal matanza y un baño de sangre.
Amigos colombianos, quiero recordarles que cuando se iban a celebrar las primeras elecciones de 1994, la violencia ya se había convertido en un mal endémico. Parecía que iban a cumplirse las terribles predicciones del baño de sangre…
Pero más tarde, en lugar de la temida catástrofe, el mundo observó con alivio y sorpresa, e incluso temor, cuando las largas filas de sudafricanos de todas las razas se dirigían hacia las mesas de votación, en ese mágico día del 27 de abril de 1994, cuando votamos por primera vez en unas elecciones libres y democráticas. El milagro había ocurrido.
Humanidad compartida
Las dos partes, el gobierno del apartheid y los movimientos de liberación, se dieron cuenta de que ninguna de las partes derrotaría al adversario. Sin embargo, aunque se entendía esta situación, no se llegaría automáticamente a un acuerdo. Ambas hubieran podido seguir la lucha hasta llegar a un punto muerto en una guerra de desgaste que ninguno podía ganar. La presencia de líderes valientes, de ambas partes, deseosos de correr el riesgo de tener una pizca de fe en la otra, permitió que una situación de estancamiento estéril se convirtiera en una oportunidad dorada para la libertad.
Estos valientes líderes decidieron que iban a sentarse y hablar, en vez de luchar y luchar. Se requería valor y tener la voluntad de correr riesgos. Hasta ese momento el “otro” era el enemigo, el terrorista, el violento, descrito en estereotipos, y que no se consideraba como un individuo.
Cuando se hace la guerra, en donde se mutila y mata a seres humanos, generalmente se suele pensar en el adversario como en el demonio, se le despoja de la humanidad y así uno se siente libre de hacer cualquier cosa con ese enemigo.
Tuvimos la fortuna de contar con dos líderes (Frederik de Klerk y Nelson Mandela) que tenían suficiente credibilidad y poder político para confiar en su electorado. No se trataba simplemente de un paseo dominical, pero cuando finalmente se sentaron a hablar se encontraron gratamente sorprendidos al descubrir que sus antiguos enemigos eran seres humanos, con las mismas aspiraciones y ansiedades. Asimismo, los blancos que habían recibido tanta propaganda negativa se mostraron sorprendidos al encontrar que sus compatriotas de raza negra eran brillantes. Habían acariciado la idea de aislarlos, pero finalmente se cambió la suerte.
Dos de los principales negociadores, un afrikáner (sudafricano de origen blanco) y el otro de raza negra, se dieron cuenta de que ambos disfrutaban la pesca y la cocina, así que muchos aspectos espinosos y difíciles se resolvieron mientras estaban en estas actividades. Se dieron cuenta de que se lograban mayores avances no a través de la intransigencia, sino de la disposición de llegar a un término medio y lograr ganancias para ambas partes. Ellos establecieron un número mínimo de asuntos no negociables y de condiciones previas. Y mientras tanto, nosotros orábamos.
Ubuntu
Aquellos que negociaron nuestra transición de la represión a la libertad decidieron, por misericordia, tratar con nuestro horrendo pasado. Sabían que la opción del tribunal de Nuremberg no era realmente por lo sucedido en Nuremberg, sino porque los aliados derrotaron a los nazis y podían imponer la justicia del vencedor. Si nuestros negociadores hubieran aceptado esta opción, es muy seguro que todo el proceso se habría derrumbado. Además, rechazaron la opción de la amnistía general, porque indicaba que los victimarios se perdonaban a sí mismos por lo que solo ellos sabían y esto victimizaba a las víctimas, por segunda vez.
Se escogió a cambio un camino alternativo, de amnistía individual, en contraprestación por la plena confesión de todos los hechos que se relacionaban con el acto cometido. Se optó entonces por la justicia restaurativa en lugar de la justicia que solo penaliza. El objetivo era curar y no tanto castigar. Esta se basó en un concepto africano (Ubuntu), según el cual una persona es una persona a través de otras personas. Cuando usted se deshumaniza, yo también me deshumanizo, porque mi humanidad está contenida en la suya.
Estábamos desconcertados por las revelaciones de la depravación de la que somos capaces como seres humanos, de los niveles tan bajos a los que podemos caer. Pero para nuestra sorpresa, nos alegramos de nuestra capacidad para la bondad, en muchos casos cuando las víctimas se mostraron magnánimas al perdonar a aquellos que las hicieron sufrir de una forma tan dolorosa. Así, nosotros escogimos el camino del perdón y de la reconciliación en lugar del camino del castigo y de la venganza.
