“La Flaca”: lideresa, trans y negra

María Victoria Palacios Romaña tiene 35 años, hace solo tres se identifica como mujer trans, es defensora de los derechos humanos, hija de una creyente de la Biblia y madre adoptiva de decenas de niños en su barrio.

Pilar Cuartas Rodríguez
13 de julio de 2022 - 02:00 a. m.
María Victoria Palacios estudia trabajo social y vive en Quibdó.
María Victoria Palacios estudia trabajo social y vive en Quibdó.
Foto: María Camila Morales
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“Flaca”, es el grito que se escucha mientras María Victoria Palacios Romaña camina en el mercado de Quibdó (Chocó). Una vendedora de frutas le regala un banano, mientras su vecina, quien está quitándole las escamas a un pescado, hace una pausa para levantar la mirada y fijarla en la negra de dos metros de altura. Tiene 35 años, pero hace solo tres se identifica como mujer trans, es lideresa y defensora de los derechos humanos, hija de una creyente de la Biblia y madre adoptiva de decenas de niños en su barrio. Todos la conocen porque hace siete años fundó la organización Latidos Chocó, una de las pocas en el municipio que asesora y apoya a las personas lesbianas, gais, bisexuales y trans. (Conoce a María Victoria en este video)

Pese a que la interpretación religiosa de su hogar la hacía creer que debía corregir su ser y sentir, María Victoria se encontró en la vida con Laura Weinsten, una reconocida activista trans que falleció el año pasado, y fue ella quien le dio a conocer lo que significa ser trans. Hasta ese día no había escuchado el concepto, y solo entonces pudo darle nombre a lo que había estado sintiendo desde que era una niña. La Flaca no se identificaba como hombre, aunque ese era el sexo que figuraba en su registro civil. Era una mujer que amaba a los hombres. (En video: Dani García, la travesti que logró la cédula no binaria en Colombia)

Ahora, desde su fundación Latidos Chocó, trabaja para que las niñas, adolescentes y personas LGBTIQ+ del municipio no tengan que tardar años en reafirmar quiénes son; les brinda información, asesoría jurídica y apoyo psicosocial. Su casa es también su oficina, y allí atiende a quienes llegan pidiendo ayuda. ¿Te hubiese gustado reconocerte como mujer trans siendo más joven?, le pregunto. “Me hubiese encantado saberlo a los 15 años, cuando comencé mi vida puta, cuando mi mamá religiosa me decía que solamente se podía ser hombre o mujer, porque la Biblia lo decía. Sentía que tener pene no me hacía hombre. Hoy creo que María Victoria, la Flaca o Víctor tienen mucho que vivir todavía porque los reprimieron. Los ahogaron por el desconocimiento y por la misma presión social”, responde María Victoria mientras come un bocachico sancochado en el negocio de Sol. (Nos acosaron en Uribia | La Disidencia)

Mientras come, la lideresa está intercambiando mensajes con Sharok Hernández Santos, su asistente en Latidos Chocó. También es una mujer trans, quien describe su experiencia en el territorio como “agridulce”, porque aún la gente se refiere a ella como “la mariquita”, en forma despectiva. Sharok, sin embargo, resiste y se apoya en su jefa, a quien llama “madre adoptiva”. La conoció hasta hace poco cuando un médico, que la atendió tras un accidente, se percató de su expresión femenina y le preguntó si ella se consideraba una mujer trans. ¿Trans? ¿Qué es eso?, se preguntó la joven de 27 años que hoy estudia trabajo social.

Ese mismo médico la remitió a otro y ese otro le habló de María Victoria. Cuando se conocieron, Sharok se conoció a sí misma. Aunque ahora las mujeres trans de Quibdó ya tienen un referente, cosa que no tuvo María Victoria en su juventud, ellas siguen sufriendo obstáculos para una vida plena, como las trabas que los colegios y universidades establecen para no reconocerles su identidad. No las dejan elegir el uniforme, no las llaman por su nombre identitario y las vetan de las ceremonias de graduación. Quienes padecen estas humillaciones van a donde la Flaca buscando un escudo que las defienda. “Como yo lo viví, no quiero que mis chicos, chicas y chiques lo vivan. Por eso me paso en peleas. Donde tenga que estar, estoy. Lo que tenga que romper, lo rompo”, afirma. (El miedo a ser: así violentaron a las personas LGBTIQ+ en la guerra)

