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Grafiteros individuales y colectivos se unieron en el marco del paro nacional 2021 para plasmar en las calles su descontento frente a la realidad del país. Hoy se cumple un mes de estas movilizaciones, que comenzaron el 28 de abril. En este tiempo han pintado aproximadamente 20 murales alusivos. “El grafiti es una expresión en imagen y texto del estallido social”, dijo Federico Medina, profesor de Semiología de la Universidad Pontificia Bolivariana. De allí la relevancia que ha cobrado esta expresión durante las protestas, a la que se le ha dado un uso político, aunque no siempre lo tiene.
“Hay un dicho popular que dice ‘el papel y la muralla son el papel del canalla’, los sectores no oficiales o subalternos escriben ahí su testimonio para mostrar la historia no oficial. ¿Por qué la pared? Porque es un espacio público en que la gente expone su forma de pensar sobre los valores y la política”, añadió Medina. Es la forma alterna que tienen de comunicar sus sentires y generar impacto. “Nosotros somos artistas que ponemos el pellejo para dar un mensaje que no está en los medios hegemónicos”, afirmó un miembro de la comunidad grafitera de Medellín.
Algunas de las consignas publicadas en los muros de la ciudad son especialmente conocidas por haber sido borradas o reescritas. El primer ejemplo fue el muro que pintaron el 3 de mayo en el deprimido de la avenida 80 con San Juan, en el occidente de la ciudad. Decía “Estado asesino”, en rechazo a las denuncias de abuso policial y violaciones a derechos humanos; fue borrado por miembros del Ejército en la madrugada del 8 de mayo. Ante esto la respuesta fue “El pueblo no se rinde, carajo”, escrito sobre la pintura gris que cubría el mensaje anterior. “Decidimos que haríamos algo el doble de grande, no en un solo lado (del deprimido), sino en los dos. Queríamos dejar en claro el sentido de resiliencia, borraron ‘Estado asesino’, pero aunque lo borren mil veces, el pueblo no se va a rendir”.
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“Convivir con el Estado”, ubicado en la carrera 34 de El Poblado, en el suroriente de la ciudad, fue otro mural eliminado por ciudadanos inconformes el pasado domingo 23 de mayo, al día siguiente de ser pintado. Reemplazaron el mensaje con la bandera de Antioquia. La razón por la que lo hicieron fue porque “era un mensaje muy negativo y violento. En este momento que el país está en crisis deberíamos poner mensajes positivos y propositivos, de esperanza, y no generar más caos y violencia”, explicó Juan Manuel Jaramillo, promotor de la iniciativa. Llama la atención el uso de este símbolo porque sigue la lógica de la institucionalidad, la imposición de la versión oficial de los hechos. “Lo que están haciendo patrióticamente es lo correcto, esa visión de región es más un discurso de tipo ideológico. Lo más importante es proteger la nación y evitar que se altere el orden de las cosas”, analizó Medina.
En medio de dicho conflicto, los grafiteros se sienten censurados y esto los hace pensar que cumplieron su propósito de confrontar e incomodar con las consignas que plasman. De igual forma, que los borren les ha dado mayor alcance y en últimas lo que buscan es crear espacios de discusión. “Ni con toda la pintura del mundo van a borrar la sangre que se ha derramado en el país. Nosotros con muy poca pintura estamos plasmando un pensamiento muy grande. Entre más nos quieran despintar, más difundidos van a ser en las redes”, declaró Juan Aristizábal, de Eskuela Arte en Resistencia. Mientras que quienes se oponen a estas expresiones dicen que no es censura y que la expresión debe tener como límite el respeto del otro. “Cuando hay un irrespeto de cualquier lado, deja de ser libertad de expresión. Nosotros no nos podemos excusar en la libertad de expresión para hacerle daño al otro”, anunció Juliana Hernández, promotora y participante de la jornada de borrado en El Poblado.
Esta disputa no solo es por los muros del espacio público de Medellín y lo que estos cuentan o no. “Es la lucha por cómo construir una Colombia distinta, es una visión política. Igual de político que es borrar un mural, privilegiar una visión sobre otra, una forma de reclamo sobre otra. Lo que hay detrás de las protestas, de los grafitis, es la ciudadanía reafirmando el papel político del espacio público”, confirmó Santiago Cembrano, antropólogo y politólogo de la Universidad de los Andes. Añadió que es también un asunto de emociones dentro de la política: “hay discursos de esperanza, amor, salir adelante juntos, que no les abren espacio a emociones legítimas como la rabia, indignación, resentimiento. Emociones complicadas, pero que son necesarias y existen en la ciudad y el país”.
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Son dos visiones de país enfrentadas, una desde la institucionalidad, el discurso oficial y mantener el orden. Mientras que la otra responde al estallido social, es diversa y se une en las calles para pintar o marchar, aunque sienten que no tienen las garantías para ello. Por eso los colectivos grafiteros afirman que seguirán interviniendo los muros de Medellín y los ciudadanos inconformes con ello aún no tienen claro si volverán a tapar los murales o no.
El conflicto como parte importante de la democracia
La disputa entre ciudadanos por el control de los mensajes que aparecen en las paredes de las calles de Medellín, evidencia los conflictos entre diversas formas de pensar, situación propia de una democracia.
“Es importante el conflicto en la democracia, que haya choques y tensiones, el punto es cómo resolverlos. Hay un conflicto político. Hasta las paredes son políticas y deben contar las historias que otras posibilidades de comunicación no están contando”, dijo Santiago Cembrano, antropólogo y politólogo de la Universidad de los Andes.
En este escenario se puede ver esa lucha entre las versiones y por el espacio público. Sin embargo, quienes borran los murales se justifican diciendo que los mensajes no aporten esperanza, “es como si barriéramos debajo del tapete, los problemas no se van, pero al menos que no se vean”, contó Cembrano. Pero este gesto no invisibiliza las consignas, sino que pone en evidencia las tensiones que generan.
“El problema surge cuando se resuelve con golpes, balas y represión. Pero en sí es necesario, no se puede querer apagarlo y hacer como si no pasara nada. Es un tema de disputa del espacio público. Es potente que en una ciudad aparezca un mensaje así, hay una disputa por la imagen que se da y la narrativa que se difunde”, puntualizó el politólogo.
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