* Edición de Diego Arias. Este simposio fue convocado por la Fundación Alvaralice, la Universidad Javeriana, la Fundación Paz y Bien y la Corporación Excelencia en la Justicia. Tuvo lugar en Cali entre el 10 y 13 de febrero de 2005.
¿Un milagro?
Si las palabras libre y democrática se hubiesen aplicado a la Sudáfrica anterior a 1994, se trataría de algo totalmente inapropiado y de una burla. Estas palabras no se hubieran podido utilizar. (Recomendamos: Así fueron las honras fúnebres a Desmond Tutu en Ciudad del Cabo).
Según cuentan, un día en la época del apartheid, Zambia, un país litoral, envió a Sudáfrica a uno de sus ministros y este se presentó como encargado de asuntos navales. No obstante, los sudafricanos comentaron: “Pero, ¿cómo pueden tener un ministro de asuntos navales cuando su país no tiene litoral y no tiene una salida al mar?” A esto el ministro de Zambia replicó: “¡Ah!, pero ustedes en Sudáfrica tienen un ministro de Justicia”. Sí, esos eran los tiempos cuando no se podía aplicar a Sudáfrica las palabras “libre” y “democrática”… (Aquí puede entender por qué Desmond Tutu era tan importante).
Queridos amigos, lo que parecía totalmente imposible, improbable, que Sudáfrica pudiera deshacerse del atroz flagelo del apartheid, finalmente sucedió. Así que estamos aquí para decirles: “¡Oigan!, aquí en Colombia se puede alcanzar la paz”.
Muchas personas mencionan los eventos de Sudáfrica, que culminaron en el establecimiento de un plan democrático, como nada menos que un milagro. Esta afirmación tiene su contenido de verdad porque reconoce que con esos antecedentes, con nuestra historia, esto no habría podido suceder o se habría presentado un mayor derramamiento de sangre del que se presentó en realidad.
Es importante que nos demos cuenta de que antes de 1994 la situación era atroz… Cada aspecto de la vida era separado. Todo se establecía de acuerdo con el color de la piel: el lugar de la vivienda, la escuela y la iglesia a las que se asistía y el lugar donde lo enterraban. Existía una pirámide social, política y económica. En la parte superior estaban los blancos, seguían los indios, luego las personas de color y, finalmente, la base, que eran los negros y que proporcionaban la mano de obra barata. Todo se hacía sin sutileza. La política consistía en mantener a la persona de raza negra en su lugar. Ustedes podrán imaginarse el profundo resentimiento, la rabia y la amargura que esto generaba. ¿Se imaginan qué se puede sentir cuando ni siquiera podemos ser ciudadanos de segunda clase en la tierra que nos vio nacer?
Nuestro pueblo resistió de forma no violenta, pero se le recibió con intransigencia y brutalidad. Un ejemplo de esto fue el asesinato en Sharpeville, en 1960, de los manifestantes desarmados que se oponían a la ley de circulación. La mayoría recibió tiros en la espalda cuando se alejaban corriendo de la zona. Por lo tanto, los movimientos de liberación adoptaron la lucha armada, y durante esta lucha ambos bandos cometieron atrocidades.
La mayoría de los blancos estaban determinados a aferrarse a una forma de vida que les brindaba un alto nivel y muchos estaban dispuestos a defenderla hasta derramar la última gota de sangre. Otros blancos apoyaban la lucha contra el apartheid.
Los negros decían que ellos también eran seres humanos con derechos inalienables y que no podían seguir inclinándose bajo el yugo de la opresión y de la injusticia racista. Durante la lucha por la liberación se violaron los derechos humanos y muchas personas fueron asesinadas, otras torturadas y muchas encarceladas. Cuando uno preguntaba a la mayoría de la gente cómo se resolvería el problema de Sudáfrica, casi todos concordaban en que el país se vería arrasado por una brutal matanza y un baño de sangre.
Amigos colombianos, quiero recordarles que cuando se iban a celebrar las primeras elecciones de 1994, la violencia ya se había convertido en un mal endémico. Parecía que iban a cumplirse las terribles predicciones del baño de sangre…
Pero más tarde, en lugar de la temida catástrofe, el mundo observó con alivio y sorpresa, e incluso temor, cuando las largas filas de sudafricanos de todas las razas se dirigían hacia las mesas de votación, en ese mágico día del 27 de abril de 1994, cuando votamos por primera vez en unas elecciones libres y democráticas. El milagro había ocurrido.