María Victoria pronuncia cada palabra con coraje, el mismo que ha tenido para sortear las amenazas de un grupo delincuencial que la acosa por su defensa de los derechos humanos y le manda panfletos cada vez que la ven en la calle con alguien foráneo. ¿Con quién andabas? ¿Quién es ese? ¿Qué hace en el territorio? ¿Por qué no diste aviso? Pero no es la primera vez que la violencia la acecha. Ella es una de las 4.596 víctimas LGBTIQ+ del conflicto armado registradas en Colombia. Un actor armado la violentó por el hecho de ser trans y, por varios años, se sintió culpable de su cuerpo. Una verdad que se volvió a conocer gracias al reciente informe final de la Comisión de la Verdad. (“Me violaron cuatro hombres”: testimonios de LGBTIQ+ a la Comisión de la Verdad)

“Te falta una buena empalada”, escuchó la Flaca de quienes la agredieron, de forma diferenciada, durante la guerra a las personas LGBTIQ+. María Victoria ya se liberó de la culpa, pero aún no puede llegar a todos los territorios de Chocó, aquellos donde todavía no saben que existen las personas LGBTIQ+ y que la Constitución, así como las leyes y la jurisprudencia en Colombia, las protege y garantiza sus derechos. En los baudoes se siguen registrando casos de personas indígenas lesbianas, gais, bisexuales y trans que han tenido que huir de sus resguardos para salvarse del cepo.

Producto de todas estas realidades, María Victoria decidió profesionalizarse y estudiar trabajo social, aunque su sueño era ingresar a la carrera de derecho. Le faltan solo dos semestres para ser profesional, un triunfo con el que siente que tumba el estereotipo que encasilla a las mujeres trans en el trabajo sexual y en la peluquería. A los 15 años se formó como peluquera y abrió un salón de belleza, que nombró con el apodo por el que hoy todos la llaman: “La flaca”. Años después, en este mismo lugar, ella cambió la vida de Peter Ramos, que con 14 años le aprendió los gajes del oficio y hoy hereda el negocio que es a la vez su sustento.

Peter tiene ahora 30 años, es licenciado en idiomas y técnico en primera infancia, pero, debido a que es un hombre gay, los colegios de Quibdó se niegan a contratarlo. “Ella me enseñó este arte y a desarrollar todo el don de la mano que Dios me ha regalado porque, de no ser por ella, estuviera por ahí caminando. Es un ser de luz, mi maestra, a la que admiro porque se ha capacitado y ha logrado que nosotros salgamos adelante. Nos ha capacitado por medio de la belleza, nos ha asesorado en temas jurídicos”, dice Peter.

“La época de la peluquería fue maravillosa, me marcó, pero hay que avanzar. Hay que visibilizarnos en otros escenarios como la universidad, en los liderazgos, en espacios políticos. Trabajo por apoyar a otras personas a profesionalizarse, que puedan acceder a una educación superior, pero también mantenerse en ella, porque hemos vivido muchas deserciones por la discriminación”, afirma la Flaca, que aspira a estudiar un posgrado en Ciudad de México, ser concejal y luego alcaldesa de Quibdó.

María Victoria sueña, además, con conformar una familia, casarse y ser mamá. No quiero esconderme nunca más: “Históricamente la población afro ha sido discriminada. Pero el patriarcado y el machismo reconocen en sus discursos solamente a las mujeres y los hombres afros cisgénero. Dicen que lo marica es algo más del oriente y europeo. Pues yo les digo: ‘Aquí estoy yo, ni europea ni asiática, soy chocoana, negra y mujer diversa’”. Si muriera y volviera a nacer, la Flaca elegiría de nuevo ser trans y habitar de nuevo el mismo cuerpo.

*Este texto fue realizado en el marco del proyecto “Adelante con la diversidad II: fuerzas sociales, políticas y jurídicas para la protección efectiva de los derechos del colectivo LGBTI y sus defensores en la región Andina”, financiado por la Unión Europea. Esta pieza no refleja necesariamente el punto de vista de la Unión Europea.

Pilar Cuartas Rodríguez

Por Pilar Cuartas Rodríguez

Periodista y abogada. Coordina la primera sección de “género y diversidad” de El Espectador, que produce Las Igualadas y La Disidencia. También ha sido redactora de Investigación. @pilar4aspcuartas@elespectador.com

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