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Ensayo: con la conciencia tan oscura como el carbón


Análisis a propósito de la decisión del gobierno de Gustavo Petro de frenar las exportaciones de carbón a Israel, a raíz de la guerra en Gaza.


Juan Gabriel Gómez Albarello * / Especial para El Espectador
24 de agosto de 2024 - 09:00 p. m.
Minas de carbón en el departamento colombiano de Cesar. Se han ido extendiendo a medida que se encuentran nuevos yacimientos generando un gran impacto ambiental.
Minas de carbón en el departamento colombiano de Cesar. Se han ido extendiendo a medida que se encuentran nuevos yacimientos generando un gran impacto ambiental.
Foto: Sebastián López Ramírez
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En julio de 1938, en la ciudad francesa de Évian, tuvo lugar una conferencia internacional con el propósito de resolver la situación de los refugiados de origen judío expulsados de Alemania y Austria por el régimen nazi. El promotor de la conferencia fue el presidente de Estados Unidos, Franklin Delano Roosevelt. Por cuenta de su liderazgo, a la conferencia asistieron la mayoría de países de Europa Occidental y, con la excepción de El Salvador, todos los de Latinoamérica.

La conferencia fue un fracaso. La casi totalidad de los países presentes en Évian recurrieron a muchos artilugios y excusas para negarse a recibir a los refugiados. La propaganda nazi se aprovechó de ese fracaso para difundir el mensaje de que nadie quería a los judíos. Tres meses después, el régimen de Hitler promovió un pogromo tristemente célebre: la Noche de los Cristales Rotos. Luego vinieron las detenciones masivas, los transportes desde todos los rincones de Europa a los campos de concentración, y el genocidio.

Las intenciones genocidas de Hitler eran ampliamente conocidas. La pregunta que uno se puede hacer es, ¿por qué fracasó la Conferencia de Évian? La historia es larga. Aquí solo voy a contar una parte, la que le corresponde a Colombia.

El delegado colombiano en Évian expresó que la política del régimen nazi de quitarles su nacionalidad a las personas judías y de lanzar una persecución en su contra era totalmente objetable. Según ese delegado, esa política trastornaba “la base de nuestra civilización”, y a su cuestionamiento le dedicó tres de las cuatro páginas de su intervención. El tema era que, si bien esa era la posición que por principio tenía la delegación colombiana, la posición que tenía acerca de la “cuestión de hecho” era completamente diferente.

El delegado colombiano afirmó que su gobierno se había visto obligado a limitar la inmigración “solo a respetables trabajadores agrícolas que están preparados para venir y trabajar en la tierra. Tales inmigrantes siempre serán bienvenidos en Colombia, pero no podemos aceptar –ni toleraríamos– que, con el pretexto de dedicarse a las labores agrícolas, personas indeseables intenten ingresar ilegalmente a Colombia. En lo que concierne a intelectuales o comerciantes, e intermediarios de todo tipo, no podemos fomentar su inmigración a nuestro país. Como somos, ante todo, un país agrícola, no deseamos crearles competencia a nuestros trabajadores, que no son muy numerosos en nuestras ciudades, o perturbar el comercio nacional o las profesiones liberales que ya están superpobladas con nuestros propios nacionales.”

Una razón por la cual había tantas personas judías dedicadas a la banca, la ciencia, la educación y, en general, la vida intelectual, es porque en muchos países se les prohibía tener tierras; otra, porque el judaísmo es una religión que le da un gran valor al conocimiento directo de las Escrituras, lo cual tiene el efecto indirecto de promover el conocimiento en muchas otras áreas. Así las cosas, restringir la recepción de refugiados a los trabajadores agrícolas era una forma contundente de negar la recepción de refugiados de origen judío.

Esta no es toda la historia. Gracias a la desclasificación de los mensajes enviados por el jefe de la delegación estadounidense al Departamento de Estado de Estados Unidos, hoy sabemos que detrás de la retórica colombiana, además de un nada atenuado antisemitismo, había un crudo interés comercial. En efecto, el 14 de julio de 1938, Myron C. Taylor aseguró que encontró muchas dificultades para lograr la aprobación de una resolución que fuera aceptada por todas las demás delegaciones. A este respecto dijo, “Los principales opositores han sido muchos de los latinoamericanos que nos han dicho con gran franqueza que la presión ejercida sobre ellos por Alemania mediante acuerdos de compensación y otros arreglos comerciales era tal que no se atrevían a participar en ninguna acción que pudiera parecer siquiera mínimamente crítica. Entre quienes plantearon esta posición son notables las delegaciones de Colombia, Venezuela, los países centroamericanos, Uruguay y Chile.”

Pareciera que el paso del tiempo lo aclara todo, hasta la más oscura conciencia, pero no es así. Cuando una nación no confronta su pasado, y no hace ningún esfuerzo por aprender sus lecciones, pareciera quedar condenada a repetirlo. Muchas personas en Colombia nos hemos conmovido con las historias de persecución y muerte perpetradas contra el pueblo judío, pero esa expresión de empatía parece estar confinada a las salas de cine o a los cuartos de televisión donde vimos “La lista de Schindler” o la serie “Holocausto”. En la hora de la verdad, muchas son las personas que no quieren mover ni un dedo, si eso compromete su comodidad o su bienestar.

Tal es lo que ocurre hoy con la decisión del gobierno colombiano de prohibir la exportación de carbón a Israel. Los representantes de los mineros, los de los exportadores, un buen número de economistas y hasta políticos como el gobernador de Boyacá, han expresado su oposición a esa medida. El genocidio que se perpetra día a día en Gaza los tiene sin cuidado. No vale la pena que cite la cifra de muertos, muchos de ellos en su primera infancia, o que refiera la grave crisis humanitaria que tiene al borde de la inanición a quienes están todavía vivos. El genocidio está a la vista de todas las personas. Dijo Jesús, “En ellos se cumple la profecía de Isaías: ‘Por mucho que oigan, no entenderán; por mucho que vean, no comprenderán. Porque el corazón de este pueblo se ha vuelto insensible; se les han tapado los oídos y se les han cerrado los ojos.’”

Sólo me resta agregar una aclaración, una muy importante. La prohibición de vender carbón a Israel tiene como propósito boicotear al régimen establecido en ese país. No es una campaña que busque la destrucción de Israel. El antecedente histórico más claro a este respecto es el boicot contra Suráfrica. Éste tuvo como propósito destruir el oprobioso régimen de apartheid establecido por la población blanca, no a ese país ni a su gente.

Si hubiese un mínimo de conciencia, muchos otros gobiernos, especialmente aquellos que se consideran guardianes de la civilización, ya se habrían unido a la acción del colombiano. Espero que, más temprano que tarde, llegue un poco de luz a su conciencia oscura.

* Abogado, Ph. D. en Ciencia Política, profesor asociado de la Universidad Nacional de Colombia.

Por Juan Gabriel Gómez Albarello * / Especial para El Espectador

 

olgaloga(flas8)26 de agosto de 2024 - 12:22 a. m.
Muy buena columna. El contexto histórico es importante. El presente contundente.
Edgard(u2qq3)24 de agosto de 2024 - 09:39 p. m.
Gracias por escribir esta columna con enfoque historico que nos aclara muchos aspectos.
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