Humanidad compartida
Las dos partes, el gobierno del apartheid y los movimientos de liberación, se dieron cuenta de que ninguna de las partes derrotaría al adversario. Sin embargo, aunque se entendía esta situación, no se llegaría automáticamente a un acuerdo. Ambas hubieran podido seguir la lucha hasta llegar a un punto muerto en una guerra de desgaste que ninguno podía ganar. La presencia de líderes valientes, de ambas partes, deseosos de correr el riesgo de tener una pizca de fe en la otra, permitió que una situación de estancamiento estéril se convirtiera en una oportunidad dorada para la libertad.
Estos valientes líderes decidieron que iban a sentarse y hablar, en vez de luchar y luchar. Se requería valor y tener la voluntad de correr riesgos. Hasta ese momento el “otro” era el enemigo, el terrorista, el violento, descrito en estereotipos, y que no se consideraba como un individuo.
Cuando se hace la guerra, en donde se mutila y mata a seres humanos, generalmente se suele pensar en el adversario como en el demonio, se le despoja de la humanidad y así uno se siente libre de hacer cualquier cosa con ese enemigo.
Tuvimos la fortuna de contar con dos líderes (Frederik de Klerk y Nelson Mandela) que tenían suficiente credibilidad y poder político para confiar en su electorado. No se trataba simplemente de un paseo dominical, pero cuando finalmente se sentaron a hablar se encontraron gratamente sorprendidos al descubrir que sus antiguos enemigos eran seres humanos, con las mismas aspiraciones y ansiedades. Asimismo, los blancos que habían recibido tanta propaganda negativa se mostraron sorprendidos al encontrar que sus compatriotas de raza negra eran brillantes. Habían acariciado la idea de aislarlos, pero finalmente se cambió la suerte.
Dos de los principales negociadores, un afrikáner (sudafricano de origen blanco) y el otro de raza negra, se dieron cuenta de que ambos disfrutaban la pesca y la cocina, así que muchos aspectos espinosos y difíciles se resolvieron mientras estaban en estas actividades. Se dieron cuenta de que se lograban mayores avances no a través de la intransigencia, sino de la disposición de llegar a un término medio y lograr ganancias para ambas partes. Ellos establecieron un número mínimo de asuntos no negociables y de condiciones previas. Y mientras tanto, nosotros orábamos.
Ubuntu
Aquellos que negociaron nuestra transición de la represión a la libertad decidieron, por misericordia, tratar con nuestro horrendo pasado. Sabían que la opción del tribunal de Nuremberg no era realmente por lo sucedido en Nuremberg, sino porque los aliados derrotaron a los nazis y podían imponer la justicia del vencedor. Si nuestros negociadores hubieran aceptado esta opción, es muy seguro que todo el proceso se habría derrumbado. Además, rechazaron la opción de la amnistía general, porque indicaba que los victimarios se perdonaban a sí mismos por lo que solo ellos sabían y esto victimizaba a las víctimas, por segunda vez.
Se escogió a cambio un camino alternativo, de amnistía individual, en contraprestación por la plena confesión de todos los hechos que se relacionaban con el acto cometido. Se optó entonces por la justicia restaurativa en lugar de la justicia que solo penaliza. El objetivo era curar y no tanto castigar. Esta se basó en un concepto africano (Ubuntu), según el cual una persona es una persona a través de otras personas. Cuando usted se deshumaniza, yo también me deshumanizo, porque mi humanidad está contenida en la suya.
Estábamos desconcertados por las revelaciones de la depravación de la que somos capaces como seres humanos, de los niveles tan bajos a los que podemos caer. Pero para nuestra sorpresa, nos alegramos de nuestra capacidad para la bondad, en muchos casos cuando las víctimas se mostraron magnánimas al perdonar a aquellos que las hicieron sufrir de una forma tan dolorosa. Así, nosotros escogimos el camino del perdón y de la reconciliación en lugar del camino del castigo y de la venganza.
* Edición de Diego Arias. Este simposio fue convocado por la Fundación Alvaralice, la Universidad Javeriana, la Fundación Paz y Bien y la Corporación Excelencia en la Justicia. Tuvo lugar en Cali entre el 10 y 13 de febrero de 2005.